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Félix y Jorge han venido a almorzar conmigo en un restaurante de comida caribeña ubicado en el norte de Bogotá. Ambos se preguntan por qué en la tierra de nosotros la gente tiene la mala costumbre de diagnosticar a gritos, antes de saludar, si uno está gordo o flaco.
– De repente se te muere una tía –advierte Jorge–, y el vecino no te da el pésame sin antes decirte que subiste de peso.
Digo que tiene razón. Hace poco me encontré con un paisano que me soltó la consabida frase en plena vía pública. Lo único distinto fue que pretendió hacerse el chistoso.
– Oye, te veo más barriga que en las fotos de Facebook.
Como iba de afán no pude responderle. Me hubiera gustado recordarle que los perfiles de Facebook pertenecen a la ficción, y que como decía Sofocleto: “Todas las autobiografías son el relato de un testigo falso”.
– A mí me dicen todo el tiempo que estoy muy flaco –tercia Félix–. En Barranquilla los muchachos de mi barrio me llaman ‘Media Vida’.
Jorge sostiene que en el Caribe el problema no es estar flaco o gordo sino lidiar con la lengua brava de la gente. Para Félix, en cambio, eso no es ningún problema. Sólo los débiles –advierte, agitando el índice derecho– se dejan sugestionar por tales indiscreciones.
Coincido con él en que lo importante no es lo que digan los demás sino cómo nos sintamos nosotros. Entre comer y abstenerse, elige lo que te guste. Luego procura convivir con tu decisión sin andar por ahí dándote golpes de pecho. El tofu aburre y la hamburguesa abulta abdomen, pero lo que verdaderamente mata es la culpa. La culpa pesa más en la conciencia que el cuerpo en la balanza. De modo que si te hartas o si pasas hambre, hazlo sin remordimientos.
– Hay que ser puntual con la comida e incumplido con las culpas –exclama Jorge.
Hace poco –prosigo– leí en una revista que todas las dietas son inútiles. Durante un tiempo funcionan, pero luego los kilos de más retornan al cuerpo del mismo modo en que regresa el agua a la cuenca del río seco. Cada perro sabrá cómo se mata las pulgas. A quienes elijan brócolis con té verde les deseo un feliz viaje. Lo mío, por ahora, son esos patacones rociados con suero monteriano.
El mesero sonríe mientras acomoda los platos en la mesa. Jorge mete de nuevo la cuchara:
– Hay otra frase de cajón muy extendida: “El uso del computador nos ha ido volviendo cada vez más gordos”.
– Una tontería, de acuerdo.
– Como si el sedentarismo existiera desde ayer –interviene Félix–. Una vecina mía lleva cuarenta años chismoseando sentada, y más delgada no podría estar.
Jorge sonríe:
– Yo crecí entre pescadores que permanecían sentados en sus taburetes, unas veces tejiendo atarrayas y otras, jugando dominó. Puedo jurar que todos eran atléticos.
Hagamos lo que hagamos –concluimos Jorge y yo a modo de consolación– aumentaremos de peso.
– O disminuiremos –tercia Félix.
Así que sigamos disfrutando. Y olvidémonos de la báscula: no convirtamos en martirio lo que elegimos como festín.
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10 de septiembre, 2016
Admirado Sr. Salcedo Ramos, véngase usted y sus amigos a Caracas cualquiera otra ciudad de mi amado País, para que vean que sin mucho esfuerzo, logran adelgazar…Un saludo afectuoso
10 de septiembre, 2016
El texto de Salcedo Ramos se refiere específicamente al peso de las personas por motivo del tema que trata, pero sucede también con otras características físicas de las personas. Muchas veces ni siquiera saludamos con un “¡hola!”, sino que el saludo es un “¡Cómo tienes de largo el pelo!”, “¿Por qué no te has afeitado?” Tenemos la mala costumbre de referirnos al estado físico de las personas, muchas veces con impertinencia.
12 de septiembre, 2016
En Venezuela sólo engordan los usufructuarios del poder, una capa privilegiada que no ha sido alcanzada por la adelgazante “dieta de Maduro”.
Salcedo Ramos cita a Félix, quien cuenta que, en Barranquilla, sus amigos del barrio — por su delgadez– lo apodan “Media Vida”.En Venezuela la mayoría de los venezolanos también tenemos esa condición: “media vida” (flacos y macilentos) gracias a esa perversa democratización de la pobreza, distribución de la miseria y normalización del hambre, llamada “dieta de Maduro”.
Por cierto, el presidente no pasa hambre (¿se nota?), no ha sido víctima de su propia dieta.Pero si usted, admirado Salcedo Ramos, atiende la invitación de Flor Bello, tenga la seguridad que no saldrá “duro” de la dieta de Maduro.Al igual que Félix lo llamarán “Media Vida” y no faltará un paisano jodedor que lo reciba en el aeropuerto de Bogotá con la frase: “usted como si viene de Venezuela, con media vida”.