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8vo. debate demócrata: Bernie Sanders vuelve al ruedo; por Flaviana Sandoval y Diego Marcano

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Tres días después del debate en Flint, Michigan, los competidores por la nominación demócrata, Hillary Clinton y Bernie Sanders se encontraron nuevamente este miércoles 9 de marzo, en la ciudad de Miami, Florida, con la moderación de CNN y el canal hispano Univisión.

El pasado martes 8 de marzo se realizaron votaciones demócratas en dos estados: Mississippi, donde Clinton obtuvo una abrumadora victoria con 82% de los votos, y Michigan, donde Bernie Sanders ganó por un estrecho margen (49.8% vs. 48.3%). Con este inesperado triunfo (contra los pronósticos de las encuestas que daban ganadora a la ex Secretaria de Estado), el senador de Vermont demostró que todavía tiene espacio para ganar electores, y empujó a la campaña de Clinton hacia un terreno inestable respecto a sus expectativas de asegurar la nominación.

En los últimos días, conforme más estados van a las urnas, Clinton se ha mostrado plenamente confiada en sus posibilidades de obtener la nominación del Partido Demócrata, e inclusive ha comenzado a focalizar su estrategia en el enfrentamiento directo con los republicanos, y específicamente con Donald Trump, que por ahora se perfila como el más encaminado a representar a su partido en las elecciones generales de noviembre. Pero la victoria de Sanders en Michigan parece haberla obligado a dar un paso atrás para situarse en un escenario en el cual, a pesar de que lleva la delantera en la cuenta de delegados, todavía no hay nada garantizado, frente a un rival que puede contraatacar y sorprender en el momento menos esperado.

Dado que se trató del último debate antes de las primarias del Súper Martes II, el próximo 15 de marzo, cuando votarán los demócratas en los estados de Florida, Illinois, Missouri, Carolina del Norte y Ohio, la expectativa de los candidatos se centraba en maximizar su atractivo, especialmente de cara a los votantes latinos, quienes tendrán un papel importante en los próximos comicios. La participación de Univisión como co-anfitrión del evento prometía un mayor enfoque en temas de interés para el electorado hispano, y una oportunidad para los candidatos de diferenciar sus posturas y políticas en torno a estos asuntos.

Sin embargo, la moderación de Univisión, que muchos medios calificaron como deficiente, limitó la fluidez del debate con interrupciones continuas y cambios abruptos de tema. El debate abrió con problemas técnicos en el micrófono de Bernie Sanders y continuó con una traducción simultánea de inglés a español, en la que ambos audios eran prácticamente inaudibles.

En lugar de presionar a los candidatos para que explicaran al detalle sus propuestas en asuntos críticos para los latinos, como la inmigración, los periodistas se interesaron más por indagar sobre las posturas personales y cuestionar el record político de los aspirantes a la presidencia.

La discusión sobre inmigración terminó diluyéndose en una pelea repetitiva sobre la reforma migratoria del año 2007, que según Clinton ofrecía mayores oportunidades para los inmigrantes en Estados Unidos y que Sanders rechazó porque expandía programas para trabajadores extranjeros en condiciones “similares a la esclavitud”. La ex Secretaria de Estado también tuvo la oportunidad de mofarse de la propuesta de Donald Trump de construir un muro en la frontera sur con México, a la que calificó como “pura fantasía”.

El resto del debate transcurrió en asuntos de corte personal y discusiones breves sobre asuntos como la confiabilidad y la consistencia del record político. Hillary Clinton fue la más afectada por este formato de debate, pues tuvo que enfrentar preguntas difíciles sobre el famoso escándalo de los emails y el juicio del caso de los cuatro soldados americanos que resultaron muertos en Benghazi, Libia. Incluso tuvo que confrontar el hecho de que muchos ciudadanos americanos, de acuerdo con una encuesta del Washington Post citada por los moderadores, no confían en ella. En un movimiento un tanto extraño, la candidata se defendió argumentando que ella no era un político natural como su esposo, el ex presidente Bill Clinton, o como el presidente Obama. “Mi visión es que tengo que hacer lo mejor que pueda, obtener los resultados que pueda y esperar que la gente vea que estoy peleando por ellos y que puedo mejorar las condiciones que los beneficiarán a ellos y a sus familias”, dijo Clinton.

Bernie Sanders tuvo un debate más sencillo. Su momento más difícil se produjo frente a las increpaciones de Clinton por recibir el apoyo de Koch Brothers, una empresa líder en la industria de los combustibles fósiles. El ataque, sin embargo, no prosperó, ya que las acusaciones aludían a un apoyo indirecto, a través del grupo empresarial Freedom Partners, que publicó un video elogiando la gestión del senador de Vermont. Sin donaciones de campaña de por medio, Sanders pudo desmontar el argumento con facilidad. “No hay nadie en el Congreso de Estados Unidos que haya atacado a la Koch Brothers, que quiere destruir la seguridad social, destruir Medicare y todos los programas federales aprobados desde 1930, más que Bernie Sanders”, sentenció.

En suma, el debate fue un reflejo del estado actual de la carrera demócrata. Mientras que Sanders logró entregar con éxito su mensaje de equidad económica y políticas sociales, sin ser objeto de mayor escrutinio, Clinton asumió una postura defensiva para responder a las duras preguntas de los moderadores, que hicieron más énfasis en sus puntos débiles que en los del senador de Vermont. Su larga carrera política y su condición actual de favorita, ponen a Hillary Clinton en el ojo del huracán, tanto de los medios como de la opinión pública, mientras que su rival saca ventaja de una atención menos focalizada.

El Súper Martes II arrojará luces sobre la capacidad de Bernie Sanders de expandir su atractivo político entre las minorías, como los negros y los latinos, donde Hillary Clinton tiene una amplia ventaja. Si lo logra, habrá ganado el empuje necesario para continuar impulsando su candidatura, y mientras tanto, la favorita deberá enfrentarse a la idea de que la nominación del Partido Demócrata todavía no tiene un dueño definitivo.