Blog de Alonso Moleiro

#6D: el fin del escepticismo como dogma; por Alonso Moleiro

Por Alonso Moleiro | 18 de diciembre, 2015
Parte de la oposición venezolana, el 6 de diciembre de 2015, luego de conocerse los resultados de las elecciones parlamentarias. Fotografía de Will Riera.

Parte de los representantes políticos de la oposición venezolana, el 6 de diciembre de 2015, luego de conocerse los resultados de las elecciones parlamentarias. Fotografía de Will Riera. Haga click sobre la imagen para ver toda la galería.

Con el resultado obtenido en las recientes elecciones ha cristalizado por completo el poderío del instrumento del voto, y esa enseñanza en un momento tal difícil sin dudas será un referente histórico. Luego de unos 18 meses de tormentosa resistencia, la sociedad venezolana obtiene un resonante triunfo político, que podría venir por más, cuyas coordenadas y gestión han constituido un pequeño milagro.

Al voto se le puso empeño, pero claro que, con las derrotas acumuladas, algunos tenían dudas. Toda Venezuela tenía sembrado en la psique un pesimismo crónico aprendido durante estos años. Tal certeza precipitó la migración de muchos ciudadanos durante el año pasado y el corriente. La sabiduría imperante prescribía que poco quedaba por hacer: “estos tipos hacen lo que quieren”. En un momento de máximo suspenso, el país se estaba resistiendo a alimentar esperanzas para no caer en nuevo presa de las celadas y los espejismos de las encuestas y los datos electorales. Para escapar de una nueva decepción.

Los resultados electorales del domingo tiene un contenido liberador, casi revolucionario. Todo el mundo daba por descontado que la violencia vendría: no sucedió absolutamente nada. La MUD llega a la Asamblea Nacional coronando una jornada óptima; recibiendo un mandato muy claro en un momento dramático de la vida venezolana, 17 de las 24 entidades federales; casi el 60 por ciento de los votos y una ventaja total de más de dos millones frente al PSUV y todos los centros urbanos nacionales.

Las fuerzas democráticas han logrado imponer su voluntad mayoritaria desafiando toda clase de vetos impuestos, actos coactivos y marramuchas institucionales promovidas por la jerarquía gobernante que encabeza Nicolás Maduro. En una circunstancia algo más distendida, el margen de su victoria habría sido mucho más amplio. En el gobierno han recibido, en cualquier caso, una derrota aplastante y completamente merecida.

En estos meses se fue incubando en todos las sensación de que la crisis nacional portaba unos elementos de descomposición institucional que la hacían irreversible. Venezuela era un estado fallido; cualquier conjura facturada en el alto gobierno para secuestrar la voluntad popular podría ser llevada a cabo, si es que de verdad iba a hacer elecciones.

La conquista del 6-D revela que el lastimado tejido institucional del país pudo al menos interpretar con sabiduría lo sucedido, haciendo imponer la voluntad de las mayorías. Las Fuerzas Armadas actuaron de disuasivo ante las tentativas de escamoteo y el CNE tuvo que atenerse a los resultados y hacerlos saber al país. Puede que, finalmente, no todo esté perdido. El control de los chavistas de Venezuela no es tan literal, ni tan absoluto como algunos creían.

Silenciada, sacada de la televisión, agredida en las calles, opacada ante la omnipresencia propagandística del aparato estatal, la MUD, con Chúo Torrealba, pudo llevar adelante una inteligente campaña con carácter asimétrico que le permitió llegar inesperadamente hondo en los sectores populares, interpretando adecuadamente cómo dirigirse a las mayorías en un momento tan delicado. Alimentada, finalmente, como alternativa, por los efectos del naufragio económico que ha promovido Nicolás Maduro con sus decisiones y regulaciones.

Ha triunfado, pues, la sociedad democrática nacional, la resistencia civil, los exiliados y los presos políticos; los dirigentes estudiantiles, la democracia sindical, las ligas gremiales, los partidos de la MUD. Ha ganado la lucha por la transparencia, por la legalidad, por una Venezuela mejor. Reciben una recompensa luego de un arduo trajinar en defensa de las libertades públicas, de la libertad de expresión y los Derechos Humanos. Venezuela es un vocablo que comienza a recobrar sentido. La crisis nacional no está conjurada, pero la esperanza ya tiene coordenadas

Alonso Moleiro 

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