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Un fragmento de la novela ‘El espejo siamés’; por Ben Amí Fihman

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Ben Ami Fihman retratado por Vasco Szinetar

“Por lo regular, a esta hora me pregunto qué diablos hago en este país donde todo me resulta familiar y nada me pertenece. Conservo en la memoria los shows del Coney Island, el popular programa radial de Amador Bendayán, La bodega de la esquina, los bistecs encebollados con ensalada de berros de Jaime Vivas, Dinner in Caracas de Aldemaro Romero, banda sonora de la década que vio desaparecer los rastros postreros de la “ciudad de los techos rojos” y estimuló la ensordecedora construcción de nuestros primeros rascacielos y autopistas. Pero cuando saco a pasear mi alma decrépita por estas calles nada impide que me asalte la melancolía. Desprecio la chapuceada cháchara, el masivo manoseo, la prosa de los periódicos, la sociedad incestuosa —cómplice en la altas esferas, bestial en los cerros gangrenados—, pero sobre todo y por encima de todas las cosas, maldigo la fritanga musical omnipresente en las barriadas, en los burdeles del centro y en los carros de lujo en los que los choferes esperan a sus amos frente a las embajadas, las mansiones de La Lagunita o los restaurantes de Altamira, mejor conocida, desde que obtuvo la green card en Nueva York, por el singular sustantivo culinario de salsa.

Como tan a menudo, bajo la luz sudorosa, indecisa y desahuciada del crepúsculo, sofocado de tráfico y contaminación, sentí deseos de hundirme simultáneamente en “el callejón de la puñalada”, desaparecer en las tinieblas del hotel Sava y empezar a trabajar en la adaptación de La Dame aux camélias a la trágica historia de amor de un muchacho del Country Club con un travesti de El Palacio Imperial que me prometía escribir. Aunque estaba tan desmoralizado que había perdido fe en las virtudes del vicio. Odiaba, por encima de todo, el Sol, al que consideraba, a la par que su primogénito, el calor, mi peor enemigo.

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El suicidio de Carlos Clarens era la noticia del día que reventaba los informativos en la radio y los programas de televisión desde la mañana. Al parecer había ocurrido dentro del oscuro Mercedes, mientras esperaba a Circe Kramer, que se peinaba en Georgette, un salón de belleza de La Campiña, según me informara el siciliano cuando pasé a afeitarme más temprano. Había amortiguado el estampido del revólver con un cojín ornamental que llevaba en el asiento delantero, para no despertar ni asustar a nadie. La vendedora de periódicos de la esquina, que estaba acomodando diarios, revistas y otras mercancías en el quiosco, lo había observado bajar la cabeza como si fuera a recoger algo en el piso del carro. Pero le extrañó que, pasados cinco, diez, quince minutos, Clarens, a quien conocía por la televisión y de verlo todos los días esperando a Circe a la misma hora frente a la peluquería, tardara en incorporarse. Se lo comentó a un cliente y, como la duda no cayera en oídos sordos, abrió la puerta del puesto y, convidada por aquel, se acercó hasta el carro azul marino, avanzando a paso lento y, la cara pegada a la ventana, se asomó al interior del automóvil. Acostado en el asiento del pasajero, echado hacia la izquierda, yacía el famoso comentarista catódico y afilado defensor de la democracia.

Cambiarle el nombre a la avenida Libertador era inimaginable. Pero la idea de bautizar “Carlos Clarens” la calle donde había vivido el difunto antes de mudarse a La Castellana, a una casa blanca de fachada muy años cuarenta, cobraría cuerpo muy pronto, a no dudarlo. Se me ocurrió cuando el barbero se solazaba dándome su versión de los hechos con la seguridad de un testigo ocular y sopesaba el valor que le daba al difunto el establishment. El “establecimiento”, escribiría con ignorancia el esclarecido cronista social de un categórico tabloide vespertino. La tragedia llegó a oídos del presidente de la República cinco minutos después de producirse, según el fígaro, que bajó la voz como si se tratara de un secreto de Estado. Tras acercarse al carro, abrir la puerta y dar vuelta al cuerpo ensangrentado de su joven marido, herido en el pecho a la altura del corazón, y comprobar que no respiraba, Circe Kramer se dio media vuelta y regresó a la peluquería sin parpadear. Como si no le estuviera pasando nada, acotó la vendedora de periódicos cuando llegaron los primeros curiosos y sobre todo cuando se presentó el inspector de policía enviado por el mandatario, siempre en versión del liliputiense Pippo Fallacia.

Después de rechazar un asiento en el salón de belleza, Circe había exigido el teléfono y marcado un número. Que se sabía de memoria. Circe, a secas, como la conocían sus televidentes.

—¡Hola! ¿Cómo estás? Carlos acaba de pegarse un tiro. Salgo para el programa —le anunció al presidente.

—Manda a la policía. El salón de belleza Georgette, a cinco cuadras del Centro Comercial Los Cedros. ¿Si quieres nos vemos el domingo a las siete en Le Coq d’Or, donde cenamos todos los domingos? —escucharon la misma Georgette, una empleada madrugadora, la vendedora de la esquina y el cliente que la siguiera, estupefactos y con el mayor respeto. Luego de colgar les pidió que le llamaran un taxi porque no quería llegar tarde al estudio.

Un viejo profesor me hizo notar hace años que los hombres, ante un accidente o una catástrofe, como en el primer diálogo de Viola y el capitán en Twelfth Night, perfecta ilustración de ese principio universal, son presa de antojos y salidas irracionales. Una merengada en el fondo de un precipicio, una estampilla para poner una carta en el correo en medio del desierto o la angustiosa idea de haber dejado corriendo el agua del baño en plena cópula trágica se le pueden imponer a un condenado, a una víctima o a un enamorado ante el verdugo, el asaltante y el ser amado. En efecto, golpeada por la adversidad, el alma humana se torna caprichosa. Apenas salvada, y enterándose de la pérdida de su hermano, Viola se preguntará si Orsino, el noble caballero que impera en Iliria, está soltero. ¿Por qué no perdonarle a Circe la cita dominical con el huésped de Miraflores? Ellos, ella y Carlos, formaban una pareja inseparable, casi unívoca en la pantalla. “¡Un rostro, una voz para dos personas!, se diría un reflejo en un espejo, que existe y no existe”. Así exclamaba Orsino, describiendo a Viola y Sebastián. En ese instante, ¿habría el alma de Viola transmigrado al cuerpo marchito de Circe?”

*

[NOTA DE PRENSA]

Ben Amí Fihman presenta su primera novela

“El reconocido escritor y editor Ben Amí Fihman regresa a Caracas para presentar su primera novela, El espejo siamés, publicada por Oscar Todtmann Editores. Varios eventos permitirán a los lectores reencontrarse con el autor.

Ben Amí Fihman vuelve a su Caracas natal para dar a conocer su primera novela, El espejo siamés, poblada por narradores que se multiplican, se encuentran, se separan y se funden. En un muy esperado libro, editado por el sello Oscar Todtmann Editores, Fihman logra armonizar varias de las muchas manías que lo persiguen: el laberinto de espejos filmado por Welles y los de tinta y papel fantaseados por tantos autores, la fascinación por la literatura de los rusos y por las discusiones de los intelectuales franceses de la postguerra, la minuciosa pasión por algunas obras de arte y la desilusionada aceptación de diversos hechos de la historia del siglo XX (el holocausto, la glasnost), por sólo mencionar las que más saltan a la luz.

«Entre desdoblamientos, ecos y reverberaciones de personajes soñados que se llaman como gente real y que jamás dejan de hablar en el dialecto de la ciudad de Caracas, El espejo siamés urde la explicación de una, dos, tres vidas segadas por propia voluntad, cada una asediada por una pérdida irreparable: la del amor en un caso, la de la cordura en el otro, y la de la razón de ser del tercero, pérdidas que, en el fondo, son todas la misma: la del luminoso reino de las ilusiones de la juventud.», señala en la contraportada Andrés Cardinale.

El autor

Ben Amí Fihman (Caracas, 1949) es una de las voces más influyentes del periodismo venezolano contemporáneo y un privilegiado «cronista de Caracas» a través de sus libros, de la revista Exceso, y ahora con su novela El espejo siamés, amén de proyectos en este momento en su tintero.

Después de un breve paso por la Escuela de Letras de la UCV y de estudiar cine con Martin Scorsese en Nueva York, Fihman aterrizó en París, en la Sorbona, donde obtuvo una licenciatura en literatura moderna francesa.

En París —en cuyos bares, bistrots y locales nocturnos confiesa haber obtenido su verdadera educación— lanzó y dirigió, entre 1976 y 1978, L’Oeil du Golem, revista trimestral dedicada a la literatura fantástica, admirada por Julio Cortázar y Roger Caillois, entre otros. Con su rúbrica se publicó, el 11 de enero de 1970, en el Papel Literario de El Nacional, la primera entrevista hecha por un venezolano a Jorge Luis Borges.

Publicó su primer relato en 1968 en la revista Imagen, y, luego, el libro de cuentos Mi nombre, Rufo Galo, a los que seguirían Las voces de Orfeo, Los recursos del limbo y La quimera del norte. No obstante, la mayoría de los lectores venezolanos lo recuerdan como el autor de “Los cuadernos de la gula”, columna semanal sobre gastronomía con la que, en cultísimas crónicas disfrazadas de mera reseña, contribuyó a iniciar a los caraqueños en los placeres del buen yantar. Esos ensayos fueron coleccionados parcialmente, primero, en Los cuadernos de la gula y, luego, en Boca hay una sola.

Excesos y otras lides

En 1980, después de pasar un par de años como consejero cultural de la embajada de Venezuela en Colombia, Fihman regresa a Caracas, donde fue productor del programa televisivo Almorzando con Orlando, mantuvo el espacio radial Boulevard junto a Alexandra Cariani y fundó el cabaret humorístico La Guacharaca, del cual sería director artístico.

En 1988 fundó la revista Exceso, que dirigió hasta 2006 y en cuyas páginas se darían a conocer muchas de las mejores plumas periodísticas del país. La primera edición apareció en enero de 1989, con un tiraje de diez mil ejemplares que se agotaron rápidamente. Premio Nacional de Periodismo en 1999, Exceso desarrolló un periodismo audaz, en un estilo que combinaba la investigación con la calidad literaria —con un lenguaje culto, complejo y matizado—, teniendo en su mira una variopinta temática que arrojaba luces sobre fenómenos urbanos y contemporáneos, los talones más débiles de la sociedad y aquello en lo que otros medios no hurgaban entonces.

Dos libros recopilan lo mejor de los años de Ben Amí Fihman al frente de la revista Exceso: Mujeres de Exceso, que reunió en 1992 once perfiles femeninos y Carne y hueso, las 24 mejores semblanzas de protagonistas de la contemporaneidad venezolana, publicado de 2004.

En 1990, fundó la revista Exceso Cocina y vino, aún hoy insuperable, donde la gastronomía local e internacional se abrió paso desde la crítica, la entrevista, la semblanza y la reseña. Además, publicó por breve tiempo las revistas Melusina y Montecarlo.

Ben Amí Fihman dirigió la Guía Exceso de vinos, fundó el Salón Internacional de Gastronomía (SIG) y participó en la creación de la Federación Internacional de Periodistas y Escritores del vino y espirituosos (Fijev, por sus siglas en francés).

Para agendar

Ben Amí Fihman estará presentando su novela El espejo siamés en varios espacios. Tendrá una primera conversación con Fausto Masó el jueves 27 de abril a las 6 pm, en la Librería Lugar Común de Paseo Las Mercedes. Luego, el jueves 4 de mayo a las 6 pm, la presentación formal será en la Villa Planchart (Quinta El Cerrito) en compañía de Tania Sarabia”.