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Alemania (7) – Brasil (1), por Quintín

Alemania (7) – Brasil (1), por Quintín 640

Julio César / Fotografía de Themba Hadebe

 

Pocas veces uno tiene la satisfacción de que un resultado acompañe la simpatía que uno tiene con un equipo y la antipatía con el otro. En estas notas dije que Alemania estaba a la vanguardia del fútbol mientras que Brasil era un equipo miserable y arcaico. En este momento veo a David Luiz decir llorando que los jugadores le querían dar una alegría al pueblo. Creo que la tarea de los futbolistas, en cambio, es jugar bien. Pero en Brasil (y en otras partes) creen que para darle alegrías al pueblo hay que jugar mal y ganar de un modo mezquino y oportunista. Y que, por el contrario, jugar bien es un signo de debilidad, hasta de falta de hombría.

Claro que el fútbol tiene esa condición incierta y paradójica por la cual las ideas estéticas y deportivas se equilibran en la cancha y los malos pueden ganar (en general, porque no son tan malos) y los buenos (aunque sea los buenos de verdad) pueden perder. Pero hoy los buenos jugaron contra los malos y los golearon. Por supuesto que el resultado fue insólito y como todos los resultados dependió de circunstancias, de casualidades, de imprevistos. Pero tanto la cómoda victoria de Alemania como la debacle de Brasil son coherentes con lo que cada uno había mostrado en el campeonato.

El otro día, después de que le ganó a Colombia, sugerí que a Brasil le había pasado un poco lo mismo que a Uruguay: por plantear el partido casi al límite del reglamento, por reforzar la aristas menos alegres el fútbol y convertirlo en un trance emocionalmente lúgubre (en el que todo el mundo llora, de alegría o de felicidad, pero llora) terminaron perdiendo a su mejores jugadores. Hoy la analogía entre ambos —la tendencia a confiar en la camiseta, la historia y otros elementos místicos y a rodear al talento de una torpeza excesiva y una precaución innecesaria— se hace más evidente. Brasil entró a jugar contra Alemania como Uruguay entró contra Colombia: pesimista, vacío, como si ya lo hubiera dado todo y sintiendo que sin su carta ganadora solo le quedaba confiar en la suerte que finalmente no tuvo. Arriesgo más: creo que a pesar de que los jugadores se suelen convencer de que menos es más y de que la protección contra la derrota viene de las macumbas mentales del resultadismo, es como si en el fondo los jugadores supieran que jugar mal no tiene destino y la verdadera defensa contra la eliminación es menos soñar con los rivales que un trabajo de meses o de años orientado a mostrar superioridad en el juego.

Alemania fue eso: como lo reconocía Scolari antes del partido, los alemanes se prepararon seis años para ganar como consecuencia de un superioridad basada en el ataque, en la ocupación inteligente del espacio y en la buena administración de la pelota, cualidades acompañadas (y no opacadas) por la solidaridad, la firmeza de la marca, el optimismo y un arquero genial. Alemania es el único equipo de la copa que salió a jugar su partido sin importarle demasiado lo que hiciera el adversario. Hoy jugó como juega siempre y las cosas le salieron mejor que otras veces, así como en otros partidos le salieron peor.

A Brasil, por supuesto, le salió todo mal, pero no puedo dejar de pensar que la ausencia de Neymar (más la de Thiago Silva) desarmó anímica y futbolísticamente un esquema que siempre pendió de un hilo. Si hace cuatro días Brasil se puso en ventaja a los 7 minutos por un corner en el que Silva definió frente a una defensa dormida, hoy sufrió el primer gol a los diez minutos en una jugada idéntica. Y después, desde los 22 a los 28, Alemania hizo cuatro goles más y en todos hubo una mala salida brasileña o un error defensivo serio. Es cierto que Alemania los buscó, es cierto que nadie definió un partido tocando por el medio como llegaron algunos goles alemanes, es cierto que brillaron Müller, Khedira, Lahm o Kroos y que Alemania controló tanto el partido que el primer ataque peligroso del rival fue en el segundo tiempo. Pero ante la certidumbre de lo que había ocurrido en esos minutos, es inútil comentar el resto del partido: bastaba ver la cara de los jugadores brasileños y escuchar el silencio en las tribunas.

Tengo la sensación de que a Brasil le ha ocurrido una cosa extraordinaria, que puede liberarlo de la maldición de su propia estupidez futbolística. De Alemania, en cambio, no sabemos cual es su verdadero potencial. Solo que ha tenido un mundial extraordinario que, más allá del resultado de la final, debería contagiar su juego bonito a otros equipos.

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Puede leer todas las crónicas de Quintín sobre el Mundial Brasil 2014 en su blog y seguirlo en Twitter a través de @quintinLLP

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