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Apuntes sobre ‘Patria o muerte’, de Alberto Barrera Tyszka; por Luis Yslas Prado

Apuntes sobre 'Patria o muerte', de Alberto Barrera Tyszka; por Luis Yslas Prado 350

I

Uno no imagina, mucho menos elige, lo que un libro le deparará, la manera en que una ficción se aloja en el cuerpo, estalla en la conciencia. Confieso entonces que a mí la historia de Patria o muerte de Alberto Barrera Tyszka me dejó avergonzado, con esa incomodidad de haber sido pescado en falta: una especie de pena ajena y, a un tiempo, propia. Como si la novela hubiera puesto al desnudo una doble violencia: íntima y extraña, personal y colectiva. No otra cosa es la vergüenza: “un sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida o por una humillación o insulto recibidos”. Ambas formas de vergüenza –de violencia– pueden llegar a ser complementarias cuando no se logra, o no se quiere, distinguir si la falta proviene de uno mismo o de afuera. Aunque para ciertos personajes de Patria o muerte pareciera que sólo hay un único culpable: el culpable siempre es el otro. ¿Semejanzas con nuestro nocturno acontecer en Venezuela? La novela, ya lo dijo Balzac, es la historia privada de las naciones.

II

La biografía de Hugo Chávez que Alberto Barrera Tyszka y Cristina Marcano escribieron juntos llega hasta 2004, es decir, nueve años antes de su muerte. Su historia quedaba suspendida, faltaba el devenir del deceso. Los estertores de una vida que había sido, y en muchos casos sigue siéndolo, el accionar de la vida de todo un país. Entonces Barrera decide acertada, inevitablemente, que la biografía de un hombre fascinado por lo ilusorio –¿hay algo más ilusorio que el poder?–, quien hizo de su existencia un espectáculo estridente, exclusivamente verbal, no podía terminar sino dentro del entramado de una ficción de palabras. El melodrama final –la tele-novela política de Hugo Chávez– atrapado en la urdimbre de una novela que lleva inscritas en el título dos palabras a modo de castigo del cuerpo. Patria o muerte: la cifra de una épica de la soberbia. Otra vez, y acaso por última vez, escrita por Alberto Barrera Tyszka.

III

¿Cómo narrar una incertidumbre, cómo hacer del silencio, o mejor dicho, de lo callado, una novela? Me lo pregunto pensando que quizá Barrera se enfrentó con esa dificultad: narrar la enfermedad y la muerte de Hugo Chávez cuando aún hoy son pocos los que pueden contar la verdad de lo que ocurrió por esos años en que toda Venezuela, como señala el autor, era una sala de espera. Ese silencio es aún muy notorio. Y no se puede inventar una falsedad. Porque una novela, aunque parte de los hechos, trabaja por la verdad. Y ya se sabe que los hechos y la verdad no suelen coincidir; casi siempre se contradicen. De manera que la verdad de una persona, de un personaje, como Hugo Chávez debía ajustarse a esa deliberada construcción del secreto: uno de los atributos de su performance político: mostrar para ocultar mejor lo verdaderamente importante. El reto consistía en pasar del Hugo Chávez sin uniforme al Uniforme sin Hugo Chávez. Entonces Barrera decide acertada, inevitablemente, contar la enfermedad y la muerte de Hugo Chávez a partir de los efectos que éstas produjeron en los seres no tanto de la historia de los reflectores públicos como de la historia privada, cotidiana del país: aquellos –la mayoría de nosotros– que sólo lo conocieron de lejos o desde una discreta cercanía, pero que convivieron con su imagen, y sobre todo con su voz –sonora metáfora de su poder–, desde hace tanto tiempo que pueden considerarlo parte inseparable de sus vidas. La Historia en la que se enmarca la novela articula así las historias de diversas agresiones –físicas, psicológicas, verbales, políticas, sociales y un lamentable etcétera– zarandeadas por una excitación ideológica sin contrastes. Todo un país sometido a una sola voz: la voz de un presidente: un presidente que agoniza, pero que poco a poco enmudece, hasta desaparecer y luego regresar como una reliquia de culto, como un forzado mito nacional. Y alrededor de esa agonía distante y enrarecida, aunque omnipresente, el cotidiano malestar, el penoso tránsito de unos personajes dolorosamente venezolanos que exhiben la vergüenza de existir en un país dominado por sinvergüenzas.

IV

Un oncólogo que procura convivir entre los extremos: una esposa que detesta a Hugo Chávez y un hermano que lo idolatra. Una norteamericana que viaja a Venezuela encandilada por el carisma de su presidente. Una venezolana recién llegada de Miami que debe lidiar con unos inquilinos que se resisten a abandonar su apartamento. Un periodista fracasado que viaja a La Habana para conseguir información confidencial sobre la enfermedad de Hugo Chávez. Dos niños que se enamoran por Internet en la soledad de sus cuartos mientras a su alrededor se desata una tragedia familiar. Personajes rotos, disfuncionales, varados, como estacionados en la resistencia, o la resignación. Personajes sin porvenir que gravitan en torno a una noticia a medias: la enfermedad de Hugo Chávez, el secreto mejor guardado del Caribe. Eso explica el escaso paisaje de ciudad que registra la novela. Si hay un paisaje imponente es el del encierro. Apartamentos. Cuartos. Puertas. Cajas. La ciudad enclaustrada es una escenografía de la violencia y, su revés, el temor. Se trata de un territorio del sálvese quien pueda, y también donde impera la creencia de un solo salvador. No es un país dividido, sino fragmentado en múltiples compartimientos del miedo. Un país oculto dentro del país visible, sonoro. Un país que parece reducirse a una sola voz, la de Chávez, encerrada también en una caja de habanos cubanos, como si se tratase de una caja de Pandora donde al fondo, muy al fondo, solo quedan dos niños caminando hacia lo desconocido, agarrados de la mano, como si fueran la imagen de la esperanza o de la vergüenza. Pero, ¿no es la vergüenza una forma de esperanza agazapada? Nadie que se ausculte de veras, puede no sentir piedad y orgullo y vergüenza de sí mismo y de los otros. Nada como el ansia de poder para perder la vergüenza, ese esbozo de esperanza.

V

La prosa de Patria o muerte combina las distintas modulaciones literarias propias de un escritor que lleva años ejerciendo el oficio en diversos géneros: novelas y cuentos, poemas y crónicas, artículos y guiones. El lector no sólo lo intuye: lo aprecia. Un lenguaje de sintaxis pulida donde de pronto irrumpe una metáfora, una sentencia, como una alerta en la respiración narrativa, un sonido que enciende la luz en una escritura donde el énfasis ha sido puesto a raya. Barrera ha limado y lijado la prosa hasta dotarla del afilado destello de una navaja de afeitar. Escritura al ras. Esa es la palabra, la bruñida música donde viaja la historia como un desenlace que atrapa y conduce al lector hacia sí mismo.

VI

Kafka aconsejaba leer únicamente libros que mordieran y punzaran, que fueran como un puñetazo en el cráneo, un hacha en el mar helado que llevamos dentro. Kafka: un escritor de la enfermedad y la vergüenza. Que pensaba que la frontera entre la literatura y la vida era una falsa convención, un inútil freno al delirio de buscarse, y acaso perderse, en la escritura. Por eso pedía lecturas extremas, libros que anularan esas zonas limítrofes entre lo que sucede dentro y fuera de las páginas. Libros que nos extraviaran y abrumaran así como nos incomoda la imagen que nos devuelve el espejo luego de despertar de una pésima, larguísima noche. Esa imagen de recién llegados de la pesadilla o del insomnio es la que ofrece Patria o muerte a sus lectores: un difícil reconocimiento. Es cierto, como se declara en esta novela, que “leer es buscarse”. Y para buscarse, como para leer, es necesaria cierta dosis de coraje y de vergüenza.

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