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“Mi hija no se suicidó. Yo demostré que la mató su marido”; por Irinea Buendía

Cuando a la hija de Irinea Buendía la mató su esposo en 2010, ella no sabía lo que significaba la palabra feminicidio. Pero tenía claro que su hija no se había suicidado, como aseguraba su marido, un policía del Estado de México. Por eso luchó hasta llevar el caso a la Suprema Corte, donde lo declararon responsable de la muerte.

Por Univisión | 10 de marzo, 2017
Irinea Buendía retratada por Adriana Zehbrauskas

Irinea Buendía retratada por Adriana Zehbrauskas

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Ciudad de México.- Soy Irinea Buendía Cortez, madre de Mariana Lima, una joven que fue asesinada el 28 de junio del 2010 a los 29 años por su marido Julio César Hernández Ballinas, un policía judicial del estado de México. El caso de mi hija es el primer caso de un feminicidio que la Suprema Corte atrae y resuelve, pero en ese momento yo no sabía lo que era exigir justicia por una hija asesinada, no sabía ni siquiera lo que eran los feminicidios.

Mariana era la tercera de cinco hijos. Siempre le gustó ir a los bailes y tener muchos amigos. A finales de la secundaria comenzó a tener novios. Nosotros lo permitíamos porque era una forma de relacionarse. Quería ser licenciada en derecho porque veía que para los pobres la justicia no existía y decía que iba a ayudar a los que no tenían dinero para pagar un abogado.

En 2006 llegó a Chimalhuacán a hacer su servicio social y ahí conoció a Julio César Hernández Ballinas. Fue una relación muy negativa, nunca nos imaginamos lo que iba a pasar. Dos años después, Julio César se presenta a mi casa y me dice que se quiere casar con Marianita. Yo no estuve muy de acuerdo porque los años que había vivido hasta ese entonces me indicaban que era una persona en quien no se podía confiar.

Pusieron la fecha de la boda y Julio César le dijo a mi hija que si se quería casar con él tenía que preparar el mole para todos los invitados con leña. A mí me pareció algo muy desagradable porque él exigía mucho pero no daba nada y yo creo que el compromiso es de dos, no solo de la mujer.

Nosotros siempre tuvimos animadversión por los policías porque allá, en el Estado de México, en vez de proteger a la comunidad, parece que están en su contra.

Un día cuando mi hija le llevó de comer, Julio César me llamó y me dijo: “¿Sabe qué, jefa? Que a Mariana ya le puse las esposas y la voy a meter a las galeras y ya nunca la va a volver a ver”. Mi reacción fue enojarme. Entonces mi hija le preguntó qué me había dicho, le quitó el teléfono y me preguntó qué pasaba. Yo no le dije nada.

A la tercera semana que mi hija se había casado le puso su primera golpiza. Yo recuerdo que le pedí que levantáramos una denuncia pero ella me dijo: “No mamá, él me ha dicho que si yo voy a levantar una denuncia, no me van a hacer caso porque es policía judicial y si yo insisto me va a matar y me va a meter a la cisterna”.

Después Marianita me dijo que le había pedido perdón, que se darían una oportunidad. Yo le dije que un hombre que golpea la primera vez no deja de golpear jamás. Y así sucedió. Siempre la maltrató verbalmente, psicológicamente. Le decía que tragaba como marrana, que no servía para nada, ni para la cama. Mi hija no era libre de nada, yo me imaginaba lo que ella vivía estando sola con él. Era un trato terrible.

Fueron 540 días y en todos ellos hubo violencia. Primero lo amaba, pero después empezó a tenerle miedo. Ella siempre sentía que era observada, que era vigilada. Siempre tuvo ese temor de que la iba a encontrar y la iba a matar. Hasta que lo hizo.

El 28 de julio de 2010, mi hija llegó a mi casa triste, enojada y contenta. Triste porque no podía hacer que su relación mejorara, enojada por todo lo que él le venía diciendo desde hace mucho tiempo de que no servía para nada y contenta porque finalmente ese día se había atrevido a desafiarlo.

Me dijo que tenía planes de retomar la escuela, que haría su tesis y que iba a ponerse a trabajar. Hizo un plan de vida donde Julio César ya no entraba. A las 12:30 mi hija se fue contenta, pero fue la última vez que la vi con vida.

Al otro día en la mañana sonó el teléfono y Julio César me dijo: “Mariana se ahorcó”.

Cuando llegamos a la casa de Mariana no había nadie y en uno de los cuartos estaba el cuerpo de mi hija. Nunca la vi colgada, estaba acostada en la cama. Su cuerpo estaba golpeado completamente. Empecé a buscar de dónde se había colgado y no vi nada. En el cuello solo le vi un par de rasguños.

Cuando a la hija de Irinea Buendía la mató su esposo en 2010, ella no sabía lo que significaba la palabra feminicidio. Aquel día, el policía con el que se había casado su hija llamó por teléfono y le dijo que su hija Mariana se había suicidado. Fotografía de Adriana Zehbrauskas para Univisión

Cuando a la hija de Irinea Buendía la mató su esposo en 2010, ella no sabía lo que significaba la palabra feminicidio. Aquel día, el policía con el que se había casado su hija llamó por teléfono y le dijo que su hija Mariana se había suicidado. Fotografía de Adriana Zehbrauskas para Univisión

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Por eso, empezó una larga batalla por la que buscó ayuda en organizaciones y estudió las leyes hasta llegar a la Suprema Corte de Justicia de México. Fotografía de Adriana Zehbrauskas para Univisión

En su sentencia, la Suprema Corte reconoció que hubo omisiones y obstrucción de la justicia y pidió una nueva investigación del caso que determinó que Julio César Hernández Ballinas era responsable del asesinato de Mariana Lima. para Univisión

En su sentencia, la Suprema Corte reconoció que hubo omisiones y obstrucción de la justicia y pidió una nueva investigación del caso que determinó que Julio César Hernández Ballinas era responsable del asesinato de Mariana Lima. Fotografía de Adriana Zehbrauskas para Univisión

El de Irinea es un caso

El de Irinea es un caso muy emblemático de México por dos razones principales: por haber sucedido en el Estado de México, que en los últimos años se ha colocado a la cabeza de la lista de feminicidios en el país, y porque el agresor es un policía judicial.

No me acuerdo haber llorado. Sentí mucho dolor, pero tenía coraje también y me decía: ‘Este hijo de la chingada se atrevió a asesinar a mi hija’. Lo que yo miraba en ese cuerpo, en la cara de Marianita, era el sufrimiento que había tenido unas horas antes. Se veía la tristeza que embargaba su corazón porque mi hija supo que la iba a asesinar.

Siendo un policía judicial, Julio César pudo haber llamado a la policía para que resguardara el lugar, pudo llamar al Ministerio Público, pero dejó el cuerpo de mi hija solo. Él dijo que Mariana se había colgado de una armellita que servía para colgar las cortinas, con un cordón de 60 cms y 5 milímetros de diámetro, pero que había perdido el cordón y todos los elementos de prueba.

La autoridad en ese momento no acordonó el lugar. No embaló ningún objeto de prueba. Y sabiendo que había dos protocolos en el Estado de México acerca de la cadena de custodia y de investigación, no contempló absolutamente ninguno.

La larga batalla por la justicia

Yo creo que eso es un código no escrito que tienen los servidores públicos de que ‘ahorita lo hago yo y ustedes me protegen y al rato lo hacen alguno de ustedes y yo ayudo a protegerlos’. Siempre lo protegieron. El suicidio fue la única línea de investigación y nunca hubo avances.

Desde un principio denuncié que Julio César era el asesino de mi hija, denuncié la violencia que mi hija vivió y no quisieron escribir lo que yo estaba denunciando.

Hasta noviembre, cuatro meses después de la muerte de Mariana, pude ver el expediente donde me di cuenta de todo lo que habían dejado de hacer, de esa impunidad en la que trabaja la autoridad. En diciembre empezaron a trabajar nuevamente y llamaron a Julio César ya como indiciado. Pero un año después decidieron no emitir ninguna acción penal. Julio César quedaba libre de sospechas sin que la justicia hubiera cumplido con las recomendaciones.

Ahí decidí ir al Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio y a Católicas por el Derecho a Decidir, las únicas organizaciones que creyeron en lo que yo decía, y empezamos a luchar. Yo sabía que la autoridad había abusado de mi ignorancia y que tenía que ponerme a leer. Compré libros de criminalística, de derecho. Sabía que tenía que levantar la voz si quería ser escuchada.

Solicitamos tres amparos al poder judicial del Estado de México y en 2012 llegamos con una solicitud a la Suprema Corte. Tres años después, el 25 de marzo de 2015, obtuvimos un logro histórico cuando decidieron ampararnos.

En su sentencia, la Suprema Corte reconoció que hubo omisiones, total obstrucción de la justicia y pidió una investigación que empezara de cero y que se forme un grupo especializado en perspectiva de género.

Ese grupo hizo lo que se debía hacer desde un inicio y determinó que Julio César era responsable del asesinato de Mariana Lima. Por fin reconocieron que mi hija no murió por asfixia por ahorcamiento sino que fue asesinada por estrangulamiento. Y su asesino, Julio César, se encuentra en prisión a la espera de que el juez dicte una sentencia en su contra.

Yo siempre lo dije pero no me creían porque era ‘doña nadie’. Fue un logro, una sentencia histórica relevante porque el caso fue emblemático, un parteaguas en la lucha en contra de la violencia contra las mujeres.

El caso reúne todas las características de impunidad, de todo lo que la autoridad dejó de hacer. Esa es la relevancia para que la Suprema Corte pudiera verlo.

Sé que, aunque me pare de cabeza, nadie me va a devolver a mi hija con vida. Pero va a haber justicia porque Marianita sigue clamando y no nada más ella sino todas las mujeres asesinadas. Porque el único error que mi hija cometió fue haberse enamorado de un asesino.

Ahora tenemos un colectivo de madres de víctimas empujando nuestros propios casos.

Yo no me considero un ícono. Me considero simplemente una madre en busca de justicia. Y creo que debe haber un cambio cultural. El sistema patriarcal que, desgraciadamente, es lo que nos tiene a las mujeres con el pie en el cuello es lo que se tiene que combatir para quitarles ese poder que los hombres sienten que tienen sobre una mujer.

A las mujeres que me leen les diría: Luchen, no se queden calladas, necesitamos hacer ruido, necesitamos su voz, necesitamos su presencia. Necesitamos que no desistan. No queremos minutos de silencio.

Entrevistas y edición de Janet Cacelín en México.

Univisión 

Comentarios (2)

Irma Sánchez de Díaz
10 de marzo, 2017

Que gran MADRE es usted Sra. Irinea,asi se lucha por conseguir justicia para su hija Mariana, que fuerza tuvo para luchar hasta conseguir que el asesinato de su hija no quedara impune,que ser tan despreciable ese policía Judicial Julio César, no se como un ser con esa barbarie en su mente, puede estar en un cuerpo Policial, que según es para impartir justicia y proteger a los ciudadanos de su País, que quedará para los delincuentes, por eso dicen, el tiempo de Dios es perfecto, y la justicia tarda pero llega, sea divina o humana, ya su hija descansará en PAZ, donde sea que se encuentre, y se que Ud como madre se sentirá en paz consigo misma, porque siempre supo que era el marido que la habia asesinado, el todo era demostrarlo y los demostró con ayuda del Observatorio Nacional del Feminicidio y con todo lo que leyó, eso se llama ser una mujer y MADRE sobre todo luchadora,y buscadora de la verdad y la justicia. Es todo.

Diógenes Decambrí.
11 de marzo, 2017

Un caso mucho más transparente (para resolverlo) que el de Lucía Sandoval (de Paraguay, también en este portal), pero la condición de policía del victimario junto con el acendrado machismo tan “típico” de México, se confabularon para mantener al criminal lejos de ser acusado, a pesar de todos los obvios indicios. De nuevo, el común denominador es la mentalidad MACHISTA, que afecta a varones y hembras, que debe ser combatida con EDUCACIÓN para inculcar el respeto por la VIDA y por la DIGNIDAD inherente a todo ser vivo (sin especificaciones de sexo, edad u otra condición personal).

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