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María Eugenia Mayobre: “Siento que he aprendido algo con cada una de las novelas que he leído”

María Eugenia Mayobre Siento que he aprendido algo con cada una de las novelas que he leído; por Norberto José Olivar 640

María Eugenia Mayobre es la ganadora de la Bienal de Novela de Ediciones B en su convocatoria inaugural. La novela de Mayobre, según el veredicto del jurado, está “cifrada en una singular epopeya familiar”, con dispositivos inauditos de desdoblamientos en los personajes como estrategia metafórica, y así “mostrar los mecanismos a los cuales recurre el ser humano en su intento de protegerse de una realidad atroz y alienante”. María Eugenia Mayobre nació en Caracas en 1976. Es esgresada de la Universidad Católica Andrés Bello en Comunicación Social y vive en Boston desde 2007. Varios de sus cuentos en español se han publicado en revistas literarias de Estados Unidos. Ese nombre que nunca fui es su primera  novela.

Como bien dice Alan Moore, casi todo el mundo es más lo que no es que lo que es. En tu novela, Ese nombre que nunca fui, el personaje principal, Mulatona, ¿es un doble, un perfil o un avatar de la voz que narra la singular epopeya de las mujeres de la familia Serapio?
Una de las definiciones de “perfil” en el diccionario de la RAE es: “postura en que no se deja ver sino una sola de las dos mitades laterales del cuerpo”. En ese sentido, creo que Mulatona es más un “perfil” que un doble o un avatar, porque a lo largo de toda la novela se puede sentir (y sufrir) la lucha de la narradora por ocultar su lado oscuro, por dejar ver sólo una de sus dos mitades. En el poema “Perdóname por ir así buscándote”, de Pedro Salinas, hay un verso que leí hace años que me quedó en la memoria: “Es que quiero sacar de ti tu mejor tú”. El poema comienza diciendo “perdóname por ir así buscándote/ tan torpemente, dentro/ de ti/ Perdóname el dolor alguna vez./Es que quiero sacar/de ti tu mejor tú”. Mulatona representa esa búsqueda interna de la narradora, a veces torpe, a veces desesperada, de finalmente alcanzar ese “mejor yo”, un “yo” perfecto que no existe, un “yo” que sea merecedor de total aprobación individual, social y familiar, pero lamentablemente lo hace a costa de ocultar su verdadera esencia, al menos hasta que se da cuenta de que un elemento fundamental del amor es la aceptación.

¿Crees que Facebook, quizás como lo pensó tu femme fatal en la novela, nos permite ser más lo que no somos?
Totalmente, hay varios documentales escalofriantes sobre el tema. Uno de los primeros es un documental del 2010 llamado “Catfish” en el que un joven se enamora por Internet de una chica un par de años menor que él. Comienzan intercambiando e-mails, luego intercambian fotos, videos y hasta empiezan a hablar por teléfono todas las noches. Cuando la relación lleva así varios meses o semanas, el chico decide sorprender a su “amada” con un encuentro cara a cara. Maneja varios días seguidos (con su mejor amigo filmando todo), hasta llegar al estado donde ella vive y tocar el timbre de su casa. No te voy a arruinar el final contándotelo, pero sí te puedo decir que al abrir esa puerta descubre lo lejos que pueden llegar las mentiras cibernéticas, así como lo peligrosas y dolorosas que pueden llegar a ser.

Alan Moore asegura en el cuento Compañeras de labor que eso que no somos es tan importante que acaba siendo real y hasta definitorio. ¿Te parece que la literatura puede funcionar perfectamente como mecanismo de impostura y podría considerarse, incluso, como una dimensión de lo real?
Claro. Toda narración, por muy ficticia que sea, tiene una dimensión real y viceversa. Hasta las narraciones más reales tienen elementos de ficción. Lo que dice Moore me hace pensar en los seudónimos (y Moore tiene un montón). Cada seudónimo es un “eso que no somos” que termina cobrando una fuerza a veces mayor del “eso que somos”. Por distintas razones, que pueden ir de censura hasta ser mujer escribiendo en una sociedad machista, hasta la necesidad de hacer dinero escribiendo libros de autoayuda sin ser reconocido. Muchos autores han recurrido a la “impostura” tanto en su narrativa como en su nombre de pluma. Justamente tu pregunta me hace pensar en la polémica que se ha desatado en los últimos días sobre la verdadera identidad de la novelista italiana “Elena Ferrante”. Para quienes no estén familiarizados con el caso, Elena Ferrante es una de las novelistas italianas más famosas de la actualidad, y su obra ha sido traducida a varios idiomas. Sin embargo, la autora detrás del seudónimo “Elena Ferrante” siempre había insistido en mantener su anonimato. Y lo había logrado hasta que, hace pocos días, un periodista se filtró en sus cuentas bancarias, descubrió la verdadera identidad de la autora y la dio a conocer al mundo. ¿Tenía derecho a hacer eso? ¿Acaso por ser una figura pública tenemos derecho a conocer lo que ella no quiso dar a conocer? Creo que eso demuestra la obsesión que tenemos los humanos por saber qué es verdad y qué es ficción. Una obsesión sin sentido, además, ya que la realidad tiene demasiadas dimensiones como para pretender descubrirlas todas. Si uno nunca se termina de conocerse ni siquiera a sí mismo, ¿cómo pretendemos conocer al otro, por muy cercano que sea?

En novela tocas, quizás de manera aparentemente tangencial, el problema de la inmigración, del exilio: de los que vienen para hacer una vida entre nosotros y de los que se van abandonando lo que son, por múltiples razones, y porque en definitiva no pueden soportar la realidad que les rodea y buscan realizarse más allá de sus fronteras naturales. ¿Esto es un planteamiento transversal del relato o es el verdadero hilo conductor?
El tema de la inmigración es un tema que me parece fascinante, no sólo por su vigencia, tanto en Venezuela como en el mundo cada vez más globalizado (y lamentablemente polarizado) en el que vivimos, sino también por la cantidad de dimensiones que tiene. En Ese nombre que nunca fui sólo lo toqué superficialmente, pero es un tema que pienso seguir explorando.

María Eugenia Mayobre Siento que he aprendido algo con cada una de las novelas que he leído; por Norberto José Olivar 300César Aira dice que con las novelas no se aprende nada, pero tu novela cuestiona con cierta dureza los convencionalismos familiares. ¿Qué aspiras de las miradas de los lectores sobre estos aspectos?
Uy, y ¿por qué dice eso? Yo siento que he aprendido algo con cada una de las novelas que he leído. Y si no con cada una, al menos con la gran mayoría. En cuanto a tu pregunta, en general me gusta cuestionarme cualquier convencionalismo, y eso inevitablemente se refleja en lo que escribo. Me gusta explorar la frontera entre lo que la sociedad y la religión consideran “bueno” y “malo”. Aún hay muchos convencionalismos en las definiciones de “Familia”. Por ejemplo, el diccionario de Oxford la define como “el grupo de dos padres y sus hijos viviendo juntos como una unidad”. Entonces, ¿una pareja casada y sin hijos no es familia? ¿Y una madre soltera que vive con su hijo? Creo que aspiro a que los lectores contemplen y acepten la posibilidad de que la noción actual de familia puede abarcar más de lo que tradicionalmente ha abarcado (un padre, una madre, los hijos). Afortunadamente, hoy en día cada vez más personas y sociedades aceptan la existencia de familias monoparentales, homoparentales, ensambladas, uniones de hecho con o sin hijos, etc. Una definición que me gustó dice que “hoy en día suele extenderse el término familia al sitio donde las personas aprenden a proteger y son cuidadas, más allá incluso de sus relaciones de parentesco.”

Juan José Millás cree que las novelas nos preparan para lo incomprensible. ¿Los afectos y desmadres familiares entran en esta última idea de lo incomprensible? De hecho, sospecho que tu novela podría ser buena entrada para quienes buscan pensar en este asunto.
Creo que no hay nada que nos prepare para lo incomprensible, y mucho menos los afectos y desmadres familiares, que siempre nos toman por sorpresa por muchas novelas que hayamos leído. No es mentira aquello de que la realidad siempre supera la ficción.

Me sorprendió, como jurado de la bienal de novela de Ediciones B, cuando se abrió la plica con tus datos, saber que vivieras en Boston desde 2007. ¿Es tu novela un ajuste de cuentas o un mecanismo de conexión con lo que fuiste, o eres aún?
Aunque vivo lejos, nunca he perdido la conexión con Venezuela, ni la pienso perder. “Ajuste de cuentas” me suena a despedida, a “aquí está lo que te debía, si te he visto, no me acuerdo” y en ese sentido jamás pienso “ajustar cuentas” con Venezuela. Aunque he vivido en varios países y en mi cabeza hay memorias y referencias de orígenes diversos, mis raíces son sin duda venezolanas. Venezuela siempre aparece de una u otra manera en todo lo que vivo, leo y escribo. Sin embargo, después de casi 10 años fuera y a pesar de que la visito con mucha frecuencia, no me atrevo a escribir con detalle sobre la cotidianidad de los venezolanos. La realidad actual de Venezuela es uno de esos “incomprensibles” de los que hablábamos, en la que ninguna novela hubiese podido servir de preparación. Sé que la experiencia del que visita es muy diferente al día a día, y que la cotidianidad actual es muy distinta de lo que era hace 10 años. Tal vez por eso sólo me atrevo a tocar el tema por encima, no en profundidad.

Comienzas una exitosa carrera literaria desde la lejanía, desde la diáspora podríamos decir. ¿Cómo percibes tu propia realidad y la de tu proyecto literario en estas condiciones? Es decir: ¿tu narrativa también tomará el avión, o el barco como lo hizo Julia, una tus maravillosas heroínas? Por cierto, ahora que la menciono, me parece que ella encarna la metáfora perfecta de tu proyecto literario. ¿Qué me dices?
Sí, mi narrativa es como Julia, es inquieta y quiere explorar el mundo —risas—, en avión, en barco, pidiendo cola, como sea. No, en serio, mi objetivo es escribir historias que puedan traspasar fronteras. Me gusta explorar temas universales, problemas con los que se pueda identificar un lector en cualquier parte del mundo. Varios de mis cuentos se desarrollan en lugares que “no existen” o que no nombro. El pueblo de Cirilo y el doctor, por darte un ejemplo, puede ser cualquier pueblo remoto en América Latina. Una de mis novelas favoritas, uno de esos pocos libros que ha logrado sacudirme, es Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé. Más lejano geográfica y culturalmente de mí, imposible: no soy hombre, no soy japonés, nunca he ido a Japón y no tengo hijos. Esta novela narra la lucha interna de un padre al enterarse de que su hijo nació con hidrocefalia. Es una novela algo autobiográfica que, sin embargo, logra tocar temas universales como el instinto a huir de los problemas, la eterna lucha entre el querer y el deber. En ese sentido quisiera que mi narrativa fuese así de “portátil”, que la geografía externa tenga menos peso que la geografía interior.

Finalmente, ¿en qué estás trabajando en este momento? Imagino que el premio te encendió los motores. Y “ve” que no me refiero a los motores de la revolución…
—Risas— Pues sí, desde que me enteré del premio no he parado de escribir. Estoy terminando el primer borrador de una novela sobre la eutanasia, otro de esos temas universales, pero a la vez rodeados de convencionalismos y mucha carga religiosa.

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La Primera Bienal de Novela de Ediciones B convocó un total de 147 novelas. El jurado estuvo conformado por Norberto José Olivar, Ricardo Ramírez Requena, Carlos Sandoval.