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La rebelión de los billetes; por Tomás Straka

Fotografía de Schneyder Mendoza para AFP

Fotografía de Schneyder Mendoza para AFP

En el conjunto de acontecimientos más o menos insólitos que ha vivido Venezuela en los últimos años y que sin duda ocuparán la curiosidad de los investigadores y cronistas del futuro, lo de la proscripción de los billetes de cien bolívares tendrá un lugar prominente. Como pasó con la estafa de John Law en 1720 o con nuestro malhadado “peso Miranda” de 1811, nombrado así por el Precursor, una vez más el papel moneda es protagonista de un descalabro financiero y su subsecuente agitación social, capaces de hacer tambalear a un gobierno. Algún día sabremos los pormenores de una decisión tan abrupta (o al menos anunciada y aplicada abruptamente), como difícil de comprender; sin embargo, a una semana de puesta en práctica, y después de la ola de angustia, caos y finalmente violencia que desató, ya es posible identificar en ella algunos aspectos muy reveladores de la Venezuela que hemos sido desde hace dos décadas. Todo puede parecernos sorprendente, pero si lo colocamos en su contexto empieza a no serlo tanto; cosa que tal vez nos ayude a entender mejor lo que pasa, aunque no, lamentablemente, a bajar nuestra preocupación. Veamos:

1. El anuncio del presidente Maduro, dicho un domingo, justo antes de un lunes bancario y en momentos en los que todos acumulaban efectivo ante la creciente dificultad de hallarlo en los cajeros automáticos, cayó como una bomba que no podía menos que generar consternación. A partir de ahí, mientras cada quien diseñaba un modo de llevar sus fardos de billetes a los bancos, empezaron las conjeturas. Comoquiera que resultaba difícil de creer lo de la conspiración internacional que triangulaba países tan lejanos como Ucrania y la República Checa; y como de por sí la credibilidad del gobierno está por el subsuelo, lo que impide que se le acepte cualquier argumento, por verosímil que sea, la gente elaboró conjeturas de la más variada índole, desde la del zarpazo final para la imposición del comunismo hasta la del lavado masivo de dinero del narcotráfico. Después de oír a economistas, politólogos, gente enterada “que tiene un amigo que tiene un amigo”, a chavistas y opositores, la conclusión es que nadie que no esté directamente involucrado en la decisión, sabe aún, a ciencia cierta, qué es lo que se persigue. El dato es relevante, especialmente de cara a los opositores, porque no es la primera vez que ante decisiones que nos dejan perplejos simplemente deducimos, sin grandes bases, una explicación. Una alineada con nuestros miedos, deseos y no pocas veces prejuicios, razón por la cual suele gustarnos tanto. Naturalmente, ello ha sido proporcional a las decepciones que hemos sufrido, aunque no lo suficiente como para que el método se abandone. Los antropólogos y psicólogos tienen acá un terreno fértil para analizar la naturaleza de los mitos como explicaciones imaginarias de lo que no es posible entender de otro modo.

2. En este contexto, una de las explicaciones más razonables, la del deseo de quebrar el dólar-Cúcuta, fue de las menos atendidas. Por supuesto, más allá de su poco atractivo dentro de las teorías de la conspiración al uso, hay un motivo de peso para no creer en ella: porque básicamente es un disparate.  Pero es bueno recordar que no sólo los opositores apelamos de vez en cuando a los mitos sino que el chavismo es también prolijo en ellos, y que en términos de política económica, los disparates no son precisamente ajenos al gobierno. Antes de corregir los aspectos de fondo que disolvieron al bolívar fuerte como “casabe en caldo” (empleemos una frase que usaba bastante el Libertador), es decir, de admitir por un lado que todo el modelo es un fracaso, y por el otro de acabar con el negocio que tienen quienes reciben dólares prácticamente regalados a diez bolívares, lo mejor es acusar a mafias internacionales y a sus especulaciones. Ambas cosas ha de haberlas, en parte porque existen todos los incentivos para que actúen. Lo lógico es dejar crearlos, pero, ¿resulta contradictorio a la naturaleza del régimen que se prefiera atacar a los efectos en vez de las causas, sobre todo cuando ellas terminan por desmentir todo su tinglado? ¿Es extraño que quiera domar al mercado mano militari, con decretos, verdaderos úcases, como la de recoger todos los billetes en 72 horas?

3. Los resultados del úcase —caos en los bancos, puntos de venta colapsados, terror en la ciudadanía y finalmente disturbios— son una muestra en pequeño de lo que ha sido todo el socialismo bolivariano: un experimento de ingeniería social con consecuencias pavorosas.  Basado en la ideología, y no en la ciencia; en el voluntarismo y no en la meditación, ha repetido el error de otros socialismos a la hora de “tomar el cielo por asalto”. La bancarrota de Venezuela no se puede atribuir sólo al chavismo, naturalmente, pero su responsabilidad en la misma ha sido central desde 1999.  Como el “gran salto adelante” o las utopías de Pol Pot, los aprendices de brujo deciden en sus gabinetes, provistos de sus catecismos ideológicos, transformar a la sociedad de un día para otro, sin prever o en todo caso sin preocuparse por sus consecuencias. O considerando cualquier costo, cualquier sufrimiento, legítimo con base al supremo bien que se obtendrá, quién sabe cuándo, al final. O, peor, en ocasiones, encumbrados como están en el poder, simplemente sin considerar nada, sin tener una idea clara de qué es lo que sienten y piensan las personas de a pie, de los aprietos que ya los acosan.

4. Por ejemplo, no se pensó que en una sociedad donde el 30% de la población no está bancarizada y el efectivo suele ser clave en las transacciones, la medida simplemente condena al hambre a muchas personas. Al menos lo hace mientras entran en circulación los nuevos billetes y monedas, cosa que se espera ocurra en los siguientes días. Muchos obreros, los peones de las fincas, una gran cantidad de trabajadores manuales, el servicio doméstico y todo eso que se llama “economía popular” (buhoneros, bachaqueros, las señoras que hacen tortas o pintan el cabello en su casa), no tendrán cómo comprar nada.  Si colocamos estos en el marco de un desplome económico (inflación del 500%, según algunos cálculos conservadores; el desabastecimiento del 80%) y un empobrecimiento por el cual el 20% de los venezolanos come una sola vez al día, no es extraño que en las ciudades del interior, donde este segmento de la población es mayoritario, la medida fuera la gota que derramara el vaso.  Es difícil precisar el alcance de los saqueos, pero que el gobierno reculara de momento con lo de los billetes y militarizara muchos lugares, habla bastante de la gravedad de la situación y del hecho de que esto no entraba en sus planes.

5. Por último: la vida venezolana es una montaña rusa. Justo cuando el gobierno obtuvo el éxito en la mesa de negociación de que la oposición enfriara la calle, él se encargó de calentarla de nuevo.  En realidad, la conflictividad social ha tenido las calles encendidas todo el tiempo (según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, para julio había unas 19 protestas diarias), aunque sin coordinación y fines políticos claros; lo que ha pasado en las últimas horas parece ser solo un aumento de la intensidad, incluso la pérdida del control, acaso momentáneo, por parte del gobierno en ciertos sitios.  Y, por supuesto, la pérdida de liderazgo de la MUD sobre el descontento.  Hay una calle encendida, pero no hay, al menos no visiblemente, quién la lidere.  Los saqueos sólo pondrán las cosas peor, comoquiera que significan la quiebra de muchos empresarios y la pérdida de puestos de trabajo; y sin una dirección política, los manifestantes terminarán yéndose a sus casas cuando ya no quede nada que saquear.  No obstante, en algunos sitios se han idos espontáneamente (eso suponemos) a entes gubernamentales.  Lo cual deja sobre el tablero dos cosas inquietantes: si la situación sigue empeorando, y todo indica que lo hará, lo visto en estos días puede ser sólo el prólogo de algo peor; y si no hay quién pueda liderar y encauzar el descontento, en el gobierno o la oposición,  si no se busca un drenado institucional o electoral, puede aparecer cualquier otra desembocadura con consecuencias difíciles de predecir.

Como vemos, la rebelión de los billetes es expresión de la intrincada situación del país.  Un síntoma de cómo estamos y una advertencia de hacia dónde podremos ir. Ojalá la atendamos y evitemos un mal todavía mayor.

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el-trasfondo-economico-del-extrano-caso-de-los-billetes-de-100

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