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Periodismo, El País y otros amores, según Juan Cruz Ruiz; por Doménico Chiappe

Por Doménico Chiappe | 29 de mayo, 2017
Fotografía de Jeosm

Juan Cruz retratado por Jeosm

El periodismo y sus maneras, tal como se practica hoy en España, se retratan en Un golpe de vida (Alfaguara, 2017), un libro impregnado por la nostalgia de su autor, Juan Cruz Ruiz, testigo y protagonista de uno de los diarios paradigmáticos de estas últimas décadas, El País. En un flujo literario que combina crónica y análisis, ensayo y autobiografía, a partes iguales, se abordan el devenir y el reto de un oficio afectado por la ansiedad digital, con una escritura que estuvo influida, asimismo,  por aspectos de la vida íntima del autor, como la confrontación de la enfermedad de sus seres queridos (hermana, hija) y la aceptación de la vejez.

«La muerte de mi hermana me afectó muchísimo», confiesa Cruz Ruiz, sentado en su bar favorito de Madrid, Café Gijón, donde habitualmente realiza sus entrevistas y donde esta vez le toca hablar y no tomar notas. «No lo menciono en el libro… pero ha teñido mi vida. Mi hermana era una persona muy humilde, como todos nosotros, muy alegre, se parecía a mi madre en ese sentido, pero más atrevida, más política. Y eso me ha acercado más a mi hija, que tiene una historia ejemplar, su manera de afrontar la enfermedad (desprendimiento de retina en ambos ojos, superada). Me ha cambiado la vida. Estoy haciendo movimientos secretos, que ni yo mismo sé, para despedirme».

Testigo de excepción y protagonista, observa, mientras empieza un alejamiento del  diarismo, los cambios que obran en la sociedad y la política.  «La libertad con la que hablo no es valentía, es responsabilidad con el oficio que me ha dado la vida», asegura. «Y mientras tenga fuerza, seguiré tratando de desmontar los tópicos desde otra trinchera, como los libros y las clases. Yo quiero devolver al periodismo lo que me dio». Las vicisitudes de Juan Cruz Ruiz, el hombre, el padre, el viejo, se entremezclan con una defensa férrea, aunque desapasionada, de El País, el diario al que pertenece desde su fundación, en 1976. Si en El niño descalzo (Alfaguara, 2015) narraba su fragilidad durante la infancia y la ruptura familiar que lo alejó de su hija, al tiempo que lo sumergía en su rol de editor y colaborador permanente de las páginas culturales de El País, aquí, sin ser una continuación de aquel libro, ejerce una defensa de su visión de periodista y del rol que ha tenido esta cabecera en la sociedad española.

Cuando recuerdas la etapa postfranquista inmediata, hablas de la «hiperpolitización de la información», de los «intereses de los empresarios», sobre todo de la construcción (p. 39) y la forma en que los dueños de medios se «situaron» frente a los cambios. ¿Esta frase podría extraerse y calcarse para hablar de los medios actuales?

La nomenclatura española está trufada de herederos y continuadores de esa parte de la historia de España. Impregna aún las compañías públicas de prensa. La intromisión del Estado en la organización de la información continúa en RTVE y EFE. En el ámbito privado está representado en el catolicismo reaccionario contra leyes liberales referidas al aborto o el matrimonio homosexual. Pero eso no puede llevar a pensar que éste es un país franquista, aún cuando haya franquismo en las venas de la sociedad española. Llamo franquismo a la burla de las libertades civiles o a la desconsideración a la opinión ajena, que lamentablemente comparten, sin quererlo o sin hacerlo explícito, nuevas formas de política, incapaces de prolongar un espíritu de búsqueda y de consenso.

Esa presencia de elementos franquistas, que tiene que ver con lo conservador, sirve a esos nuevos grupos políticos que mencionas para generar su retórica y su forma reaccionaria, que se sirve de continuos regresos al pasado.

Es un reaccionarismo latente en la sociedad española. Manifestarse contra los derechos de los homosexuales, por ejemplo.

Fue una ley que sirvió a Rajoy, durante los años de oposición del PP, en que convocaba manifestaciones constantes, permanentes acciones de calle. Lo que propone hoy Pablo Iglesias, lo hizo antes Rajoy durante los años de Zapatero.

Pero Rajoy lo hizo desde la derecha, estoy de acuerdo.

En esos años fue imposible hacer ningún pacto de gobernanza entre los dos grandes partidos. En lo único que estuvieron de acuerdo Rajoy y Zapatero fue en rescatar las cajas, con el único gran apretón de manos de Moncloa, cuando era inevitable su quiebra.

El carácter español incluye una gota grande de intransigencia. Es difícil vaciar de intransigencia la conciencia española.

Qué quieres decir.

Nosotros inventamos una frase que exportamos: ¡por mis cojones! El carácter inamovible de las imprecaciones públicas, valorar que alguien no se mueva de sus opiniones, es una expresión de esa intransigencia.

Que también obra en sentido contrario: el irrespeto de irrumpir en un templo, por ejemplo. Se pide cambio pero con un reaccionarismo similar, que la legislación perdona. Ahora bien, con respecto a esa inmovilidad como síntoma de la intransigencia, escribes, al referirte a El País, que «La pretensión de que un periódico siempre será el que fue es la base de todas las incomprensiones que giran en torno a un medio de comunicación» (p.102).

Si El País fuera lo que fue, la gente no lo reconocería. Cuántas veces El País ha sido lo que no fue. Por ejemplo, dicen que el periódico estuvo a favor de la OTAN, cuando lo que decía era que no debía hacerse como proponía Felipe González. Pero nos inventan cosas para decir que no somos lo que fuimos.

Desde tu posición, en la que es sano moverse de ciertas posiciones, no hace falta defender que El País no es lo que era.

Ni la sociedad es lo que era. El País tiene su línea editorial y se ha dedicado toda la vida a decir lo que le parece  bien y lo que le parece  mal, es la función de un periódico.

Sí, pero según quién.

Un editorial fija la posición del periódico.

De un director.

De un director, de un periódico. Es independiente de la información interior, el punto de vista del director, del periódico, está en sus editoriales, que no se dedican a repetir la noticia de sus páginas.

Fotografía de Jeosm

Juan Cruz retratado por Jeosm

Antes de avanzar, mejor abordar dos definiciones. Una, «El País» como concepto: qué es, cuál ha sido su posición editorial, según uno de los fundadores de un diario que ha sido referente y ejemplo para varias generaciones de periodistas en Latinoamérica. «En lo político, El País puede definirse como socialdemócrata, nunca defendió el marxismo; en lo social, extremadamente progresista, en defensa del divorcio, el aborto, las libertades civiles que la dictadura había restringido; en lo ideológico, se posicionó contra el franquismo y su continuidad en las instituciones españolas, lo que favorecía a los socialistas, que querían las mismas cosas; pero con el PSOE en el poder tuvo discrepancias por el tema del terrorismo. Y en lo cultural, quisimos que aflorara la cultura interior pero también la que regresaba del exilio. Siempre fue un periódico extremadamente institucional en defensa de la democracia y de la transición española. Creemos en el Parlamento, en las autonomías y aunque el espíritu que nos alentó era republicano, acatamos la monarquía», dice Cruz Ruiz.

La segunda definición es «progresismo», con la que Cruz Ruiz quiere desmarcase de ideologías, de la dicotomía izquierda-derecha que impera en España. Su credo: «No totalitario, no sectario, amante del debate de ideas, respetuoso de las opiniones contrarias, favorable de las libertades civiles y de la libertad de expresión basada en la información».

Para los periodistas latinoamericanos, este diario fue una referencia y un ejemplo. En los ochenta y noventa, varios redactores de diferentes periódicos, entre los que me incluyo, encargábamos las ediciones de sábado y domingo al librero «a domicilio», el señor Brassesco, que las llevaba a las oficinas el miércoles o jueves. Los grandes reportajes de El País Semanal o de Domingo, y los enfoques literarios de Babelia marcaron pauta en la forma de hacer reportajes, en el periodismo que se quería hacer. Ahora bien, tanto en este diario como en el resto de la gran prensa —de aquí, de allá— parece que la información noticiosa dejó paso, sin cambios abruptos, al periodismo de autor, de firmas, más de mínimos ensayos que de reportaje.

La mezcla de opinión e información siempre será un desastre. Un periodista puede analizar a partir de los hechos, y haciendo alusión a los hechos. La opinión publicada en las páginas de un diario debe ser fundamentalmente ajena al periódico y confiada a expertos.

Parece que el periodismo español teme dar noticias. Si sigues el acontecer en la televisión o la radio, no te informas realmente. La prensa escrita, incluso cuando se imprime, parece ir un paso por delante de estos medios que se suponen en tiempo real. Es la prensa escrita la que hace las investigaciones, revela las primicias. En la televisión pública, por ejemplo, el título del libro del director de Los Desayunos de RTVE, Sergio Martín, parece dar la clave de su política informativa: Noticias las justas.

El tertulianismo ha sido una daga mortal en la esencia del periodismo. Un periodista no puede opinar de todas las cosas. Dan doctrina sin salir de casa, si acaso miran la web. Las tertulias españolas, a diferencia de las norteamericanas, inglesas o francesas, quizás por el abaratamiento de la producción, raramente tienen expertos.

Pero en una información reciente apareció lo que pagaban a los tertulianos, una cifra promedio de 300 euros por cada vez que se sientan allí, que varía según programa y canal. Seguramente cualquier experto del ámbito académico asistiría con gusto por esa remuneración.

Me preocupa la televisión pública, donde están los mismos hablando de todo, y eso no es periodismo. La opinión es legítima, se puede ejercer, pero no es periodismo. Los periodistas, si son expertos, pueden tener una opinión. En caso de duda, no opines.

Lo calificas de «periodismo de pandereta» (p. 84), una retórica contagiada por los programas de prensa rosa, que impregna ahora la política y el deporte. Qué hay detrás. Tú participaste durante algún tiempo en las tertulias.

En una época bastante larga he ido a Telecinco y TVE. El problema es que me cansé, porque yo observaba que sabía menos de lo que decía saber, de lo que la gente pudiera pensar que yo sabía. Acababa de ocurrir algo, y ése era el tema del día. Luego me pusieron a hablar de libros, y de eso sí sé.

¿Tú lo elegiste?

También porque no me llamaron más, porque no soy buen tertuliante: yo no grito. Creo que así como la intensidad ha disminuido en Twitter, también bajará en este tipo de tertulias. En cuanto alguien produzca debates o conversaciones sosegadas, y tenga éxito, se acabarán éstas de ahora, como sucedió con el programa de Telecinco La Noria.

Y como pasó con Crónicas Marcianas.

Estamos conducidos a creer que gritas o no eres nadie, lo que se relaciona con la intolerancia de la que hablábamos. Por qué, de otra manera, Pablo Iglesias va a la Puerta del Sol y dice que la gente allí reunida es mejor que la que está en el Parlamento. La gente aplaude, pero ¿ha pensado realmente qué significaría no tener Parlamento?

Eso es lo que quiere Maduro y su propuesta constituyente en Venezuela: no tener Parlamento y sí a los fieles aplaudiendo.

Qué ocurre. Que esas cosas las decimos también en la prensa. El modo de la tertulia ha marcado de manera muy peligrosa la conversación española. La rapidez digital hace que el periodismo se esté suicidando porque no dejan que repose su esencia.

Junto al comportamiento del lector de periódicos, sobresaturado de información superficial, que cambia también.

Porque nosotros los estamos educando así. Marcados por las ansiedades sobrevenidas.

Volvemos a El País. Pareció existir un paralelismo en la evolución española de progreso y transformación entre este periódico y el PSOE. Con Zapatero parece que hubo un divorcio. Desde el poder, él creó un grupo, el de Jaume Roures, con Público y luego otorgándole el canal de televisión La Sexta. Roures se posiciona más a la izquierda que El País, que era el contrapeso de la derecha, llevándoles hacia el centro, cuando el centrismo parece maldito en España.

Cuando Roures montó su grupo, a partir de Público, hizo una campaña en la Gran Vía, donde está la sede del Grupo Prisa, con una pancarta enorme que decía: la cultura es gratis, lo que era la reedición de otra campaña de Aznar para quitar al grupo la televisión de pago. Hacía la misma analogía: Polanco se ha enriquecido con la cultura, y la cultura tiene que ser gratis. Roures sacó el periódico a la mitad de precio que El País, y sacó la televisión en abierto para dar fútbol, con lo que se quería perjudicar al Grupo Prisa. En paralelo, Público trata de estar a la izquierda de El País, para situarlo en un lugar donde ya estaba, siendo de centro izquierda, pero significando que ellos estaban más a la izquierda. Así que en el imaginario colectivo parecía que El País se hubiera hecho de derechas.

¿Qué había tras esa maniobra de Zapatero?

Tuvieron diferencias de opinión, a las que se refiere Juan Luis Cebrián en Primera página, su libro de memorias. Sólo puedo decir lo que yo percibía de ese enfrentamiento muy fuerte.

Era un momento económico delicado para Prisa.

Zapatero optó por el enfrentamiento tácito con El País, cuando Prisa necesitaba los recursos de la televisión encriptada para pagar las deudas sobrevenidas a lo largo del tiempo en que hizo inversiones. Cuando empezó la crisis, derivada de las dificultades económicas nacidas con estas maniobras empresariales, el grupo se vio acorralado. Desde mi punto de vista, Zapatero quiso tener un grupo mediático afecto. Luego, Planeta compró La Sexta, endeudada por Roures, que cerró Público. Si Polanco hubiera hecho lo mismo, algunos líderes políticos de ahora lo hubieran colgado del palo mayor. Y Planeta (también accionista mayoritario de Antena3) ha salido indemne. ¿Oyes hablar de Planeta como un conglomerado que sojuzga la opinión española? Los escritores que publican en Planeta no publican en La Razón.

Algunos publican en El País, porque Planeta es también Seix Barral.

Y no los veo denunciar la línea editorial de La Razón, por ejemplo. Pero al Grupo Prisa, sí. Se le mienta como un diablo que sojuzga la opinión española. Esa es la raíz de mis enfados.

¿A qué lo atribuyes?

A que el Grupo Prisa está desde siempre en el mundo de la comunicación, mientras Planeta es nuevo y su nombre se asocia a los libros y no al poder inmenso que obtiene del Partido Popular junto a la compra del canal de Roures. Es decir, el agregado no se relaciona con Planeta, que vive una luna de miel con la escena cultural española. Muy bien hecho, pero convendría que se supiera que juega a tres bandas. El País tenía sus editoriales, todas con una conducta coherente, mientras que Planeta puede jugar con todos los dueños del poder, con un medio a la derecha, otro a la izquierda. Otro ejemplo, existe hoy una campaña sobre los editoriales que El País ha publicado sobre Pedro Sánchez, cuya política no parece gustar a quienes dirigen el diario pero se olvida que también ha publicado desde hace mucho tiempo editoriales que piden la dimisión de Rajoy.

Les atacaron cuando destaparon la especulación inmobiliaria de Ramón Espinar, antes de las elecciones internas de Podemos.

Y también hemos dado páginas y páginas contra la corrupción del PP. Pero hay una campaña para que El País deje su espacio a publicaciones digitales.

Te refieres a eldiario.es

No voy a dar nombres. Pero cuando insisten en que Cebrián está en los papeles de Panamá…

El Confidencial.

El Confidencial y La Sexta. Cebrián no está en esos papeles. Sí está su exmujer, por pertenecer a una fundación. Como está una secretaria de Zapatero. No está Cebrián, pero hay que ponerlo allí. Y en el Tramabús. Luego se sabe que el consejero delegado de La Razón estaba en los Papeles de Panamá, y La Sexta no ha hecho exhibición de aquello, pero sí había hablado  de Vargas Llosa y de Almodóvar, y de Cebrián. Y ese periodismo no explica ni qué significan los papeles ni qué dejan de publicar porque estaba el colaborador más cercano de Mauricio Casals, presidente  de La Razón y representante de Planeta en Madrid. Dirán lo que quieran, que soy vaticanista de El País o que estoy vendido a Cebrián, pero me tienen que demostrar que esos papeles eran delictivos, que contenían dinero y que fueron utilizados con fines fraudulentos.

En tu libro retratas una gran paradoja española actual: a pesar de que el periodismo es cada día más criticado y más difícil de hacer por el abaratamiento del oficio, da la impresión de que quienes atacan ese periodismo desde el Congreso, me refiero a Podemos pero no sólo a ellos, se nutren para el inicio de su retórica de lo que leen en los periódicos. Teniendo los diputados más recursos que un periodista, teniendo comisiones para determinados temas, no son ellos los que investigan, los que revelan informaciones cruciales, sino la prensa, que sigue funcionando a pesar de los señalados intereses empresariales. Los políticos sólo las leen, sin quizás pasar del titular, y lo enganchan a su relato prefabricado, que actualizan y repiten. Parte de la paradoja es que son los propios medios audiovisuales, sobre todo aquellos programas informativos de franja diurna, los que permiten que sean los políticos los que se apropien de la información, sin citar procedencia muchas veces. Las televisoras no entrevistan al periodista, ni van a la fuente, sino que van a los políticos para que actúen con el reproche a pesar de que se demuestra que si ellos tienen esa información y se ven los resultados judiciales, funcionan la libertad de información y el Estado de derecho, pues nos seguimos enterando de lo que ha sucedido, y vemos que los jueces, unos más que otros, actúan y dictan sentencias, quizás no con la severidad que quisiéramos, debido a que las penas, en general, son laxas en casi todos los ámbitos dentro de la nación española.

Subrayo lo que dices y pondría como ilustración gráfica el asunto del Tramabús. Obviamente Podemos no ha investigado a Cebrián. Se agarra a una información que ha sido repicada sin comprobaciones posteriores, al menos por el grupo político que mencionas.

Bueno, ni a Cebrián ni a los demás que allí aparecen.

Yo de quien sé es de Cebrián. Podemos lo ve en una cadena de televisión, lo lee en un periódico digital y sin más averiguación, lo lanza. Tuve con Iglesias un breve intercambio en Twitter, a partir de un artículo que escribí, «Intimida que algo queda», donde él lo retuiteó con el estilo habitual de ahora. Para responder a la intimidación a la que someten a los periodistas, denunciada en el texto, él dijo: «¿Y lo de Cebrián en Panamá no es intimidación?» La respuesta como  invectiva, en lugar de información referida al asunto en el que yo incidía en mi artículo, el arte de intimidación que maneja el principal líder de Podemos.

Como tantas otras que nos resultan familiares, parece una estrategia aprendida en Venezuela, donde dieciocho años bajo el régimen chavista el periodismo libre sólo se ejerce en mínimos reductos, siempre bajo la represión y el acoso. En varios pasajes de tu libro (pp. 107, 132, 135…) mencionas a Venezuela y al partido Podemos, que defiende la dictadura venezolana en tribunas europeas y se niega a condenar la violación de los derechos humanos que ocurren ahora mismo. ¿Crees que lo vivido en Venezuela puede extrapolarse a España?

Es muy difícil esa extrapolación. Maduro ha excedido, desde mi punto de vista, todas las fronteras del respeto al trabajo de la oposición, la quiere aniquilar; y no creo que ése sea el caso de España. En cuanto a la relación de Podemos con Venezuela, sería de gran alivio que mostrara en público, y ante su relación con Venezuela, el mismo talante verbal que utiliza para referirse a las cuestiones más graves del ejercicio abusivo del poder en España.

Qué opinión te merece la mediación que en teoría hace Zapatero, aunque en estos 50 días álgidos poco se le ha escuchado.

Tengo mucho respeto por Zapatero; creo que es un hombre de buena voluntad que no eligió llevar a cabo esa misión. Y tengo la impresión de que, ante Maduro o ante Chávez, cualquiera que hubiera asumido tal misión estaría en la situación del expresidente español. Venezuela no es país para mediadores, ahora.

¿Podrá Podemos evitar que el cerco judicial en España, que existe hoy en otros países, como Estados Unidos, contra altos dirigentes del chavismo, fugados o preparando un exilio dorado? Tengo la impresión de que esa es la gran batalla que libran hoy desde el Poder Legislativo.

Desconozco, francamente, estos aspectos judiciales. Sólo puedo decir que cuando Podemos ponga orden en su relación con el pasado y con el presente del chavismo tendrá una relación normalizada con la democracia española, y con la democracia venezolana, por otra parte.

Doménico Chiappe 

Comentarios (1)

Victoria I
1 de junio, 2017

Gracias Amigo..muy buena entrevista..!!! ..*Adelante Periodistas*..las noticias no descansan

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