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¿Platón contra el cerebro derecho?; por Wolfgang Gil Lugo

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“La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional, un leal siervo. Pero nuestra sociedad actual honra al siervo y se olvida por completo del regalo”
Albert Einstein.

 

Platón ha sido acusado de muchas cosas. Popper le imputó ser el filósofo del totalitarismo, cosa que es discutible. Los Posmodernos le endilgan ser el predecesor del racionalismo modernista de Descartes, cosa que es completamente falsa. Ahora lo acusan de ser el enemigo del cerebro derecho. El responsable de esta última crítica es Iain McGilchrist, autor de El amo y su emisario: el cerebro dividido y la creación del mundo occidental1.

La acusación contra el cerebro izquierdo

Según McGilchrist, los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro humano tienen personalidades opuestas y están en conflicto entre ellos. En la cultura occidental ese conflicto lo comenzaría el propio Platón.

El título del libro se debe a una fábula que McGilchrist le atribuye a Nietzsche, aunque es difícil confirmar la especie. Se trata del rey que encarga provisionalmente del reino a uno de sus ministros y este termina usurpando el cargo real. El hemisferio izquierdo es el ministro, el “emisario” del título de la obra, mientras que el hemisferio derecho es el rey, el “amo”. Dicha usurpación ha provocado todos los males que se le atribuyen al modernismo.

Al comienzo, de forma inteligente, McGilchrist se distancia de la imagen popular según la cual el cerebro derecho es creativo, subjetivo y femenino, mientras que el cerebro izquierdo es todo lo contrario: racional, objetivo y masculino. Concede, sí, que es necesario que ambos hemisferios funcionen de manera coordinada.

“Creo que muchas de las discusiones acerca de la naturaleza de la experiencia humana podrían aclararse si comprendemos que los hemisferios nos ofrecen dos “versiones” esencialmente diferentes, ambas con visos de autenticidad, y ambas enormemente valiosas; pero que se encuentran en oposición y requieren mantenerse separadas una de otra: de ahí la estructura bihemisférica del cerebro” (p. 18).

Lamentablemente McGilchrist no se mantiene en este tono equilibrado. Pasa muy pronto a hacer juicios atrevidos y generalizaciones superficiales. Primero, afirma que “en ausencia del hemisferio derecho, al hemisferio izquierdo no le preocupan en lo más mínimo los demás ni sus sentimientos”. Segundo: “El hemisferio izquierdo es competitivo, y su objetivo, su principal motivación, conseguir poder”. Tercero: “…de acuerdo con la apreciación que el hemisferio izquierdo hace de la realidad, los individuos son simplemente partes intercambiables (‘iguales’) de un sistema mecánico, un sistema que es necesario controlar en aras de la eficiencia”. Finalmente, lo más sorprendente es que todo esto lo lleva a afirmar que en el cerebro derecho descansan tanto los valores morales y políticos positivos, como los democráticos:

“La democracia, tal como lo vio Jefferson, con su estructura esencialmente local, agraria, comunitaria, orgánica, estaba en armonía con los ideales del hemisferio derecho” (p. 485).

McGilchrist aplica esa concepción dualista a la interpretación de la cultura occidental. Convierte al conflicto entre los cerebros en una guerra —entre dos partidos intelectuales— que atraviesa la historia. Es una lucha entre el racionalismo y el irracionalismo. De esta forma de entender la historia, la Ilustración es un triunfo del cerebro izquierdo, mientras que el Romanticismo es una victoria del derecho. En esta gesta hay grandes héroes. Shakespeare, con su imaginación y su poesía, sería un campeón del cerebro derecho, mientas Descartes, por su defensa del mecanicismo materialista, lo sería del cerebro izquierdo.

Como puede apreciarse, McGilchrist hace un planteamiento que parece aquejado de bipolaridad. Por una parte, afirma la necesidad de la complementariedad de los dos hemisferios cerebrales, pero también afirma el privilegio natural del hemisferio derecho a gobernar.

Desde el punto de vista neurológico, parece más razonable la concepción de la teoría del Cerebro Total de Ned Herrmann (The creative brain, 1989). Dicha teoría expresa un modelo que integra el neocórtex con el sistema límbico. Herrmann concibe esta integración como una totalidad orgánica dividida en cuatro áreas o cuadrantes, a partir de los cuales se puede lograr un estudio más amplio y completo de la operatividad del cerebro y sus implicaciones para la creatividad y el aprendizaje.

Platón cómplice del cerebro izquierdo

McGilchrist convierte a la filosofía occidental en un producto del hemisferio izquierdo:

“(la filosofía) es verbal y analítica, requiriendo un pensamiento abstracto, descontextualizado, desencarnado, que trata en categorías, que se refiere a sí mismo con la naturaleza del general en lugar del particular, Adoptando un acercamiento secuencial y lineal a la verdad, construyendo el edificio del conocimiento de las partes, ladrillo por ladrillo.” (p. 205).

Según McGilchrist la filosofía no era así antes de Platón. Los filósofos presocráticos estarían exentos del predominio del cerebro izquierdo, especialmente Heráclito, cuya filosofía se basa en que la contradicción es la esencia misma del ser y lo expresa en generosas paradojas. Es Platón quien comienza esa forma de pensar, la cual se hará norma durante toda la historia de la filosofía, especialmente durante la Ilustración. Serán los filósofos románticos, como Hegel, Nietzsche y Schopenhauer, quienes comenzarán a poner en duda la Ilustración y toda la tradición racionalista.

Hay que hacer notar que estos filósofos románticos que cita McGilchrist están más cerca del irracionalismo que de la imaginación creadora. Y sobre todo están muy lejos de lo que se denomina el ‘logos socrático’: la función filosófica de captar los valores que hacen que la vida merezca ser vivida.

En defensa de Platón

Según William James hay dos talantes filosóficos: el suave y el duro (El Pragmatismo, Conferencia I). El suave acepta la existencia de Dios, la libertad de la voluntad y el sentido de la vida, mientras el duro los niega de forma tajante. Si partimos de esta distinción, podríamos pensar que Platón es un pensador suave. Y si aplicamos la laterización cerebral a la división de James, podríamos hacer corresponder el talante filosófico suave al cerebro derecho y el duro al cerebro izquierdo.

Platón llena los requisitos para ser considerado un pensador suave de acuerdo a la clasificación de James. En consecuencia, se podría pensar que es un pensador del cerebro derecho. Pero McGilchrist no estaría de acuerdo con esa asociación. Eso parece un poco injusto. Platón le da mucho espacio a la imaginación, la poesía y las sutilezas. McGilchrist tiene como héroes a pensadores como Nietzsche, quien está más cerca de los pensadores duros. Nietzsche acepta casi todo lo que los duros proponen, solo que está en pugna con el racionalismo y la lógica. Se halla más cerca del irracionalismo. McGilchrist parece valorar más el irracionalismo que la imaginación como producto del cerebro derecho.

Aunque hay que reconocer el gran despliegue de erudición y agudeza que hace McGilchrist en su libro El amo y su emisario, la obra presenta graves debilidades teóricas. La primera ya ha sido notada por varios comentaristas. Se han dado cuenta de que cae en un dualismo, a pesar de haber expresado que lo pretende evitar.

McGilchrist cae en el maniqueísmo de los dos lados del cerebro. El derecho sería el héroe de la historia cultural mientras que el izquierdo sería el villano. Afirma así mismo que el izquierdo no tiene sentimientos de empatía, es discriminador y tiene vocación por el control. Si bien podemos aceptar eso, no podemos admitir que el cerebro izquierdo odie. Ese sentimiento parece más propio del derecho. Por otro lado, el que haga distinciones no significa que haga discriminaciones basadas en el prejuicio y el odio. También eso parece propio del derecho, de la misma manera que la vocación de control no es vocación de dominio, lo cual parece más propio del cerebro derecho. En todo caso, la lateralización es solo la condición de la doble descripción, de la que habla Bateson, para lograr un efecto que solo se alcanza por medio del trabajo unificado de los dos lados del cerebro.

Además de esa debilidad, hay otra que nos parece mucho más profunda. McGilchrist le atribuye al cerebro derecho una cualidad que no se puede alcanzar solo por una característica fisiológica: la captación del bien. Según la forma en que este autor presenta el problema, la captación del bien está implícita en el cerebro derecho. Eso no es posible. De ser así, nunca se equivocaría desde el punto de vista moral. Sería la negación de la famosa frase de Goya: ‘el sueño de la razón produce monstruos’. Si lo tomamos a pie juntillas, la frase de McGilchrist sería esta: ‘el sueño de la razón produce ángeles’. Este no parece ser el caso. La captación del bien no puede ser solamente un problema de la anatomía cerebral. Si lo fuese, bastaría extirpar un lado del cerebro para alcanzar la utopía ética.

El modelo de la lateralización de McGilchrist le queda corto a Platón. Dicha concepción del cerebro es horizontal, mientras que la división de la mente que hace Platón es vertical. Si nos atenemos a la Alegoría de la línea dividida, del libro VI de la República, cada una de las secciones presentaría un lado derecho y otro izquierdo. Si nos atreviéramos a hacer el giro forzado de colocar a los hemisferios en la línea dividida, el cerebro izquierdo quedaría en el lugar de la Razón Discursiva (dianoia) mientras el cerebro derecho estaría en el nivel de la Razón Intuitiva (noesis). Se le llama Razón Intuitiva porque es capaz de captar directamente las esencias de los valores, el bien y la belleza, además de tener acceso a lo real en sentido eminente: el ser, que para Platón se identifica con lo divino. De ser cierta esta interpretación, no se puede decir que Platón sea un enemigo del cerebro derecho.

McGilchrist comete el mismo error que los posmodernos. Sufre del espejismo que confunde la razón cartesiana con la platónica. La modernidad y la posmodernidad se pueden explicar como formas de rebelión contra la razón platónica. Lo más característico de la razón platónica es que puede captar los valores que dan significado a la vida humana, mientras que los modernistas, tanto como los posmodernistas, le niegan esa función a la razón.

Es necesario superar al hombre dividido

Es mucho más razonable pensar como hace Aristóteles en su doctrina de la decisión, tal como aparece en la Ética a Nicómaco, que la buena razón debe cuidar de las emociones, así como las buenas emociones deben cuidar de la razón. Si lo traducimos al lenguaje de la lateralización, el hemisferio derecho debe cuidar del hemisferio izquierdo, y viceversa. Lo cual significa que hay una captación del bien por cada hemisferio. De no ser así, tendremos que aceptar una visión trágica del hombre. Una donde son irreconocibles sus dos cerebros. Se convertirán en verdad las palabras del Doctor Jekyll:

“Tanto en el plano científico como en el moral, fui por lo tanto gradualmente acercándome a esa verdad, cuyo parcial descubrimiento me ha conducido más tarde a un naufragio tan tremendo: el hombre no es verazmente uno, sino verazmente dos”. Robert Louis Stevenson: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, Capítulo X

Todo esto nos lleva a pensar que todavía hace falta otra revisión de la filosofía occidental a partir del concepto del funcionamiento total del cerebro, o mejor aún, del hombre saludablemente integrado que es capaz de captar los valores que hacen que la vida merezca ser vivida.

1 (The Master and His Emissary: The Divided Brain and the Making of the Western World, Yale University Press, 2009)

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