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Deberes y privilegios; por Antonio Ortuño

Por Antonio Ortuño | 24 de junio, 2016

Deberes y privilegios; por Antonio Ortuno

¿Qué libros debe leer un adolescente? La pregunta, que tiene mucho de tramposa, porque le hace falta todo el contexto que uno necesitaría para responderla con tino, me fue planteada hace unos días por un reportero que, me parece, quería que le dijera algo como “los chavos deben ponerse a leer a Proust en vez de andar con payasadas”. Pero no. “Los que pueda”, respondí. En primera instancia, luego de unos días, sigo pensando lo mismo. En México, un lugar donde la economía no propicia que la inmensa mayoría de los jóvenes tenga una gran cercanía con los libros, eso me parece obvio.

El debate sobre ese “deber” de lectura, en todo caso, necesita acotarse. No creo que un adolescente “deba” leer nada. Creo, en todo caso, que sería bueno que sus maestros y familiares lo invitaran a leer y le dieran un margen razonable para elegir los títulos y temas que más le interesen. Si uno agarra El canon occidental, de Bloom, y se empeña en que un chamaco se chute todas las obras maestras que el crítico enlista como indispensables, lo probable es que el asunto acabe en el fracaso absoluto (cuando no en la página de nota roja del diario). Y no porque la lista de don Harold sea mala (es sensacional) sino porque el placer, y la lectura debería ser considerado como uno, no se impone. No es a fuerzas.

Me parece bastante normal que los jóvenes se interesen, por ejemplo, por los libros de aventuras (ha sucedido toda la vida). También es normal que, hoy día, en ese interés por ciertos títulos tenga mucho peso la influencia del cine, la red, los videojuegos, la memorabilia, etcétera. Leer Harry Potter no es solamente entretenerse con una serie de libros llenos de sucesos y personajes: es, potencialmente, pasar a formar parte de una comunidad mundial de aficionados con los que se puede discutir, convivir, jugar, etcétera. Una identidad colectiva tan respetable como la que dan a sus seguidores los equipos de fútbol, vaya, o la que provoca la afición por cierta música o cierto estilo de vestir. ¿Qué tiene de malo el sentido de pertenencia basado en un libro?, me preguntaba hace días un fan de Game of Thrones. Nada, respondí. Al contrario: te felicito por encontrar una posibilidad de pasártela bomba.

Hay que distinguir, sin embargo, la libertad que todo lector, especialmente uno joven, debe tener para elegir los libros que buenamente le plazcan e identificarse hasta el punto que quiera con los otros lectores de esos libros, con el hecho de que uno se asuma como un observador acrítico. Hay que distinguir, pues, los fenómenos sociales que rodean a ciertos libros del análisis del texto en sí. Muchos (y no me eximo del pecado) somos prejuiciosos contra los libros que provienen de la maquinaria editorial y se nos imponen como “best sellers”. Otros, al contrario, desconfían de cualquier libro que no venga en formato de saga de cinco partes con portadas coordinaditas. Me parece que, como siempre, le respuesta está en leer primero y opinar después.

Antonio Ortuño Narrador y periodista mexicano. Entre sus obras más resaltantes están "El buscador de cabezas (2006) y "Recursos Humanos" (finalista Premio Herralde de Novela, 2007). Es colaborador frecuente de la publicación Letras Libres y del diario El Informador. Puedes seguirlo en Twitter en @AntonioOrtugno

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