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Francisco Suniaga: “Esta situación que vivimos, minimiza la importancia de nuestras realizaciones”; por Hugo Prieto

Francisco Suniaga retratado por Roberto Mata

Francisco Suniaga retratado por Roberto Mata

Francisco Suniaga, autor de la novela “Adiós Miss Venezuela”, ha tomado riesgos que superan la trama de un país venido a menos, deshilachado y ruinoso. Ha querido mirar nuestra realidad a través de los concursos de belleza, que han marcado la historia venezolana durante todo el siglo XX. La suerte de una noche tan linda como esta, el entramado del poder y una historia de amor que a ratos pudiera parecer convencional cuestionan lo que a veces es un prejuicio, otras un cliché, y no pocas veces una cruda realidad.

Hay una narrativa de estos episodios a través de las voces de sus propios personajes y obviamente de un narrador que sabe hacer su trabajo. Tengo en la libreta anotaciones que corresponden a un lector, pero también a un periodista. Las planteo como extraídas de la propia novela, persisto en el método, pero a poco me veo tensando el ambiente de una forma innecesaria. Dejo la libreta a un lado y el intercambio de ideas sigue el curso desconocido de un terreno inexplorado.

La política y la belleza de la mujer venezolana es una combinación que tiene claros antecedentes, en la historia del siglo XX en Venezuela. Beatriz I, la reina electa la semana del estudiante en 1928, es una clara manifestación política en contra de la dictadura de Juan Vicente Gómez. La primera vez que hubo elecciones —en un ambiente polarizado por la procedencia social de las candidatas, Oly Clemente y Yolanda Leal— fue en 1942, para elegir a la madrina del equipo que nos iba a representar en la Serie Mundial de Béisbol Amateur, organizado ese año por Venezuela. Más recientemente, Irene Sáez incursionó con éxito en la política. Al verse en el espejo, una reina de belleza también puede ser el reflejo de la historia del país.

Uno de los personajes, Oscar Llabrés, genio y figura, pero también amo y señor del concurso Miss Venezuela, reflexiona en un momento dado: “A veces siento como que hubiese una voluntad diabólica que se opone a mis planes, como una cosa de santería, como que algo, o alguien, quisiera que Venezuela, en vez de presentar el rostro bello, que yo me empeño en encontrar, mostrara su cara más horrible, la cara del espanto”. Este pensamiento, con distintas gradaciones, está presente, de principio a fin, en la novela. ¿Este país es el espanto?
Yo creo que vivimos la hora del espanto. Sí pudiéramos reducir este momento a una hora, sería eso, nuestra hora del espanto. El infortunio cotidiano, el deterioro físico del país, el empobrecimiento, el hambre, la gente que busca con que alimentarse entre las bolsas de basura, son tantas las cosas horribles que uno vive o de las cuales es testigo, que es inevitable pensar en una pesadilla, es lo que dice la gente en la calle de forma recurrente… hasta cuando, hasta cuando, hasta cuando, es un poco la sensación del que tiene una pesadilla y quiere despertar. Lo que pasa es que esto no es un mal sueño, es la realidad. Si nos concentráramos en transformar la realidad, que es una tarea humana, quizás los resultados serían mejores.

Y es más inquietante aún cuando el abogado José Alberto Benítez comprueba, al hacer el viaje a Caracas, que el trayecto, pero también la ciudad, “se ha hecho más dura e incómoda con el advenimiento del futuro; otra de las tantas cosas que iban a contramano del paso del tiempo en la Venezuela disparatada y sin rumbo, donde el pasado había devenido en esperanza”. ¿Nostalgia de pasado?
Que es la esencia del conservadurismo y del atraso, ¿verdad? Yo jamás en mi vida he creído en esa expresión de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Creo que es absolutamente falso, que es al contrario, que el futuro siempre será mejor que el pasado, que es el pensamiento de la modernidad. Pero las cosas que han ocurrido, sobre todo para la generación de Benítez, quien fue becario de Fundayacucho, lo que le permitió conocer otro escenario, con todos sus defectos, todas sus desviaciones, digamos, es esa expresión “cuando éramos felices y no lo sabíamos”, es el pasado como esperanza y eso no puede ser. Es una idea de cuán mal estamos.

La nostalgia no nos va a servir de mucho, no es una emoción que motorice el cambio.
Para nada, yo tampoco lo creo. Pero está ahí. Para mucha gente el pasado es la esperanza. Volver a ser lo que ya fuimos y eso, sencillamente, no es posible.

En otro episodio —esta vez correspondiente a Llabrés—, si “además de Rey de la belleza lo hubiesen dejado ser Presidente de la República, la belleza y el país habrían marchado juntos. El concurso sería igual de chévere y Venezuela sería bella y próspera, como el Miss Venezuela”. El concurso como una realización de los venezolanos, cuya épica gira en torno a la historia, a los héroes de la Independencia, quizás somos un país de pocas realizaciones.
El señor Llabrés juzga la realidad desde la óptica suya. Él es el organizador de un concurso de belleza que, independientemente de sus méritos, está recubierto de frivolidades, aquí y en cualquier lugar del mundo. Yo creo que Venezuela es un país de grandes realizaciones a lo largo del siglo XX, entre 1959 y 1979, pegamos un salto gigantesco. Habría que comparar lo que significó la nacionalización del petróleo con cualquiera de los procesos que se dio después de esa fecha, de 1979, yo creo que nosotros construimos una gran empresa petrolera. Hemos tenido grandes logros en infraestructura, en educación. Creo que el plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho fue una experiencia única y absolutamente democrática. Esta situación que vivimos minimiza la importancia de nuestras realizaciones.

La sociedad venezolana ha tenido grandes dificultades para apreciar esos logros. Diría que por dos cosas. Una actitud muy irresponsable y también muy frívola, propia de un concurso de belleza.
Sí absolutamente de acuerdo y la vemos a diario. Esa actitud de recubrir de frivolidad y ser superficiales en cuanto a la naturaleza de los eventos y a la complejidad de los procesos políticos, sociales y económicos que vivimos. Eso es así, yo creo eso.

¿No le resulta muy curioso que sea el Rey de la Belleza, el señor Llabrés, quien nos lo recuerde?
Sí, pero él lo hace desde otra óptica, él lo hace desde la misma frivolidad. ¿Si yo hice el Miss Venezuela y fue exitoso, qué no haría como Presidente de la República? Falta saber si eso es posible o si es bueno que eso ocurra. Pero esa es la óptica de Llabrés. Pareciera que la frivolidad está integrada, en buena medida, a nuestro ser social.

Más adelante, hay una reflexión sobre el mestizaje. “La belleza de Beba era algo fuera de lo común… Cepa rubia que revuelta con la criolla… y aliñada con siglos de sol tropical y una cucharadita de sal africana, daba esas niñas con pieles únicas, ese tono de melocotón”. ¿No es una visión mágica de lo social?
No, para nada. A la hora de juzgar esa circunstancia lo haría con ojos distintos a los de Llabrés. Pero yo creo que, definitivamente, en Venezuela existe un mestizaje. Eso es incuestionable. Y ese mestizaje ha tenido la participación de un elemento, en principio, español. Incuestionablemente europeo occidental, cristiano. Eso es una realidad. Si tomas el censo de Caracas de 1810, justo antes de la Independencia, adviertes cuál era la distribución racial de la población, porque era más rígida. Yo no soy demógrafo, pero creo que esas proporciones se mantienen. Esas identidades, indígena, africana, se mantienen. Hablamos de la negritud, de los aborígenes. Dentro de la corrección, hay quienes hablan de nosotros los blancos, o ya no lo dicen, porque no es posible decirlo. Pero lo cierto del caso es que esas identidades están allí y ese mestizaje ha sido positivo.

¿Cree que ese ingrediente, por llamarlo de alguna manera, es útil para la construcción de lo social?
Es útil porque aquí no hay divisiones, marcadas, de manera rígida como las hay en otras sociedades. Por ejemplo, no hay una división religiosa. No hay una división étnica tipo Suráfrica, donde digas tú eres negro, aquí están los afrikáners y aquí están otros blancos, que no son afrikáners, que eran objeto de un trato similar al que le daban a los negros, sólo que era menos agresivo. Pero un judío blanco en Suráfrica era tan segregado como los africanos originarios. Si estudias los Balcanes donde esos elementos son extraordinariamente rígidos y han sido motivos de conflictos históricos, nuestra condición de pueblo mestizo es buena para construir. Ahora, si apelas a un discurso, desde el liderazgo político, que divida, que busque acentuar las diferencias, las asimetrías que existen, lo vas a conseguir. Si buscas uno que unifique, que construya puentes, de manera que esas diferencias se procesen mediante los protocolos de la democracia y el estado de derecho, pues entonces tienes una mejor sociedad. Sin duda alguna.

Hay anotaciones sobre la factoría que crea belleza, la mujer objeto, y la visión sexista. ¿O de las tres cosas juntas?
Sí, y además están de bulto. Si los juzgas con la corrección política de estos últimos tiempos, pues sí. Pero si te fijas bien, Llabrés no lo dice, es un pensamiento íntimo. Está allí, es incorrecto, pero está allí.

Como parte del hundimiento, surge una explicación. “Por décadas ya, una suerte de nube oscura se había posado sobre el país y la realidad se había trastocado, lo que era bello se había tornado horrible, y lo moral en inmoral. Miss Venezuela (…) no podía ser una excepción, no podía salvarse de esta peste. Nada podía salvarse”.
Los seres humanos necesitamos darnos a nosotros mismos explicaciones de nuestro fracaso, de aquellas cosas que no nos gustan. De otra manera, la vida sería invivible. Tú necesitas una explicación que te justifique. Eso es lo que hace Oscar Llabrés. Hay unos cuestionamientos importantes al Miss Venezuela que ya no tienen nada que ver con lo que has dicho, sino con la construcción de redes de prostitución en torno al concurso, que te llevan a una pregunta obvia, ¿cuál ha sido el papel de este señor aquí? El construye su explicación, porque ese es un hecho notorio y comunicacional. Se registra en la prensa. Y esa explicación va más allá, porque más adelante, el propio Llabrés dice: si me llama un militar enchufado, un empresario, ¿qué le digo? ¿Qué no conozco a ninguna niñita?

Si bien las mises son mayores de edad y de este domicilio, no se puede subestimar las presiones a las que se ven sometidas. Me vino a la mente la escena de la mantequilla de “El Último Tango en París” y el acuerdo tácito que hicieron Bertoluci y Brandon para ver humillada a María Schneider, que para entonces tenía 21 años. Es, a fin de cuentas, una demostración del poder.
Y esa ha sido la historia de la humanidad. Desde el rapto de las sabinas para acá. ¿Por qué los romanos raptaron a las sabinas? Porque podían hacerlo, tenían la capacidad militar para hacerlo. Ha sido así. ¿Tú no te has dado cuenta que no hay una sola Miss Venezuela que no esté casada con un tipo que no sea rico? Ahí la expresión del poder, sublimado por la mujer bella. Y en otras es el poder al que se refería Bolívar, el poder que todo lo corrompe, el poder del dinero.

Uno de los ejes de la novela gira alrededor del pacto de amor —un doble suicidio frustrado— entre una Miss de los años 50 del Country Club y un joven de clase media, cuya vida está marcada por la culpa y por lo que provee el concurso. ¿Una demostración de poder, una forma de rehacer su vida? ¿Otro ejemplo de frivolidad?
Creo que podríamos sumarle el hecho de que la miss le gustó. Es lo que pasa con las relaciones de pareja, un hombre que se divorcia y busca una pareja muy similar a la que tenía o el maltratador que busca a la mujer a la que puede maltratar. Son conductas que se repiten. El hombre es un competidor, es un empresario.

La investigación que ordena ese empresario no arroja ningún hallazgo, pero si lo ratifica en sus propias convicciones, en su propia culpa.
Claro, en su culpa y en el amor que siente por esa novia con la que hizo ese pacto de amor. Un tipo de amor que, con el paso del tiempo, el hombre idealiza y le atribuye cualidades que, quizás, no tenía. Yo creo que ese personaje está en el arquetipo de la gente que necesita permanentemente que se le reafirme. Algo de eso tenemos todos. Necesitamos que nos digan: Yo te quiero mucho, tú eres importante para mí. A él le dicen que ella valoró su gesto no como una cobardía, sino como un acto de valor, pero eso no termina de eximirlo de la culpa que siente, porque inevitablemente lo que él hizo (frustrar el doble homicidio), lo va a perseguir toda la vida.

Francisco Suniaga retratado por Roberto Mata

Francisco Suniaga retratado por Roberto Mata

Una joven, Anacmer, cuyo nombre es el acrónimo de una organización revolucionaria, surge como la versión opuesta. La izquierda, las feministas, los intelectuales, que aborrecen los concursos de belleza. ¿Dentro de esa parábola del país que haces a través del Miss Venezuela que representa esto?
La intolerancia. El afán que tenemos de cuestionarlo todo, especialmente los logros, entre otros, la democracia. Eso que peyorativamente se invoca como “la cuarta”, que ha sido uno de nuestros principales logros históricos. En el caso del Miss Venezuela siempre ha habido un cuestionamiento. Y una de las cosas que yo le cuestiono es esa sesión de preguntas, porque es una especie de concesión a la demanda intelectual de que las mujeres, además de bellas, tienen que ser inteligentes. Es como pedir que María Félix, que actuaba como actuaba y era un icono para la mujer latinoamericana, debía ser bella e inteligente y, además, culta. ¿No es pedir demasiado? Son esas preguntas que se hacen sin sentido. ¿Qué opina sobre el matrimonio de las personas del mismo sexo? No, yo estoy en contra de eso. ¿Qué querías que la muchacha respondiera si está en un concurso de belleza? Pero también está el cuestionamiento profundo que se hace, según el cual el Miss Venezuela no es un modelo para la mujer venezolana, no es un opción de desarrollo social, que es el empequeñecimiento de la mujer, que yo no lo comparto. Es decir, la sociedad tiene infinitas propuestas para el desarrollo de los hombres y mujeres. Esta es una entre muchas. Ciertamente, muy pequeña, porque si no reúnes ciertas condiciones, no vas a concursar.

Beba, quizás la protagonista principal de la novela, además de poseer carisma se convierte en icono de los sectores populares. ¿Por qué una miss como la Beba Herrera tiene que ser la referencia de la mujer venezolana?
Eso es como plantearse porque Donald Trump es presidente de los Estados Unidos, ¿No te parece una incongruencia terrible que Trump sea presidente del país más poderoso del planeta? ¿O que Maduro lo sea de aquí? Tú no puedes gobernar, ni pretender gobernar, esas decisiones sociales. ¿Susana Duijm no tuvo eco en la sociedad venezolana? Irene Sáez, de alguna manera, ¿no fue una política exitosa? No perdió ninguna elección, la gente la eligió por sus cualidades.

Sí, es cierto…
Nos gusta, ¿cómo hacemos? Es un hecho social.

Además de la intolerancia, ¿qué otros elementos podría agregar?
A lo largo de la novela hay un planteamiento en torno a las propuestas estéticas. Miss Venezuela es una propuesta estética, tanto como lo puede ser una pintura, la tomas a la dejas. En una ocasión, a propósito de un comentario que le hice a Luis Pérez-Oramas, él mencionó el caso de un escultor que, partiendo de un principio en boga, de que todo lo que está en torno al arte es arte, realizó una obra con las cajas de embalaje, en las que se transportaban las obras. Esa escultura, monumental, la terminó un día antes de la inauguración de la bienal. En la mañana, cuando llegaron, la obra no estaba, se la había llevado el aseo urbano, porque los obreros entendieron, que esas cajas apiladas debían ser retiradas. Esto de las propuestas estéticas es algo muy amplio y si asumimos la intolerancia como respuesta, mal vamos a estar.

¿En su opinión, el Miss Venezuela, como propuesta estética, es arte?
Podría ser, ¿Por qué no? La belleza se construye sobre la persona física, es una forma de ver eso, es algo similar a lo que el pintor hace cuando pinta un cuadro, ¿o no? Hay una pintura que a mí me gusta mucho, La Fabiola (cuyo autor es el pintor francés, Jean Jaques Henner). Nadie nos puede asegurar que La Fabiola eran tan bella como allí aparece. El photoshop puede ser más viejo de lo que nosotros creemos.

A propósito de la intolerancia de Anacmer, la dirigente del colectivo de mujeres revolucionarias, dice el abogado Benítez. “Eran los años sesenta y allí estaba de nuevo nuestra izquierda, iletrada, bárbara e intolerante, más cerca de Lope de Aguirre que de Marx. Creo que aquí debería convocarse un gran juicio, abierto y popular, al desempeño histórico de la izquierda. Ha sido letal en la oposición, por desleal e irresponsable, y fatal en el gobierno, por corrupta y mediocre, pero no consigues siquiera a uno que dé muestras de contrición”.

¡Qué duro ese juicio! Pero es cierto. Yo creo eso. La historia de la izquierda en Venezuela es la historia de una tendencia destructiva. Llegó al poder, además, y aquí estamos viviendo los resultados. Cuando a la izquierda venezolana le tocó escoger entre Fidel Castro y Rómulo Betancourt, escogió a Castro. Cuando le tocó ser minoría, con representación parlamentaria en el Congreso y con libertades para ejercer la política, escogió irse a la guerrilla y enfrentarse a un gobierno que había sido elegido por el pueblo venezolano democráticamente. Y después tenemos el desempeño de la izquierda en la Universidad. La reflexión de Benítez, que yo comparto en todos sus puntos, porque casi que es mía, es que es verdad, ahí está el proceso de la izquierda. ¿No se van a responsabilizar por nada de esto? Y después se nuclearon y se constituyeron como gobierno con Hugo Chávez. Desde Checoslovaquia la izquierda venezolana está en esa división y es sabido en qué bando está cada quien. La izquierda venezolana apoyó el golpe del 4-F y el del 27-N. Lo deseable sería que esa reflexión se haga desde la misma izquierda.