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Pureza y pereza; por Antonio Ortuño

Pureza y pereza; por Antonio Ortuño

Hace unos días sostuve una discusión con un joven corresponsal con quien, de tanto en tanto, charlo en las redes: un estudiante mexicano que desde hace un par de años anda haciendo “las Europas”, dicho sea en lenguaje porfiriano. La charla tuvo que ver con las recientes polémicas de las letras nacionales. Mi conocido preguntó mi opinión sobre algunos de los puntos en disputa y terminó por manifestarme los suyos. “Lo que necesita la literatura mexicana son líderes que encabecen una revolución social”, dijo. Antes de que pudiera yo oponer una sola palabra a su dictamen, procedió a ampliarlo. Escritores, se explayó, que enseñen a los jóvenes opciones para vivir fuera de la jaula del capitalismo; que den cauce a las denuncias de violencia y corrupción y encabecen la lucha contra quienes las producen; que se les pongan “al tú por tú” a los poderosos y les digan sus verdades. Escritores, en fin, que dejen de ser “plantas de ornato” y tomen las calles y las trincheras.

Cuando finalmente mi correspondiente dejó de teclear, con un intimidante “¿o qué?”, me di cuenta de que había caído yo en un pozo y que ninguna de las salidas posibles sería sin raspones de por medio. Porque, por un lado, si le decía que no, que el papel de los escritores es escribir y no pasa necesariamente por convertirse en Panteras Negras o, peor, en el Mesías, quedaba como un reaccionario y un colonizadote. Pero, a la vez, darle la razón sin chistar sería una capitulación, un paso atrás en un debate que lleva decenios en el aire y que resulta demasiado complejo como para abandonarlo sin dar alguna pelea.

Opté por una solución intermedia. El escritor, dije, no “tiene” que hacer nada por obligación. Su inteligencia, su instinto, su criterio, lo llevan hacia una postura (o una serie de ellas) y eso forma parte de quien es y, por tanto, de su literatura. Pero lo más importante de una escritura no puede ser el tipo de ciudadano que sea quien escribe. Yo no sé si Dante estaba en lo correcto ética y políticamente en el conflicto entre güelfos y gibelinos  (una lucha entre el Papado y los señores feudales, hágame usted el favor) pero sé que escribió la Comedia. Y sé bien que Céline, Hamsun, Drieu la Rochelle, fueron fascistas. Y Pablo Neruda o Lukacs fueron estalinistas. Y que Villon o Genet fueron criminales confesos. Si leyéramos sólo a las personas con ética perfecta, nos quedarían, si acaso, las obras de los escasos santos dados a las letras…

Una trinchera podrá ser cívicamente mejor que una torre de marfil (o el sillón de un ministerio) pero literariamente da lo mismo que una silla de montar (como la de Martín Luis Guzmán, quien fue secretario de Pancho Villa) o el aeroplano de combate que voló Malraux (luego gaullista de hueso colorado)…

No sé si lo convencí. Pero al menos esta vez no me dijo “reaccionario”.