Blog de Rubén Monasterios

¡Adiós, adiós, conejita en cueros!; por Rubén Monasterios

Por Rubén Monasterios | 24 de octubre, 2015
Kell8

Marilyn Monroe retratada por Tom Kelley. Esta fotografía apareció en la página central de Playboy en su primera edición correspondiente a diciembre de 1953. Las fotografías de esa edición no fueron tomadas para la revista, sino que formaron parte de un calendario erótico para John Baumgarth Calendar Company

Una nueva política editorial determina que Playboy dejará de publicar desnudos totales en sus páginas a partir de 2016. La noticia no deja de ser un tanto desconcertante, tratándose de la revista que los insertó en la cultura pop contemporánea y los mantuvo como bandera durante más de medio siglo. La explicación de esa decisión se encuentra en la frase: ¡Es la economía, estúpido! O, con más propiedad en este caso, en una de sus tecnologías asociadas, el mercadeo.

Las mediciones sugieren que ya está bien de conejitas en cueros, poses expositivas de sus intimidades y en actividades eróticas de diversa índole. En efecto, todo cuanto usted quiera ver relacionado con el sexo lo tiene a su alcance, haciendo click (claro, estando dispuesto a correr el riesgo de los virus). Las ventas dejaron de ser deslumbrantes: la revista, que llegó a registrar la fabulosa cantidad de 7.2 millones de ejemplares vendidos (noviembre, 1972), hoy arroja números rojos. Los lectores han perdido su capacidad de asombro ante la sexualidad y, al decir “lectores”, no me refiero sólo al sector masculino: 40% de quienes leen la revista son mujeres.

En el asunto de la sexualidad explícita, Hefner avanzó con cautela. Las primeras fotos de desnudos, incluyendo la de Marilyn Monroe (1953), destinada a convertirse en la fotografía de desnudo femenino más famosa del mundo, fueron de intención “artística”, muy lejos del llamado cheesecake.

Aclaro este término, cuyo significado literal es “torta de queso”. En la jerga editorial norteamericana, significa broma o humorada con implicación erótica. En sentido figurado, Webster lo define como “imagen gráfica que exhibe especialmente mujeres graciosas y bien formadas o debidamente proporcionadas”. La tradición informa que se acuñó ese significado a partir de que cierto editor exclamó: “¡Esto es mejor que una torta de queso!”, al ver una foto “picante” de una famosa cantante rusa captada por uno de sus reporteros. El detalle salaz consistió en que el fotógrafo había logrado que la dama posara levantando un poco su falda dejando ver su pie y tobillo. No se pierda de vista que eso ocurrió en 1915.

Playboy ha jugueteado con el cheesecake. No obstante, como tendencia central, su desnudo es dramático en el sentido de “serio”, sin chiste, con lo cual descarta lo humorístico, que viene a ser algo así como la válvula que facilita el escape de la tensión de lo erótico. Lo apreciamos en los componentes de la puesta en cámara de la imagen: ambientación, iluminación, intrusión de la toma, enfoque, pose y actitud anímica de la modelo.

Los cancerberos del pudor público suelen dejar pasar, no sin un gesto de repugnancia, el cheesecake no excesivamente exhibicionista. En cambio, son severos con el desnudo dramático, especialmente si es realista. Hefner, en sus inicios, se valió del paraguas protector de la censura, consistente en borrar el vello púbico de los negativos; con tal artimaña siguió la práctica de sus predecesores, por cuanto no fue el creador de Playboy el pionero en enfrentarse a la barrera de la moral puritana norteamericana mediante el desnudo femenino.

Vinculadas a las modas del naturismo y el nudismo, existieron revistas con desnudos en las primeras décadas del siglo pasado, publicadas en los países nórdicos. En ellas, escudándose bajo la apariencia “respetable” del deporte, la salud o el arte, se mostraban imágenes en sepia de mujeres en cueros, pero muy poco sensuales. Su aspecto era de valquirias y sus poses estatuarias. O las presentaban practicando deportes, o mezcladas con ancianos y niños en campos nudistas, en escenas del todo bucólicas y familiares. Las rubias modelos difícilmente despertaban inquietudes eróticas debido a su apariencia tan fornida y saludable, y otras veces tan solemnemente hierática. A propósito de disimular la intención erótica, al pie de las imágenes se especificaban detalles técnicos de la fotografía: tipo de cámara usada, la lente, apertura del diafragma, etc., asuntos que interesaban un buen pepino a la generalidad de los lectores. Con todo y su frialdad, fueron el recurso de estimulación autoerótica para un inconcebible número de varones del mundo.

Poco a poco, valiéndose de subterfugios, con esfuerzos, corriendo riesgos de cárcel y multas ─que tampoco fueron ajenos a Hefner─, los editores de revistas abrieron fisuras en el bloque de la represión. En Occidente, un pionero de este empeño libertario en los años cuarenta fue el norteamericano George van Rosen. Vale la pena resaltarlo, dada su mayor osadía, por las triquiñuelas de que se valió para burlar la censura y, en fin, por haber sido uno de los acosados con mayor saña por los persecutores, al punto de lograr el torvo propósito de ponerlo tras las rejas.

Su primera revista, Modern Sunbathing & Hygiene, si bien respetaba la prohibición referida al aborrecible vello púbico, presentaba en sus páginas fotos picarescas de coristas y modelos ligerillas de ropas o en prendas íntimas que dejaban ver pechos y pezones, en ambientes muy diferentes al “museístico” o “higiénico” característico de su competencia, Sunshine & Health; la cual, en compensación, fue la primera revista del género en atreverse a presentar modelos desnudas en tomas frontales mostrando el Monte de Venus, aunque todavía en poses “artísticas”.

En 1951 van Rosen escandaliza a la sociedad norteamericana decente al poner en el mercado el primer número de Modern Man, cuya portada es la famosa fotografía de Jane Russell vestida con minúsculos pantaloncitos vaqueros —hoy diríamos pantaloncitos “calientes”— y con suéter muy ceñido destinado a poner de relieve sus formidables prominencias pectorales. En su interior, las consabidas fotografías de desnudos integrales en poses solemnes, alternaban con otras de coristas en actitudes pícaras y modelos en paños menores. Pero la que terminaría abriendo la fisura que a breve plazo fraccionaría (sin desmoronarlo del todo, conviene advertirlo) el muro de la censura en Norteamérica, fue la fundada unos años más tarde por un ex empleado de van Rosen, Hugh Hefner; hablamos de Playboy (Chicago, noviembre de 1953).

Originalmente pensó llamar su revista Stag Party (Fiesta de Solteros). A última hora tuvo la iluminación de cambiarlo por Playboy, un nombre al dedillo, considerando el espíritu de la publicación, por cuanto significa “Hombre generalmente atractivo y rico que tiene frecuentes aventuras amorosas, acude a los lugares de moda y se relaciona con las clases altas de la sociedad.” Cada ejemplar costaba 50 centavos y apareció sin numerar, ya que Hefner no confiaba en su continuidad. La principal innovación consistió en un desnudo gráfico en las páginas centrales, el de MM. Toda una osadía en una sociedad en la que este tipo de publicaciones eran casi inexistentes y editadas en la clandestinidad. Los 54.000 ejemplares del primer número se agotaron en pocas semanas, para sorpresa del propio editor. El segundo número ya incluía el famoso logo de Playboy, un conejito ataviado con elegante corbata diseñado por Art Paul. La leyenda dice que Hefner eligió ese animalito por sus atributos sexuales.

Con todo, deberían correr muchos números de esa revista para que aparecieran en sus páginas mujeres exhibiendo el vello púbico. La primera playmate mostrándolo fue Maguerite Empey, en la edición de febrero de 1956. Unos cuantos años más tarde, y a medida que el entorno cultural se hacía más propiciatorio, se atrevería a mostrarlas con las piernas abiertas, dejando ver su más íntima intimidad, y en situaciones claramente sexuales: masturbatorias, heterosexuales o lésbicas, incluyendo morbosas imágenes de hermanas gemelas en sospechosas composiciones. Hasta donde alcanza mi información, la homosexualidad masculina y la pedofilia no han sido motivos de Playboy. Otras parafilias han sido más o menos sugeridas.

El porno de Playboy siempre ha sido más sofisticado que el de las otras revistas para hombres que a breve plazo salieron por docenas al mercado. Hacia los sesenta, las bellezas cuidadosamente producidas, sin una sola mácula, propias de Playboy, empezaron a resultar demasiado artificiosas, inclinándose el gusto de los lectores hacia imágenes femeninas más realísticas, o más parecidas a “la vecina de al lado”, para usar el lenguaje de Hefner; otras publicaciones análogas como Penthouse (1965), Screw (1968) y Hustler (1974) optaron por tipos femeninos menos refinados, poses más exhibicionistas y tratamiento de la fotografía menos intervenida para hacerla lucir más natural; ante sus arremetidas, la gente de su equipo sugirió a Hefner la necesidad de apuntarse en esa tendencia, a lo que él se opuso, porque no quería que “sus bunnys lucieran como fregonas”. Playboy se volvió más exhibicionista, según lo he señalado, pero sus modelos siguieron impecables, maquilladas de los pies a la cabeza, fotografiadas por artistas meticulosos; mujeres de la fantasía, imposibles, en pocas palabras, porque según Alain Bernardin, todo un experto, fundador del legendario nightclub nudista Crazy Horse de París, sólo una mujer entre cada diez mil puede presentarse en público desnuda sin maquillaje corporal.

El éxito de Playboy fue inmediato y Hefner consiguió posicionar su revista como la de mayor difusión mundial. Uno de los iniciadores del nuevo periodismo, Gay Talese, escribió en The Saturday Review que la nueva publicación: “Hace que los viejos números de Esquire (la más avant-garde de sus predecesoras) en sus días más desinhibidos parezcan boletines de la Asociación de Mujeres para la Templanza”.

Históricamente, esta revista controversial fue inicialmente una precursora de la Escalada Erótica, al lado de otras energías culturales como las investigaciones de Kinsey, el movimiento hippie y otros avances libertarios, contraculturales y favorables a la igualdad de los derechos de las diversidades sexuales y de cualquier otra índole. Y en medio de la vorágine de los Años de la Conmoción, los sesenta, sería una de sus fuerzas impulsoras. A la larga, como suele suceder con todo lo de carácter contestatario, terminó integrándose al establecimiento.

De Playboy podría decirse que fue uno de esos fenómenos afortunados que ocurren en el momento justo en el lugar preciso; buena parte de la población de adultos jóvenes —de los que después llamaríamos “adultos contemporáneos”— del mundo occidental y cristiano, parecía haber estado esperando algo semejante a esa revista. Sus contenidos reflejan tensiones del ambiente sociocultural. De otro modo no sería explicable su aceptación masiva. Aquellos provistos de los recursos indispensables para ser un playboy, encontraron en la revista las pautas para abordar un estilo de vida deseado; otros, a través de ella abrieron una ventana hacia un sueño inalcanzable. El proletariado sexual encontró en sus páginas la satisfacción virtual de sus anhelos. En este aspecto, es revelador el comentario de un sujeto al justificar su compra de una revista en un kiosco: “Bueno, a mi me gustan las mujeres como éstas, pero no tengo con qué mantener a una… Así que compro Playboy”.

Una de sus singularidades fue la combinación de buena literatura, erotismo sin conflicto (el sexo asumido como algo normal y cotidiano), crítica política ácida, y arte… En sus páginas figura una Pamela Anderson como vino al mundo, al lado de Andy Warhol, o de Picasso, ilustrando un relato de Ray Bradbury. Aquí una entrevista en profundidad, inteligente, al millonario Paul Getty o a Woody Allen, y allá un relato de Truman Capote o de García Márquez.

Se ha dicho que Playboy alimentaba las mentes del ciudadano americano, a la par que saciaba su insatisfecha lujuria, ávida de sensaciones que hasta entonces le estaban vedadas. Contribuyó a redefinir las actitudes frente a las libertades y los derechos civiles; promovió la integración racial: Playboy reprodujo el último artículo de Martin Luther King antes de ser asesinado por supremacistas blancos. Le dio cabida en sus páginas a la belleza negra: la primera playmate afroamericana en las páginas centrales fue Jennifer Jackson, en marzo de 1965. Sin encendidas proclamas, la publicación fue un importante respaldo a la lucha por los derechos civiles de los negros, en su momento álgido.

Lo cierto es que Playboy debe tomarse en cuenta como un factor de trascendencia histórica, económica, sociopsicológica y cultural, imprescindible a propósito de entender la dinámica del s. XX. Focalicemos la atención en uno solo de esos fenómenos, la Escalada Erótica (mejor que “Revolución Sexual”), correspondiente en el s. XX a lo que el Romanticismo fue a los suyos; quiero decir, fue la emergencia de una cultura total, de una nueva visión del cosmos que termina impregnando todos los ámbitos de la existencia humana en una época, y a partir del cual el mundo no vuelve a ser el mismo.

La EE es un resultado de la confluencia de una cantidad de factores, tan diversos, que entre ellos figuran desde la invención de la píldora anticonceptiva, hasta las secuelas de la II Guerra Mundial y el vivir en la angustia de la espada de Damocles representada por la Guerra Fría. Es tanto una corriente de pensamiento, como una nueva sensibilidad generalizada, opuestas a los valores de la moral tradicional de Occidente. Uno de sus principales fundamentos ideáticos es la filosofía de la inmediatez existencial, cuyo espíritu se resume en la máxima vive ahora por cuanto no sabes lo que te espera mañana; su fundamento es el miedo a la probable hecatombe y su reacción más evidente es la sensibilidad hedonista, o de persistente búsqueda del placer ahora.

Es comprensible que aquellos animados por la idea de que la vida no es solamente sepukú y estroncio, aceptaran con entusiasmo la proposición sugerida por Playboy: “¿Chica, y qué tal si tomamos una copa en mi apartamento, escuchando algo de Miles Davis, mientras discutimos el último libro de Kerouac?…” Omitiendo, por no resultar elegante, que a continuación, o entre una y otra cosa, vendría una buena tenida erótica.

La filosofía existencial promovida por Playboy, ese vivir “sofisticado, cosmopolita, urbano, diverso, promiscuo, fluido” propuesto al hombre soltero, provisto de recursos económicos y no excesivamente apegado a las reglas morales convencionales, tuvo resonancia en la colectividad. En sus editoriales, escritos por Hefner, expone sus ideas respecto a una nueva forma de vivir: “Yo siempre he dicho que Playboy no es una revista de sexo, sino una publicación sobre estilo de vida que dedica una atención especial al sexo, porque el sexo es una parte importante de la vida”.

Probablemente no ha existido en la historia una publicación periódica más cuestionada que Playboy. La acosaron los puritanos conservadores de las ligas y asociaciones de decencia; la persiguieron las autoridades norteamericanas: pasó tragos amargos durante el mandato de Reagan; fue prohibida por pornográfica en varios países: en la aduana de Varsovia, en los días previos a la perestroika y el glásnost, me decomisaron un par de ejemplares que había comprado en Italia, previendo que en Polonia tendría dificultad de encontrar algo que leer por mi ignorancia del idioma. Todavía hoy Playboy es ilegal en algunos países. La izquierda la condenó como instrumento del imperialismo; los movimientos feministas, por la manipulación que hacía de la femineidad; algunos círculos intelectuales la despreciaron por difundir un estilo de vida frívolo, evasivo, ficticio y ajeno a la “realidad concreta”.

Hefner encaró a sus objetores con valor e ingenio, aunque no siempre quedó bien parado en las polémicas; al respecto, recuerdo una anécdota que no logro precisar documentalmente, de una confrontación con notables feministas en un programa de alta sintonía de la TV norteamericana; ante la crítica de haber transformado a la mujer en un “objeto sexual”, Hefner afirmó que en su organización siempre se había respetado a la mujer; una de las participantes respondió: “Se lo creeré cuando usted se presente a este programa con una colita de conejo puesta en el culo”.

Rubén Monasterios 

Comentarios (4)

Rafael Arteaga-Páez
24 de octubre, 2015

Uno extenso y muy documentado artículo este de Playboy tal como nos tiene acostumbrados el Profesor Rubén Monasterios. Le felicito. R.A.

Diógenes Decambrí.-
25 de octubre, 2015

Muy ameno e ilustrativo relato, nos revela que tras algo aparentemente hedonista y superficial, puede estar un factor de progreso social. Ayudan a reducir la mojigatería y los prejuicios (la estupidez, está demostrado que no tiene ni paliativo). “que la dama posara levantando su falda dejando ver su pie y tobillo”: Pues yo tuve una epifanía similar a esa del primer cheesecake, cuando de apenas 14 años y vacacionando algunas semanas en plena Goajira, vi a una de ellas, cubierta por su tradicional bata del cuello a los pies, que tratando de cruzar al otro lado de una cerca de alambre de púas, mostró casi hasta la rodilla de una pierna. Era 1960 y aquel debió ser uno de los muy raros “picones” en esa árida y cálida tierra. “fueron recurso de estimulación autoerótica para un inconcebible número de varones del mundo”: y -suponemos- Lesbianas enclosetadas. “desnuda, sin maquillaje corporal”, una combatiente en la cúspide de la vanguardia, sería equivalente a una bomba solomatagentes.

Diógenes Decambrí.-
25 de octubre, 2015

Celebro que Rubén separe el término EX de aquello a lo que asigna carácter de previo, “un ex empleado de van Rosen”, la mayoría de las veces lo escriben mal, unido: expresidente, exesposa, exatleta, y resulta horrible. No se entiende que sigan cometiendo ese error, incluso periodistas y otros profesionales de la escritura.

Angel Hurtado (Pintor-Cineasta)
9 de febrero, 2016

Rub-en- monasterios, debería ser todo lo contrario del afamado y admirado escritor, el único en Venezuela en escribir con elegancia y sabiduría, “todo lo que queríamos leer sobre sexo y no nos atrevíamos”. Esperemos que no siga el ejemplo de Playboy.

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