Vivir
El caos // Diario de Armando Rojas Guardia
Ésta es la quinta entrega del Diario de Armando Rojas Guardia. Si desea comenzar a leerlo desde la primera, haga click acá.
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Los teóricos del caos, encabezados por Ilya Prigoguin, han hecho más que demostrarnos, es decir, nos han mostrado que el universo no funciona como un gran reloj con movimiento predecible. El mundo físico es más bien un caos imprevisible: las teorías deterministas basadas en el encadenamiento necesario de causas y consecuencias son cada vez más reemplazadas por cálculos de probabilidad. La materia constituye un dinamismo estructuralmente inestable. La nodal ausencia de equilibrio, que caracteriza a la realidad del mundo físico, puede desembocar tanto en el orden como en el desorden. El modelo de acuerdo al cual opera el universo es: caos-orden-caos-orden en una secuencia constante que básicamente no se puede prever. Ello significa que el azar forma parte sustantiva de la mecánica y de la dinámica del cosmos. A partir de tal constatación, a este, al cosmos, deberíamos denominarlo más bien c(aos)mos, porque al diseño armónico implícito en la idea de lo cósmico es indispensable integrarle el impulso omnipresente de lo caótico.
Afirma lapidariamente George Steiner: “La teoría del caos es uno de los avances más prominentes en la matemática y las ciencias naturales de fines del siglo XX. Como forma absolutamente emblemática de nuestro estatuto moral, político y psicológico en nuestra era, el caos regresa”. Forma emblemática de nuestro estatuto, en primer término, moral, porque la teoría del caos subvierte la pretensión doctrinal de las concepciones religiosa y éticamente fundamentalistas: Dios no creó la realidad del mundo dotándola de leyes unívocas e inmutables que reclaman de nosotros sólo sumisión incontestada: esa realidad está siempre abierta a la novedad y al nomadismo plural del sentido; en segundo lugar, político, porque tal teoría complota contra todo intento de uniformatización planificada de la vida socio-económica, contra toda instauración de un gobernante pensamiento único; y, por fin, psicológico, porque la teoría del caos nos invita a buscar una coherencia psíquica verdaderamente flexible, maleable, sin ceder a ningún tipo de dogmática (ascética y mística) de la vida interior: nos convida a ser leales a nuestra abismal multidimensionalidad interna.
El orden del universo no es rígido sino poroso. A ese orden, al universo mismo, le viene bien esta designación: la aventura cósmica. Y la aventura cósmica, al reflejarse en la condición humana, hace que dentro de esta resuenen todas las connotaciones existenciales de la palabra aventura: voluntad exploratoria, búsqueda de lo inédito, peripecia vital, acción transformadora, capacidad de sortear la amenaza y el peligro, incertidumbre asumida. Dios es Deus ludens. Dios juega: ha puesto al c(aos)mos a danzar. Somos los co-protagonistas de esa danza. En el Antiguo Testamento, concretamente en el capítulo 8 del libro de los Proverbios, dice la Sabiduría divina personificada: “Cuando colocaba los cielos y asentaba las aguas/ yo estaba junto a Él jugando en su presencia, / era su encanto cotidiano, / jugaba con la bola de la tierra, / me encantaba con los hombres”. Así pues, la sabiduría no consiste en un mero ordenamiento productivo del obrar, sino en un juego encantador y en un gozo lúdico con lo producido. Este juego gozosamente explícito es el otro nombre de la belleza del mundo.
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1 de julio, 2016
Para mí, leer esto, es como tener un Toronto disolviéndose en la boca. Qué gusto…..