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John Magdaleno: “Ir a las elecciones regionales contribuye al quiebre del régimen autoritario”; por Hugo Prieto

John Magdaleno retratado por Andrés Kerese

John Magdaleno retratado por Andrés Kerese

En esta ocasión habla John Magdaleno, politólogo, quien está de acuerdo con ir a las elecciones regionales, pero no para oponerse por el solo hecho de oponerse a lo que sea. El juego es más complejo. Tanto como jugar una simultánea de ajedrez en 10 tableros.

De hecho, la oposición ha venido jugando ese juego, pero con deficiencias. Mientras corren las agujas del reloj, Magdaleno afirma que el tiempo se acaba. ¿Hay posibilidad real para el cambio político? Lo que hay que hacer, grosso modo, está contenido, en sus aristas más visibles, dentro de esta entrevista. ¿Por qué dice Magdaleno que llegó la hora de la chiquita? “Porque la coalición dominante, imbuida en el autoritarismo hegemónico, viene avanzando a una velocidad que sugiere que entre 2018 y 2019, a más tardar, pudiéramos asistir a la fase preliminar de un régimen totalitario, si antes no se produce el quiebre del régimen autoritario o e inicio de una transición negociada”.

El lapso en cuestión es de 16 meses. Ahí parece que se decide el final de la partida. “No hay espacio para más errores estratégicos de la oposición, no hay espacios para más fisuras, no hay espacio para fracturas, no hay espacio para veleidades, para ambigüedades”. Es la hora de agarrar el toro por los cachos.

Pudiéramos caracterizar este momento a partir de una fecha: el 30 de julio. ¿Qué fue lo que ocurrió ese día?

Ese día se consuma un quiebre del régimen político venezolano. Ese día se formaliza un autoritarismo que adquiere, crecientemente, rasgos totalitarios. Durante años se debatió si el caso venezolano encajaba en lo que se conoce como autoritarismo competitivo. En efecto, creo que lo hubo hasta las parlamentarias de 2015. A partir de 2016 se inicia un desplazamiento hacia lo que se conoce como autoritarismo hegemónico. Ya eran visibles algunos rasgos totalitarios. Por ejemplo, la obsesión del gobierno por controlar instituciones de socialización cultural —medios de comunicación, universidades, escuelas, iglesias (en cuanto a subordinarlas en la formación de valores)— y, desde luego, a la Fuerzas Armadas. Esos rasgos son visibles y cada vez más explícitos en la comunicación del gobierno. De hecho, hay una técnica que se ha profundizado: la deshumanización del adversario. Eso es típicamente totalitario. Eso no significa que ya haya cristalizado el totalitarismo.

Tengo la impresión de que esto ya lo habíamos visto. Si uno se remonta a los orígenes del chavismo, digamos, a los papeles del 4-f, a la tesis de Norberto Ceresole (Caudillo-Ejército-Pueblo), es como si la dirigencia del gobierno hubiese dado un giro de tres lustros para retomar el punto de inicio. ¿Usted que cree?

Lo que sugiere que el chavismo está consciente de las dificultades que enfrenta con una sociedad que tuvo una experiencia democrática durante cuatro décadas consecutivas. Es decir, pareciera que el chavismo tardó este lapso (casi dos décadas) en intentar legitimar, progresivamente, el avance hacia un modelo no democrático. Ya sea autoritarismo hegemónico, tesis que comparto, o como lo sugieren algunos, totalitarismo puro y duro. Yo creo que no hemos llegado allí, entre otras cosas —y aquí la literatura es bastante clara—, el totalitarismo tiene seis rasgos nítidos. Uno de ellos es un sistema de partido único. Otro es el dominio de una ideología oficial. Por supuesto, el monopolio total y absoluto de los medios de comunicación social…, pero aquí no se ha cerrado la bóveda del miedo de la que habló (Giovanni) Sartori, por tanto, no estamos bajo el totalitarismo. Pero sí ha habido, y en eso estoy de acuerdo, un giro para intentar legitimar la imposición del modelo.

Digamos que durante los años en que funcionó “el autoritarismo competitivo”, el modelo de Chávez iba avanzando, pero no se consolidó del todo. ¿Cuál será la vía de imposición ahora? Porque hay un aprendizaje, ¿no?

Sí, y el oficialismo aprende rápido. El avance hacia el modelo hegemónico es mucho más fácil cuando hay tres cosas. Uno, carisma. Dos, ingentes recursos para distribuir y sostener programas sociales. Tres, legitimidad sociopolítica. Así que en ausencia de esas tres cosas —por la muerte de Chávez, la crisis económica y una Asamblea Nacional Constituyente espuria— el oficialismo cae en la cuenta de que estas bases fundacionales del modelo ya no pueden ser utilizadas. Se recurre entonces a la represión, al uso de la violencia y a la imposición del miedo. La narrativa oficial está cada vez más cargada de apelaciones disuasivas para causar temor. Esto no es novedad, ni Venezuela es el primer país donde esto se intenta. Lo llamativo es que esta sociedad, después de 18 años de ese empeño, aún se mantiene en pie. Con frustracheras, en razón de las coyunturas, pero se mantiene en pie.

Es cierto, pero el balance es agridulce. Se mantiene en pie, pero no es capaz de lograr el cambio político. No es capaz de doblegar la imposición de lo que usted llama autoritarismo hegemónico. Estamos inmersos en una especie de limbo. ¿Quién gana hasta ahora? ¿Quién saca ventaja? ¿El gobierno?

Lo has dicho bien… hasta ahora. Sólo hay dos modalidades para provocar una transición de regímenes autoritarios a regímenes democráticos. Sólo hay dos. No hay más. En general, o se procura un quiebre o un colapso del régimen autoritario; o bien, se produce una transición negociada. No hay otras opciones. El problema fundamental que hay frente a un régimen autoritario es que los gobernantes —las autoridades— discrecionalmente deciden cuáles garantías constitucionales violan y cuáles no. Cuáles respetan y cuáles no. Eso está, en la práctica, en manos de las autoridades que toman las decisiones. Así que todas las oposiciones que han encarado este problema —como garantizar el inicio de una transición—, se tienen que pasear por ambas modalidades y en algún momento tienen que hacer un balance sobre cuál de ellas tiene más probabilidades. De ahí, la pregunta ¿es factible procurar el quiebre o el colapso de un régimen autoritario que cuenta —por lo menos hasta este momento— con el respaldo de las Fuerzas Armadas? ¿Es factible garantizar la restitución de garantías constitucionales porque los gobernantes pueden acceder a ello? Pareciera que no. Al menos en el corto plazo. Pero la dirigencia opositora no puede evadir la evaluación de ambas rutas. Y esto que estoy diciendo es delicado porque en efecto, los quiebres no se producen, precisamente, por la celebración de elecciones.

John Magdaleno retratado por Andrés Kerese

John Magdaleno retratado por Andrés Kerese

La oposición ha jugado en los dos tableros. Además, de forma simultánea. Pareciera un error. En lo personal, me recuerda la estrategia de las FARC de combinar todas las formas de lucha. De ahí las incoherencias, las idas y venidas, y el limbo que estamos viviendo. ¿Usted qué piensa?

En efecto, la oposición ha jugado en ambos tableros o para ambas modalidades de forma incompleta, sin orquestación, y peor aún, sin un consenso básico entre los principales actores de la oposición acerca de cuál es la estrategia que podría aproximarnos al inicio de la transición. Vamos a verlo de esta manera. Sea que tú promuevas el inicio de la transición por colapso o sea que lo promueva bajo formas de negociaciones —no necesariamente con las caras visibles del poder—, ambas pasan por la fractura de la coalición dominante. Ambas. Así que tu primera meta intermedia es fracturar a la coalición dominante. ¿Por qué no digo el gobierno o coalición de partidos que lo apoyan? Porque me refiero a un tejido social y político que trasciende a las autoridades. Son todos aquellos sectores, factores, tendencias, que le dan soporte al régimen autoritario.

Me imagino que también lo dice porque en esa coalición están las Fuerzas Armadas.

Y empresarios y líderes de sectores sociales, no sólo las Fuerzas Armadas. Pero sí, los militares son parte de la coalición. La pregunta es ¿toda la Fuerza Armada es sostén del régimen autoritario? La respuesta es no. Pero quienes toman decisiones fundamentales allá adentro sí están capitaneando la legitimación del régimen autoritario. ¿Esa es la pregunta de todo el generalato? ¿De los tenientes coroneles, coroneles, mayores y capitanes? Dejo esa pregunta para la investigación y la reflexión, entre otras cosas, porque la Fuerza Armada es una verdadera caja negra en la actualidad.

De los procesos de transición se habla de forma recurrente en Venezuela. Incluso se cita el caso de países que han transitado del autoritarismo a la democracia de forma exitosa.

Juan Linz identificó cuatro factores que, además, tienen que estar presentes de manera simultánea para aumentar la probabilidad del inicio de la transición. Uno, el aumento de socios insatisfechos en la coalición dominante, ¿por qué? Porque las ejecutorias de las principales instituciones públicas implican costos, incluso para ellos mismos. Dos, se erosiona la capacidad del régimen para limitar la expansión del pluralismo. Esto significa, en palabras más sencillas, que la capacidad del régimen para contener la crítica es mucho menor. Tres, incremento de los umbrales de movilización política. Cuatro, los costos de la represión tienden a ser mayores para la coalición dominante. Pero estos factores, reitero, sólo son eficaces si concurren en forma simultánea. Lo que implica que deberíamos entender su funcionamiento como un circuito.

¿Podría describir cómo funciona ese circuito?

Es decir, si aumenta el número de socios insatisfechos de la colación dominante, las probabilidades del régimen autoritario de limitar las críticas disminuyen, por lo tanto aumenta el número de protestas, lo que a su vez incrementa la respuesta natural de este tipo de regímenes, que no es otra que la represión.

Eso es lo que ocurrió, por poner una fecha, en abril de 2017. Todos esos elementos que acaba de mencionar aparecen visibles durante ese mes. Diría que en forma simultánea. “Pero el Estado —como diría el camarada Lenin—, no se cae solo, hay que zarandearlo”. ¿Qué faltó? ¿Empujar más? ¿Eso le da la razón a quienes decían que estábamos cerca o que faltaba muy poco?

Yo creo que no, y voy a explicar por qué. Primero, no tuvimos los cuatro factores, tuvimos tres. Es más, si somos rigurosos, quizás concluiríamos que tuvimos dos. ¿Cuáles tuvimos? El aumento de socios insatisfechos, la mejor expresión de esto es la actuación de la fiscal, Luisa Ortega Díaz y el aumento de los umbrales de movilización. En realidad, el gobierno persistió en su empeño de limitar la expansión del pluralismo —cerró 47 estaciones de radio y eliminó la señal de dos canales de TV por cable— y no estoy tan seguro de que el gobierno haya leído que estaba en los momentos de mayores costos de la represión. Da la impresión de que podía soportar un costo superior. Así que, primero, no tuvimos los cuatro factores y, segundo —aquí viene un problema crucial—, es que este circuito no se juega a una sola ronda. No. Este circuito se juega a varias rondas.

Es cierto. Para el gobierno, el costo de la represión resultó digerible. No intervino el Ejército. Todo se dejó en manos de la GNB, la PNB y los grupos paramilitares. Pero el Ejército no intervino, no se traspasó el límite, a pesar de los elevados costos para la sociedad venezolana. ¿Qué conclusiones deja esto para las fuerzas opositoras?

La primera, para mí, es que la dirección política de la oposición no pareciera tener conciencia de que tiene que jugar este circuito; en segundo lugar, pareciera no tener conciencia de que tiene que jugar este circuito ene número de rondas, hasta que se produzca la fractura de la coalición dominante. En tercer lugar, en efecto, no hay unidad estratégica en estricto sentido; la oposición no tiene claridad de la ruta que podría elevar la probabilidad del inicio de la transición.

John Magdaleno retratado por Andrés Kerese

John Magdaleno retratado por Andrés Kerese

Si el circuito hay que jugarlo en sucesivas rondas, eso quiere decir que tienes que aumentar la capacidad de organización y demostrar disciplina. Eso no lo hemos visto en la MUD. Hemos visto una coalición electoral que es capaz de ganar elecciones.

La oposición en general tiene cuatro desafíos cruciales a la luz de este circuito y de la experiencia internacional de las transiciones. Uno, la oposición siempre ha tenido un severo problema: su baja capacidad de anticipación. Eso no es tan complejo, en la contemporaneidad eso se resuelve con planificación estratégica por escenarios. Si no tienes capacidad para construir varios escenarios y trazar una estrategia dominante que contemple la mayor parte de contingencias que están contenidas en esos escenarios, no tienes capacidad de anticipación frente a las jugadas del adversario. Segundo, movilización social. ¿Cómo la vuelves visible? Eso pasa por la integración de diversos factores para poder activarlos simultáneamente. Voy a poner un ejemplo: si dos urbanizaciones no se comunican para coordinar acciones entre sí, entonces no estamos haciendo la tarea de organizarnos correctamente. Yendo más allá, si no hay coordinación entre las urbanizaciones y los barrios, tanto menor el impacto de la movilización. Si no hay articulación entre diversos sectores, médicos, enfermeras, trabajadores de la salud, docentes universitarios, maestros sindicalistas, trabajadores no sindicalizados —meta ahí el sector que usted quiera—, si no hay coordinación global, entre otras cosas, porque no hay un saldo organizativo del proceso de movilización, por supuesto, no estamos en capacidad de aumentarle los costos a la coalición dominante, como debería suceder.

Y previsiblemente no estamos en capacidad de jugar el circuito en la próxima ronda.

Es correcto. Es decir, vamos a la otra ronda pero de manera deficiente. El otro reto es que creo que ha llegado el momento de revisar el formato organizativo de la oposición. ¿No será este el momento en el que se requiere configurar una coalición más robusta? Digamos, ¿la fecha en la que hay que pensar en la modalidad de un frente amplio? ¿Tú no tendrías que procurar, por diseño estratégico, elevar los incentivos para involucrar a más sectores que empujen en la dirección del cambio? Y un cuarto desafío que tiene que ver con estrategias concretas dirigidas a fracturar la coalición dominante. Tú tuviste una fisura muy relevante con motivo de la propia iniciativa del presidente a la Constituyente. Varias voces del chavismo, dentro y fuera de la coalición, se expresaron en contra de la iniciativa. Muy bien, ahí hay una evidencia de que la coalición dominante sí se puede fracturar. Por tanto, una de tus tareas es elevar las recompensas de esos sectores que ya tomaron distancia, entre otras cosas, porque ellos, al igual que tú, ya tienen enfrente la misma amenaza. Sí se necesitan conversaciones, y de forma acelerada, para llegar a unos acuerdos con el chavismo descontento.

Para eso es necesario demostrar y transmitir dosis elevadas de convicción y confianza. No hay un acercamiento propiamente, basta ver la foto de la reunión que se hizo en la UCAB. Por un lado, los representantes del chavismo descontento y por otro, los dirigentes de la MUD. Luis Lander, del Observatorio Venezolano Electoral, era una línea de separación “neutral” que hacía las veces de bisagra. Visiblemente, sólo había una coincidencia, casi instintiva, diría yo. Pero no hay organicidad, ni política.

La foto no se puede subestimar tampoco. Para que esa foto ocurriera, imagínate el debate que tiene que haberse producido en el seno del chavismo descontento. Es decir, ir a la UCAB para tomarse una foto con la oposición, por lo menos, eso es una primera voluntad, pero sí tienes razón y hay que decirlo, para la gravedad de los problemas que vive Venezuela hoy, se requiere que esas conversaciones se profundicen, se requieren garantías de protección para sectores del chavismo. Esto no le gustará a mucha gente, pero no hay otra manera de que se inicie un proceso de transición de un régimen autoritario a uno democrático. Habrá que explorar, por ejemplo, cuáles son las garantías de fiel cumplimiento que ambos sectores están dispuestos a ofrecer y materializar para disminuir los niveles de polarización política en el futuro, para que ambos puedan coexistir y para que ambos se lean como jugadores que pueden recibir beneficios del nuevo sistema.

Estamos frente a las elecciones regionales. Las deficiencias de la oposición, ya señaladas, están más visibles que nunca. Consideremos que el proceso electoral es un hecho consumado. ¿Ir a consulta en esas condiciones? No sé si la dirigencia opositora tiene detrás a una ciudadanía dispuesta a seguirla en sus decisiones. ¿Usted qué piensa?

Aquí hay un dilema estratégico real planteado por el oficialismo para dificultar las tareas de la oposición. Incluso, planteado con el objetivo de fracturar a la oposición. Hay argumentos fuertes de lado y lado. Pero la primera cosa que hay que refutar, contundentemente, es que no es cierto que las dictaduras no salen con votos. ¿O cómo salió Pinochet en Chile? ¿O cómo termina el primer autoritarismo de Daniel Ortega en Nicaragua, si no es por la elección que pierde con Violeta Chamorro? No fue gratuita la forma en que Ortega aceptó esos resultados. También Pinochet intentó desconocer el resultado del referéndum, de hecho lo propuso en una reunión extraordinaria de gabinete y fue su propio ministro de la Defensa quien dijo: No. En ese momento se consumó la fractura de la coalición dominante en Chile. ¿Qué pasó en Uruguay? ¿Cómo finaliza la transición en Brasil? ¿O en Argentina? Con unas elecciones. Antes, durante o después de la transición, la elección es un hito clave. De paso, es una garantía procedimental por la cual la oposición pelea hasta el final. Tal como yo lo veo, la oposición tiene que jugar una simultánea de ajedrez, en la que el tema electoral es uno de 10 tableros.

No creo que el dilema sea acudir a las urnas para elegir a un gobernador o para legitimar la Constituyente de Maduro o incluso ir a votar “porque me opongo a esto como sea”. Diría que el elector iría a votar como parte de esa segunda ronda que es necesaria para impulsar la transición. No creo que el elector este conteste, como diría un político, con esa idea. ¿Qué cree usted?

Si eso fuese así, entonces, la primera tarea sería explicarle al elector la naturaleza de la disputa. Por ejemplo, parte de la frustración que siente el electorado hoy tiene que ver con que hay que decirle la verdad a la gente, con brutal sinceridad. Las transiciones de regímenes autoritarios a regímenes democráticos no son fáciles. No son procesos sencillos ni hay soluciones mágicas. Se encaran, esencialmente, con claridad estratégica, con nitidez, pero sobre todo con mucha tenacidad, con mucha perseverancia. Cuando hablamos de que hay que jugar el circuito en varias rondas, eso sugiere que hay que tener mucha tenacidad, no sólo en la dirigencia política, sino en la ciudadanía. Así que todo pasa por hablarle claro a la gente y decirle: Sí, esto es una simultánea de ajedrez. Son 10 tableros y los voy a enumerar. Uno, la opinión pública nacional. Usted tiene que fortalecer la demanda de cambio político. Dos, la movilización social. Tiene que quedar un saldo organizativo. Tres, la opinión pública internacional. Ahí se ha jugado bien, en la medida en que el caso venezolano es cada vez más sensible. Cuatro, los organismos multilaterales. Ahí se ha jugado bien, pero quedan unas tareas pendientes, en la OEA, en la ONU, en la Corte Penal Internacional de La Haya. Cinco, presidencias y parlamentos de otros países. Usted debe ser capaz de suscitar cada vez más respaldos. Seis, conversaciones entre empresarios opositores y empresarios que se asocian a la coalición dominante. Esas conversaciones, muchas veces, facilitan las migraciones de estos actores vinculados al gobierno hacia la dirección del cambio. Siete, diálogo con el chavismo descontento y moderado. Es una pieza clave en la estrategia para fracturar a la coalición dominante. Ocho, el papel de las iglesias. Recordemos el papel que jugó Juan Pablo II en la transición en Polonia. Nueve, el rol de los militares. Si los militares se convierten en protagonistas, a la postre la deriva autoritaria será mucho más severa. Los militares no tienen ningún incentivo de compartir el poder si ellos asumen los costos de la transición. Lo que usted debería procurar es la neutralidad de la Fuerza Armada frente a situaciones límites, en el marco de las rondas en que se juega el circuito. Diez, el tablero de las elecciones. En mi opinión, hay que jugar ahí, porque forma parte de la simultánea.

¿Un triunfo de la oposición en las elecciones regionales pudiera allanar el camino para dar inicio a la transición?

No, pero puedes hacer jiu-jitsu con el adversario, lo puedes hacer trastabillar. Las condiciones son las peores de la historia y existe una amenaza real de fraude masivo. Es más, podría pensarse: ¿No habrá un mecanismo electrónico que estará evaluando el gobierno? Pero tienes que jugar en ese tablero, porque en mi opinión contribuye a la fractura de la coalición dominante, incluso en el supuesto de que se intente un fraude.

La oposición, en lugar de luchar por mejorar las condiciones que impidan o minimicen el fraude, está enfrascada en sus viejas rivalidades y en la búsqueda de candidatos. Hay caras que no son la expresión de una renovación política. Y los temas que usted menciona no forman parte del debate. AD inscribió 23 candidatos, lo mismo hizo Primero Justicia y otro tanto hizo Voluntad Popular. Uno ve que esto es lo que hay. ¿Es muy poco lo que hay, no?

No necesariamente es malo, sí y solo sí eso se hace para no comunicar la estrategia. La estrategia no se devela públicamente. Si esto ha ocurrido por esa razón, pues muy bien. Si hay un marco estratégico equivalente al que estoy sugiriendo, bienvenido. Es hora de que se asimile rápidamente que la elección es parte de un juego mucho más amplio, que demanda más esfuerzos que la sola participación. Déjame ponerlo de esta manera. El principal problema frente a un régimen autoritario es que las garantías constitucionales han sido violadas, sistemáticamente, por tanto existe la tentación de jugar contra ese régimen de manera maximalista. Es decir, aspirar a la restitución total de las garantías constitucionales. Y eso frente a un régimen autoritario no es posible. Eso hay que decirlo con claridad. No es posible. La pregunta sería la siguiente: ¿La restitución de cuál garantía constitucional eleva la probabilidad de que se inicie la transición? ¿Qué llave pudiera abrir la primera puerta detrás de la cual se esconden las otras llaves que, a su vez, pudieran abrir otras puertas que equivalen a otras garantías constitucionales? Mi punto fundamental es: ¿La elección contribuye a fracturar la coalición dominante? Pues bien, lo que estoy sugiriendo es que juguemos con orquestación estratégica en los diez tableros. Pero entendamos que la primera llave a la que hay que darle vuelta es la de las elecciones. Para ello tienes que luchar por las garantías procedimentales que, en efecto, aseguren la mayoría que todavía reflejan los estudios de opinión.