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Villa Rosa y el realismo socialista; por Tomás Straka

Villa Rosa y el realismo socialista por Tomas Straka

Mural dedicado a Luisa Cáceres de Arismendi en los bloques de Villa Rosa, en la isla de Margarita

Los sucesos de Villa Rosa han producido torrente de comentarios y análisis en los medios y las redes sociales. Desde una multitud de memes celebrándolos en tono más o menos jocosos, hasta interpretaciones de politólogos y dirigentes, todos coinciden en la enorme significación de las rechiflas y cacerolazos que cayeron sobre Nicolás Maduro.

Como señalaba El Nacional, desde aquella poblada que casi lincha a Richard Nixon en 1958, en Venezuela no se veía algo similar. Acaso, si restringimos la lista a nacionales, la defenestración de Vicente Emparan es lo que más se le parece, aunque con importantes diferencias: no fue una reacción espontánea de un sector popular, sino la acción deliberada de una élite más o menos apegada a ciertas normas y principios vigentes en el momento, la que le hizo pasar su famoso mal rato en la Plaza Mayor.

Tal vez para una lectura más clara del alcance del acontecimiento, en especial de cara a la respuesta del gobierno, hay que salir de nuestras fronteras e interpretarlos a la luz de una de las grandes fuentes de inspiración de nuestros gobernantes, o al menos de un sector de ellos: el espíritu del realismo socialista.

Nos explicamos: la reacción inicial del gobierno a la monumental marcha del 1 de septiembre y a los abucheos de Villa Rosa pareciera darle la razón a las voces más escépticas que vaticinaban que nada ocurriría. El discurso oficial ha pasado de la negación (“¡Sólo fueron 30.000 personas!”) a declararse, en una especie de mundo paralelo, como los ganadores de la jornada (“¡Hemos triunfado sobre un golpe en desarrollo!”), para después seguir con la política de encarcelamientos, elevar los decibeles del enfrentamiento con la Asamblea Nacional e incluso a sugerir que los cacerolazos sean penados por la ley.

Es muy temprano para cualquier veredicto porque ni ha pasado el tiempo suficiente, ni tenemos información del verdadero impacto de los acontecimientos dentro del gobierno y sus seguidores; por eso dejaremos a analistas más calificados o enterados el desciframiento de las señales que emiten y la proposición de análisis, para solo centrarnos en el aspecto de la negación de la realidad. Ello nos revela un aspecto fundamental del régimen e incluso pudiera indicarnos algunos cursos de desarrollo posible.

En efecto, negar la realidad con una especie de discurso patafísico (es decir, basado un explicaciones imaginarias para problemas reales), ya es de por sí un acuse del golpe. Pero un golpe que responde a toda una manera de entender el mundo que estuvo latente en ciertos socialismos y que al final los llevó a su colapso. Resulta increíble que justo aquellos que se decían seguidores de Karl Marx, tan severo con las “falsas percepciones de la realidad”, hayan basado muchas de sus acciones en ellas.

Es un tema del que se ha hablado mucho, ya desde los días de la Revolución Rusa, y que escapa a los límites de esta nota. Basta revisar la distancia entre las imágenes propagandísticas de los paraísos proletarios, con sus obreros pletóricos de felicidad; las que se registraron en fotografías y filmes de largas colas de personas más bien mustias, hundidas en un mundo gris. Incluso pareciera que mientras menos alentadora la realidad, más altas eran las apuestas de los ilustradores del realismo socialista.

Ni realista ni socialista, como solía decirse, en aquellos cuadros y afiches está la clave de toda una forma de ver las cosas: una realidad obligada, inventada. Una realidad que es justo lo que no es, como ocurre con casi todo en la neolengua de estos regímenes. Así, una marcha pidiendo elecciones es golpismo, movimientos de amplias bases sociales e inscritos en la Internacional Socialista son “la derecha”, una manifestación que recorre el mundo por su tamaño es un éxito para aquellos que, precisamente, hicieron todo lo posible para que no ocurriera.

Pudiera alegarse cinismo. Y seguramente habrá algo de eso, pero el atrevimiento de Nicolás Maduro al caminar por Villa Rosa da a entender que, al menos para él, esa negación tiene algo de sinceridad. Al día siguiente de la marcha más grande de la historia venezolana, se expuso a una situación de repudio de la cual le será muy difícil recuperarse. Acá tal vez el citado caso de Nixon sea aleccionador. De sus memorias y otros documentos de la época se desprende que básicamente no se esperaba la reacción negativa que produjo en toda América Latina y que en Caracas, por un error de seguridad (lo de Villa Rosa no es inédito), casi lo hacen padecer un linchamiento, porque ni él ni nadie en la administración de Eisenhower pensó en el rencor que su política de apoyo a las dictaduras podía haber generado en la región.

Pero de ninguna manera se puede comparar que un vicepresidente extranjero no esté enterado de lo que pasa en el país que visita, por mucho que eso hable muy mal de su servicio diplomático y de inteligencia (sobre todo si lo es de un poder imperial pocas veces discutido en el vecindario), a que lo haga un connacional, al día siguiente de una gigantesca marcha en su contra y teniendo a su disposición todos los medios con los cuales se cuenta actualmente para testear el ambiente.

Del mismo modo que las redes sociales que registraron lo de Villa Rosa hacen imposible un realismo socialista el día de hoy porque difunden miles de versiones alternativas que lo desmentirían, el Estado también recibe a través de ellas una idea relativamente clara de lo que se siente y se dice en la calle. No en vano existen en tantos especialistas en el mundo dedicados al análisis e incluso el espionaje de las redes.

Pero el realismo socialista no funciona así. Podrá, cómo no, espiar (y de hecho a eso dedica mucho tiempo y dinero), pero jamás admitir que la realidad no es la que viven los ciudadanos, sino la que se decreta en sus cuadros. Y las consecuencias de eso ya las conocemos. Pensemos en Erich Honecker, presidente el 7 de octubre de 1989, en el desfile militar más imponente de la historia de la República Democrática Alemana para celebrar su aniversario cuarenta, ofreciendo una imagen de inmovilidad… a un mes de que el Muro de Berlín cayera. O en Nicolae Ceaușescu durante su famoso discurso del 21 de diciembre de 1989, cuando sus denuncias de conspiraciones externas para destruir al socialismo fueron recibidas con pitas y no con aplausos. In extremis, los abucheos lo hicieron bajar del realismo socialista de sus mítines esmeradamente coreografiados, con felices proletarios que sólo hacían mímicas mientras los aplausos y las consignas venían de bocinas, y comenzar a prometer subidas en los sueldos y pensiones. Pero ya era muy tarde.

No en vano, frente a la lógica del realismo socialista han resultado más exitosos los socialistas realistas, como Raúl Castro y Kim Jong-un. Socialistas en el sentido soviético pero realistas en el maquiavélico, se han rendido a los hechos y aceptado reformas importantes. La meta es quedarse en el poder. Incluso Hugo Chávez se caracterizó por frenar y retroceder ante determinadas circunstancias. Si el efecto de la marcha del 1 de septiembre y de Villa Rosa es el de Honecker y Ceaușescu (es decir: su negación), el cierre de las válvulas de escape sólo servirá para que la realidad termine estallando.

La especie de remate pretoriano (“socialismo pretoriano” hemos llamado al régimen en otro artículo) que hemos presenciado puede ir en una dirección o en otra: apretar las clavijas para ahogar el descontento o para llevar adelante una transición ordenada. Pero en ninguno de los dos casos las protestas pasarán en vano. Ya comenzaron a hacer su efecto en la calle y, como percibimos por la propaganda, en el gobierno. Por el bien de todos, incluyéndolo, ojalá que se imponga la sensatez de ajustar de algún modo las velas a la nueva dirección de los vientos.