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Yo grabé un videoclip con Oscar Pérez; por Jeska Lee Ruiz #EnPrimeraPersona

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Fotografía de Oscar Pérez

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Es martes. Estamos saliendo de un taller de teatro antropológico donde soy alumna junto a otros actores y artistas. La sala donde tiene lugar el taller es un búnker que, al estar ubicado en un sótano, nos mantiene desconectados durante casi tres horas. Al llegar a la superficie, comienzan a sonar los teléfonos de todos. Uno de mis compañeros me dice: “Negra, al parecer lanzaron unas granadas desde un helicóptero al Tribunal Supremo de Justicia, y tú vas al centro, así que mosca por ahí y por favor me avisas cuando llegues a tu casa”.

No entiendo muy bien qué es lo que pasa, pero acelero mi escape. Quiero llegar lo antes posible a casa, saber que mi gente esté bien y luego ver qué ha sucedido en el país. Lo logro. Cuando por fin reviso mi teléfono, abro el grupo de WhatsApp del taller de teatro para avisar que llegué bien. Al entrar, entre los primeros mensajes veo una foto de Oscar Pérez. Él es la noticia. Policía, piloto… y actor. Dicen que a bordo de un helicóptero del CICPC atacó la sede del Tribunal Supremo de Justicia que queda al norte de la zona donde vivo. No existe juicio ni especulación posible. Mi única certeza, a la primera lectura de la noticia, es escribir: “Yo grabé un videoclip con Oscar Pérez”.

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Madrugar es la premisa cuando los actores tenemos que cumplir con una pauta de grabación en exteriores. Es domingo. Madrugué. Aun así tengo que esperar durante un par de horas la llamada que habían acordado hacerme para avisar quién vendría por mí y me llevaría hasta la locación.

Los teléfonos permiten ser exactos con algunos datos: a las 7:37 am recibo un mensaje de texto. Número desconocido. “Buenos días, señorita. Es Oscar, de parte del director. La llamo pero no me cae. Estoy abajo de su casa”. Devuelvo la llamada para confirmar si en efecto han llegado a la dirección que indiqué. Me atiende al tiro el remitente del mensaje. Está frente a otro edificio. Pasa a menudo. Luego de sortear varias imprecisiones entre Google Maps y Caracas, me escribe de nuevo: “Ahora sí, señorita. Ya estoy aquí. La espero”.

Bajo. En la entrada del edificio me espera una camioneta plateada. Me acerco a la ventana del piloto con la intención de reconocer a alguien. No tenía mayores señas sobre la persona que había venido por mí. El vidrio de la ventana baja y me sonríe un hombre joven, moreno y con unos ojos muy llamativos: “Hola. Buenos días. Yo soy Oscar”. Lo veo con detenimiento mientras baja de la camioneta, toma mi maleta y la guarda en la parte trasera del vehículo. Me siento en el lugar del copiloto. “Póngase el cinturón de seguridad, porque si no comienza a sonar la alarma. Perdone que haya venido a esta hora. Estuve desde muy temprano resolviendo asuntos de trabajo que no podía postergar”. Me sorprende la excusa y, mientras ajusto mi cinturón de seguridad, le hago un gesto para que arranque con prisa. Le digo que no me gustaría pasar mucho tiempo estacionados allí, frente al edificio donde vivo. Él mira al frente, sonríe con seguridad y me dice: “Tranquila, que no nos va a pasar nada”. No logro contagiarme de su extraña tranquilidad.

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Después de varios minutos en silencio, le pregunto si sabe con exactitud hacia dónde vamos. No tengo ni idea de dónde grabaremos: sólo que es en Higuerote. Me dice que primero debemos pasar a buscar al director del video y a su asistente. Me alivia saber que será un viaje largo, porque pasé una noche de insomnio. Me recuesto en el asiento y cierro los ojos para aprovechar cada segundo de descanso que sea posible durante el trayecto.

Me despierto al sentir que la camioneta permanece detenida. Hemos parado a esperar al par de personas que falta. Me mira apenas abro los ojos, me sonríe y justo allí noto que es el mismo hombre de las fotos que me había hecho llegar el director un par de semanas antes para mostrarme quién sería el actor con quien haría pareja en la historia del videoclip. “¡Ah! Pero tú eres el actor, ¿cierto?”, le digo y me responde que sí.

Me pregunta si tiene cara de cualquier otra cosa menos de actor y, como si fuera una línea aprendida, él mismo se responde: “Bueno, en realidad soy muchas otras cosas además de actor, pero ésta es mi nueva pasión. Estoy enfocado en lograr muchas cosas en este medio, pero sin descuidar mi carrera”.

No quiero pecar de indiscreta y tengo mucho sueño. Decido no preguntar nada más. Llegan el director y su asistente. Nos saludan. La camaradería da la impresión de que han compartido experiencias antes. Me tranquiliza. Eso siempre es conveniente durante el trabajo. Ayuda mucho. En una pausa les advierto que me apagaré un rato porque estoy muerta de sueño. Y comenzamos el viaje.

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Despierto. Conversan entre ellos sobre las consecuencias que tendrá el retraso en la pauta y las probabilidades de lluvia, además de algunos desencuentros en la entrega de los equipos de cámara. Oscar se excusa diciendo que estuvo ocupado desde la madrugada en la investigación de un homicidio. Ahora mi sueño sí es vencido por el interés y me incorporo. Oscar le pasa algunos documentos al director, que sigue en el asiento trasero de la camioneta. Tras un breve silencio lo escucho decir: “Mierda, chamo, ¡qué fuerte! ¡Qué manera de comenzar el día!” Le devuelve los documentos y me volteo para recibirlos, con la intención de aprovechar para darles un vistazo. Veo la foto de un cadáver en el piso, unas fotocopias de cédula y un texto breve escrito a mano. Me ahogo. Estas cosas me dan taquicardia. Se los devuelvo a Oscar sin deseos de detallar más nada. Él los recibe, los pone en el posabrazos que nos separa y dice: “Lo normal de un fin de semana. Vengo de la morgue y nada más afuera había más de cien cadáveres sin identificar”. Detalla la cantidad exacta de hombres, mujeres, menores de edad, pero el impacto de la imagen no me deja fijar los datos. Cuando salgo del bloqueo, me sale una pregunta: “Ya va, ¿pero qué profesión tienes tú?” Todos se ríen. Es evidente que soy la única en la camioneta que no lo sabe. Sin apartar la mirada del camino me dice un cargo tan largo que apenas pude fijar el final: “del CICPC”. Nuestro director lo complementa: “Es piloto, buzo, poeta, filántropo, piloto de transporte terrestre, marítimo y aéreo, y futuro novio de la protagonista de este videoclip”. Vuelven a reírse. “Me están jodiendo”, les digo. Oscar se encoge de hombros, aparta la vista del camino un segundo para mirarme y asentir con la cabeza. A mí no me queda otra que evidenciar mi asombro: “¡Caramba, qué casting! A mí sólo me dijeron ‘Eres tú’ por WhatsApp y sin preguntarme nada sobre mis otras capacidades como Wonder Woman”. Ahora yo me río con ellos.

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Era previsible que en algún momento del viaje hablásemos sobre la situación del país. Es un tema omnipresente. Cada uno cuenta sus más recientes padecimientos. Me lanzo un monólogo sobre el desespero que me ha invadido estas últimas semanas: me asaltaron, estuve incomunicada, se me fundió el motor del carro y no consigo repuestos, y la venta de mis ahorros en moneda extranjera es lo único que me queda para poder resolver mis asuntos, mi padre, cardiópata en recuperación que no consigue una parte de su tratamiento por la escasez de medicinas, el pésimo sistema educativo en el que me avergüenza estar formando a mis hijas, el terror que siento al imaginarlas vivir una adolescencia en esta ciudad y la duda recurrente sobre irnos o quedarnos. Fue demasiado. Siento que los atormento y me callo. Oscar me mira un momento y dice: “Siento mucho no poder lograr que te sientas segura. No lo estamos haciendo bien. Trabajo día a día por hacer la diferencia y, aunque no lo creas, me esfuerzo mucho por lograr un cambio positivo en mi equipo. Pero es verdad, todo ya está muy podrido. Demasiada corrupción. Yo también me canso a veces de todo”.

Hay una pausa larga en la conversación. Me quedo pensando, pero retomo mi intento de dormir. Me despiertan con el anuncio de que vamos a desayunar. Bajamos de la camioneta a una de esas areperas a orillas de carretera y comemos entre mucha gente y bullicio. Oscar mira con atención todo a su alrededor, se me acerca para preguntarme qué tal mi arepa de pernil, que si quiero otra, que si estoy bien, que si estoy más tranquila. Yo le digo que estoy bien, que dormí algo y que la arepa estuvo deliciosa, pero que me preocupa haber dejado mi teléfono sobre el tablero de la camioneta y a la vista. Se acerca un poco más y me dice que somos un equipo, que por hoy trate de relajarme y sentirme segura, que nuestra misión es hacer un lindo trabajo y que debo sentirme relajada. De alguna manera la firmeza en sus palabras me hace sentir que es casi una demanda, una exigencia bien intencionada, pero una exigencia.

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Seguimos el trayecto. Oscar pregunta si alguien quiere compartir su música en el reproductor, porque ya no hay señal de radio en esta parte del camino. Nadie cree tener algo como para compartir, a lo que Oscar reacciona: “Entonces voy a ponerles unos temas que acabo de grabar, a ver qué me dicen”. Comienza una balada edulcorada, repleta de lugares comunes. “¿Ése eres tú?”, le pregunto. Y riendo me responde que sí. Me pregunto en voz alta cuánto tiempo tiene para poder hacer tantas vainas a la vez, cuando yo apenas había podido dedicar un domingo para grabar un video en la playa, luego de hacer malabares para dejar todo más o menos en orden en mi casa. “Hay momento para todo. Sobre todo para cumplir los sueños. Estos son unos poemas que había escrito y que tenía guardados, pero decidí sacarlos y convertirlos en canciones. Yo mismo busqué a la gente indicada y lo produje. ¿Te gusta?” Evado la pregunta diciendo que me parecía estar conociendo a todo un personaje. Yo nunca asociaría a un policía con la actuación, la poesía y la canción. Entonces me dice que ha visto tantas cosas en su oficio que cada día se sentía más respetuoso de la vida propia y de la ajena. “Estoy enamorado de la vida”, dice justo cuando comienza otro tema, una especie de reguetón. “En esta canción en género urbano-tropical decidí demostrar que el reguetón no puede hablar sólo de sexo ni de la mujer como objeto. Es un reguetón distinto, con lírica de conciencia”. No puedo dar crédito. Solo asiento con la cabeza y pienso en lo ambicioso y particular que es este hombre. Termina la canción y vuelve a preguntarme si me gustó. Le digo que me parece muy gracioso eso del reguetón con consciencia. Comienzo a bromear al respecto, proponiéndole slogans para venderlo como “el reguetonero evangelizador”, mientras todos en la camioneta nos reímos y organizamos la campaña ficticia. Él, en silencio, continúa buscando más canciones en su teléfono y ahora le da play a una especie de música electrónica cantada en árabe. Sube muchísimo el volumen y comienza a cantar a todo pulmón, como haciendo suya cada frase de ese tema. Yo lo escucho y noto cómo pronuncia cada palabra de algo que yo no entiendo. 

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Ya en el pueblo de Chirimena comenzamos la faena. Converso con el director acerca del plan de rodaje, las escenas, el vestuario y algunas cosas de logística para intentar que nos rinda el día. Oscar está muy atento, pendiente de si necesito ayuda con el equipaje, si tengo sed, si tengo calor. Nota que yo no había llevado más que unas botas como calzado y me ofrece que use sus cholas de playa durante el día. Nos queda apenas la mitad del día que disponíamos para rodar y queda mucho por hacer y atender. Nuestro equipo mínimo colabora en todo para hacer de cada minuto un tiempo productivo.

Es momento de grabar y nos toca hacer juntos la mayoría de las escenas. Durante la acción, lo noto bastante rígido, callado, ensimismado. El guion plantea que debe enamorarme, pero se le hace muy difícil actuar una mayor confianza entre los dos. Le hago chistes, cosquillas, más chistes. “Vamos a respirar, anda. Olvida que nos miran desde una cámara y disfruta esto como si fuera una especie de “Tu pirata soy yo”, de Chayanne”. No entiende el chiste. “Ahora soy yo quien te pide que te relajes y te sientas seguro. Hagamos el trabajo”. Según el director, salimos airosos y los planos y las escenas rindieron.

Terminamos el rodaje muriendo el día en Chirimena. Recogemos los equipos y Oscar decide irse a bañar al mar. Dice que su cuerpo lo necesita, que ya regresa. Se aparta, nada hasta lo profundo de la playa y se queda un rato largo de espaldas a nosotros, de pie y mirando al sol. Se sumerge repetidas veces y lo mismo: mira el sol de pie. Durante un rato no hace más nada que eso.

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Oscar conversa apasionadamente sobre lo cuidadoso que es con la crianza de sus hijos, el cuidado y atención que como padres debemos poner en ellos, la alimentación, cada palabra que les decimos a nuestros hijos. Durante la comida, tenemos una larga conversación acerca de las nuevas generaciones y sobre cómo abordábamos los temas sociales y políticos con nuestros hijos, cómo complementar en casa las deficiencias del sistema educativo, cómo llevar el asunto del bullying y las diferencias de valores que podíamos ver entre nuestros hijos y el resto de sus amigos y compañeros. Me conmueve verlo tan comprometido. Al ser Día del Padre, confiesa con nostalgia que lamenta estar lejos físicamente de sus hijos, quienes viven en otro país, con mucha mejor calidad de vida, felices y a salvo. Hace silencio y me pregunta por sus cholas. Le dijo que las dejé en la esquina del pasillo que conecta el pueblo con la playa. Acabo de dejarlas ahí, pero ahora veo que no están. El resto del equipo y yo comenzamos a buscar alrededor, a preguntar si alguien las ha visto. Nadie sabe nada. Apenada me disculpo con él y me dice que no preocupe, que seguro las agarró alguien que las necesita, que es algo material y no hay problema.

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Es de noche y tomamos la carretera de retorno a Caracas. Todos estamos cansados de la faena y permanecemos callados. Oscar reproduce de nuevo sus canciones mientras hace un playback apasionado. Al retomar la señal en nuestros teléfonos, comenzamos a revisar y contestar mensajes y llamadas. Oscar recibe muchas más notificaciones que cualquiera de nosotros, en tonos y repiques distintos. Contesta algunas llamadas en audio compartido para todos por las cornetas de la camioneta. Otras, en cambio, las atiende hablando en código, siendo breve y conciso en sus comunicaciones, con tono de autoridad. Tiene una conversación cariñosa con su madre, otra con sus hijos y una más creo con quien parece la madre de ellos. En un momento decide apartar las llamadas y seguir cantando. También revisa documentos y manda mensajes. Retoma su conexión con nosotros cuando el director le pide que me muestre el tráiler de unas películas que habían producido juntos y donde Oscar era parte del elenco principal. Hablan sobre aquella experiencia, hasta que Oscar dice: “Yo creo que a mí el reconocimiento me va a llegar por otros caminos”. Le pregunto si está por estrenar algún proyecto y me dice que él siempre está planeando cosas más grandes. Se queda en silencio. Yo también. Todos. Ya estamos llegando a Caracas.

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Me pregunta si voy de regreso a mi casa. Le explico que debo pasar antes por mis hijas, que están en casa de mi mamá, y luego sí voy a mi casa. Me dice que lo están esperando desde hace horas en un lugar, que tiene un asunto impostergable de trabajo. Le digo que entiendo, pero que me dé unos minutos para decidir si busco a las niñas o, por la hora, las dejo durmiendo en casa de su abuela y voy por ellas mañana. “Yo opino que debes estar con tus hijas, así que te voy a llevar a buscarlas a casa de tu mamá. Dame la dirección y te llevo”. El director, atento a mi decisión, me dice que si voy por las niñas la producción cubre mis gastos de transporte para regresar con ellas a mi casa. Acepto. Oscar me lleva a casa de mi madre y en el camino me dice que la mejor decisión es estar con los hijos, porque así podría descansar mejor. Se baja de la camioneta descalzo y sin camisa con mi maleta. Nos despedimos. Me abraza, me da las gracias por el día de trabajo y me pide que trate de andar con seguridad en la noche. Y también que si pasaba algo no dudara en llamarlo. Sonrió de nuevo y arrancó. Nunca más volvimos a hablar ni a vernos. Apenas intercambiamos algunos likes en Instagram. Nada más.

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Jeska Lee Ruiz es actriz, modelo y locutora. Estudió Comunicación Social en la Universidad Santa Rosa. Hace vida activa en el teatro venezolano y conduce el programa Cuadro a Cuadro en KYS FM 101.5 en Caracas. Su cuenta en Instagram es @JeskaRuiz y en Twitter @jeska.