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La crisis humanitaria en nuestras escuelas: resultados de una encuesta; por Juan Maragall

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A pocas semanas de comenzar este año escolar, compartimos en varias asambleas que éste sería el inicio de clases más difícil de nuestra historia contemporánea. Las circunstancias económicas y la conflictividad social así lo indicaban: se alertaba sobre el posible abandono escolar de niños de familias empobrecidas y sobre la migración de alumnos del sector privado al público como consecuencia de las altas mensualidades.

Y por eso hoy quisiera compartir un primer análisis del rostro de nuestras escuelas a un mes de ese inicio de clases.

Durante la tercera semana de octubre visitamos 198 escuelas estadales, distribuidas en todos los municipios mirandinos. Se trata de escuelas grandes y pequeñas, escuelas rurales y urbanas. Entrevistamos a sus directivos, a las maestras y a los alumnos de sexto grado. Les preguntamos sobre su situación personal y la situación de la escuela, porque queríamos saber si la crisis de alimentación se mantenía en términos similares a los que nos reportaron en el pasado mes de julio. También necesitábamos saber si las inscripciones y los índices de asistencia se habían modificado.

Pudimos confirmar que las carencias se mantienen, pero un nuevo problema aparece con fuerza: el abandono escolar.

En promedio, la matrícula estudiantil en nuestras escuelas cayó en 9%. Eso significa que en el estado Miranda más de 11 mil niños y adolescentes no se inscribieron en las escuelas para este nuevo año escolar. Si proyectamos este índice a nivel nacional podríamos estar hablando de más de 500 mil nuevos excluidos.

Pero el problema no termina aquí, porque una cosa es inscribirse y otra muy distinta es asistir: cuando le preguntamos a los directivos sobre los índices de asistencia, nos reportaron que sólo estaba asistiendo el 58% de los estudiantes y que el 42% no asiste regularmente a la escuela.

Hablamos de 50 mil inasistentes sólo en Miranda: la cifra nacional superaría los 2,4 millones.

Es cierto que algunas familias de colegios privados migraron al sector público. Sin embargo, la migración más significativa ocurrió desde el sector público hacia la calle. Una verdadera catástrofe social.

Las razones del abandono escolar y de la inasistencia son múltiples. Para una familia que tiene que usar todos sus ingresos (literalmente: todos) en alimentos y salud, resulta muy cuesta arriba pagar uniformes, libros y útiles escolares. El costo del transporte y el disminuido parque de autobuses también dificulta enormemente la asistencia.

Asimismo, los factores asociados con la alimentación siguen afectando a familias, niños y docentes. Hay niños que faltan por acompañar a sus padres a buscar comida (36%), niños que no van a la escuela si no funciona el programa de alimentación (16%), maestros que faltan a su trabajo por ir a buscar comida (65%) y las dificultades operativas que tiene el Programa de Alimentación escolar víctima de la escasez y la falta de presupuesto.

Otro factor que cada vez afecta a las escuelas es la inseguridad. Solo entre julio y octubre, más de 110 escuelas han sido víctimas de hurtos importantes que las han privado de sus equipos de cocina, pedagogía y oficina. Además, el 33% de los maestros reporta no sentirse seguro mientras está en la escuela y el 44% ha vivido algún hecho que atenta contra su seguridad. Cuando se les pregunta sobre esos hechos, el 8% habla de enfrentamientos entre bandas, 10% ha vivido de cerca algún secuestro, 23% tiene algún familiar o amigo asesinado y 24% ha sido víctima de robos.

La situación de alimentación en Venezuela se mantiene a nivel de crisis humanitaria. El 4% de los niños reporta comer una vez al día y el 23% dos veces al día, mientras que el 3% de las maestras dice comer una vez al día y el 39% sólo come dos veces. Un 43% de los alumnos dice acostarse a dormir con hambre y algo terrible: 81% ha sentido miedo de quedarse sin comida en casa.

Las medidas para atender esta situación son tan urgentes como difíciles, pues los niños, docentes y escuelas están sufriendo las consecuencias de un modelo político económico colapsado. Sin embargo, los educadores no podemos cruzarnos de brazos a observar y lamentar lo que acontece: estamos obligados a tomar todas las iniciativas y acciones que estén a nuestro alcance para recuperar los estudiantes que nos han abandonado y convertir a las escuelas como espacios de protección, desarrollo y aprendizaje de nuestros niños y adolescentes.

Debemos eliminar las barreras de ingreso a la escuela, por pequeñas que sean. Tenemos que aceptar a nuestros alumnos sin uniforme, sin útiles y sin libros. Por duro que suene, un niño descalzo está mejor en la escuela que en la calle. Y no será suficiente con sólo no exigir estas condiciones a los estudiantes y a sus familias: hay que ir a su búsqueda y encuentro, conversar sobre estos temas. Debemos entender que la ausencia también tiene una dimensión de dignidad. No es fácil para una madre (ni para el niño) enviar a su hijo “incompleto” para la escuela, por eso debemos acompañarla y hablar con ella, con los maestros, con los compañeros, explicar lo que sucede y promover la asistencia y el encuentro.

Sólo juntos tendremos posibilidades de enfrentar y contener con éxito la crisis humanitaria desde nuestras escuelas. Sólo juntos.