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Un apartheid literario; por Antonio Ortuño

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María Rivera. Fotografía de Borzelli Photography.

Una antología de poetas mexicanos presentada en Francia y editada por la Secretaría de Cultura ha provocado un acalorado debate entre durante las recientes semanas. Como dije en una columna anterior, no me considero capacitado para opinar sobre poesía. Y sobre los asuntos políticos anexos… basta asomarse a las redes para notar el impacto del tema. Quisiera hablar de algo diferente esta vez, aunque relacionado. Uno de los reparos que se hicieron a la antología (lo hizo la escritora María Rivera), fue el hecho de que no incluyera un solo poeta de alguna de las numerosas lenguas indígenas del país. Señalaba Rivera que en una anterior (y también discutida) antología de narrativa mexicana, que se presentó en Inglaterra y España, se incluyó al menos a José Pergentino Ruiz, oaxaqueño que escribe en zapoteca. Su inclusión tampoco es como para pararse el cuello, hemos de aceptarlo, pero es un avance.

A lo que voy es al hecho de que la inmensa mayoría de los mexicanos vivimos de espaldas a las lenguas indígenas. Por racismo y clasismo, desde luego, y por ignorancia también. Una cantidad sustancial de la población mexicana jamás ha reflexionado sobre el origen de las palabras que utiliza ni sobre por qué su idioma no es como el de los peninsulares, por más que sea español. En el terreno literario, es francamente pobre el conocimiento que la mayor parte de los lectores nacionales tenemos con respecto a las letras indígenas. Y si se trata de literatura viva, mucho peor (esto lo aclaro porque una vez que toqué el tema un señor muy amable me mandó a leer las recopilaciones de don Miguel León Portilla, que son maravillosas pero que corresponden a siglos, ay, muy lejanos).

maria_rivero_antologia_300No, no postulo (si es lo que estaban pensando) que convenga hacer una tercera antología, ahora de escritores indígenas. Lo que creo es que la Secretaría de Cultura (que se pinta sola para presumir “logros” suntuarios, como el apoyo a la realización de una réplica de la basílica de la Capilla Sixtina o, hace un tiempo, la exhibición de joyas de arte renacentista en el Palacio de Bellas Artes) debería aprovechar que tiene a su disposición todo un aparato editorial completo (cadena de librerías incluida) e instituir una colección de literatura indígena. Bilingüe, claro. Ediciones que, efectivamente, contribuyan a que los escritores en lenguas indígenas no queden a merced de un mercado que los pasa directamente por alto y de una enorme masa de gente que ni siquiera sabe que existen.

México es un país que contiene muchas lenguas y culturas. Es insostenible, a estas alturas, la idea de que no existe discriminación. Claro que la hay. Y el dinero público está, justamente, para combatir ese tipo de desigualdades. Claro: en un escenario en el que ni siquiera sabemos si seguirá adelante el programa Tierra Adentro, que ha sido fundamental para la literatura de los Estados, esta idea difícilmente cuajará. Pero deberíamos considerarla y comenzar a tomar el tema con la seriedad que tiene: vivimos en un apartheid literario.