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Al límite // Se solicita un Roosevelt; por Luis García Mora

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Junio ha sido otro mes violento.

Será imborrable la imagen del señor en silla de ruedas que reclamaba en Tucupita, a quien el efectivo de la Guardia Nacional Bolivariana atacó e hirió en la cabeza durante la represión con tanquetas que aplastó la protesta de más de un centenar de pobladores hambrientos y que terminó en toque de queda.

Así como la de los seminaristas agredidos, en cueros, que le dio la vuelta al mundo.

Julio no se ve mejor. El desgaste del Gobierno arrecia, y arreciará.

Un gobierno que no va a permitir el reclamo ni respetará las peticiones del pueblo, la cuales serán reprimidas, castigadas, prohibidas.

Maduro tiene la batalla perdida.

Está rodeado.

Por la falta de un orden en la administración del Estado.

Por un escuálido respaldo de entre 8 y 18 por ciento (80 por ciento del país no tiene confianza en él) y con la crisis económica más grande del continente, fundamenta su apoyo en bayonetas, tanquetas y un armamento de miles de millones de dólares para una guerra ficticia, para enfrentar una crisis de seguridad alimentaria generalizada.

Afincado en su micrófono como bastón y dispuesto a pasarle las orugas a la Constitución, reduciéndole arbitrariamente las funciones del Parlamento, dispuesto a abolirlo a lo Fujimori, ante una comunidad interamericana en estado de alerta.

Maduro intenta ganar posicionamiento radicalizándose.

Obstaculizando y ordenando ahora la invalidación del Revocatorio, un mecanismo profundamente legítimo, en una performance que da señales de pánico, comprando inútilmente tiempo, pero de una manera muy gruesa, como esa de agarrar a los dos muchachos (Márquez y San Miguel) designados por la MUD como enlaces en Portuguesa y raparlos, aislarlos e incomunicarlos en un establecimiento de presos comunes, carajo: sin haber cometido delito alguno.

¿Herramientas? ¿Piezas para negociar?

¿Por qué nadie le dice que es él quien pierde con estas salvajadas?

¿No es el Presidente de la República? ¿O quiere inmolarse al estilo Ceausescu apartando a un lado, irracionalmente, como dice Pérez Martí, la posibilidad de llegar a un acuerdo con el país, que lo supera y rebasa, y así salvar su vida política sin condenar al chavismo sensato y sus bases al naufragio.

Está totalmente desnudo.

No engaña a nadie.

Y no se trata solo de que su aprobación esté ubicada entre 8 y 18 por ciento. O de que no inspire la más mínima confianza en el 80% de los venezolanos. O que esté deshaciendo el Estado. O que haya comenzado el estallido social.

Es más grave

Dada la situación nacional, desde algunos sectores técnicos y académicos venezolanos adentro y en el exterior, comenzó a cobrar sentido la necesidad de calibrar algunas medidas.

Un plan de salvación nacional que enfrente su colapso.

De ahí que en primer término y desde finales de 2015 un grupo de más de 40 profesionales coordinados por la Universidad de Harvard haya comenzado un proyecto de investigación que encare la difícil situación económica venezolana para diseñar una estrategia de salida a la crisis por encima de la divergencia política.

Con un equipo de reconocidos economistas internacionales como Andrés Velasco, Olivier Blanchard, Lawrence Summers y Erik Berglof, Ricardo Hausmann ha dirigido junto a otros venezolanos como Miguel Ángel Santos, Douglas Barrios, Alfredo Guerra, Dan Levy, José Ramón Morales y Roberto Rigobón, un diagnostico de políticas públicas actualizado.

Experiencia a la que tras una reunión en Boston de marzo-abril se le sumó en junio en Bogotá otro grupo de venezolanos para echar a andar una iniciativa para darle a todo esto vinculación política y ampliar el grupo para dotar el irremediable ajuste de un sustento compensatorio social, con el objetivo de impedir que sean los pobres, las víctimas de la crisis, quienes paguen el costo del ajuste y no los “cadivistas”, los contrabandistas y los corruptos.

Y evitar lo que llaman la “somalización”.

No es país para lerdos

Consenso: se trata de la crisis económica más grave de nuestro siglo XX y el XXI, cuantitativa y cualitativamente distinta de las anteriores en el país y en la región. Y requerirá que políticos, estadistas, le hablen con claridad a la gente.

Es la preocupación: ¿Cómo armar un frente técnico, pero también político que traiga el país a la realidad? Que recoja el espíritu de juntarnos y armar el rompecabezas. Con un protocolo, un programa, un plan ejecutivo de emergencia.

Que tenga asidero y que sus andamios nos sirvan, no solo para componer el edificio del país en lo inmediato, sino también, y más importante aún, en lo que viene después, en lo estratégico.

Sin exclusión.

En la perspectiva de un gobierno de transición. De unión y de compromiso nacional. Con la ayuda de todos y la debida asistencia internacional.

Con un pacto económico.

Con el sector privado, los trabajadores, los militares, la Iglesia y los dirigentes políticos.

No sólo para la crisis coyuntural, sino que cambie de todas, todas, al país.

Conclusiones de los dos esfuerzos (Boston, Bogotá):

Primero, necesidad de tener consciencia de la magnitud y complejidad de la crisis. De caracterizarla, repetimos, cuantitativa y cualitativamente.

Porque, segundo, no se trata de un tropiezo o de un accidente, sino del resultado de errores estratégicos de décadas atrás parapetados con el petróleo pero que ahora han llegado más lejos, aislándonos del mundo moderno. Cubanizándonos.

Y, tercero, la necesidad de encontrarle una nueva narrativa al discurso político, con la explicación a la sociedad de esta crisis, y sus raíces y consecuencias tanto en la inmediato como lo mediato.

Con el análisis retrospectivo e inmediato que se reclama, y no con incoherencias, insuficiencias, visiones –y versiones– equivocadas e incompletas.

Con la vista puesta en hacia dónde vamos, con cual proyecto, escapando de qué.

Son evidentes las dimensiones épicas del proyecto.

Como la construcción del Estado de Israel o del New Deal de Franklin D. Roosevelt, puesto en marcha para luchar contra los efectos de la Gran Depresión entre 1933 y 1938, con el objeto de sostener a las capas más pobres de la población, reformar los mercados financieros y redinamizar la economía estadounidense tras el crack de 1929, por el desempleo y las quiebras en cadena, ni más ni menos.

Así se ve nuestro panorama nacional entrampado en un conflicto político de lucha por el poder total al que hay que bajarle la palanca y sin melindres: antes de que nos descarrilemos.

“Un viraje ante estas magnitudes para reconducir al paciente y apostarle a la vida”.

Y como Churchill el 13 de mayo de 1940, en el histórico discurso ante la Cámara de los Comunes, cuando las fuerzas aliadas experimentaban continuas derrotas frente a la Alemania nazi, decirle a los venezolanos: salir de esto nos va a costar (más o menos) “Sangre y esfuerzo, sudor y lágrimas”.

Nuestro pasado no es solo el que nos han pintado de militares haciendo guerras. Nuestro pasado es de muchos, muchos civiles construyendo país. Con viento a favor o a contracorriente. El futuro inmediato depende, como decía alguien, de convicciones. Depende crucialmente de que la gente crea, apueste y actúe en consecuencia.