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Luis Gómez Calcaño: “Hay que organizar la resistencia a partir de lo social”; por Hugo Prieto

Luis Gómez Calcaño retratado por Roberto Mata

Luis Gómez Calcaño retratado por Roberto Mata

En los años 70, cuando todos los venezolanos creían que el mandado estaba hecho (la instauración de la democracia como régimen político), un equipo de investigadores del Cendes (Universidad Central de Venezuela) realizó una investigación para responder a una interrogante que se hacían en varios países. ¿Podía Venezuela ser realmente democrática? Había dos factores concomitantes, aunque de signos opuestos, que justificaban la pregunta: una derecha militarista y una izquierda insurreccional.

A raíz de esa investigación, titulada Cambio Político en Venezuela, se publicaron tres libros. Dos de ellos resultaron clarividentes, premonitorios. El primero tenía por título El fracaso de las élites y el segundo Crisis de la Democracia.

Luis Gómez Calcaño, sociólogo, con maestría en Planificación (UCV), tiene muy en cuenta dos de las conclusiones que arrojó el estudio. Una, desde el punto de vista económico, el planteamiento era la sustitución de importaciones, aunque Corea de Sur y Taiwán habían demostrado que esa política conducía al estancamiento, a un callejón sin salida. Dos, desde el punto de vista político, las élites venezolanas estaban divididas, convivían valores diferentes, visiones del mundo muy distintas, intereses contradictorios, lo que hacía muy difíciles que ellas pudieran estabilizar un régimen político. El país, así como la democracia, era una bomba de tiempo aplazada por la renta petrolera.

El viernes negro dinamitó el castillo de naipes. Además, puso de bulto otra falla de origen: “El problema de las élites venezolanas es que tienen una relación lejana, muy distante, con las masas”, dice Gómez Calcaño.

La crisis emerge claramente en la década de los 90. Son los años de la antipolítica, en cuyas filas militan empresarios de peso y los medios de comunicación. También es la crisis de los partidos, que no tienen una visión estratégica, ni una cultura de largo plazo. “Ni siquiera tienen una ideología clara”, aclara Gómez Calcaño.

Estamos ubicados en 1989, El Caracazo y el torbellino que arrasó con esta sociedad. ¿Entre 1989 y 2017, lapso de dos generaciones, todavía somos incapaces de llegar a un acuerdo, de sacrificar intereses inmediatos para alcanzar un objetivo estratégico? ¿Todavía estamos en esto?

No es que estamos todavía, estamos mucho peor. Al menos en aquellos años, pese a grandes problemas, en el escenario había oportunidades para que las cosas fueran diferentes. Paradójicamente, en el gobierno de Lusinchi, que fue uno de los más corruptos, se creó la Copre, que reunió a lo mejor de las élites venezolanas, se llegó a un diagnóstico muy importante. Si no hay reformas políticas, si no hay innovación económica, esto va a seguir deslegitimándose. Pero ya sabemos qué pasó. No le hicieron caso a la Copre. Para ese momento las élites estaban divididas y creían que ellas, por sí mismas, podían dar la solución. Pero lo trágico de todo esto es que esa élite, que controlaba la renta petrolera, que controlaba las instituciones, decide entregar el poder, sin siquiera, y esto lo digo en lenguaje metafórico, disparar un tiro.

¿No será que las élites estaban sumidas en la frivolidad, que estaban aburridas? ¿Que en algún momento decidieron que vivir en Miami era una meta y Venezuela era, simplemente, el puente que las conduciría hasta allí?

No necesariamente, Venezuela fue —al menos hasta 2013— una enorme fuente de acumulación, entre otras cosas, porque la renta petrolera permite unos niveles de beneficios muy difíciles de alcanzar en un país capitalista normal. Hubo corrupción, también en el sector militar, pero nada comparables con los niveles que hemos alcanzado hoy.

A lo mejor el planteamiento que hago es totalmente equivocado, pero algo debería explicar cómo es que una clase social sencillamente baja la guardia y la noquean.

Puede haber muchas explicaciones, pero yo creo que el factor más importante es que las élites se volvieron a dividir. Es decir, se rompió su alianza. Ocurrió, por ejemplo, con la reforma constitucional que intentó Caldera en su segundo gobierno. ¿Quién fue el que lo bombardeó más? Los medios, que no toleraban la más mínima restricción para hacer de todo. Pero también había ciertos sectores empresariales que pensaban que ya no les hacían falta los políticos. Emeterio Gómez refirió una anécdota. Por allá, en los años 60, un grupo de empresarios planteó la creación de un partido liberal que nos represente a nosotros, uno de los jóvenes empresarios fue a hablar con un experimentado capitán de empresas, pero cómo se les ocurre, nuestro partido, el que nos conviene a nosotros, es Acción Democrática, porque es el que nos ha legitimado, fue el que luchó contra el comunismo, contra la izquierda. No se les ocurra hacer una cosa distinta. Pero ya para los 80, el Grupo Roraima, uno entre otros, pensó que había llegado el momento de un gobierno tecnocrático y que los partidos eran prescindibles. No advirtieron que se estaba perdiendo el lazo de legitimidad.

Luis Gómez Calcaño retratado por Roberto Mata

Luis Gómez Calcaño retratado por Roberto Mata

¿El momento no estaba servido para que la izquierda irrumpiera como alternativa? ¿Qué fue lo que ocurrió?

La izquierda, a pesar de la rectificación del MAS, nunca llegó a conectar con la gente ni con el pueblo. Por eso, cuando la izquierda entiende que la vía no es insurreccional y aparece Chávez con su enorme popularidad, se sube al tren del chavismo. Cosa que ya había anteriormente. Se subió al tren de Larrazábal, al tren de Prieto y también al de Caldera. En realidad es una demostración de que ella, como una pequeña élite política, en poder, además, de un diagnóstico de todos nuestros males, tampoco logró conectarse con el pueblo.

La izquierda tiene una enorme responsabilidad. Se acabaron las excusas de que alguna vez fueron marginados y perseguidos. Esta izquierda, que no ha perdido oportunidad de subirse a todos los trenes que han pasado por la política venezolana, incluido el de Chávez, anda hoy a la deriva, anda rumiando sus fracasos. Sencillamente demostraron que eran los díscolos del Pacto de Punto Fijo.

Fue una izquierda que no se logró renovar, como sí ocurrió con otras, aunque lo intentó. Al menos el MAS, que intentó hacer algo que no fuera solamente socialdemocracia ni tampoco estalinismo, pero no logró conectar con la cultura profunda de la gente. En realidad, la oferta de la izquierda, tanto de la insurreccional como de la masista, no era creíble. Algo muy interesante, ubicándonos ya en el chavismo, la gente votaba por la promesa, por el mito, pero nunca se convenció de que el socialismo era bueno. No era eso lo que quería la gente sino el reparto que se había dejado de dar. Ni AD ni Copei habían manejado bien la renta petrolera y el tema del desarrollo. Entonces, que viniera otro.

En los años 60, la izquierda apostó por Fidel Castro, no por Betancourt. Hay quien dice que eso lo explica todo. ¿Usted que cree?

Yo rescataría la rectificación del MAS, de gente como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez. Ellos intentaron hacer un socialismo democrático, pero no lograron conectar con el pueblo, entre otras cosas porque nunca estuvo claro cómo lograr eso, y aquí lo estamos viendo. Muchos intelectuales estadounidenses y europeos, incluso venezolanos, se ilusionaron con el chavismo porque pensaron que al fin había llegado un socialismo que era más radical que la socialdemocracia, pero que era democrático a la vez. Y por eso miraron al otro lado frente a todo el carácter autoritario que tenía el chavismo. Hoy, por ejemplo, mucha gente agita la consigna defendamos la Constitución del 99, pero resulta que esta constituyente monárquica e imperial, que se votó el domingo pasado, está en la Constitución del 99, no está sometida a nadie, es una monarquía absoluta.

No sólo eso, la concentración del poder en manos del Presidente, eso también está en la Constitución del 99. Así como las bases para el reparto de la renta petrolera, siguiendo el guion de Melo “dale que yo reparto bien”.

La gran inteligencia de los asesores cubanos y del chavismo fue advertir que no podían hacer una revolución por medio de la insurgencia. La Constituyente del 99 tiene las cosas que eran importantes para Chávez, pero al mismo tiempo se hicieron concesiones a los sectores de izquierda, a organizaciones defensoras de derechos humanos, como una expresión de la correlación de las fuerzas políticas en un momento determinado. Este elemento es común a cualquier Constitución. Claro, el chavismo no podía hacer en el 99 lo que va hacer ahora. Tenía entonces un carácter contradictorio y claro, cuando la gente quiere que la engañen, se deja engañar. Algunos quisieron ver solamente “lo bueno”, por ejemplo, los derechos humanos y la democracia participativa.

¿Es decir que no todo lo bueno era bueno?

Recientemente, hará cosa de un mes, leí un artículo muy interesante escrito por Edgardo Lander y Santiago Arconada. Ellos no son chavistas, sino marxistas revolucionarios, que creyeron que el chavismo iba a promover la democracia socialista. Haciendo un diagnóstico de lo que significa el desastre del gobierno de Maduro, ellos dicen lo siguiente: Nosotros pensamos que todo el trabajo de organización popular, que se había hecho en las bases, iba a ser un contrapeso a cualquier tendencia autoritaria, pero nos encontramos que el individualismo y la corrupción es lo que predomina. Ciertamente es una demostración de honestidad intelectual, pero la democracia participativa en realidad fue una gran estafa que le hicieron a quienes quisieron creer en eso.

Si había dudas en los años 70, se demostró que en Venezuela, realmente, la democracia es… un espejismo. Ante cualquier nubarrón, vamos detrás de cualquier iluminado. No fuimos capaces de poner a prueba la democracia representativa antes y mucho menos la democracia participativa ahora. Ante cualquier dificultad, la gente se cansa.

No, yo matizaría ese planteamiento. Más bien, los sectores populares, digamos, los perdedores durante todo el régimen democrático, más bien fueron muy pacientes y renovaron su esperanza en el cambio pacífico y electoral. Claro, en términos relativos, un pobre venezolano no estaba tan mal como sus pares de cualquier otro país de América Latina. Pero lo que siempre ha habido esa experiencia democrática es un componente autoritario muy fuerte, que viene de la autonomía que se les dio a los militares. El mundo de los militares, era un mundo aparte. El pobre señor Leoni, que era tan buena gente, permitió que hubiera desapariciones, torturas, todo lo que sabemos de los años 60, ¿por qué? Porque a los militares se les dejó hacer lo que les diera la gana.

¿Si la gente fue tan paciente durante la democracia representativa, así como con la democracia participativa; si constató el fraude antes y después, cuál podría ser su actitud ahora?

Yo me voy a referir al estudio sobre las actitudes políticas de los venezolanos que, recientemente, presentó la Universidad Católica Andrés Bello. Ahí se muestra a una población, a unos ciudadanos, que es mucho más sensata que sus propios dirigentes. Más del 60 por ciento de los entrevistados están de acuerdo con que debe haber negociaciones, entre gobierno y oposición. ¿Qué va hacer la gente ahora? Bueno, la gente es realista. Yo no sé si alegrarme o entristecerme ante los primeros signos que se advierten de lo que podría ser cierta normalidad. ¿Por qué es bueno? Porque la gente tiene que sobrevivir, tiene que comer y tiene que trabajar. ¿Por qué es malo? Porque nos puede ocurrir lo que caracterizó a los países totalitarios, la gente sabe que el régimen va a durar 50 o 60 años y no va perder su vida luchando contra una realidad que no pueden cambiar y entonces buscan como acomodarse.

¿No será que aquí lo que se impuso fue “la paz romana” y que a partir del domingo tomamos conciencia de que este régimen llegó para perpetuarse?

Esa es una de las hipótesis. Pero yo quisiera pensar en qué hacer para que eso no ocurra. Realmente pudiéramos estar muy cerca de ese peligro, porque en estos últimos cuatro meses toda la política ha sido el terror. Un día a la vez, pero escalando más y más. Hará cosa de mes y medio que salió aquella grabación donde discutían el tema de los francotiradores. Si lo vamos a hacer o no lo vamos a hacer. Bueno, decidieron que sí lo van a hacer. Está clarísimo. Lo decidieron así, porque lo pueden hacer en este momento. Eso es lo grave. ¿Por qué se va a negociar? ¿Qué necesita el régimen que la oposición le dé? No necesita nada. Y esto es lo lamentable, después de cuatro meses de marchas, de manifestaciones, de trancas, de enfrentamientos, la oposición no ha logrado mover ni un milímetro la posición del gobierno, ¿por qué hacerle caso a una oposición que ha demostrado que es impotente? No me refiero solamente a los partidos nucleados en la MUD, sino a la cantidad de personas independientes que han ido a marchar porque creían que eso va a servir para algo. La frustración tiene que ser muy grande.

Una hipótesis que sólo bastaría presentarla en público como una realidad.

En el libro La Cortina de Hierro, Anne Applebaum cuenta como el socialismo autoritario se fue instalando en los países de Europa del Este. Es exactamente igual a lo que ha pasado aquí. El propósito del poder es destruir sistemáticamente a la sociedad civil. Destruir la autonomía de las universidades, de los sindicatos, de los gremios, de las organizaciones estudiantiles y juveniles. En ese momento, el estalinismo podía hacer eso porque el Ejército Rojo ocupaba esos países. Aquí tenemos la asesoría cubana, pero realmente han sido suficientes los militares venezolanos para reprimir a la población.

Luis Gómez Calcaño retratado por Roberto Mata

Luis Gómez Calcaño retratado por Roberto Mata

¿Para qué vamos a seguir en esta lucha pacífica, democrática y constitucional, si el gobierno no tiene necesidad de negociar y con la Constituyente tiene en sus manos todos los resortes del poder?

Justamente, aquí es donde entra el concepto de resistencia y la importancia de la sociedad civil. En alguna medida, los partidos políticos son un producto de la sociedad civil, pero se especializaron en ser la interfaz entre la sociedad y el Estado. Difícilmente, los partidos renuncien a cumplir ese papel, entre otras cosas, porque su misión es buscar el poder, así sea en unas condiciones pésimas, terribles e insoportables. Si los partidos políticos no participan en las elecciones regionales, les tocará hacer política de las otras formas posibles.

¿Cuáles son las otras formas posibles?

Quedan dos alternativas. Una, muy preocupante, pasar a la lucha armada. Es lo que uno escucha en sectores de clase media alrededor del señor Oscar Pérez. ¿Hasta cuándo nos vamos a seguir matando en las calles? Y sabemos también que hay un pequeño sector de la clase media que tiene armas y están locos por usarlas. Las dictaduras no caen con votos, ese es su lema desde hace 20 años. Eso lo sabe el gobierno. Fue tan evidente la sincronización política que el domingo se organiza el gigantesco fraude y al día siguiente se convoca a elección de gobernadores. ¿Para qué? Para que la gente diga si voy a votar, me van a robar igual. Era la fórmula perfecta para dividir a la oposición.

¿Cuál sería la otra alternativa?

Cuando ya se llega a la verdadera instauración del totalitarismo, lo único que queda es la resistencia. Que puede ser casi invisibilizada. Incluso, en los países de Occidente los calificaban de disidentes. Lo único que los salvó a ellos es que siguieron, siguieron y siguieron. Entonces, hay que prepararse porque esto va a ser mucho más duro. Yo no le quiero dar ideas al gobierno, pero seguramente ya lo han considerado. Es muy fácil aplicar la censura en Internet. Los chinos seguramente están dispuestos a compartir esa tecnología. ¿Qué va a pasar con la gente de oposición cuando uno no se pueda meter en WhatsApp para saber cuál es el último chisme político o en Periscope para escuchar a los líderes de los partidos opositores? Desgraciadamente, hay que prepararse para esa realidad.

La resistencia sólo es posible con organización y un objetivo claro de largo plazo. Necesita, además, unas élites que trabajen en función de eso, porque necesariamente tiene que ser policlasista. ¿Usted cree que la sociedad venezolana tiene capacidad para organizarse alrededor de la resistencia?

Por supuesto que hay muchos obstáculos, el primero es la deformación que ha sufrido la palabra resistencia. Nos viene a la cabeza los jóvenes que se enfrentan a la Guardia Nacional en las calles. Es una deformación semántica terrible, que no tiene nada que ver con la resistencia pacífica. O en un plano más general, nos recuerda a la resistencia francesa o a una guerrilla. Segura y lamentablemente esa resistencia va a existir, pero no tendrá ninguna oportunidad de éxito, porque la diferencia en el poder de fuego de unos y otros es monstruosa. Y lo peor es que va a difundir la imagen de una oposición violenta. Ahora, ¿cuál es la base de la resistencia? Yo creo, justamente, que está en lo social. Qué ahí está la clave que puede unir a las élites políticas con las masas. ¿Por qué en lo social? Porque la deslegitimación que ha experimentado el madurismo, se debe a lo que ha producido el modelo político: la crisis económica, el hambre, la crisis de la salud. Yo creo que los partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil pueden organizar la resistencia, en conjunto con la gente, a partir de la imperiosa necesidad de atender sus necesidades básicas. Esto no significa que se vaya a dejar de lado la lucha por la democracia, por los valores y la pluralidad política, no. Pero lo que hay que reivindicar es que la gente se está muriendo de hambre.