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Sobre la conexión mítico-simbólica entre risa y sexualidad // Diario de Armando Rojas Guardia

Bacanal en honor del pan, Sebastiano Ricci

Bacanal en honor de pan (1716), de Sebastiano Ricci

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Hoy, la risa cómplice de mi hermano Alejandro a través del hilo telefónico me ha hecho recordar mis propios apuntes en este diario a propósito del descubrimiento sanador de mi propia comicidad. En “El Dios de la Intemperie” afirmo —y ello debió parecerle enigmático a algunos lectores— que a veces nos es dado vislumbrar, como consustancial a la naturaleza de Dios, “una Ironía redentora, misericordiosa”. ¿De qué otra manera, si no es a través de una compasiva Ironía, puede Dios contemplar lo absurdamente cómico de nuestros actos fallidos, de tantos torpes fracasos que la estupidez humana despliega ante la inefable sabiduría de su mirada? Esto me lleva directamente al estatuto mítico y religioso de la risa. Nietzsche, en Asi hablaba Zaratrustra, eligió explorar la imagen simbólica de la risa, junto con la de la danza y la del viaje, como vehículos privilegiados de su propuesta filosófica. Pero ahora quiero referirme a la conexión mítico-simbólica entre risa y sexualidad. Nadie duda de la importancia religiosa de los misterios de Eleusis, que se celebraron durante dos milenios en la Grecia antigua. Esos misterios se centraban en la evocación del rapto de Perséfone llevado a cabo por Hades, el señor del Inframundo. Deméter, la diosa de la naturaleza, de la feracidad de la tierra y de la agricultura, es la madre de la doncella raptada. Al percatarse de la desaparición de su hija, la acomete una desesperación tan violenta que en su búsqueda se dedica a vagar sin rumbo por todos los campos, los caminos, las aldeas, comprometiendo el gobierno que ejercía sobre los ritmos y los ciclos naturales, los cuales entran entonces en un irresoluble y crítico desorden. Un día la diosa, afligida, encuentra a una mujer llamada Baubo, a su marido Disaules y a los hijos de ambos. Baubo recibe festivamente a Deméter y le ofrece el ciceón, una bebida de cebada. La diosa, inconsolable, la rechaza. Entonces Baubo se pone frente a ella con las piernas obscenamente abiertas y le muestra la vulva de su sexo. Deméter se echa a reír y acepta la bebida. En el Himno a Deméter —siglo VII a.C.— el papel regocijante corresponde no a Baubo, sino a Yambe, quien, por medio de pantomimas obscenas en un crecendo cómico, primero hace sonreír y luego reír a la diosa, restituyéndole el buen humor. Giorggio Agamben, aludiendo a estos episodios mitológicos, afirma: “Sin duda, el mito eleusino (…) contiene elementos cómicos”. Y también: “(…) el espectáculo eleusino —admitiendo que se pueda hablar de un espectáculo— era cómico, no trágico”.

En el ámbito cristiano-católico, a partir de una época tan temprana como el siglo IX d.C., concretamente en el año 852, en Reims, propagándose a través de países y regiones tan distantes como España, Alemania, Italia, Inglaterra e incluso Asia Menor, y abarcando una constelación temporal que llega hasta bien entrado el siglo XIX, se produce un acontecimiento litúrgico de gran importancia antropológica: es lo que se dio en llamar risus paschalis. Esta risa de pascua consistía en el hecho de que, durante la misa pascual —la solemnidad más crucial de la ritualidad cristiana— el sacerdote celebrante, al pie del altar, dedicaba varios minutos de la misa a relatarles a los fieles en lengua vernácula historietas y chistes de doble sentido, acompañándolos de gestos a menudo obscenos, llegando incluso a mostrar los genitales y hacer mímicas onanistas y a imitar el acto hetero u homosexual. La feligresía se desternillaba de risa. Esta alegría festiva de la gente era lo que el celebrante deseaba provocar. En un período histórico signado por una indiscriminada y muchas veces totalizante represión de la sexualidad, el risus paschalis reivindicaba la presencia del deseo, del cuerpo y del sexo justo dentro del momento sagrado más serio y solemne. Y lo hacía convocando a la risa. La antropóloga y teóloga María Caterina Jacobelli dice al respecto: “… cuando la sombra colectiva de la iglesia oficial rechaza de benignidad, el carácter sagrado de la sexualidad y del placer, he aquí que la praxis popular mantiene viva dicha verdad a través de los siglos, a su modo, es decir, con frecuencia de manera impertinente”.

Si Eros es el impulso que nos lleva siempre a hambrear más y mejor vida, la risa es la mejor imagen simbólica del placer erótico: plenitud, vivacidad y creatividad corporales, anímicas, psíquicas y espirituales. Tal es el estatuto sacro del acto de reír. Mis hijos putativos Adalber y Alejandro, cada uno a su manera, han convertido la risa en la clave hermenéutica para leer mi trabajo literario, porque el aprendizaje vivencial implícito en ese trabajo, aprendizaje que yo quiero compartir con mi lector, ha consistido en un sostenido aprender a reír. En dos momentos especialmente densos de la historia de la espiritualidad humana, el hierofante eleusino y el cura católico se transformaban, a través de la alegría, connotada sexualmente, a la vez en sacerdotes y bufones. Y siempre hemos sabido que una de las principales funciones del bufón es decir la verdad que el poder —social, político, clerical— desea reducir al silencio. Yo tengo el privilegio de ser un discípulo en la escuela existencial de Eros.