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Baltazar Porras, el ascenso a Cardenal de un cura incómodo; por Erick Lezama

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Caracas

El domingo 09 de octubre, un día antes de que cumpliera 72 años, el monseñor Baltazar Porras se despertó muy temprano. Llevaba varios días en San Fernando de Apure cumpliendo compromisos eclesiásticos, y se hospedaba en la casa de una familia amiga, donde tiene un ahijado.  Después de desayunar, emprendería un viaje de 12 horas por la carretera que atraviesa la extensa llanura, para retornar a Mérida, la ciudad en la que vive y de la que es Arzobispo.

Aún en la habitación, después de rezar, se alistó para salir y sentarse a la mesa. Su teléfono comenzó a repicar con insistencia. Uno tras otro llegaban mensajes con una noticia que no sabía si era verdad. Inquieto y confundido, prendió el televisor, dio vueltas alrededor del cuarto, y el celular continuaba sonando. Atendió una de las llamadas, la de José Luis Lacunza, Cardenal de Panamá, su amigo desde hace años: “Es verdad, Porras, es verdad. Yo lo vi por televisión, fue en el rezo del Ángelus”. A veces hay que ver para creer. Entonces se convenció. Agradeció la llamada, la felicitación, y colgó.

Salió del cuarto y caminó hasta la cocina. El desayuno ya estaba listo. Porras debió parecer estropeado o angustiado, porque le preguntaron: “¿Qué le pasa? ¿Durmió mal? ¿Por qué tiene esa cara?”. “No, es que he recibido una noticia que me tiene muy confundido: me están diciendo que el Papa me ha nombrado Cardenal”.

Después del Santo Padre, el cargo de Cardenal es el más alto dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica. Los cardenales conforman el colegio cardenalicio –una suerte de senado consultor del Papa– y ocupan los más altos puestos en el Vaticano. Hay, entre ellos, algo parecido a un grupo élite: los de menos de 80 años. Tienen derecho a votar en los cónclaves, y cualquiera puede resultar electo Papa. De acuerdo con la Constitución Apostólica, ese grupo debe estar conformado por 120. Y si bien la designación es potestad del Sumo Pontífice, él debe tratar de que en entre ellos haya representación de los cinco continentes. De modo que eso hace muy restringido el número de Cardenales que puede haber en un país. En Venezuela ya  había uno: Jorge Urosa Sabino, desde 2006. Y ahora son dos, ambos menores de 80 años. Una circunstancia nunca antes registrada en el país, porque si bien Rosalío Castillo Lara e Ignacio Velasco (ambos ya fallecidos) coincidieron como purpurados, ninguno de los dos perteneció al mismo tiempo al reducido grupo de cardenales electores.

Tradicionalmente, los arzobispados de las ciudades capitales de los países se conocen como “sedes cardenalicias”: quienes están a cargo son candidatos a ser proclamados Cardenales. Pero el Papa Francisco ha insistido en que no existen tales sedes, y ha ascendido a arzobispos de urbes pequeñas, en apariencia sin importancia. “Su origen expresa la universalidad de la Iglesia, que da testimonio de la buena noticia de la misericordia de Dios”, dijo el domingo 09 de octubre al leer la lista de 13 nuevos Cardenales. Entre ellos está el caso, por ejemplo, del de México, monseñor Carlos Aguiar, que es de Tlalnepantla, un arzobispado muy reciente. Y el de Maurice Piar, de Islas Mauricio, el primer purpurado de ese territorio.  Y el caso de Porras, de Mérida,  el venezolano número 17 en llevar esa investidura. La ceremonia que oficializa estos ascensos se llevará a cabo en el Vaticano, el próximo 20 de noviembre, en el marco de la clausura del Año Jubilar de la Misericordia.

En medio de la algarabía que estalló en aquella casa apureña por la buena nueva, se sentaron a la mesa. Agradecieron por los alimentos, e hicieron una oración por los sacerdotes. Después de comer, comenzaron el viaje a Mérida.  En Achaguas se detuvieron. Entraron a la iglesia que tiene la réplica del Nazareno de San Pablo que está en Caracas. Y, sin haberlo planificado, Porras ofició allí su primera misa después de enterarse de que era Cardenal.

Luego, el viaje continuó.

El nombre de Baltazar Porras (nacido en Caracas, el 10 de octubre de 1944) resuena en la historia reciente venezolana por liderizar un intenso cuestionamiento al modelo político de la revolución bolivariana. Aunque no se conocen demasiados detalles, se sabe que acompañó a Hugo Chávez durante su breve salida del poder, en abril de 2002. No titubeó al comparar al fallecido presidente con Adolfo Hitler y Benito Mussolini.  Líderes del chavismo, por su parte, le han respondido con críticas: Diosdado Cabello, por ejemplo, rechazó que el prelado haya abierto una cuenta en dólares en Panamá con 10.000 dólares. En una entrevista para El Tiempo, Porras aseguró que el pecado de la revolución es: “Querer que todo el mundo piense y actúe como ella, sin resquicio a la libertad y a la pluralidad de pensamiento. La historia está llena de los fracasos revolucionarios por su intransigencia”.

Ahora, que ascendió en la jerarquía de la Iglesia (y en medio de un clima de mucha tensión político-institucional), su postura no será más complaciente. Su verbo seguirá sin titubear.

Hoy se cumplen dos semanas de aquella mañana acelerada del 9 de octubre.

–Voy saliendo a atender a unos enfermos, pero podemos hablar.

Su voz, al teléfono, suena parsimoniosa.

–Los primeros que compartieron conmigo esta alegría fue la gente humilde y sencilla de aquel pueblo. Me abrazaban, compartimos. Al recibir esta noticia, en ese llano adentro, a mí lo que se me vino a la mente fue lo que el Papa tanto nos ha insistido: tenemos ser una Iglesia en salida, más preocupada por los más pobres, los que están alejados. Además, soy caraqueño, salí de la parroquia de Santa Teresa, donde está el nazareno de San Pablo, que es una de las devociones que llevo más en el corazón; y poder celebrar esa primera misa ante el nazareno de Achaguas, que es una réplica de él, y ofrecerle esta designación, fue algo muy grande.

¿Qué significa el hecho de que Venezuela tenga dos Cardenales?

Que seamos dos Cardenales dice mucho: por ejemplo, en América Latina, Brasil tiene 300 arzobispados; México, más de 100; después siguen Argentina y Colombia. Nosotros no llegamos ni a 40. Por eso es un privilegio y una responsabilidad. Quiere decir que el Papa sigue muy pendiente de Venezuela.

Justamente su designación se produce en un momento en el que la Iglesia podría tener –y está teniendo– un papel importante en la política venezolana. Eso no debe ser casualidad. Hace un mes se conoció que el Vaticano estaba dispuesto  a mediar entre el gobierno y la oposición. 

El Papa ha estado muy pendiente de la situación en Venezuela. Es un espaldarazo del Papa a la postura de la Conferencia Episcopal. Se ha querido criticar y decir que se está en contra del gobierno y a favor de la oposición.

La Iglesia no ha titubeado en su discurso frontal y cuestionador. Y la suya ha sido una de las voces más tajantes que se ha escuchado.

Sí, porque el papel de la Iglesia recoger el sentir de la gente y expresarlo; visibilizar sus problemas, sus inquietudes. Uno de los elementos claves es que no se quiere reconocer la crisis que estamos viviendo. No hay institucionalidad, no se respeta la autonomía de los poderes públicos, que existen no por capricho, sino porque el equilibrio es necesario para evitar el abuso de poder. Faltan los alimentos y medicamentos, el hampa aumenta, hay impunidad. Además, está la corrupción. Ponerle coto no es tarea de un solo sector. Cualquier sociedad se edifica  con la  participación de todos: de los mayores y menores, de los que saben más, de los que saben menos.  Desde la fe queremos hacer un aporte. No porque la Iglesia tenga el monopolio de la verdad, sino porque el respeto a la dignidad humana y la búsqueda del bien común pasa siempre por atender al más pobre, al más necesitado, que es una de las enseñanzas del evangelio.

¿La Iglesia sería un mediador confiable para ambas partes?

El llamado que se hace a la Iglesia para que participe es para que sea facilitadora más que mediadora. Son las partes y los protagonistas de la sociedad los que tienen que sentarse y reflexionar, no en búsqueda de los intereses parciales, sino pensando en los problemas de la gente para que se logre un bienestar y que no predomine esa insinuación permanente a la violencia, al odio, al desprecio, a la descalificación, que nos tiene en este marasmo.

Hay gente que ya perdió las esperanzas en medio de esta crisis. ¿Qué mensaje les da usted?

El Papa nos insiste  en que no nos dejemos robar la esperanza. El camino de conseguir el bien común es tortuoso, difícil, tiene tropiezos y espinas, pero no debemos desesperanzarnos.  Hay gente que piensa que aquí todo está perdido, que ya no hay nada qué hacer. Sabemos que los males que tenemos no son castigo de Dios, sino que son producto del comportamiento del hombre, y queda en los hombres buscarle una solución, que muchas veces es lenta. Pero cada vez más existe un consenso en torno a la necesidad de salir de esto.

Este contenido fue publicado en El Tiempo y en Prodavinci con autorización del autor.