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Los mundos visibles e invisibles de la ciencia ficción china; por Edmundo Paz Soldán

Hao Jingfang

Hao Jingfang

Hace un par de años un presentador de CCTV, el canal estatal de televisión más importante de China, anunció que pronto comenzarían una serie de entrevistas sobre ciencia ficción, ante lo cual más de cien personas en el estudio comenzaron a cantar: “¡Eliminemos la tiranía de los humanos! ¡El mundo pertenece a Trisolaris!” El presentador se mostró sorprendido: por lo visto, no había leído El problema de los tres cuerpos, la novela de Liu Cixin ganadora del Hugo -el premio más importante de la ciencia ficción– que, con casi dos millones de ejemplares vendidos en el mundo, era en buena parte responsable de la popularidad de la versión china de este género.

Puede que para algunos una golondrina no haga verano, pero dos quizás sí: el premio Hugo a la mejor nouvelle de este año fue para Hao Jungfang, por Folding Beijing; esa nouvelle, junto a un par de cuentos de Cixin y una selección de otros cinco autores, se encuentra en Invisible Planets (Tor, 2016), una antología de ciencia ficción china contemporánea que sirve de entrada a este vasto universo. Ken Liu, el antologador y traductor, insiste con justeza en el prólogo que estos cuentos y nouvelles deberían ser juzgados por su valor literario universal; a la vez, sin embargo, también se puede leer la ciencia ficción china como, en palabras de la escritora Xia Jia, una “alegoría nacional en los tiempos de la globalización”. Las grandes transformaciones sociales y económicas del país se reflejan en un género que juega siempre a dos bandas: imagina los “mundos invisibles” del futuro a la vez que dialoga y critica con los “mundos visibles” del presente.

En Folding Beijing, por ejemplo, Hao Jungfang ha encontrado una metáfora perfecta para hablar de las disparidades sociales y las brutales divisiones de clases: una ciudad dividida en Tres Espacios, que se va plegando y desplegando literalmente a lo largo de 48 horas de modo tal que los que viven en un Espacio jamás entran en contacto con los de los otros dos Espacios, y donde hasta las horas de luz son divididas de acuerdo a clases: quienes viven en el Primer Espacio tienen más derecho al sol. En esa ciudad quebrada se desplaza el procesador de basura Lao Dao, y su misión arriesgada será llevar un mensaje del Tercer al Primer Espacio (lo mueven razones económicas: necesita dinero para pagar la elevada pensión del kinder de su hija).

Si bien la trama o el lenguaje de Folding Beijing no son muy originales, sí lo es ese Beijing quebrado que imagina Jungfang: los sueños de la China única, de la sociedad comunista igualitaria, han dado lugar a un estratificado monstruo del hiperdesarrollo. Hay otras ciudades distópicas en la antología, como la de Ma Boyong en “City of Silence”, que actualiza el 1984 de Orwell: un mundo en que las “autoridades apropiadas” publican todos los días el listado de “palabras sanas” que pueden usar sus habitantes y las “protegidas” o prohibidas (“irónicamente, protegida era una palabra protegida”), y en el que todas las comunicaciones se llevan a cabo en la red, porque así es más fácil vigilar y censurar (el progreso tecnológico permite los sueños y pesadillas del presente); la rebelión comienza cuando grupos de gente se reunen en secreto a, simplemente, hablar y hacer cosas en libertad.

Hay mucha diversidad en Invisible Planets: el cyberpunk de Chien Qiufan, los cuentos de fantasmas en Xia Jia, el surrealismo de Tang Fei, el híbrido de fantasía y ciencia ficción de Cheng Jingbo, la visión épica de Liu Cixin (“The Circle”, uno de los mejores de la antología, adapta una sección de El problema de los tres cuerpos para contar una historia alternativa ambientada en el 227 a.c. III, en el que se imagina la invención de la computadora). No todos los cuentos quedarán, pero un género que cuenta con Jungfang, Boyong y Cixin está en buenas manos en China.