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Muhammad Ali desde la cima del mundo; por Nelson Fredy Padilla

Con la ayuda del escritor norteamericano Norman Mailer, las razones por las que fue exaltado “Mejor atleta del siglo XX”, el retrato de un hombre que trascendió del deporte a ícono de la historia.

Por Nelson Fredy Padilla | 8 de junio, 2016
NORMAN MAILER Y ALÍ-FOTO DE AP

Muhammad Ali, el campeón mundial de boxeo, quien murió el pasado 3 de junio de 2016 en Phoenix, EE. UU., y el escritor Norman Mailer, fallecido en 2007. Fotografía de AP. 1965.

Norman Mailer fue quien mejor lo retrató en cuerpo y alma. En 1971 escribió el reportaje “En la cima del mundo”, para advertir la magnitud del personaje que tenía en frente: “Ali es el espíritu mismo del siglo XX”, “la encarnación de la inteligencia humana más inmediata que se haya visto hasta hoy ”, “el hombre de masas”, “el príncipe de los medios”, “el mayor ego de toda Norteamérica”.

¿Exageraba uno de los pioneros del periodismo literario? Seguro que no. La mirada de Mailer para dibujar a Cassius Clay no se quedó en su prevención hacia los negros ni en la superficialidad del boxeo como espectáculo. Penetró la mente del campeón narcisista y lo proyectó como fenómeno social de la historia contemporánea. En los canales ESPN, History o Discovery, por ejemplo, veremos de nuevo el documental Becoming Muhammad Ali. El diario Marca, de España, recordó por qué lo declaró “El mejor deportista de la historia” y le entregó el trofeo “Leyenda”.

“Creció y se convirtió en estrella en un momento clave de la historia negra”, explica en el documental el historiador de la Universidad de Columbia, Manning Marable. Todo empezó el 5 de septiembre de 1960, cuando tenía 18 años de edad y pasó de defenderse con sus puños en la calle a ganar la medalla de oro de los pesos semipesados en los Juegos Olímpicos de Roma, derrotando al polaco Zigzy Pietrzykowski. Un video de CBS es el mejor documento del nacimiento de la leyenda. Los reflectores se enfocan por primera vez sobre él; exultante, hercúleo, carismático. Se siente héroe y destapa la personalidad que cautivó al planeta a través de los televisores en blanco y negro y luego a todo color. Para la prensa de entonces, el personaje parecía no ir más allá de un payaso de los cuadriláteros, un negro bocón de Louisville, Kentucky, a quien le había sonreído la suerte y quería lucir ropa nueva.

Pero las pretensiones de Clay adquirieron real dimensión cuando se trasteó a Miami, al vecindario negro de Overtown, el epicentro del movimiento por los derechos civiles en Florida. Empezó a ver locales con letreros de “entrada para negros” y “entrada para blancos”, no le quisieron vender unos zapatos encharolados, la Policía lo detuvo sobre el puente que conduce a South Beach mientras hacía su matutina carrera de calentamiento rumbo al 5th Street Gym, el legendario gimnasio de su entrenador Angelo Dundee. Él les explicó a los uniformados que no era un ladrón escapando, sino “un buen muchacho”, uno de sus más prometedores boxeadores.

En ese ambiente advirtió que su pelea debía ir más allá de los coliseos y al talento atlético le sumó la personalidad de un campeón excepcional capaz de actos abiertamente políticos: tiró su medalla dorada al río Ohio en protesta contra el racismo y empezó a hacerse un lugar en la historia junto a Nelson Mandela, Martin Luther King y su entrañable amigo Malcom X.

Había llegado a la Capital del Sol gracias al patrocinio de empresarios blancos de Kentucky, que vieron en su talento una buena inversión. Fama ya tenía, porte también —se consideraba “el más bello”—, en cambio el dinero escaseaba.

El 29 de octubre, menos de dos meses después del oro olímpico y contra todos los consejos, Cassius Clay se hizo profesional. Aunque ganó su primera pelea por decisión unánime al ex policía Tunney Hunsaker, no causó el impacto que se esperaba.

Pero el biógrafo Thomas Hauser destaca: “Entrenaba como ninguno, hasta que impresionaba y todos lo adoraban”. “Parecía una estatua de Grecia y bonito de cara”, según Ferdie Pacheco, el médico que le advirtió a finales de los años 70 que se retirara “porque estaba muriendo de demencia pugilística”.

Dundee recuerda en el documental: “Por un momento pensé que era torpe, pero advertí una velocidad en sus puños y una plasticidad nunca vista”. Clay decía: “Soy tan rápido que apago la luz y estoy en la cama antes de que el cuarto quede a oscuras”.

Apuntaba al escalón más alto del boxeo: el campeonato mundial de los pesos pesados. Significaba retar al sanguinario Sonny Liston. El show del “bocaza” era perfecto para los medios. Le abrían el micrófono para que dijera lo que quisiera. Luego casi se burlaban de él basados en los récords de Liston y en la inexperiencia de Clay.

El 25 de febrero de 1964 noqueó al campeón patrocinado por la mafia, a pesar de un ardor en los ojos debido a que en el quinto asalto le untaron linimento a los guantes de su oponente. Quería retirarse pero Dundee le dijo: “¡Vas a acabar la pelea así estés ciego!”. Lo obligó a bailar en círculos hasta que recuperó la vista en el sexto y mandó a la lona a Liston.

“¡Tráguense sus palabras! ¡Soy el más grande! ¡Soy el rey del mundo!”, gritó. Desde entonces perfeccionó la táctica evasiva que Sports Illustrated definió como “la intrincada danza de los pasos”. El jab ablandaba al rival, la defensa lo desgastaba y la derecha lo demolía una vez agotado de corretearlo. Ali explicaba: “Floto como una mariposa y pico como una abeja”.

Fuera del cuadrilátero sus golpes también eran certeros. Ese año se convirtió al islam y cambió su “nombre de esclavo” por Muhammad Ali, “amado por Dios”. En 1967 dio uno de gracia: se negó a tomar parte en la Guerra de Vietnam: “A mí el Vietcong ese no me ha hecho nada”. No le encontraba sentido a atravesar el mundo para ir a matar seres humanos en un país pobre. Estuvo a punto de ir a la cárcel y lo despojaron del título.

Luego de que la Corte Suprema lo perdonara, regresó en 1971 para recuperar la corona frente a Joe Frazier en los “combates del siglo”. Se enfrentaron tres veces: la primera pelea entre Ali y Frazier fue el 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden, en Nueva York. Ganó Frazier por decisión unánime en 15 asaltos. La segunda también fue en la Gran Manzana el 28 de enero de 1974. Ali se impuso por decisión tras 12 asaltos. Y en Manila, 1° de octubre de 1975, Ali volvió a vencer en el asalto 14, por agotamiento más que por nocaut técnico.

El entrenador de Frazier, Eddie Futch, tiró la toalla.

— Joe, voy a detenerla.
— Pero jefe, le quiero ganar.
— Siéntate hijo. Nadie olvidará jamás lo que hiciste hoy aquí.

Futch tenía razón. “Fue lo más cercano a morir”, dijo Ali.

Esta hazaña convenció a Norman Mailer de que, así a alguien no le guste el boxeo, Ali y su “ego perturbador” eran historia. Para ese momento ya era un ídolo universal. Tengo en la memoria una imagen de ese día de octubre de 1975, imborrable para un niño: la familia en pleno sentada frente a aquel bello mueble de caoba, de patas torneadas, adornado con carpetas de flores bordadas en hilo blanco y sobre ellas pequeñas porcelanas de bailarinas, payasos, perros, caballitos y elefantes. Era nuestro televisor en blanco y negro. El evento que nos congregaba: la tercera pelea Ali-Frazier.

Imposible no contagiarme de la emoción que transmitía el enfrentamiento de dos titanes en medio de una multitud delirante en Manila. Ali y el primer campeón mundial de Colombia, Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’, eran los ídolos de mi padre y por tanto de sus cinco hijos, infantes de cuadra que zanjábamos diferencias con los vecinos a los golpes armados de guantes Everlast. El boxeo era el deporte más popular junto al fútbol.

La trascendencia de lo que sentí la entendería después en “En la cima del mundo”. Mailer había cazado su propia pelea de pesos pesados de las letras con Truman Capote. Él defendía que la mejor narrativa se hacía desde el periodismo y Capote que desde la frontera con la literatura. Declaro empate. Mailer dedicó el libro a Ali y a Frazier, a este último por ser el único hombre capaz de quitarle el invicto a Ali cuatro años antes, haciendo valer su famoso gancho al hígado (murió en 2011 de cáncer de hígado).

La relación Ali-Mailer, tan cercana que jugaban a los pulsos, también quedó plasmada en la crónica “El combate”, sobre la pelea de Ali contra George Foreman, el 30 de octubre de 1974 en Zaire, el llamado “estruendo en la selva” ante 60 mil personas. Allí describió a un campeón al que “el cuerpo le brillaba como los flancos de un pura sangre”, que “parecía tener miedo” y a la vez “daba la impresión de estar al borde mismo de la felicidad”. Mientras tanto el entrenador Dundee aflojaba las cuerdas del ring con un destornillador para que su pupilo se recostara pleno. Así aguantaron hasta el octavo asalto cuando Ali sacó su letal recto de derecha.

Mailer, siempre en primera fila, siempre desde los músculos y el pensamiento, enfoca la narración de “En la cima del mundo” –¡publicada originalmente en Life con fotos de Frank Sinatra!– como una guerra entre dos superegos:

“Muhammad Ali se presenta como el más perturbador de todos los egos. Una vez que se adueña del escenario, jamás amaga con dar un paso atrás para ceder su lugar a los demás actores. Como una cotorra de un metro ochenta, Ali no deja de gritar que él es el centro del escenario. ‘Ven y agárrame, idiota —dice—. No puedes porque no sabes quién soy. No sabes dónde estoy. Soy inteligencia humana y tú ni siquiera estás seguro de si soy el bien o el mal’”.

Luego venía la fusión de “astucia, estilo y una especial noción estética de la sorpresa”.

Ali siempre menospreció a Frazier: “Tío Tom”, “gorila” y “demasiado feo para ser campeón mundial de los pesos pesados”, le gritaba en los pesajes y ante las cámaras. Treinta años después, cuando el Parkinson empezaba a diezmarlo, Ali fue humilde por una vez y reconoció que Dios le había mandado la enfermedad para que se diera cuenta de que era un humano más: “Joe tiene razón. En el calor del momento dije cosas que no debí decir. Pido disculpas por eso. Lo siento”.

Mailer y el alma de los dos gladiadores:

“El boxeador es inmisericorde —la falta de compasión es la base del ego— y domina las técnicas —que son las alas del ego—. Lo que distingue el noble ego de los boxeadores profesionales del ego más ruin de los escritores es que los primeros viven experiencias en el ring que a veces resultan grandiosas, incomunicables, sólo comprensibles para otros boxeadores que han alcanzado un nivel similar o para mujeres que han tenido que vivir cada minuto de un angustioso parto: experiencias que son, en último término, misteriosas”.

Mailer contra las cuerdas:

“Ali provoca fascinación, lo que implica que la atracción y el rechazo necesariamente forman parte del mismo paquete. Y Ali es también una fuente de obsesión: cuanto menos queramos pensar en él, mayor será nuestra propensión a hacerlo. ¿Por qué? Porque Ali es el Mayor Ego de toda Norteamérica. Y es también, como intentaré demostrar, la encarnación de la inteligencia humana más inmediata que se haya visto hasta hoy. Ali es el espíritu mismo del siglo XX, el príncipe del hombre de masas. El príncipe de los medios. Ahora mismo, quizás temporalmente, se trata de un príncipe derrocado (Frazier lo había despojado del título)”.

“Una hecatombe de ansiedad” movía la pluma del escritor para describir la pelea como “una operación quirúrgica”. “Si en el combate de revancha logra vencer a Joe Frazier, Muhammad Ali se convertirá en la gran obsesión nacional y lo elegiremos presidente. Uno no podría dejar de votar a un hombre que, no contento con haber vencido a un contrincante tan grandioso como Joe Frazier, sea además Muhammad Ali. ¡Menuda combinación!”.

Mailer y el clímax:

“dos grandes boxeadores en un gran combate navegan por los ríos subterráneos de la extenuación y escalan los picos de la agonía, vislumbran la luz de su propia muerte en los ojos del contrincante, alcanzan las encrucijadas de la elección más atroz del karma cuando se levantan de la lona, resistiéndose a la dulce atracción de las vertiginosas catacumbas de la pérdida de la conciencia. Lo que ocurre es que no los vemos así porque los boxeadores no son en esencia hombres de discursos. Y este es el siglo de las palabras, los números y los símbolos. Demasiado”.

Mailer del plano mental al físico:

“Hemos llegado a la cuestión central. Existen otros lenguajes ajenos a las palabras, lenguajes de símbolos y lenguajes de la naturaleza. Existen lenguajes del cuerpo. Y el boxeo profesional es uno de ellos. No hay forma de llegar a comprender a un boxeador a menos que se esté dispuesto a reconocer que habla mediante un control corporal tan objetivo, sutil y aprehensible en su inteligencia como cualquier ejercicio mental emprendido por un ingeniero social como Herman Kahn o Henry Kissinger. El boxeo es un diálogo entre cuerpos. Hombres ignorantes, a menudo negros, a menudo casi analfabetos, se comunican entre sí en un juego de intercambios conversacionales que se adentran en el corazón mismo de la materia del otro. La única diferencia es que conversan con su físico. Y a menos que no estemos dispuestos a creer que un comentario incisivo puede provocar una herida mortal, necesariamente habrá que aceptar la novedosa idea de que dos hombres que boxean amistosamente mantienen una conversación”.

Mailer también habla de las “psiques” de Ali y Frazier, de sus estilos, de las “fuerzas de atracción y repulsión”, de su honor, de su carácter, de su grandeza y de sus debilidades. Le pide al lector “no intentar comprenderlos como lo haríamos con hombres que se parezcan a nosotros. Sólo podemos intuir lo que ocurre en su interior mediante un salto de la imaginación que nos permita acceder a la ciencia inventada por Ali. Pues Ali es y será siempre el primer psicólogo del cuerpo”. Y, si leen el libro con cuidado, verán que Frazier era el paciente perfecto. En apartes de “En la cima del mundo” el tono ambiguo de Mailer es parecido al de “El castillo en el bosque”, su libro sobre Hitler: “No sabemos si estamos ante un demonio o ante un santo. ¡O ante las dos cosas!”.

En 2001 codiciosos pretendieron revivir esta leyenda enfrentando en el cuadrilátero a las hijas de los dos campeones, Laila Ali y Jacqui Frazier-Lyde. Luego de ocho asaltos le dieron la victoria a la hija de Ali mientras papá Frazier reclamaba empate.

La magia ya se había esfumado. En el caso de mi familia, se evaporó luego del reinado de campeones como “Pambelé”, “Rocky” Valdéz, el “Happy” Lora, “Mano de piedra” Durán y Sugar Ray Leonard. Las últimas peleas que vimos en familia fueron las de Mike Tyson. Entonces vino el declive definitivo.

Norman Mailer murió a tiempo (2007), apostando reencarnar en un gladiador negro como Ali, con una fortaleza capaz de perder y recuperar tres veces el trono a un costo muy alto. A pesar de sus 56 victorias, 37 por nocaut, bastaron cinco derrotas, en especial las últimas contra Leon Spinks, Larry Holmes y Trevor Berbick (1981) para que fuera desahuciado por el Parkinson.

El Comité Olímpico Internacional le restituyó la medalla de oro durante los Juegos de Atlanta 1996 y la ONU lo nombró “Embajador de la Paz”. Se rodaron películas y documentales con su historia.

Sus últimos días los padeció en una casita de Berrien Springs, Michigan, donde el gran atleta se transformó en el ser más vulnerable. Se le cerraban los ojos y necesitaba un asistente que le dijera qué pierna mover. Terminó como lo describió Mailer en su primera derrota: “El gran Ali en la lona, impávido, cantándoles a las sirenas en medio de las tenebrosas nieblas del callejón oscuro”.

Nelson Fredy Padilla es editor del diario El Espectador.

Nelson Fredy Padilla 

Comentarios (4)

Javier Monzon
8 de junio, 2016

Como boxeador magnifico; como persona no tanto:se dejo ganar por el odio racista hacia los blancos, y luego, por el odio fundamentalista musulman de los Malcom X,de la época.

Margarita Oviedo
8 de junio, 2016

Excelente crónica!

Estelio Mario Pedreañez
11 de junio, 2016

Senti mucha simpatia por Mohamad Ali (que Dios y la Virgen tengan en la Gloria) al saber que cambio su nombre, que originalmente era “Casius Clay”, porque era un nombre de los negreros, de los esclavistas de los Estados Unidos, y el, como negro, no tenia porque perpetuar el nombre de esta gente tan vil y cruel. Y me simpatizo porque utilizo siempre la tribuna publica que le daba su carrera deportiva para denunciar la discriminacion y la opresion que sufria (y aun sufre) la poblacion negra de los EE.UU., al igual que otras minorias etnicas (indios, “orientales” y “latinos”, palabra despectiva equiparable al “sudaca” que usan en España). Ademas, entendi siempre su negativa a luchar en la Guerra de Vietnam, porque ese valiente pais de campesinos, al otro lado del mundo, nunca puso en pelirgo a los EE.UU ni al resto de Occidente, porque decidiera experimentar con el Comunismo, la ideologia que inspiraba a los lideres de la Guerra de Independencia de Vietnam contra el dominio…

Estelio Mario Pedreañez
11 de junio, 2016

…imperialista de Francia, que comprometio a los EE.UU. en esa guerra injusta y absurda. Y los EE.UU. fueron derrotados, como antes Francia, ante la decision mayoritaria del pueblo de Vietnam de imponerse el comunismo ¿Que paso? ¿Cayo EE.UU. o cayo Occidente porque Vietnam fuera comunista? Nada paso. Se trato simplemente de un pais pequeño y atrasado cuyos lideres impusieron su errada ideologia comunista, que fracaso, y ahora, manteniendo la Dictadura del Partido Comunista en lo politico, regresaron a una economia capitalista y buscan la cooperacion del antigua enemigo: EE.UU. Ali es una figura destacada, pero Heroe en verdad, para mi, fue Nelson Mandela. Ademas, como venezolano, no soy dado a los fanatismos religiosos, y al Islam, con su vision tan discriminatoria contra la mujeres, no me parece nada espectacular (y musulmanes asiaticos tambien esclavizaron negros africanos), pero alla cada quien con las religiones, que nunca seran excusas validas para negar los Derechos Humanos.

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