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Noticias de Rafael Cadenas; por Manuel Rico // #HomenajeACadenas

Noticias de Rafael Cadenas; por Manuel Rico 640

Rafael Cadenas fotografiado por Venancio Alcázares.

Hasta el año 2002, Rafael Cadenas era para mí un poeta desconocido. Creo que, en buena medida, también lo era para gran parte del mundo literario de nuestro país. Era así pese a que para entonces, el poeta de Barquisimeto tenía una decena, al menos, de libros publicados y algunos como La isla (1958), Los cuadernos del destierro (1960), Memorial ( 1977) o Amante (1983) de una altura más que notable. Eran, en Venezuela y en América Latina, referencias obligadas de la mejor poesía de su generación. También había publicado algunos ensayos más que relevantes, entre ellos un espléndido Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística (1977), texto al que es obligado acudir no sólo para entender la poesía de Juan de Yepes, sino también (quizá sobre todo) para comprender la evolución de la propia poesía de Rafael. A España aquellos libros llegaban con cuentagotas a muy pocas librerías, era un raro más que minoritario por lo que no es de extrañar que yo cayera tarde en la cuenta de que dos años antes Ana Nuño  había preparado para una conocida editorial española, Visor, una muy completa (y certera) antología.

En efecto, leí tarde a Rafael Cadenas. Fue, como decía al principio, en 2002, con motivo de la edición en Bartleby (entonces una editorial novata, con todo por experimentar y descubrir) y por iniciativa del poeta venezolano Joaquín Marta Sosa, de la antología Poetas y poéticas de Venezuela (1879-2002). Cadenas estaba incluido en el apartado “El estar como poesía”, en él lo acompañaban Juan Sánchez Peláez, Eugenio Montejo y Luis Enrique Belmonte y aportaba dos poemas largos, el primero de ellos titulado “Derrota”, un texto que me sorprendió y, casi, me conmocionó, un poema en el que respira una temprana crisis personal vinculada a la experiencia sociopolítica y que leído hoy, con el telón de fondo de la situación que se vive en su país, cobra una estremecedora actualidad. Luego supe de la antología de Ana Nuño y en ella pude descubrir una trayectoria enormemente autocrítica, en la que se advierte una permanente tensión entre la demanda verbal de lo suntuoso y la búsqueda consciente de la esencialidad.

Rafael-Cadenas.-Premio-Internacional-de-Poesía-Federico-García-Lorca-320Ya en La isla y en Los cuadernos del destierro apuntaba ese deseo aunque semioculto por una densidad de lenguaje que buscaba explicar el mundo, acercarse a la matriz de la propia experiencia de la palabra y de la vida. Esa tensión va a alimentar un sostenido “estado de crisis”, una dialéctica entre ambas pulsiones que comienza a resolverse, en una síntesis superadora, en dos libros que yo calificaría como de transición, Falsas maniobras (1966) e Intemperie (1977). Dos libros nucleares cuya especificidad reside en que en ellos es visible de manera clara la búsqueda (y el encuentro) de su voz más personal y reconocible.

Ana Nuño, en su prólogo a la antología, aludía al poema que cierra Intemperie, “Ars poética”, como una suerte de declaración de principios respecto a la poesía por la que Cadenas opta de manera definitiva:

“Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido”.

Cierto que la llegada a esa opción no fue inmediata. Hubo un tiempo de silencio poético, once largos años de paréntesis entre la publicación de uno y otro libro. Es como si en ese silencio se hubiera incubado su determinación última como poeta: asentarse y adensarse en una escritura austera, precisa, seca y emocionada a la vez, epigramática casi, que se revelará en su plenitud en Amante, publicado en 1983. Hay en esa apuesta psicología (Cadenas reconoce lecturas de Jung), hay una tensión que nos dirige hacia la esencia y hay una visión depurada de la definición que T. S. Eliot otorgara al hecho poético: “poesía es la intersección de lo intemporal con el tiempo”, escribió. No es el despojamiento del último Valente, buscador de silencios con casi tanto sentido como las palabras y de un origen casi telúrico, sino la voluntad de vivir la experiencia del poema como vínculo matriz entre la palabra y la realidad. Incluso la realidad cotidiana. La verdad es que Cadenas, a partir de Memorial (1977), se entrega, de modo casi obsesivo, a la búsqueda de la verdad oculta de las cosas y, a la vez, de la verdad no visible del lenguaje en un intenso diálogo consigo mismo: en el trasfondo, la poesía oriental, el taoísmo, una lectura actualizada de la mística.

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Manuel Rico, poeta y editor, durante el #HomenajeACadenas en Casa América.

En el otoño de 2014 pude escucharlo en Madrid, en una emocionante lectura en el Centro Cultural Conde Duque, con motivo del festival Poemad. Venía con un libro muy reciente, Sobre abierto, de 2012. En una entrevista concedida a un importante diario destacaba tres versos de ese libro por su sentido intrínseco y, a la vez, por su significado de cara al futuro de su trabajo poético: “No desdeñes nada. / La rana le dio a Basho / su mejor poema”. Tres versos, un haiku en su más profundo sentido, que nos conectan con el libro que acaba de publicar y presentar, En torno a Basho y otros asuntos. En él, aunque se divide en tres capítulos, hay dos partes esenciales: la primera, compuesta de breves meditaciones sobre Matsuó Basho, maestro de la poesía japonesa universalmente reconocido desde el siglo XVII, que se concretan en poemas tendentes a la esencialidad a los que imprime una tensión extrema, al borde del vértigo y de la incertidumbre y en los que, aunque suene paradójico, hay también certeza. Del mismo modo que hay vida y hay muerte. La segunda parte está hecha con poemas marcados por el pensamiento: sintético, directo, con pequeños homenajes a Karl Kraus (un referente desde los años ochenta), a Spinoza, a Bazo, pero también a personajes alejados de la filosofía como Kennedy,  Holderlin o Ajmátova. De esa pulsión hacia el pensamiento da testimonio también en la citada entrevista: “hay un lado mío muy cercano al pensamiento. Como decía Antonio Machado, los grandes poetas son metafísicos fracasados y los grandes filósofos, poetas que creen en la realidad de sus poemas”.

¿Deja de lado, en esa búsqueda de lo esencial del vivir, la preocupación por lo colectivo, la alusión a los males del nuevo silgo, a la dura realidad de su país? No. La preocupación por el planeta y la ecología está en el poema “Colonia”, la obsesión por el buen gobierno y por la mesura y la tolerancia, toda una poética de la vida, está en “A mi querido emperador”, la reivindicación de la condición femenina, en el brevísimo “Ellos” y la pasión por la paz, en los siguientes versos: “Un viejo samurái / lamenta haberse dedicado / a la guerra, en vez de vivir”. No obstante, Rafael Cadenas es un ciudadano lúcido y consciente y sabe de los límites que, en la lucha civil y política, tiene la escritura poética. No en vano, poco antes de su lectura en Poemad de 2014 vino a responder a la pregunta de un periodista: “La poesía es todopoderosa e insignificante. Insignificante porque su influencia en el mundo es mínima. Poderosa por su relación con el lenguaje”.

Rafael Cadenas nació en 1930. Desde la perspectiva biológica es coetáneo de nuestros poetas de la llamada Generación del cincuenta. He de reconocer que, pese a que sus contactos y relaciones con ellos fueron muy limitados y puntuales, en mi imaginario particular y en mi catálogo de lecturas más íntimo, he advertido una sutil cercanía de fondo respecto a la concepción del poema con los autores de la zona más heterodoxa y menos canónica de esa generación: pienso en Valente, en Gamoneda, en Claudio Rodríguez, en Corredor Matheos, en Tomás Segovia. Con todos ellos lo relaciona un delgado y resistente hilo: el que el propio Rafael Cadenas describe en los versos finales de  un hermoso poema de En torno a Basho y otros asuntos: “Quieres sacar de ti / noticias hondas”. ¿Qué otra cosa si no pretendemos cuando, pluma en ristre o sobre el teclado del ordenador, comenzamos a pelearnos con un nuevo poema?”.