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“Mi marido murió cuando intentaba matarme y me mandaron a la cárcel”; por Lucía Sandoval

Lucía Sandoval estuvo a punto de ser asesinada por su pareja tras denunciarle por malos tratos. Durante un forcejeo, sobrevivió a un disparo que terminó matándolo a él. Tras casi cuatro años en prisión preventiva, fue absuelta y salió de la cárcel. Esta paraguaya dedicó sus años en prisión a estudiar derecho. Ahora ayuda a otras víctimas y lucha por recuperar a sus hijos.

Por Univisión | 11 de marzo, 2017
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Lucía Sandoval dedicó sus años en prisión a estudiar derecho y ahora ayuda a otras víctimas de la violencia de género. Fotografía de Santi Carneri

univision-150editadoAsunción, Paraguay.- Yo creía que lo que vivía era normal. Nos casamos después de que nació mi hijo menor. Vivíamos bien, no me faltaba de nada. Pero nuestra relación empezó a cambiar desde que nació mi hija, la mayor.

Él viajaba mucho y empezó a tomar más alcohol. Siempre fue una persona que le salía carácter fuerte. Al principio no era violento hasta llegar a agredirme físicamente, aunque sí con palabras. Con el nacimiento del pequeño eso se fue agravando. Empezó con empujones, tirones de cabello y después fue más brutal. La gente a mi alrededor no sabía nada porque ya casi no tenía amistades. Vivía prácticamente recluida en mi casa. Perdí el contacto con el mundo exterior. Ahí quedé aislada con mi hija de cuatro años y mi hijo un mes. Tenía 36 años.

Tuvimos muchos problemas y empecé a hacer denuncias pero siempre terminaba retirándolas. Algunas veces mi mamá incluso me decía que la retire porque mi exsuegra le convencía. Mi mamá es del campo, es de otra mentalidad y yo siempre terminaba cediendo. Pero en los últimos tiempos fue demasiado.

Hola, me llamo Lucía. Nací en Isla Pucú, en el departamento de Cordillera, Paraguay, a unos 90 kilómetros de Asunción. Mi familia vivía en el campo, mi papá era agricultor pero nos mudamos a la capital cuando tenía 15 años porque él enfermó. Desde entonces trabajo para ayudar a mi mamá, por eso no pude seguir el colegio y solo terminé primaria. Mi papá era de los que decían que las mujeres no tenían que ir al colegio sino quedarse en la casa porque las que salían eran “busconas”.

Al cumplir 18 años me fui a Buenos Aires, aún tengo dos hermanas que viven allá y ahí trabajé de niñera para enviar plata a Paraguay. En uno de esos viajes fue que conocí a mi exmarido. Yo iba y volvía y nos veíamos. Al final volví a Paraguay para seguir mis estudios. Terminé la secundaria con veintipico de años como mejor egresada. En eso ya andábamos de novios y nos mudamos juntos.

La última denuncia

Cuando mi hijo tenía tres años se despertó de madrugada mientras él me agredía y me quiso defender. Con una zapatilla le pegaba a su papá y el papá respondió tirándolo contra la pared. Ese fue el detonante. Al día siguiente esperé a que se durmiera y después salí. Me refugié en casa de mi comadre, la madrina de mi bebé. Ella me dijo que no debía dejarlo pasar más y fui a hacer la denuncia. Fue la última que hice.

Fui con mis dos hijos. La jueza no me pudo atender porque tenía sobrecarga de trabajo. No quería volver a casa así que fui a la de mi comadre. Al día siguiente volví al juzgado y aún no estaba la resolución. Él ya se había ido de viaje por su trabajo.

Después de cinco días me llamaron del juzgado y me entregaron la famosa notificación de alejamiento para que yo le entregue a él. Un procedimiento que no se tenía que hacer así, pero yo no sabía en aquel momento.

Al cabo de ocho días, regresó de su viaje. Llegó borracho y me empezó a violentar, a hacer quilombo. Así que al día siguiente le entregué la notificación y creo que ese fue el detonante de lo que pasó después. Al día siguiente no se fue de la casa. Le dije que tenía que salir, que esta vez no iba a retroceder, que iba a llamar a la policía para que se cumpliera la resolución. Le dije que ya no importaba que sus hijos y los vecinos lo vieran irse esposado.

Creía que ya no se iba cuando el domingo a la mañana, dos días después, me tiró un manojo de llaves y se fue. Estaba segurísima de que no iba a volver más.

Sin embargo resultó que tenía otra llave del portón principal de la casa. Vino a la noche. Entró y me esperó. Si hubiera sabido que él estaba ahí, yo nunca hubiera ido. Aquel día estuve con los niños en lo de una amiga hasta tarde.

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Lucía sufrió agresiones físicas y verbales por parte de su marido durante años. Fotografía de Santi Carneri

Llegamos a casa a las once de la noche. Las luces estaban como yo las había dejado: todo apagado y una sola luz prendida en el fondo del garaje. Nunca imaginé que él estuviera adentro.

Cuando entré con mi auto y cerré el portón me di cuenta de que su camioneta estaba adentro y ya no pude salir. Él estaba sentado a oscuras, escuchando música, fumando y tomando cerveza en la oscuridad. Cuando le vi, le ignoré. Bajé a mis hijos dormidos del auto y los llevé a su habitación a acostar. Cuando volví al coche a por mi cartera, él ya me esperaba en la cocina y ahí empezó la pelea.

Intenté salir por delante de la casa pero la puerta estaba cerrada. Me empujó a la cocina y ahí noté que llevaba un arma, la tenía en su cintura. Estaba sin camisa y llevaba la pistola en la parte de atrás de su pantalón.

Estaba furioso por la notificación. Dijo que no se iba a ir por nada del mundo, que nadie le iba a sacar de su casa, que me iba a corregir, que eso es lo que me hacía falta. Y que si alguien se iba a ir, iba a ser yo pero al otro mundo. Decía que nadie me iba a extrañar, que a nadie le iba a importar. Me golpeaba en el pecho y dos veces me caí y me levanté.

El disparo mortal

Yo quería quitarle el arma pero él era más fuerte. En ese forcejo fue que se disparó y no entendí si le alcanzó a él o a mí. Los dos estábamos cubiertos de sangre, pero yo no llegué a tocar el arma. Cuando me di cuenta de que era él quien sangraba, le atajé para que no caiga al suelo. Cuando se escuchó el disparo, mi hija salió de su habitación y le grité que llamara a los vecinos. Ella vio esa escena con su papá sangrando y creo que hasta ahora no se le borra de la cabeza.

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Lucía pasó 3 años, siete meses y veinte días en prisión. Fotografía de Santi Carneri

Enseguida los vecinos vinieron, la hermana de él, que vivía a cuatro cuadras, vino también, y yo trataba de subirle a la camioneta para llevarlo al hospital pero no podía sola. Sangraba mucho. Le había envuelto en una remera. No pensé que iba a morir. Lo único que quería otra vez era salvarle. Fuimos al sanatorio con su hermana. Algunos tramos de ese camino se me borraron de la mente.

Cuando llegamos y salió el doctor a inspeccionarle, él ya estaba muerto. Avisé a mi mamá porque era el único teléfono que recordaba y empezó a llegar la Policía y la Fiscalía para hacerme las pruebas de la parafina. De ahí mismo, toda ensangrentada, descalza, sin bolso ni nada me llevaron detenida. Mi foto salió así en el diario local ABC Color.

De ahí perdí todo contacto con mis hijos y ya no supe nada más de ellos.

La cárcel

Eso fue el 7 de febrero de 2011, amaneciendo. El 11 de febrero me trasladaron de la comisaría a la cárcel del Buen Pastor. Casi me revienta mi vena del cuello, estaba en shock. Me dejaron en un pabellón con otras 40 chicas que por suerte me trataron superbien y hasta me dieron una cama. Me subieron en ella y ya no podía bajar de ahí porque no paraba de temblar. Intentaba rezar, porque soy católica, y no me acordaba del Padre Nuestro. Lo empezaba y no podía avanzar. Así una y otra vez.

Pasaron 15 días y seguía temblando sin entender qué había pasado. Estaba acusada de haber matado a alguien. No podía comer nada. Mi mamá me daba leche en cucharadas. Así estaba. Mi mamá fue quien más me ayudó. No sé si hubiera podido salir adelante sin su apoyo. Mi papá murió un año antes de que yo fuera a la cárcel. Parece que la vida de repente coloca todo porque él no hubiera podido aguantarlo.

Después de un mes y medio me hicieron la prueba de nitrito (para ver qué huellas dactilares había en el arma) que confirmaba que no le maté y quedé más aliviada. Era consciente de que podría haber sido yo. A mí nunca me hubiera gustado que muera. Quisiera que se hubiera ido, que hubiera hecho su vida, viendo a sus hijos y yo también. No era esto lo que yo quería ni lo que esperaba.

Por eso siempre que puedo recuerdo que es responsabilidad del Estado lo que ocurrió. Porque yo pedí auxilio, pedí ayuda y nadie me escuchó. Esto se pudo haber previsto como en todos los casos que están ocurriendo ahora. Pedís auxilio y lo que logras es estar en mayor peligro porque es en ese momento cuando él más se enoja. ¿Y quién te protege a vos? Eso pasó conmigo.

Fueron tres años, siete meses y veinte días en prisión. En la cárcel no hay una norma que te diga que te levantes. Si no quieres hacer nada te quedas en la cama hasta las doce. Pero yo de lunes a lunes me levantaba a las 6 a.m. que es cuando te abren el candado. Hacía todo lo posible para estar bien. Traté de no perder mi sentido de responsabilidad. Siempre pensaba: cuando recupere la libertad, lo primero, mis hijos. Tengo que hacerme cargo de ellos y ahora sola.

Mi mamá, los sacerdotes y las compañeras fueron mis principales soportes. La cárcel era un desastre. Un lugar horrible. Una pena anticipada porque todavía nadie había comprobado si era culpable o inocente.Tener que estar ahí y aguantar no es fácil. Al entrar a ese lugar la sociedad ya te considera una delincuente y te estigmatiza. Los que te conocen te creen pero ¿y el resto? Pero eso no es lo que a mí me importaba. Sabía que era inocente. Quería mi juicio para poder demostrarlo, pero se suspendió unas cuantas veces. En el proceso hubo muchos problemas.

La resurrección

Poco a poco me fui recuperando. Si no hacía nada podía caer en depresión. Ese mismo año empecé a estudiar derecho y me hice cargo de de la biblioteca. Hice todos los cursos de capacitación posible. Organicé talleres de lectura con las chicas de mi sector, de autoayuda para levantar la autoestima. Fui coordinadora de un grupo de coro, después de eventos grandes que se hacían adentro.

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Dentro de la cárcel, Lucía se convirtió en un emblema por los derechos de las mujeres en Paraguay. Fotografía de Andrés Cristaldo para EFE

Trabajé en el taller de confección. Fui responsable e instructora. Hasta hicimos desfiles de moda dentro de la penitenciaría. Y así fue pasando el tiempo. Empecé a pintarme las uñas. Antes no podía hacerlo de rojo porque él decía que solo las putas se pintan de rojo.

Pude leer. De tener un libro en mi casa pasé a leer todo lo que quise porque teníamos una biblioteca. Empecé a hacer seguimiento a las causas de las chicas. Fue algo que hice como un voluntariado para el Ministerio de Justicia y creo que incluso eso ayudó a pacificar el ambiente en la prisión.

A los tres meses de estar privada de libertad me contactó Cladem (Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres). Me dijeron que conocían mi caso y que querían investigar un poco para hacer un documental y yo accedí. El video se presentó en la cárcel para que viéramos todas.

Creo que las fotos que me tomaron en prisión ayudaron. Empezaron una bola de nieve. ¿Quién es Lucia Sandoval? Instalaron el debate en la sociedad que se puso en mi lugar. Fue sorprendente el apoyo de la gente.

Solo Cladem tenía conocimiento de mi caso hasta que en diciembre de 2013 se suspendió mi juicio, algo que luego pasó dos veces más. Entonces, la activista Elba Núñez presentó mi caso a Amnistía Internacional y de ahí fue que tomó dominio público. Creo que las fotos que me tomaron en prisión ayudaron. Empezaron una bola de nieve. ¿Quién es Lucia Sandoval? Instalaron el debate en la sociedad que se puso en mi lugar. Fue sorprendente el apoyo de la gente.

Tuvo impacto que la prensa le diera al tema un enfoque diferente al habitual. Lo hicieron con respeto en lugar del típico trato de “crimen pasional” y eso ayudo mucho a hablar de lo que es la violencia familiar e instalar el tema del feminicidio.

De vuelta a la libertad

El juicio duró más de un mes. Fue muy duro. Estar sentada y ver el video de la Cámara Gesell que le hicieron a mi hija fue lo más difícil. Me lastimó tanto ver cómo estaban utilizando a mi hija. Y pedían entre 25 y 30 años para mí. La querellante me denigraba. Me trataba de borracha menopáusica. Y estar ahí sentada sin poder defenderse es terrible.

El día de la lectura de la sentencia sentía pánico. Las abogadas, Paola y Romina, me agarraban de la mano y mientras lloraba me dijeron al oído: “Escucha bien, nunca te vas a olvidar de este día”. Sabía que era inocente y pensaba que eso bastaba para ir a mi juicio. Pero ahora estoy convencidísima de que si no hubiese sido por todo ese apoyo y visibilización del caso, aún siendo inocente iba a ser condenada. Eso me asusta muchísimo porque ¿cuántos casos hay como el mío, de gente que no se sabe ni se conoce?

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Cuando fue declarada inocente, a Lucía le esperaban todas las internas para despedirle. Fotografía de Andrés Cristaldo para EFE

Al ser absuelta me llevaron de vuelta a prisión, donde 500 internas me esperaban en el patio para despedirme por sorpresa. Lo primero que hice al salir fue darme una vuelta por la costanera de Asunción.

Esa noche dormí en casa de una amiga y al día siguiente cuando me desperté pensé que estaba en la cárcel. Hasta que no vi la alfombra en el suelo no me di cuenta de que estaba afuera. Parecía que no estaba ubicada en el espacio. Casi me chocó un auto caminando por el centro aquel día. Tenía miedo de todo. La familia de él me había amenazado de muerte el día anterior. Se hizo una denuncia por eso.

Lo primero en que pensé cada día fue en mis hijos, pero aún no pude ir a verlos. (Hay una resolución que le prohíbe hablar del proceso judicial de sus hijos). Hasta hoy no tengo relacionamiento con ellos, hay posibilidades ahora después de mucho tiempo.

Estoy muy ansiosa. Creo que ya pasó demasiado tiempo. Esos seis años que se rompió la relación entre mis hijos y yo, ya no sé si voy a recuperar. Creo que cuando empecemos a relacionarnos, ellos también van a poder sanar, porque necesitan de su mamá.

Con el tiempo, fui perdiendo el miedo, terminé mi licenciatura y volví a la cárcel a trabajar con las chicas. Seguí trabajando por la reinserción en una cooperativa que fundamos con una compañera para ayudar desde afuera. Y de pronto, en septiembre del año pasado, Romina Rolón me llamó para ser parte del estudio de abogadas. Casi me desmayé. Ella me ayudó a salir en libertad y me invitaba, no como empleada, sino como compañera-socia. Sin pensar le dije que sí. Fue lo máximo para mí. Somos un superequipo de tres mujeres.

Desde que estaba en prisión me comprometí con mejorar las leyes como la de protección integral a las mujeres y sigo en mi compromiso. Me siento parte de ese pequeño pasito que se dio al aprobarla. Ahora me buscan muchas mujeres que fueron víctimas de violencia. Muchas me contactan por el Facebook y les respondo. Les doy orientaciones. Trato de responder a todo. Cuento mi historia justamente para que pueda ayudar a algunas mujeres para que se animen a salir de una situación de violencia. Decirles que sí se puede superar.

Me definiría como abogada activista. Quiero que más mujeres se unan a la lucha por los derechos de todas. En algún momento me gustaría incursionar en política porque estoy convencida de que el único lugar donde poder hacer cambios es en los espacios de poder. Pero será más adelante, ahora la prioridad son mis hijos.

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Este reportaje fue publicado en el portal Univisión Noticias y cedido a Prodavinci. Puede ver aquí la edición original.

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Comentarios (3)

Olmar Centeno
11 de marzo, 2017

Curioso. Justo ayer terminé de leer el libro ¿Nos oyen cuando lloramos? de Fauziya Kasssindja. El supuesto delito es otro: ingresar a USA con pasaporte de otra persona y sin visa pero solicitando asilo político y su experiencia de dos años de prisión hasta que por fin le conceden el asilo es muy similar. Y la indiferencia por parte de los jueces tambien es terriblemente parecida.

Diógenes Decambrí.
11 de marzo, 2017

Impactante relato que, sin embargo, deja algunas partes sin la información necesaria para que el lector no tenga que adivinar o ensamblar malas conclusiones. ¿Quién es La querellante que denigraba de ella, la trataba de borracha menopáusica? ¿Por qué la separaron de sus hijos, mucho más incomprensible luego de haber sido declarada inocente? En todos estos casos sale a relucir la mentalidad primitiva machista, que afecta por igual a hombres (agresores) y mujeres (víctimas que aceptan esas atrocidades como algo normal), de modo que es menester EDUCAR a las nuevas generaciones para erradicar totalmente esa mentalidad torcida que impera tanto en el primer mundo como en los países bananeros.

Norman Bunting
12 de marzo, 2017

Dolorosa e indignante historia. Pero tuvo que pasar para que se diera cuenta, que era la elegida por Dios. Lo que haces ahora, es tu misión en ésta tierra. Debías aprenderlo por experiencia propia,para poder entenderlo y desarrollarlo. Ahora son muchas y muchos a los que puedes ayudar.

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