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Asco; por Sumito Estévez

Por Sumito Estévez | 3 de septiembre, 2015
Asco; por Sumito Estévez 640

Three Studies for Portrait of Lucian Freud de Francis Bacon. 1965

No todos los gestos son universales. Por ejemplo: en la India cuando alguien desea afirmar gestualmente hace un movimiento muy parecido al de negación que usamos en occidente. También son muchos los gestos que son bien vistos en una sociedad, pero pueden llegar a ser particularmente ofensivos en otras. De allí la importancia de los estudios del psicólogo norteamericano Paul Ekman quien, a finales de los años sesenta del siglo pasado, determinó que existen seis gestos faciales universales que transmiten emociones no determinadas por entrenamiento cultural. Estas emociones universales tendrían, por decirlo de alguna forma, un carácter genético. Y una de ellas es el asco, cuyas expresiones faciales se ven inclusive en los recién nacidos.

También es interesante un descubrimiento posterior: independientemente de nuestro origen cultural, existen elementos que nos revuelven el estómago a todos. Ante eso, es difícil entender el asco desde una perspectiva diferente a la signada por códigos que la selección natural ha decidido. Pero esa percepción darwiniana del asco cambió en los ochenta por los trabajos del psicólogo Paul Rozin, un autor que ha contribuido a entender la gastronomía como un hecho cultural. Junto a April Fallon, en su trabajo Perspectiva sobre el asco (1987) escribieron:

“Pareciera existir muy poca investigación en los textos de psicología sobre la percepción y reacciones ante la comida. Siendo la comida elemento esencial en nuestras vidas, es interesante la poca atención que se le presta”

Desde entonces, el estudio del asco ha pasado a ser uno de los tópicos mas interesantes a estudiar a la hora de entender como se inserta el ser humano en una sociedad. Es obvio que el asco posee un importante componente heredado, mecanismos de protección asociados a contaminaciones que podrían poner en peligro nuestra vida, pero como bien dice el mismo Rozin, el asco evoluciona culturalmente desde un sistema para protegernos el cuerpo de daños, a uno que protege nuestra alma de daños. En pocas palabras: el asco nos entrena para entender lo que culturalmente es inapropiado. Otro psicólogo, Dan Jones, afirma que “Cuando físicamente apartamos de nosotros una comida o un objeto que nos produce asco, también nos estamos distanciando emocional y socialmente de aquellos a quienes vemos como asquerosos”. De allí que actualmente los psicólogos comienzan a hacer una importante distinción entre asco, repugnancia y desagrado.

El asco que nos entrena culturalmente para ser sociedad, más allá de la defensa de contaminaciones perjudiciales, es muy complejo. En algunos casos puede limitarse a la hora de consumo de algunas comidas o aromas. Por ejemplo: a los occidentales nos da asco que un asiático desayune con una sopa de vísceras, muchos europeos sienten asco por el olor del cilantro y muchos asiáticos no aguantan el olor a leche agria de los venezolanos producto de nuestro consumo de quesos no pasteurizados. En otros casos, el asco puede estar estampado en costumbres: salvo argentinos, paraguayos y uruguayos, pocos entienden el acto de pasar la boquilla del mate de boca en boca.

Pero el asco puede ser incluso un mecanismo usado para justificar ideas de exclusión. Tal como señala William Ian Miller en La vida moral del asco, un número considerable de vicios lo provocan (crueldad, hipocresía, traición) y “tienden a estar institucionalizados política y socialmente. Pensemos en los verdugos, los abogados y los políticos, por poner un ejemplo”.

Quizás por el hecho de asociarse la repugnancia a actos físicos, como la náusea, tendemos a entender al asco como algo malo, pero su valor a la hora de definir nuestros esquemas de valores es fundamental. A tal punto que hay quienes creen que dejar de poseerlo es una forma de transculturización. Difícilmente a un latino le guste, sin entrenamiento, el pescado crudo de un sushi o los gusanos en un queso francés: son justamente los procesos de entrenamiento globalizador los que logran disminución del asco hacia esos platos. Y en algunos casos podrían llevar a pérdida de valores de identidad.

Así que la próxima vez que sienta asco no se asuste. Quizás sólo esté siendo coparticipe de una “fuerte y vital sensación”, tal como la llamó Kant.

NOTA: si el tema le interesa en profundidad, le recomiendo leer Asco: Teoría e historia de una fuerte sensación, de Winfried Menninghaus. Incluso, llenar un cuestionario lo enfrentará a sus propios grados de repugnancia.

Sumito Estévez 

Comentarios (7)

@manuhel
3 de septiembre, 2015

Venir al medio oriente es un reto grandes ligas en ese aspecto.

Aquí, uno el venezolano pasa ronchas al principio; luego no es que se acostumbra sino que se va haciendo más tolerante, aunque no partícipe de esas costumbres o manías.

Los indios (de India) por ejemplo, -los mismos que bambolean la cabeza de una manera tan ágil y cómica para asentir, aunque pareciera que estuvieran diciendo: “ni si ni no, sino todo lo contrario”-; sorbetean el te de una manera tan sonora que a uno lo hacen sentir incomodo, igual pasa cuando chasquean la comida mientras la mastican, que parecen animales y no gente. Pero para ellos eso no es mala educación sino degustación, según me dicen…

Los indios, árabes y asiáticos por igual, eruptan delante de quien sea y eso es señal de buena digestión o algo por estilo.

Árabes, indios y malayos, comen todos de una misma paila el arroz con chivo o pollo a mano límpia. Pero no solo eso, es qua manera en que revuelven una y otra vez el arroz con el guiso lo que nos da la sensación más desagradable. Como si estuvieran mezclando para hacer barro con las manos. Y todos comen del mismo cerrito de comida que alguien tomó la iniciativa de amasar, con las misma mano que previamente se había llevado a la boca con un primer bocado de deguste de como iba quedando la cosa.

Todos descalzos en la misma mesa. Unos con los pies mas callosos que otros.

Hablando de los pies, es normal ver a la gente dándose duro en los pies, bien sea en el banco, en un café o cualquier sala de espera.

Y los filipinos como se comen los camarones, cangrejos y todo eso. Se los llevan completo a la boca con concha, cola y todo y, comienzan a masticar ese crujiente bocado. Luego quedan los residuos “duro de matar y tragar” los cuales no se tragan sino que los van dejando ahí a un lado del plato.

Y así hay muchos detalles y uno a la final termina tolerando porque entiende que esta es otra cultura la cual hay que respetar. ¡Aunque el asco nunca muere y a veces es indiscreto!

dorothy whittembury
3 de septiembre, 2015

y como se podría interpretar el “asco”, “repugnancia” y “desagrado” que siento en este momento por todos los males que estamos pasando ? felizmente no se trata de nuestras comidas que son todas ricas y no provocan nada de eso…

Gonzalo De Sola
3 de septiembre, 2015

Excelente apreciación y enfoque del tema,de manera que me sigo negando a los alacranes y grillos sin remordimientos jejeje lo único que va a hacer variar los platos será la necesidad por el aumento de los habitantes en el planeta,ya que tampoco exfoliar para pastos para vacas será posible y de hecho nos dirigiremos al mar y al mundo de los insectos.

Gonzalo De Sola
3 de septiembre, 2015

Muy buena escogencia de los cuadros de Bacon !

Bladimir
3 de septiembre, 2015

Mi esposa, Colombiana del Tolima, prepara una tortilla de sesos de res espectacular. Nunca le decimos a los invitados de que se ttrata,solo al terminar de degustar. Y siempre es una anecdota diferente.

Sylvia Paul
4 de septiembre, 2015

Muy interesante el tema y bien desarrollado, aunque nos lleve a pensar a cada uno sobre los ascos que sentimos. Por lo menos me da asco ver escupir y es una costumbre muy común en muchos lugares. Los comentarios de @manuhel son muy acertados.

Edwin Henriquez
4 de septiembre, 2015

@manuhel excelente explicación y detalle, hay de todo en la viña del señor. a la tierra que fueras, haz lo que vieras.

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