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Al límite // Está planteado un macro acuerdo para la supervivencia nacional; por Luis García Mora

Fotografía de National Geographic

Fotografía de National Geographic

En este delicado juego de poder está sobre la mesa el país tal como siempre existió y como comienza a dejar de existir.

El Gobierno se atreve a dar pasos como la Resolución 1855 que equivale a imponer el trabajo forzoso, desnudando de todo recato el proceso voluntarista fuertemente ideologizado que subyace bajo el caos en que opera.

Un estado de confusión y desorden en el que, sin base popular comienza a confiar en la penalización como sistema motivacional de los individuos.

Exabrupto político que habla de la confusión y desesperación en que se encuentran.

Y no digamos la advertencia del jefe estratégico del PSUV, Francisco Ameliach, en el sentido de que a la MUD le quedan 30 días como partido. O la desmedida irracionalidad del psiquiatra Rodríguez que pide ya al TSJ que suprima de una vez la Asamblea.

¿Quién maneja los hilos de tal perturbación?

Quizás hablaron con Ortega. Entronizado elementalmente en la querida Nicaragua, con su régimen podrido hasta la médula, quien acaba de despojar a la oposición de sus escaños parlamentarios, con lo que consolida todo el poder en su paupérrima figura de tintes cada vez más autoritarios, e impone la fórmula tiránica de partido único con vistas a encontrar la fórmula que le garantice la sucesión familiar.

Lindo panorama a reproducir.

Como si los venezolanos fuésemos imbéciles.

O su oposición careciera de agallas, ¿no?

De coraje. Dado que como se reconoce sin ambages, en la dureza policíaco-militar que se debe masticar, toda definición apunta a la necesidad de combinar el juego sutil de la política del diálogo con la movilización de calle, en la vertiginosa agudización de la crisis.

De lo contrario corremos el riesgo de dejar todo en manos del azar y, librados a la turbulencia esencial de la situación, sea la crisis la que termine por controlar la implosión. Escenario donde lamentable e inevitablemente se impondrían las vías de hecho que, hasta ahora, y en contra de la sensatez que se le atribuía, parece incapaz de controlar a los locos.

Los dementes. Los ciegos. Los suicidas. Los comisarios del crimen.

Del ocaso.

Proceso abierto

En este momento nadie baja la guardia en función de la irremediable movilización nacional, que debe correr como “lubricante” del diálogo.

De alguna forma de transición negociada.

Pues de lo contrario se cometería el error garrafal de que por ausencia de coraje político, se continúe este encajonamiento de una de las dos opciones (plebiscito y diálogo), con Capriles en solitario empujando la calle, y el resto disperso, debatiendo en el aire, sin tomarle el pulso a la dinámica incendiaria de una crisis que, admitámoslo, es el único motor que puede cambiar las cosas y presionar para el diálogo.

Sí, ese diálogo en el que Un Nuevo Tiempo junto con AD, amarran la apertura de un canal humanitario, Voluntad Popular la liberación de los presos políticos, y Borges y Marquina (de acuerdo al trabajo de Álex Vázquez) sentarse para conocer lo que aspira el adversario y decidir.

Con Timoteo Zambrano capturando protagonismo como principal enlace entre los mediadores, la oposición y ¿el Gobierno? Afirma él que fue quien trajo al expresidente Zapatero, vedette central de este confuso –hermético– ballet sobre la cubierta del Titanic.

Con los tiempos acortándose para todos. Hasta para Padrino López, que cree que sólo se trata de “un nuevo y complejo escenario de batalla fraguado por los enemigos de la patria, que no descansan, en su pretensión de socavar la estabilidad política, económico-social de nuestro Estado”, y no de uno de los fraudes políticos, económicos y sociales más sonados de nuestra historia.

Para el libro de récords Guinness.

Y del que no se sale con cualquier operación de salvataje de última hora, como la grandilocuente “Misión Soberanía” (especie de revival, de resurrección del Plan Bolívar 2000, pero sin real).

Se sienten perdidos.

Y se entiende que lo fundamental, ante lo que viene in crescendo, es la defensa de la estabilidad.

Pero no del régimen sino de la nación. Del país.

Dentro de un urgente y amplio acuerdo nacional de transición.

Por lo que el debate no se puede circunscribir a lo que Rodríguez o Ameliach o Cabello esgrimen como poco refinados y toscos mecanismos de supervivencia ante el naufragio.

De ellos, no de la nación.

La película se repite

Recordaba María Pilar García-Guadilla en estas mismas páginas y en entrevista con Hugo Prieto hace una semana, que en el trazo histórico y social del proyecto revolucionario bolivariano desde el 98 tras el “Caracazo” hasta aquí, se deben tomar en cuenta algunos elementos positivos luego desviados.

La prioridad de los firmantes de la Constitución del 61, AD, Copei, y el resto, era la estabilidad, para el establecimiento de una democracia en ciernes.

No la participación. Posteriormente los avances de esa inmensa revolución educativa y económica urbana y petrolera que fue la democracia, produjeron el también colosal desarrollo de una economía urbana y petrolera y la generación de mayores expectativas y exigencias de participación que el modelo rentista no fue capaz de soportar.

Y menos de procesar eficientemente. Los últimos miembros de las élites de AD y Copei, devinieron en defensores de una democracia participativa que exigía renovarse (COPRE dixit) pues ante la expresión de un descontento frente a las expectativas rentistas no satisfechas de los sectores populares, el proyecto se orientaba más a las clases medias. Y sin la bonanza, excluyó al resto de los otros sectores que se quedaron al margen o se convirtieron en simples espectadores.

Con lo que los sectores populares (al igual que hoy) defienden sus derechos socioeconómicos adquiridos y en barrena, y los sectores medios los derechos políticos.

Chávez privilegia dentro de su proyecto hegemónico la democracia participativa y protagónica de esos sectores en lugar de reconocer las diferencias de todo tipo que existen y conviven realmente en esa denominación de “pueblo soberano” (mal definido en la Constitución del 99), en contra de los llamados valores liberales cívicos, políticos, sobre los que se montaron en su último round AD y Copei, sin tomar en cuenta la necesidad de afincarse en su trabajo político, en el conocimiento y liderazgo de las organizaciones populares autónomas.

Que existían.

Con astucia, el fallecido presidente intentó convertir unas organizaciones populares autónomas en  ideologizadas, corrompiendo sus núcleos de liderazgo local a través del establecimiento de relaciones de lealtad y servilismo político.

Hasta hoy, cuando todo ese entramado está saltando en pedazos. Primero, porque el régimen ha perdido el control de la estructura organizativa popular. Segundo, porque la relación directa que tenía Chávez se rompió, junto con las relaciones de lealtad y servilismo.

El país colapsó.

Pero en esta dinámica fatal y a pesar de los 17 años transcurridos bajo la bota, nuestra emergente –y otra no tan emergente– dirección política opositora, escarmentó sobre la experiencia vivida.

Con la conclusión de que la oposición no ha terminado de reconocer a estos sectores populares en su plena condición de ciudadanos, que tienen los mismos derechos y deberes para garantizarles una calidad de vida en condiciones similares (García-Guadilla) a las que tienen los demás ciudadanos. Ni el Gobierno ha reconocido que los grupos opositores (las clases medias y altas), también forman parte de la sociedad venezolana.

Y esta brecha también debe incorporarse al debate político, previa decantación de las políticas públicas inmediatas que, de terminar de salir el presidente Maduro, están planteadas, pues las urgencias más importantes, después de todos estos años, están ante nuestras narices.

Caramelo y cañón

El Gobierno no puede evitar una derrota electoral. Pero puede bloquear el referendo.

Por lo que habría que poner todas las cartas sobre el tapete y pensar: ¿podemos llegar al revocatorio, y a unas posibles elecciones presidenciales inmediatas, sin ningún acuerdo de transición previo?

¿O creemos que con sólo algún acuerdo de transición que no tome en cuenta la movilización y encausamiento de los millones de venezolanos hambrientos y desesperados por los efectos de esta crisis (sobre todo los desposeídos, la inmensa mayoría), podemos ponernos a dialogar en un ambiente sanforizado, olvidándonos de que este gobierno no cederá ni un milímetro si no se lo presiona desde la calle?

Es en ese punto de quiebre tan sutil entre la presión de calle y el diálogo, donde es posible encontrar una solución política y pragmática, una salida a una transición incruenta que evite el caos.

Cualquiera se pregunta qué esperaría a un gobierno opositor en 2017. Con una inflación de 3 dígitos, con PDVSA quebrada y esta escasez y este trance de ingobernabilidad tan tremendo.

La sola reactivación de la economía privada y las inversiones necesarias para retomar (como se piensa) las riendas de nuestra industria petrolera y empresas básicas para apalancar desde allí una recuperación de la producción nacional, requiere de un proyecto de mediano y largo plazo.

El corto lo que tenemos es un país arruinado.

Con conflictos de poderes en un toma y dame (TSJ / Asamblea Nacional) de dimensiones gigantescas por ajustes políticamente incendiarios (Martínez dixit) de parte de un gobierno impedido de atacar las terribles distorsiones económicas de costos, precios y salarios, creados por este absurdo entramado cambiario, sin un amplio acuerdo de transición nacional.

Es un hecho: referéndum y diálogo son expresiones de un colapso político, que solo pueden encontrar satisfacción si previamente la dimensión de una explosión social generalizada, adquiere carta de ciudadanía.

Pero en algún punto del espacio y del tiempo, se van a tener que encontrar: poner el RR a la cabeza y sin fuerza detrás, equivale a fijar en la práctica, la fecha de salida del Gobierno, sin, como decía alguien, tener sus líderes claro su futuro.

Sin una plataforma que incluya un programa de acuerdos mínimos para la transición dentro de una crisis que es sistémica, y tras la inevitable derrota electoral del RR y de cualquier comicio presidencial, ¿va a tener el Gobierno saliente interés, acicate o atractivos, para allegarse a un acuerdo, o por el contrario apostarán sus líderes, como siempre que ha ocurrido en Venezuela, a caerse y traerse con ellos el techo?

Sobre este hielo quebradizo andamos.