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Anatomía de un tubazo continental: A 40 años de la muerte de Franco; por Víctor Suárez

Anatomía de un tubazo continental A 40 años de la muerte de Franco; por Víctor Suárez
No sabía si las rotativas habían arrancado, pero por si acaso Germán Carías gritó por teléfono, frenético, desde Madrid: “Paren las máquinas: murió Franco”. En Venezuela eran las once y cuarenta de la noche del miércoles 19 de noviembre de 1975, mientras que en España eran las cuatro y cuarenta de la madrugada del día siguiente, cuando el Caudillo expiró, oficialmente.

Había fallecido, pero no se había difundido la información. Largos y terribles minutos después, que para la prensa son cruciales, de que la poca vida le abandonara definitivamente, un enfermero venezolano que trabajaba en el Hospital La Paz telefoneó a hurtadillas a los periodistas de El Nacional para susurrarles la señal convenida: C´est fini.

Hace 40 años El Nacional era así: el mejor de todos. Feo, pero poderoso.

La primicia fue continental. Antes que cualquier periódico de América Latina y de casi la totalidad de los estadounidenses y de Canadá, incluso antes que muchos diarios españoles cuyas guardias nocturnas habían cesado a la medianoche europea, el matutino venezolano se alzó con un tubazo genial que le valió a los enviados especiales Germán Carías y Miguel Grillo diez días de vacaciones en Lisboa con bolsa full de Travel Checks y a mí varios sobres con insospechado dinero en efectivo que me cancelaron por el hecho de haber aguardado en la Secretaría de Redacción y en los talleres, madrugada tras madrugada, durante dos semanas continuas, con jornadas diarias de doce horas, que la agonía más larga y célebre de todos los tiempos culminara.

Pero no todo era cuestión de esperar y esperar a que pasara por tu vera el cadáver del enemigo…

Todas las tiranías se parecen

En la tarde del domingo 9 de noviembre de 1975 se apareció en la redacción deportiva “el reportero de palacio” Jesús Lossada Rondón. Venía en chancletas, con pantalón de paño gris pizarra, con una camisa blanca a la que le faltaba la manga larga izquierda y unos tirantes cuya cinta izquierda le colgaba como una leontina de terciopelo tornasol. El brazo izquierdo lo llevaba escayolado, adosado al amplísimo pecho, en ángulo recto, soportado por una banda acrílica color ponche crema de Heliodoro González P.

—¿Te jodieron, primo? —se burla Heberto Castro Pimentel, jefe en funciones de la sección de Deportes.
—Verga, primo, me volvieron mierda. Y a García Solís le partieron la frente…

Comienzan el valenciano y el maracucho a hablar en maracucho. Les escucho y me entretengo. Ese domingo estábamos montando Pizarra, la edición de los lunes, la mejor de la prensa deportiva nacional y latinoamericana. Diseñaba una página con el tercer análisis de Rodolfo José Mauriello sobre la victoria de los Rojos de Cincinnati contra los Medias Rojas de Boston en el séptimo juego de la Serie Mundial de Béisbol, en la que el grandeliga venezolano David Concepción, eje en el campocorto de “La Maquinaria Roja”, había tenido destacada actuación.

Lossada Rondón, quien cubría desde siempre la fuente del Palacio de Miraflores, el centro del poder ejecutivo en Venezuela, había sido enviado a Madrid, junto con el fotógrafo Juan García Solís, a hacerle cobertura periodística al momento más esperado y quizá más deseado tanto por el dueño del diario, Miguel Otero Silva, amigo de la República, como por el jefe de Redacción, el catalán José Moradell, aventado a las Américas a poco de haber culminado la cruenta guerra civil española. Si Franco está en las últimas, debemos estar allí. Tal era la orden superior. En periodismo impreso, ese periódico era como el El Observador Creole o su símil Noticiero Creole para la televisión: el primero con las últimas (entre 1953 y 1975).

El Nacional había nacido anti-fascista y anti-franquista. Desde el mismo momento de su fundación, en 1943, ambos personajes estuvieron juntos, uno en la dirección práctica o remota y el otro en la jefatura de noticias internacionales. MOS siguió siendo el dueño y Moradell pasó a dirigir el plantel de redacción, hasta su muerte en 1978.

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Francisco Franco y Juan Carlos de Borbón

El catalán conocía al pelo lo que estaba pasando en España. Escuchaba las transmisiones de La Voz de América, BBC de Londres, Radio Nacional de España y hasta La Pirenaica, la emisora fantasma del Partido Comunista de España, además de surtirse con los teletipos de AP, UPI, France Presse y EFE, agencias internacionales a las que estaba abonado el diario.

La pareja reporteril en Madrid, además de abastecer al periódico con reportes sobre los altibajos siniestros en que se debatía la salud del Caudillo —cada día más imprevisible en tiempo su inexorable fatalidad— buscaba certezas sobre el movimiento subterráneo que se estaba produciendo en una sociedad que durante cuarenta años había estado sumergida por la censura en el sopor dictatorial.

El jueves 6 de noviembre habían preparado despachos sobre la situación militar interna, la decisión del rey Hassan II de Marruecos de hacer avanzar su “Marcha Verde” más allá de las fronteras del Sahara (entonces colonia española) y las previsiones del propio Franco sobre su pompa final. Pero nada de eso, de por sí sucesos importantes, “abrió periódico”, como ocurría en las vísperas ante cualquier esputo sanguinolento del dictador. En su lugar, la noticia principal de la edición del viernes 7 fue: “Enmascarados agredieron / a nuestros enviados en Madrid”.

—Teníamos concertada una entrevista con un grupo de políticos españoles que no se identificaban ni con los socialistas del PSOE ni con los comunistas del PCE. Eran más bien de centro, franquistas moderados, socialcristianos, liberales, abogados e intelectuales, que tenían sus propios puntos de vista sobre el futuro de su país, una vez desaparecido Franco.

Eso le estaba contando El Gordo Lossada a Heberto.

—Ajá, ¿y entonces?
—La reunión iba a comenzar. Estaban todos, menos un invitado de Venezuela que no había llegado aún a la cita en la calle de Claudio Coello 150, en el barrio de Salamanca. De pronto entran unos seis u ocho tipos enmascarados, metralleta en mano. Nos lanzan al suelo. Nos caen a patadas y a culatazos, gritan consignas falangistas y, a los cuatro o cinco minutos, se retiran. Varios políticos, bastante mayores, quedaron inconscientes en el parquet, otros sumamente golpeados. Llegaron la Guardia Civil, las ambulancias, los traslados a los hospitales, las declaraciones, el lío armado, las quejas al gobierno español, la solicitud de una averiguación.
—Gordo, tú que mides uno noventa y pesas 200 kilos, han debido darte con una mandarria para reventarte ese brazo.
—¡No joda! Me entraron a patadas. Aún tengo el pecho hinchado y morado. Y cuando estaba en el suelo en posición decúbito prono, me partieron el cúbito izquierdo a punta de culatazos. Menos mal que no hubo herida abierta, yo que soy diabético… menos mal que no me golpearon el mentón, yo que soy de mandíbula acromegálica… A García Solís le dieron más o menos igual ración y le abrieron una cuca en la frente. Por allí anda todo magullado.
—¿Y quién era ese político venezolano que no llegó a tiempo?
—El diputado de AD Carlos Canache Mata.
—¿Pudieron comunicarse con el gobierno de aquí?
—Sí. Mientras estábamos en el hospital y nos hacían radiografías y me ponían este yeso ‘e mierda, el embajador Santiago Ochoa Briceño habló con el canciller Gómez Mantellini y con el ministro del Interior Octavio Lepage. Hasta el presidente Pérez nos llamó para ofrecernos todo tipo de ayuda. Pidieron al gobierno español una investigación y una explicación y, después, antes de volver a Caracas, porque no podíamos seguir trabajando en esas condiciones, un delegado oficial habló con nosotros muy apenado.
—¿La Falange no es el partido de gobierno?
—Sí, pero ese delegado se estaba haciendo el pendejo.

Dos días antes de la visita de Lossada Rondón a la redacción de Deportes, José Moradell ya había movido fichas.

Nuevos planes, el mismo objetivo

El viernes 7 en la tarde, José Moradell había hecho dos preguntas, una en la sala de redacción y otra en la sala de secretaría de redacción. En la redacción: ¿Quién tienen el pasaporte listo? Urgente. Necesito ya un par de viajeros para que vayan a Madrid a relevar al Gordo y a García Solís. Saldrán pasado mañana en el vuelo de Iberia de las 12 y 30. En Secretaría de Redacción: Urgente. Necesito un voluntario que se encargue permanentemente de la guardia de una a tres de la madrugada. La situación se está poniendo muy fea en España. Franco ha sido trasladado al Hospital de La Paz y en cualquier momento nos deja.

Silencio en la redacción y en el staff de fotografía. Finalmente, Germán Carías, quien entonces ocupaba la jefatura de información cultural, se ofrece. En fotografía responde Miguel Grillo, que estaba asignado a la sección de Deportes.

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Germán Carías, hace 10 meses (Cortesía GCS)

El Tuerto Carías, como le decían y le dicen con cariño, ya era un veterano en misiones internacionales. Había entrado en El Nacional en el año 1949 y se había destacado como reportajista y en periodismo de investigación. El mejor del país. Había entrevistado en exclusiva a Fidel Castro en el cuartel de Santa Clara, antes de entrar triunfante a La Habana el 7 de enero de 1959, y también había cubierto la invasión de Estados Unidos a República Dominicana en abril de 1965. Pero no sabía que Franco era tan duro como Castro y mucho más sagaz que el depuesto Juan Bosh.

En Secretaría de Redacción hubo resistencia. Gustaban de la guardia de nueve de la noche a una de la madrugada, pero no de la que surgiera más allá, que se extendía hasta las tres meses de la madrugada. Alternativamente habían estado haciendo la primera guardia “por Franco” desde la tercera semana de octubre, cuando se filtró en la prensa internacional que el Caudillo había sufrido severos trastornos cardíacos y circulatorios y que en el Palacio Real de El Pardo estaban preparando en serio la sucesión. Yo estaba excluido de esa rotación.

Moradell, estricto en el detalle, preciso en el titular, laborioso en el tejido de estrategias periodísticas, se enfada con todos los secretarios de redacción y les manda a freír espárragos, pero en catalán: vagi a fregir espàrrecs, le oyen en el pasillo.

El jefe de Secretaría de Redacción, Mario Delfín Becerra, entonces me llama para decirme que Moradell quiere verme en su oficina. La sección de Deportes funcionaba en la cuarta planta de la antigua sede de la esquina de Puerto Escondido, mientras que la redacción general ocupaba la primera. “No tengo problemas”, le dije, pero tendría que hacer también la primera guardia y así seguir con la segunda. Trabajo corrido, de tres a tres. Aceptó. Així m’agrada, xaval, o algo así le entendí.

De allí en adelante me odiaron en Secretaría. Y yo encantado, porque con apenas veinte meses en el periódico, no sólo había rehecho la sección deportiva sino que así ganaría en responsabilidad profesional al encargarme del emplane de las “rematrizaciones”, “los alcances”, cualesquiera que fueran, durante un período que únicamente dependía de que desde el más allá le halaran las patas al verdugo de España. Y de mi propia resistencia.

Veterano en 27 misiones

La pareja Carías-Grillo, viajó el domingo 9 de noviembre, tres días después del ataque alevoso a Lossada-García Solís. Llevaban 5.000 dólares en viáticos, y la promesa de que si el gallego no fallecía pasados los próximos quince días les remitirían otro paquete de Travel Checks, a justificar. Se hospedaron en un hotel de tercera, al norte de Madrid, cerca del Palacio del Pardo, aunque ya Franco estaba alojado en un hospital de primera, como el de La Paz, el más moderno y completo de España, con apenas 10 años en funcionamiento.

Carías llevaba grabador y libreta, además de cargar con una pesada máquina telex que permitía enviar a Caracas fotos y textos ya procesados. Miguel Grillo(+) llevaba un inmenso morral de campaña con el material necesario para revelar y copiar en situaciones de emergencia, además de dos cámaras, flashes de todas las edades, paquetes de filtros y tres teleobjetivos que, según decía, le permitían captar a 300 metros de distancia colibríes estáticos en pleno vuelo. En el baño del hotel instalaron el laboratorio y se compraron un radiecito portátil para estar al tanto de los “partes médicos habituales”, como comenzaron a llamar entonces a los noticieros radiofónicos, en alusión a que el número de médicos que atendía a Franco era tan alto que todos sus nombres no cabían en los comunicados. El día de la entrega eterna, la nómina a su servicio ascendía a 36 médicos, sin contar a los auxiliares.

Especialista en presidentes

Carías tiene en la actualidad 89 años de edad, vive en San Cristóbal, en perfecto y fluido estado de lucidez, aunque aquejado por dolencias físicas recurrentes (“El quinto ACV ocurrió hace tres semanas, sin secuelas; dos fracturas discales y dos hernias que me aparecieron ahora. Estoy aprendiendo a caminar nuevamente. Sigo tratamiento con rayos laser”). Es caraqueño nacido en el año 1926 y con 19 años ya estaba cubriendo para el diario El Heraldo la llamada Revolución de Octubre en 1945.

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Germán Carías, Miguel Grillo y Humberto Rumbos, embajador de Venezuela en Portugal, en una playa lisboeta (Cortesía: GCS)

Hasta el momento de embarcarse hacia España, donde entrevistaría a la princesa Sofía antes de ser entronizada reina, Carías ya había entrevistado a los mandatarios venezolanos Medina Angarita, Betancourt, Gallegos, Pérez Jiménez, Delgado Chalbaud, Larrazábal, Edgar Sanabria, nuevamente a Betancourt, Leoni, Caldera y a Carlos Andrés Pérez. Entre 1945 y 1975 había conversado con 5 presidentes colombianos, con los cubanos Fulgencio Batista y Fidel Castro, con Ramón Villeda Morales (Honduras), Luis y Anastasio Somoza Debayle (de la dinastía nicaragüense) y al dominicano Juan Bosh.

—En tus 36 años en El Nacional, ¿en cuántas misiones internacionales estuviste?
—En total fui enviado al exterior en 27 misiones diferentes entre 1949 y 1985.

El topo Pepe Carvalho

—¿Cómo se fraguó el tubazo español?
—Los datos confidenciales sobre la agonía de Franco, en el hospital La Paz, nos los suministraba un enfermero venezolano, hijo de españoles, pero nacido en Caracas, quien decía ser de apellido Carvalho. Lo habíamos conocido casualmente en el hotel donde nos alojamos y al cual solía ir a almorzar cuando no tenía guardia en el hospital. Nos lo presentó uno de los mesoneros, y al saber que éramos periodistas venezolanos, se nos ofreció para darnos datos sobre la evolución de Franco, ya que él hacía una pasantía en el hospital y era uno de los paramédicos a la cabecera del dictador, con guardias interdiarias. Sin embargo, nos confió que su apellido era falso, porque era peligroso que se supiera que teníamos contacto con él. Luego nos enteramos que su nombre era José, porque otro de los mesoneros, solía llamarlo Pepe, pero nunca supimos ni quisimos averiguar su verdadero apellido, por razones obvias.

“Pepe Carvalho” es el personaje que inventó el novelista gallego de crianza catalana Manuel Vásquez Montalbán como eslabón sustancial de su inolvidable carrera literaria. En ese momento, seguramente el enfermero se había leído o conocido de oídas las primeras dos producciones en las que participa el detective-gastrónomo Pepe Carvalho, Yo maté a Kennedy y Tatuaje, publicadas en 1972 y 1974, respectivamente. Carías había captado al propio topo.

—¿Cuál fue el arreglo?
—Nos garantizó que al morir Franco nos lo iba a comunicar tan pronto pudiera, y lo cumplió. De todas formas, teníamos en nuestra habitación un radio portátil para estar atentos con los noticiarios, aunque estaban casi todos censurados. El miércoles 19, cansados de turnarnos en la vigilia en La Paz, habíamos decidido quedarnos en el hotel. En la madrugada sonó el ring, ring, ring. Llamó Pepe exactamente a las 5 y 35 de la mañana. Solo dijo lo que habíamos convenido: “Todo terminó”.
—Y llamaste a Caracas…
—Quise confirmar la noticia, y pude constatarla cuando Radio Nacional de España suspendió sus emisiones habituales y comenzó a transmitir música sacra. La noticia la ofreció el oficial de prensa del Movimiento Nacional, Rufo Gamazo, a las 5 y 50 en un escueto mensaje telegráfico: “Franco ha muerto”. Y luego a las 6 la amplió el ministro de Información León Esteban Herrera. Entonces, llamé al periódico. Me comuniqué con el teléfono directo de Redacción y ahí estaba, ya a punto de marcharse, la editora nocturna Zaida Rausseo, excelente periodista y amiga consecuente. Me contestó que enseguida redactaría la noticia y estuvo a tiempo de parar la rotativa que apenas comenzaba a rodar. Así dimos la exclusiva. No sólo en primera página, sino que también, con materiales prehechos, el tema se desplegó en las portadas de los cuerpos C y D, y en las contraportadas de los cuerpos A y B. En la tapa de la sección cultural publicamos un amplio reportaje biográfico del tirano que teníamos listo en el “archivo morgue”. Para coronar nuestra exclusiva, El Nacional publicó en su mancheta de la página de Opinión: “No era inmortal”.

El convite había empezado

Pepe Carvalho había hecho su trabajo. Puso en guardia a los reporteros de El Nacional, con un dato preciso, aunque con casi una hora de retardo. Su cabeza estaba en peligro si lo cazaban en alguna infidencia. Cuando les llamó, Carías y Grillo dormían. Carías, 40 años después, desliza un leve parpadeo que no sé definir. Tenían la noticia en sus manos pero no la comunicaron de inmediato, a tiempo para la primera edición. El Nacional la obtuvo por EFE, agencia estatal española, y la publicó antes que ningún otro periódico de América Latina, en su primera edición. Y la completó para la segunda edición con el aporte de los enviados especiales. No se lo dijeron para no desilusionar al equipo en misión.

Igualmente, yo no estaba allí en el momento de la captura de la noticia de EFE, porque ese día había hecho un acuerdo para saltarme la primera guardia con el compromiso de volver para la segunda, a la una de la madrugada. Es así que a las 2:45 am pudimos incluir para la edición metropolitana los resultados parciales de las elecciones estudiantiles de la Universidad Central de Venezuela, en las cuales resultó triunfadora la plancha del partido MAS, que llevaría a Pastor Heydra a la presidencia de la FCU y a Freddy Valera al Consejo Universitario.

Ese muerto cabalga solo

La primera edición del día 20 de noviembre contenía la noticia en primera plana, con el gran titular MURIO FRANCO a 8 columnas, foto de archivo a 5 columnas del Caudillo saludando desde el Palacio de Oriente durante su última aparición en público el primero de octubre, foto a 3 columnas de la viuda Carmen Polo y de su hija Carmen saliendo del hospital tomada el día anterior al deceso, y dos cables de la agencia EFE, uno de AP y un cuarto de UPI. El más preciso era el de EFE, de apenas 16 líneas a una columna. No aparecen los nombres de los enviados especiales del periódico. Esa es la edición que se encuentra en los archivos de la hemeroteca pública de San Cristóbal (el punto más lejano hacia el oeste del país en las rutas de distribución), imagen que me ha sido suministrada por el mismo Carías a efectos de estas notas. No se percató de ese detalle cuando me la transfirió por correo.

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Portada de primera edición del diario El Nacional de Caracas, el 20 de noviembre de 1975

En los archivos de El Nacional reposa la que se supone sea la última edición, la definitiva, la que pudo circular en los estados centrales, y en gran parte de los llanos, de oriente y occidente del país. El mismo titular MURIO FRANCO, a 8 columnas, la misma foto a 4 columnas, la misma foto de viuda e hija, pero recortada. Debajo del titular en dos módulos que abarcan tres columnas, se destaca el despacho de los enviados especiales. El sumario dice así: “El deceso se produjo a las 4:40 hora de España”. El texto, dictado por Carías por teléfono, se sintetiza así:

“Madrid, 20 – A las 4:40 am, hora de España, falleció el general Francisco Franco … A las 4:30 de la madrugada la Casa Civil y Militar difundió un parte por cadena de radio y TV según el cual Franco había entrado en su fase final … Pero no fue sino a las 6:15 de la mañana cuando el pueblo español se enteró de la muerte del hombre que gobernó de una manera impositiva su destino en los últimos 39 años….”

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Portadas de segunda edición del diario El Nacional de Caracas, el 20 de noviembre de 1975

Es decir, sin tomar en cuenta el tiempo que hace falta para levantar los textos en los viejos linotipos, armar la página en la rama de acero, fundir las tejas en plomo y montarlas y echar a andar la rotativa a velocidad de crucero, la exclusiva de Carías llegó a la redacción a las 1:15 am, hora local de Venezuela.

Paracaidistas en Lisboa

Pero, a fin de cuentas esa segunda edición, y también la tercera, fueron las que circularon en mayor medida, la versión que le dio la vuelta al mundo, mató de envidia a la competencia nacional e internacional, reafirmó la conducción del diario y la autoestima de sus reporteros y, de paso, dio origen al comentario radial escuchado por los enviados especiales ese jueves de luto cerrado en España.

—Nuestra grata sorpresa y alegría -me dice Germán Carías-, surgió ese mismo jueves al mediodía, cuando Grillo y yo tomamos un taxi para ir a almorzar a un restaurante de la Gran Vía. Oímos por la radio del automóvil, en comentarios periodísticos sobre la muerte de Franco, que el único matutino en Latinoamérica y en casi toda España, que había publicado la noticia, había sido El Nacional de Caracas en despacho desde Madrid de los enviados especiales Germán Carías Sisco y Miguel Grillo. Nos abrazamos emocionados y decidimos cambiar de planes. Nos fuimos a comer arroz y frijoles negros en Casa Gallega y a brindar con whisky. Por la noche, nos llamó alborozado José Moradell, para felicitarnos y decirnos que podíamos tomar unas vacaciones de 10 días. Eso hicimos, aunque tuvimos mala o mayor buena suerte al escoger Lisboa para descansar. Cinco días después, luego de la inhumación de Franco el domingo 23 de noviembre en el Valle de los Caídos, al llegar al aeropuerto de la capital portuguesa, nos topamos con otra tarea. Acababan de alzarse los paracaidistas y habían tomado por asalto su propio cuartel. Ni modo, había que seguir trabajando…

Así eran El Nacional y sus periodistas, ayer nomás, hace 40 años.

(Estas historias no han terminado)

También, en documento PDF: “Franco: Grietas en la pirámide”, traducción al español de las mejores cinco crónicas sobre el bipolar estado de vértigo afectivo que vivieron los españoles a la muerte de Franco, escritas al vuelo por el periodista francés Pierre Veilletet, de la agencia de prensa de provincias Sud Ouest, con las que obtuvo en 1976 el premio Albert-Londres, equivalente en el periodismo al Prix Goncourt de novela.

Franco: Grietas en la pirámide; por Pierre Veilletet

Mañana: Cómo hizo Nelson Bocaranda para entrevistar en Madrid al rey Juan Carlos I, apenas salidito del horno sucesoral. José Oneto, subdirector de la revista Cambio16 en 1975, relata cómo operó la agonía y muerte de Franco para que su revista pasara en pocos meses de 40 mil a medio millón de ejemplares semanales. José Manuel, andaluz, escolta personal del Caudillo, en El Pardo y en La Paz, cuenta su propio sacrificio.