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Somos lengua; por Antonio Ortuño

somos lengua

Fotografía del documental Somos Lengua (2016), dirigido por Kyzza Terrazas

Al hablar de “cultura”, para ser sinceros, rara vez estamos hablando de lo mismo que alguien más. Resulta que la palabrita tiene diferentes connotaciones (a veces, totalmente contrarias) y alcances en boca de un funcionario, de un periodista, de un empresario, de un ciudadano de a pie, de un creador artístico, etcétera. Para algunos, “cultura” se trata de un sinónimo, sin más, de las “bellas artes” (así, en esa línea de pensamiento, un profesor solía decirnos que la mejor prueba de que el cine no era un arte es que carecía de una musa específica que lo inspirara…). Para otros, se trata de algo más parecido al folclor y a la conservación de las tradiciones (el chicharrón, por ejemplo, sería un objeto cultural gastronómico y el alfajor de coco, otro). Unos más, entre ellos buena parte de los tipos que forman nuestra clase política y empresarial, piensan que la cultura es una materia prescindible y recortable, una especie de adorno de la sala que sirve para justificar inauguraciones y embarrar paredes. Y mientras tanto, buena parte de la población, en fin, no tiene ni idea de este falso debate, porque está demasiado ocupada sobreviviendo en medio de crisis, devaluaciones y olas de violencia como para detenerse demasiado en ello.

Por eso importa y destaca una película como el documental Somos Lengua, dirigido por Kyzza Terrazas y recientemente exhibido en la ciudad. Importa porque, al rastrear las ideas y palabras de quienes integran, en diversas ciudades del país, una parte esencial de la escena del hip-hop mexicano,  nos da pistas para asomarnos a una de las tantas capas de la realidad nacional, una que se mueve en su lado menos glamoroso y, por tanto, más vital. El hip-hop no es solamente, queda claro al escuchar los testimonios de quienes lo vertebran y en contra de las opiniones conservadoras, una suerte de moda. Es, en cambio, un modo, un modo de estar en el mundo, de navegar las tensiones sociales mexicanas, una herramienta de la gente (en la mayor parte de los casos de clase popular, cuando no francamente desheredados, pero también de cierta clase media) para escaparse del cajón y de la identidad de víctimas que les endilgan la estadística  y la sociología oficial.  Pero el documental va más allá y no solamente se concentra en los aspectos sociales y urbanos del hip-hop mexicano (lo que equivaldría a una suerte de “safari” pintoresco) sino que da espacio a las ideas estéticas (incluidas las literarias), vitales y hasta políticas de quienes lo viven y de quienes lo observan.

A espaldas de los medios corporativos de comunicación, de las oficinas de cultura municipales y estatales, a espaldas de los críticos musicales que no oyen más que la radio y leen las mismas revistas gringas y europeas, el hip-hop mexicano agrupa multitudes y agrupa, también, individuos: talentos, historias de vida, esperanzas y desengaños. De todo esto, con un estilo sobrio y eficaz, da cuenta Somos Lengua, desde el respeto y desde un entusiasmo que termina por contagiarse al espectador.