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2 poemas de ‘Tierranegra’ (1994) de Igor Barreto // #PoesíaEnProdavinci

Fotografía de Vasco Szinetar

Igor Barreto fotografiado por Vasco Szinetar

Volando cometas chinas
en Caracas un domingo de marzo

La ciudad estaba sentada
como madre implacable
y nosotros queríamos volar
la gran cometa en forma de dragón
sobre una colina rala
en las estribaciones del mísero oeste.
Lu Pan, constructor de artefactos alados,
un Dédalus
que voló sobre el Camino Púrpura
y la Torre del Fénix,
llevaba en sus manos el mapa
y un carrete con su cordel blanco
y tras él: Rita, Mary y Canney
–aseadoras de escaleras y oficinas
desde hace veinte años–
añoraban vivir en el lucero del alba.
También había otros:
el oficial de seguridad, Nelson,
quien llegó de las tierras bajas del Tucutunemo
y el pintor de brochas y rodillos, Aly Pérez,
capaz de cambiar con su trazo
el color del mundo.
éramos los eslabones de un cortejo de esperanzados.
Yo confiaba en los vientos alisios
que venían del mar]
disipando la niebla
y el follaje lanceolado de los eucaliptos.
Ascendimos por la colina rala
en dirección a lo celeste,
y al llegar
Lu Pan posó junto a la cabeza barbuda
de aquella serpiente de treinta metros
mientras nosotros sosteníamos en alto cada uno de sus anillos:
cada anillo: un círculo perfecto
de astillas de bambú
recubiertas con papel rojo de seda china.
Y al fin
la cometa en forma de dragón abrió sus fauces
y al colmar el óvalo de sus pulmones
se elevó por el cielo
como el cuerpo imaginario
de nuestro persistente deseo de volar y ser:
–algo más–.
Para el viento del oeste
aquel dragón
era sólo flecos de tela,
endebles patas de tigre
y zarpas de águila acartonada.
Desde la altura de su vuelo se podían ver
las favelas incrustadas
en la epidermis de las montañas
y la llama de las azoteas.
Lu Pan dibujó con el cordel que timoneaba a la cometa
dos elipses,
fueron movimientos amplios, compasivos.
En el aire
la cometa en forma de dragón quería tragarse al sol
y llevarse la calma estéril al océano.
Pero otra vez los vientos
no respetaron los puntos cardinales
y los nuestros
ya no fueron los nuestros:
ni San Juan,
ni San Jorge,
ni Santa Marta,
ni los comunistas:
sagaces perros
que estrenaban viejos trucos,
ni con eso
lograron
atarlo al cielo.
El dragón se volcó
y zozobró –otra vez– el país contra la tierra.
Y Lu Pan
quien se creía el Dios de una antigua fábula
resultó ser
un funcionario de confianza
ataviado por otros
para el artificio y la simulación
de una bombachada China.
Entonces, en verdad, digo:
Navegar podría llegar a un término,
pero volar, volar finaliza siempre.

*

TAL VEZ

                           Para Alberto Márquez

Vivíamos en un panal
de clase media barata.
Una celdilla de ocho metros
por dieciocho de fondo,
era la casa blanca
de la urbanización.
En su granítica sala
ensayé conversaciones
sobre la mejor manera
de servir (y sobrevivir).
Mas luego del cristal roto
de la una y media
venía el horizonte
atardecido de la seis,
junto al claroscuro
de paredes muy altas.
Aunque no me importaban:
los cubiertos de plata
volando por los aires
o el gato sobre la olla
repleta de espaguetis
porque había cannabis
y mis cinco hermanos
permanecían de pie
frente al último cuarto
donde encendía una vela
para leerles el cuaderno
en el que había copiado
el color de las Vocales
de Arthur Rimbaud.
Somnolientos pasaban,
sumisos, muy sumisos,
mientras yo les leía:
I, púrpura, sangre escupida,
risa de labios bellos.
E, candor de los vapores …
lanzas de los glaciares.
Abatidos por la ola
de la marea solar.
Y aquellos versos de Rimbaud
frente a la vela encendida
eran como las floresque no suplican a Dios
por su corta existencia.
Una sola canción
de palabras estallantes,
a las cuales debemos,
sin más razón, la vida.