- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

La segunda elegía de Justin Trudeau; por Rafael Osío Cabrices

 

Justin Trudeau y Fidel Castro en el en funeral de Pierre Ellott Trudeau

Justin Trudeau y Fidel Castro en el en funeral de Pierre Elliott Trudeau

¿Se apaga la luna de miel política de Justin Trudeau? Con más de un año como primer ministro de Canadá, el graduado en Letras de la universidad McGill, ex profesor de bachillerato y boxeador aficionado que se convirtió en una estrella global —un símbolo de progresismo empaquetado en sex appeal bilingüe— ha mantenido índices de apoyo de más de 60%. Una encuesta de hace dos semanas en Quebec le daba en la provincia de donde viene su apellido y el de su esposa un cómodo 70% de aprobación.

Pero dos circunstancias salen a su paso enérgico a finales de noviembre de 2016. Una, se acerca el momento en que debe honrar promesas de campaña en la nueva sesión parlamentaria, como legalizar el consumo de marihuana, y en que deberá precisarse sobre temas álgidos como la construcción de nuevos oleoductos hacia EE.UU. La otra, está aguantando fuertes críticas por su mensaje oficial del 26 de noviembre.

“Fidel Castro fue un líder más grande que la vida, que sirvió a su pueblo por casi medio siglo”, decía el comunicado en inglés. “Legendario revolucionario y orador, hizo mejoras significativas a la salud y la educación de su nación insular. Fue una figura controversial pero tanto sus seguidores como sus detractores reconocieron su tremenda dedicación y su amor por el pueblo cubano, que adquirió un afecto profundo y duradero por ‘el Comandante’. Sé que mi padre estaba muy orgulloso de llamarlo su amigo y tuve la oportunidad de conocer a Fidel cuando mi padre falleció. Fue también un honor conocer a sus tres hijos y a su hermano, el presidente Raúl Castro, durante mi visita reciente a Cuba. En nombre de todos los canadienses, Sophie y yo ofrecemos nuestras más profundas condolencias a la familia, amigos y muchos, muchos seguidores del señor Castro. Nos unimos hoy al pueblo de Cuba en el luto por la pérdida de este líder notable”

Lo más suave que se ha dicho sobre este gesto de Trudeau vuelve sobre lo que sus contendores en la elección federal parlamentaria de 2015 dijeron insistentemente, y sin éxito, durante la campaña: es un muchacho que vive de su apellido y no está preparado para gobernar.

¿Fue un error de comunicación, o de cálculo? Si Trudeau, uno de esos políticos que evaden las confrontaciones y tienden a tratar con el mismo entusiasmo a billonarios y ambientalistas, estaba actuando impulsivamente a causa de su inexperiencia, ¿por qué no corrigió a tiempo el comunicado haciéndolo revisar por su ministro de relaciones exteriores, Stéphane Dion, un veterano de la arena internacional?

En cualquier caso, ¿por qué el primer ministro de uno de los países con mejores índices en derechos humanos, libertad de prensa, equidad de género, acceso a la información y libertad económica celebra así al artífice de la dictadura más cerrada y longeva de Occidente?

Justin Trudeau acababa de hacer una gira por América Latina que incluyó La Habana, donde se reunió con Raúl Castro y también con disidentes, pero no pudo ver a Fidel porque la salud de éste ya no estaba para visitas, tal como pretextó el régimen. ¿Cabe pensar que este joven líder de impecables credenciales democráticas no esté adecuadamente informado sobre la clase de tirano que era “el Caballo”?

Las respuestas a estas preguntas pueden venir de una historia que comienza 40 años atrás, con un bebé, una mujer hermosa de psique inestable y el influjo de la noche caribeña.

Del Palacio de la Revolución a la basílica azul

En enero de 1976, el entonces primer ministro de Canadá, adorado por algunos y detestado por otros pero de enorme estatura en la historia moderna de ese país, partió en una visita oficial de tres días a Cuba. Se llamaba Pierre Elliott Trudeau y era el padre de Justin, quien para ese momento tenía cinco años.

Trudeau no era ningún compañero de viaje del marxismo, sino un centrista que legaría la Carta de Derechos y Libertades que ha hecho de Canadá un santuario —imperfecto, por supuesto, sobre todo en lo que concierne a los indígenas— para los derechos individuales. Pero entonces quería que Canadá, aunque miembro de la OTAN y del G7, fuera claramente distinguible de EE.UU. en aquella Guerra Fría de asfixiantes maniqueísmos. Ya había avanzado en el deshielo con China y ahora miraba hacia el sur. Ottawa tenía relación diplomática con La Habana y no respaldaba el embargo estadounidense contra Cuba. Además, Trudeau le debía un favor: cuando en septiembre de 1970 Trudeau afrontaba la peor crisis de seguridad de sus tres mandatos, una ola de ataques de los terroristas secesionistas en Quebec, Castro accedió a su petición de darle refugio a los miembros del Front de Libération du Québec que habían secuestrado a un funcionario británico.

Cuba estaba muy aislada y Fidel, como cabía esperar de él, aprovechó la oportunidad. Trudeau descendió del avión con su joven y guapa esposa, Margaret, y el más reciente bebé de la pareja, Michel; Castro cargó al bebé de inmediato y así causó la primera de las muchas fotos con el niño que se hicieron durante ese viaje. El régimen arreó a decenas de miles de cubanos para que vitorearan al visitante. Castro y Trudeau, tan distintos en tantas cosas, se hicieron amigos, y habrían de volver a hablar varias veces durante el resto del siglo.

Trudeau salió de La Habana gritando “¡Viva Fidel Castro!”, por lo cual lo criticarían duramente a su regreso, como lo hicieron con su esposa cuando, en la siguiente escala de ese viaje, Margaret decidió dedicar durante una cena una canción improvisada a la primera dama, en reconocimiento, dijo, a su labor social. Esa cena fue en Caracas, y esa primera dama era Blanquita de Pérez.

Los años siguientes fueron difíciles para Pierre Elliott Trudeau, pese a sus logros históricos en Canadá. Margaret empezó a pasar mucho tiempo fuera de casa, en fiestas con artistas en Nueva York, y el matrimonio colapsó. Ella dejó el hogar familiar y Justin, al igual que sus hermanos, crecieron junto con su padre, en la residencia de primer ministro en Ottawa o en la casa familiar en Montreal. Fue solo en años recientes que se supo que Margaret, quien aún vive, ha sufrido por décadas de desorden bipolar. Trudeau se retiró de la política en 1984. Michel, aquel bebé que tanto cargó Fidel, sucumbió a una avalancha mientras esquiaba en noviembre de 1998, lo que destrozó al viejo Trudeau. El gran hombre murió en Montreal, menos de dos años después.

Y ahí viene el segundo episodio, en el último día de las exequias de Pierre Elliott Trudeau, en Montreal, el 3 de octubre de 2000. Entre las decenas de miles de personas que presentaron sus respetos ante el féretro estaba Fidel Castro, quien junto con personajes como Leonard Cohen y Jimmy Carter tuvo el honor de cargar, por un tiempo, el ataúd. Castro estaba presente cuando, bajo las bóvedas azules de la basílica de Notre-Dame en la plaza de armas de Montreal, el hijo mayor del líder homenajeado leyó una elegía que sacó lágrimas, aplausos y profecías sobre el futuro de ese muchacho. Ocho años después de que cerró ese discurso diciendo “je t’aime, papa”, y que Fidel lo aplaudió y lo saludó, Justin Trudeau entró al parlamento federal, y 16 años más tarde llevó al partido de su padre a una victoria con super mayoría y se hizo primer ministro. Ahí le tocó cerrar este círculo con la segunda elegía más célebre de su vida, la que le salió mal.

Las palabras y los hechos

El 27 de noviembre, desde la cumbre de la Francofonía en Madagascar, Trudeau no tuvo otra opción que encarar el tema en la rueda de prensa. Cuando una periodista canadiense le preguntó si él pensaba que Fidel Castro era un dictador, Trudeau dijo “yes”. Defendió su pésame y tendrá que seguir haciéndolo, mucho más con Donald Trump al otro lado de su frontera sur. El control de daños pasa por enviar al homenaje Castro, en nombre de Canadá, al gobernador general David Johnston, una figura más bien protocolar que representa en Canadá a la jefa del Estado, la reina Elizabeth II.

Esa elegía por un amigo del amado padre muerto, sin embargo, no ocultará los hechos: que la democracia canadiense está muy lejos de querer imitar el criminal totalitarismo del régimen castrista; que el 40% de los turistas que van a Cuba son canadienses, casi millón y medio de personas al año; que hay inversiones canadienses en el sector turístico cubano; que hay tiendas de Habanos SA en las ciudades canadienses y abundantes botellas de Havana Club en sus licorerías; y que ni siquiera durante los años de gobierno muy conservador de Stephen Harper, el predecesor de Justin Trudeau, ni por la presión que Ottawa recibió Washington durante décadas, se rompió esa relación con La Habana. Es muy común ver en Canadá a gente con memorabilia de la revolución cubana, que más que símbolos sinceros de afiliación política son souvenirs de unos días de playa de grato recuerdo para quienes han vivido siempre los inviernos boreales.

Ni las palabras de Justin Trudeau de ese sábado por la mañana borran tampoco las posibilidades: que mantener una relación positiva con Cuba puede ayudar a la apertura en la isla más que cortar los puentes con ella, y que el presidente electo de Estados Unidos, que hoy ha dicho lo que ha dicho, es un hombre que ha hecho su fortuna levantando hoteles y casinos. Justamente la clase de inversiones que un lugar como Cuba, incluso con Fidel vivo, ha hecho valer.