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¿A quién ataca, a quién defiende Pérez Pirela?; por Fedosy Santaella

Veía hace poco al señor Pérez Pirela en su programa de televisión. Mostró un video donde unos jóvenes actores encapuchados jugaban con una Barbie guarimbera; es decir con una Barbie que cargaba bolsitas de basura, tumbaba árboles y ponía cables en postes; todo esto junto a su amigo el Ken paramilitar. La semiosis que se pretendía era un lugar común más que evidente: Barbie, juguete imperialista, metáfora de la superficialidad, hacía guarimbas y, en el fondo, más que inocente y boba, resultaba perversa y asesina. Muy bien todo eso, muy ingenioso y ácido, pero yo, mientras veía el video no me indignaba ni me ponía morado de la furia; yo más bien pensaba, con cierto pesar, que el señor Pérez Pirela no hacía más que mostrar un circo de despeñamientos que se había quedado, por lo menos, un mes atrás en relación a los sucesos del país. Y está bien, usted está en su derecho de burlarse, a la hora que se le antoje, de los opositores rosados, burgueses, tontos y cómodos de nuestra patria, y puede, cómo no, dirigirse al público de galería que más considere idóneo para creerse sus cuentos. Pero a decir verdad, al momento de este devenir histórico, habría más bien que hacerse un par de cuestionamientos; preguntarse, por ejemplo, a quién ataca el señor Pérez Pirela, y también, a quién defiende el señor Pérez Pirela.

Es más que obvio, pero hay que decirlo: al día de hoy, la oposición, los empresarios, el imperialismo, la embajada americana, los estudiantes, la abuelita golpista, los medios de comunicación nacionales (lo que quedan) e internacionales, la iguana y cualquier otro enemigo sacado de la manga, no se encuentran en el máximo de sus fuerzas. La salida fue, las guarimbas fueron, el diálogo se intentó (y no, no creo que La salida llegó a su fin por el diálogo, La salida llegó a su fin por agotamiento), los estudiantes lanzaron piedras, se esforzaron, sufrieron, fueron terriblemente golpeados, torturados, abaleados, asesinados y algunos incluso conquistaron por fin a las chicas que querían levantarse… ¿Nada se logró con todo esto? Pues ahora tenemos una tensa paz, y más escasez, inflación, delincuencia y ricos en el gobierno. Y atención, no crea usted, las protestas continúan, las que eran antes y las que siguen siendo después, las protestas sin rúbrica publicitaria, las protestas de siempre por falta de agua, por los problemas de electricidad, por el hampa, por lo jodido que está el país. No obstante, así opino, el aluvión sirvió, y mucho. No cayó Maduro, no renunció, no le dieron golpe de Estado, pero tengo la sensación que adentro, muy adentro del poder ha habido una profunda fractura. El movimiento estudiantil, la gente en la calle le dio voz a la decadencia silenciosa que nos había venido carcomiendo. Creo —no puedo estar seguro y esto es sólo mi opinión— que finalmente fue roto ese silencio-máscara que mantenía con hilos la comedia interna de un gobierno que hacía bulla teatral hacia afuera y callaba hacia adentro para no escuchar sus verdades. Callar es también no ver, el silencio puede ser una forma de ceguera. La crecida de protestas le arrebató el traje invisible al Rey-heredero y lo terminó de dejar desnudo. Ahora queda la nuda realidad (para ir malinterpretando al filósofo Zubiri), la realidad sin preconcepciones, tal cual es, que es de donde debemos partir cuando nos proponemos pensar en serio un país. Esa realidad que aún se niegan a ver los que se olvidaron para qué están puestos en el poder, la realidad que sigue evitándose con una bulla cada vez más hueca, más absurda, más ridícula. ¿Qué hace el señor Pérez Pirela burlándose de las Barbies guarimberas a estas alturas del campeonato? ¿No hay allí un vacío, no le parece que el juego de distracciones se antoja ya insensato? ¿No le da la impresión de que la realidad, como siempre, está superando las categorías de la mente, las seguridades de las ideologías? Claro, también podríamos decir que lo que ocurre es que ahora el gato juega con el cadáver del ratón, que finalmente el chavismo, el madurismo o como quiera que se llame esto que tenemos, ya logró lo que quería: derrotar en la violencia excesiva y en el cansancio. Porque a la gente, sí, le pegó duró tanta sordera y tanto castigo desmedido. Pero nada ha caído en saco rato. O eso por lo menos pienso y siento. El testigo ha sido tomado por otro —posiblemente no el más idóneo. Y con esto vuelvo a preguntar: ¿A quién ataca el señor Pérez Pirela? Reformulo la pregunta: ¿Quién es el enemigo? Más todavía: ¿Dónde está el enemigo? Si bien ya no hay a quien atacar (la oposición debería estar repensándose honestamente, pero de inmediato), me parece que tampoco no hay a quien defender. Y no hay nadie a quien defender, no sólo porque a quien se pretende honrar con la defensa se ha mostrado indigno del más mínimo respeto, sino porque también adentro, en el cuerpo interno del poder gubernamental, se alza una sombra, la sombra del más temido contrincante —la épica del viaje del héroe sigue aplicando. No hay a quien defender, porque aquel que se supone debe ser el líder, no sabe qué hacer con su desnudez, y porque aquellos que lo rodean se presentan ahora como los posibles o los fácticos enemigos que señalan que el traje del emperador es absolutamente transparente. Quizás la revolución de Chávez tuvo su tiempo, no aprovechado, se acota, en la amplitud de sus posibilidades al aferrarse en demasía a sus ideas y a sus resentimientos, y porque, en alguna parte del camino, olvidó la realidad, que es la de un país entero y no la de unas cuantas parcelitas militares más o menos bien cuidadas. Pero sobre todo, y aquí nos despojamos del «quizás», porque a los herederos el traje invisible les quedó grande.

Entonces, ¿a quién ataca el señor Pérez Pirela? Al imperialismo, al capitalismo, a los detractores del proyecto humanista de Chávez, me responderá un defensor de la revolución. Pues da la sensación de que el imperialismo, el capitalismo y los detractores están ahora adentro, arraigados, empoderados.

De nuevo, ¿a quién ataca nuestro apreciado Pérez Pirela?, ¿a quién defiende? El miedo, el miedo ahora me parece que es interno. Y yo tengo también miedo, porque nada me dice que lo que se mueve por abajo, es mejor y más provechoso para el país. Quizás el señor Pérez Pirela sí tenga respuestas, él siempre las tiene, muy ácidas, demoledoras. O quizás se defienda a él mismo, a sus intereses y privilegios de izquierda acomodada. Mientras tanto, el país se sigue cayendo, porque, ya ha quedado demostrado, más importan las ideas, los resentimientos y el provecho personal, que la realidad, esa que está ahí, ahí mismito, contundente como una mandarria.