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Roberto Patiño: “La violencia puede ser derrotada”; por María Fernanda Sojo

Roberto Patiño la violencia puede ser derrotada; por María Fernanda Sojo 640

Roberto Patiño, coordinador del movimiento “Caracas Mi Convive”, fotografiado por Andrés Kerese.

Un tiro no fue suficiente. Ni dos. Tampoco tres. Fue después de darle veinte disparos que los asesinos de Kenny Escorihuela decidieron bajar sus armas y dejar descansar el cadáver en una calle del estado Aragua. Los medios de comunicación que reseñaron el suceso el 6 junio sostienen que el asesinato se produjo para robarle el celular, pero también afirman que el joven, de apenas veintidós años de edad, lideraba una banda que se dedicaba a cometer delitos en la zona. De miles de víctimas y victimarios como Escorihuela se han llenado las morgues venezolanas en los últimos años.

“Éste es el resultado de un país tomado por la cultura de la violencia”, resume Roberto Patiño, organizador comunitario y coordinador del movimiento “Caracas Mi Convive”, un movimiento sociocultural que lidera desde hace tres años y que tiene como objetivo que los venezolanos puedan sustituir la cultura de la violencia por una de la convivencia. Con el movimiento ya instalado en 16 comunidades de sectores populares de Caracas, donde dictan talleres para prevenir el delito y exaltan las experiencias de víctimas que han optado por perdonar a sus victimarios.  

Patiño asegura que es el uso contínuo de la fuerza lo que ha llevado a Venezuela a ocupar el puesto número dos entre los países más violentos del mundo, con una tasa de 90 homicidios por cada 100.000 habitantes, según el Observatorio Venezolano de la Violencia. Pero, aunque parece un lugar del que es difícil alejarse, Patiño estima que reducir los índices de homicidios no resulta tan cuesta arriba como parece. Señala que con compromiso político y una comunidad organizada que mejore la convivencia se pueden generar cambios significativos.

Muchas son las tesis que giran alrededor del incremento de la violencia y los índices de homicidios en el país en las últimas dos décadas. Hay quienes afirman que se debe a la desigualdad y otros agregan que es por falta de institucionalidad. ¿A qué cree que se debe?
Nosotros llegamos a tener índices tan altos de homicidio porque en el país hay una cultura de la violencia claramente relacionada con la falta de institucionalidad. Cuando hablamos de esa cultura, nos referimos a la costumbre de resolver nuestros conflictos por la fuerza. El fenómeno tiene raíces históricas que vienen del siglo XIX y consigue su expresión contemporánea a nivel comunitario en un proceso que ha hecho de Caracas la ciudad más violenta del mundo. A principios de los años 90, el número de homicidios se disparó sustancialmente al producirse un gran abandono del gobierno a las comunidades. Esto, sumado a la urbanización acelerada y a los niveles de desigualdad, generó las condiciones para que se incrementara la violencia y se establecieran nuevas dinámicas de poder en las que los malandros habrían de convertirse en las figuras capitalizadoras del respeto y terminaran tomando el control a través del uso de la fuerza. Este patrón contribuyó a que el sistema político se viera deslegitimado, y con la llegada del chavismo al poder empeoraron las cosas. De un problema de abandono a las comunidades se pasó a una mecánica de apoyo a los grupos irregulares que ha agravado la situación.

El factor pobreza también se señala como una de las causas de la violencia y, en el último año, por las distorsiones económicas, este indicador ha aumentado. Según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), 76% de la población es pobre. ¿Cómo cree que incide esto en el incremento de la violencia?
Obviamente existe una relación, pero no creo que la pobreza sea la causa fundamental de la violencia. Y eso se explica tomando como ejemplo otros países. En África hay naciones mucho más pobres, con niveles de violencia mucho más bajos. Igual pasa en la India y en muchos otros lugares. Sí creo que la pobreza es un factor de riesgo que te acerca a esa cultura de la violencia, pero no es el elemento clave. Cuando hablamos de desigualdad vista desde la perspectiva de la exclusión que genera, también encontramos factores importantes que contribuyen a los riesgos que llevan a la violencia. Pero hay sociedades parecidas a la nuestra, como Colombia, o distintas como la de Estado Unidos, donde los niveles de desigualdad han aumentado y los de violencia han decrecido. Ese discurso que muchas personas manejan, en el sentido de que tienes que resolver los problemas estructurales de la sociedad para entonces poder ver resultados en el problema de la violencia es básicamente un mito. No es necesario esperar que pasen 30 ó 40 años para poder resolver la pobreza, y en consecuencia la violencia.

Sin embargo, en las colas de personas que se forman frente a establecimientos comerciales donde venden productos regulados, se han presentado enfrentamientos y hasta homicidios. Esto sí está contribuyendo al aumento de la violencia.
Sí, yo sí creo que las colas se han convertido en puntos calientes donde se generan condiciones para la violencia. Y creo que es una violencia promovida desde el Estado, con políticas que han degenerado en esta situación de crisis. Estamos viviendo momentos de mucha tensión. Se pasan horas en cola, con la gran incertidumbre de si se van a conseguir o no los alimentos.

En este momento, ¿cómo clasifica la violencia que hay en el país?
Es importante entender que hay dos tipos de violencia, una que se genera mediante el crimen organizado, y otra que se produce por la vía del crimen interpersonal o no organizado. Sobre el crimen organizado se han hecho muchas investigaciones que han arrojado abundante información alrededor de redes de criminalidad, del problema de las drogas, las armas y el tráfico de personas, que aumentan en gran medida los riesgos para que exista un problema de violencia urbana. Sin embargo, para mí lo que no ha sido suficientemente estudiado es el problema de la violencia interpersonal, no organizada, la que no obedece a un objetivo instrumental. Podemos explicarlo con la metáfora de la enfermedad infecciosa. La violencia interpersonal es como el ébola: cuando una persona mata intempestivamente a otra, contamina esa enfermedad a todos los familiares y amigos de la víctima, quienes van querer una venganza. Se enferman de violencia. En esto también contribuye un componente muy importante, que es la impunidad. En el país 9 de cada 10 homicidios quedan impunes, y eso es un elemento clave a la hora de cometer un homicidio. Sabes que le das un tiro a una persona y lo más probable es que no te vaya a pasar nada. O nada entre comillas, porque quizás no te van a meter preso, pero puede venir alguien a cobrar una venganza.

En el país no hay data oficial de las muertes causadas por la delincuencia desde hace más de 10 años. ¿Es posible saber cuántas personas son víctimas del crimen organizado y cuántas del crimen no organizado?
Es difícil responder cuantitativamente porque no hay data oficial. Sin embargo, hay indicios que nos permiten constatar la importancia del crimen interpersonal. Uno de ellos tiene que ver con la concentración de esos homicidios. La policía de Sucre hizo un estudio con el cual “geo-referenció” los homicidios en Petare, y esa investigación arrojó que 8 de cada 10 homicidios ocurren sólo en el 5% del territorio. Cuando se dan estos niveles de concentración de violencia en las mismas esquinas, en los mismos bares, en los mismos lugares, se deduce que hay una gran cantidad de crímenes que están ocurriendo de manera no organizada. Son estos sitios donde se dieron las condiciones para que se encuentren dos personas que tienen una “culebra”, un problema que viene de un conflicto anterior, y lo resuelven.

¿Cómo se puede atender la cultura de la violencia?
Para resolver el problema de la cultura de la violencia es importante saber que no vamos a tener un mesías que lo solucione, y que el cambio depende del trabajo de cada uno de nosotros. No estamos condenados a esa cultura de la violencia, para nada. En el país hay expresiones esperanzadoras de lo contrario; lo que hace falta es priorizarlas y enaltecerlas. Cuando pensamos en el crimen no organizado en particular, hay dos maneras de responder: una es el control social informal, el que ejerce la comunidad; otro es el control formal que ejerce el Estado. “Caracas Mi Convive”, el movimiento sociocultural que creamos Leandro Buzón y yo hace más de tres años, se inscribe en el control informal y justamente una de las cosas que hacemos es visibilizar a los héroes de la convivencia con un proyecto que se llama “Cuéntame Convive”. Son historias de personas que, a pesar de ser víctimas de la violencia, no respondieron con venganza sino que superaron el trauma mediante el perdón, y están trabajando por la prevención. Son historias como las de Miguelón, o la de Víctor y Migdalis, luces que hay en las comunidades, que requieren ser conectadas entre ellas, mediante plataformas que les den visibilidad.

Dices que no se debe esperar que venga un mesías a resolver los problemas, pero estos casos de héroes de las comunidades que se exaltan desde “Caracas Mi Convive”, ¿no vienen siendo una especie de mesías, personas necesarias para que los demás disminuyan la violencia?
No, porque en todos estos casos se requiere de la participación de otras personas, de grupos. Son historias de gente que llegó adonde está gracias al apoyo de su familia y de la misma comunidad. Son ejemplos, eso sí, a los que hay que reconocerles mucho porque nos ayudan a resignificar lo que es ser valiente. El valiente no es el más bravo o el que grita más duro. Valiente es quien logra ser capaz de aceptar y trabajar con personas que quizás te hicieron daño. Lograr perdonar. Ese es el valor más poderoso que vemos en estos casos. Son personas solidarias, que no se victimizan sino que entienden que la solución pasa por hacer un alto, hacerse conscientes y no responder a la violencia con más violencia.

¿De qué otra manera ayudan a disminuir la violencia desde “Caracas Mi Convive”?
Además de la exposición de los casos de los héroes de la convivencia, también trabajamos en el empoderamiento de las comunidades. Para eso hemos tejido una red de líderes comunitarios que promueven la prevención. En principio les damos un taller de formación donde les explicamos cómo funciona el problema de la violencia no organizada. Como decía antes, la violencia se concentra en pocos lugares y en pocas personas, en las mismas esquinas, en los mismos bares. Creemos que la comunidad tiene un papel muy importante a la hora de desarrollar proyectos que ayuden a recuperar estos espacios y desplazar la violencia. Ante eso hemos hecho una agenda de trabajo con actividades deportivas, culturales, educativas, articuladas a través del sancocho que hacemos en los puntos calientes. El sancocho refleja lo que es la convivencia popular venezolana. Además, no solo contribuye ante el problema de violencia, sino también ante el problema de alimentación. Básicamente las comunidades organizadas les regalan una mañana de tranquilidad a las madres ante dos de sus grandes preocupaciones: la alimentación y la mala junta. También brindamos herramientas para que las comunidades aprendan a identificar jóvenes en riesgo. Si la violencia se concentra en pocas personas, hay un beneficio enorme en prevenir que esos muchachos participen en grupos delictivos.

¿Hasta dónde quieren llegar con este movimiento?
“Caracas Mi Convive” pretende tener presencia en tantas comunidades como nos sea posible. Queremos contribuir con lo que hemos llamado una visión 10-10-10. Se trata de que, a la vuelta de 10 años, Caracas pueda ser una ciudad de convivencia, que haya salido de las 10 ciudades más violentas del mundo para formar parte de las 10 ciudades más visitadas de Latinoamérica.

¿Crees que este tipo de iniciativa puede lograr el cambio sin la participación del Estado?
No, nosotros cerramos los talleres proporcionándoles a las comunidades una guía para exigirle al gobierno local políticas públicas que favorezcan la convivencia y no la violencia. Y los ayudamos a introducir estas solicitudes. Dándole claridad al hecho de que la problemática no es sólo responsabilidad de la comunidad, sino también del Estado. Los ciudadanos deben exigirle al gobierno políticas que favorezcan la convivencia y no la violencia. Otras ciudades de Latinoamérica y de otras partes del mundo han sido capaces de reducirla de una forma significativa y eso no ha sido a través de la demagogia a la que nos han sometido. Ciudades como Medellín, Bogotá, Ciudad Juárez, todas a distintos niveles, han logrado avanzar, combinando el trabajo de la comunidad, con políticas públicas tales como el patrullaje inteligente sobre puntos calientes, el fortalecimiento de grupos de la comunidad para hacer un trabajo preventivo, y la policía relacional, que se acerca a los ciudadanos para construir relaciones de confianza. Yo creo que con el compromiso político y una comunidad organizada se puede hacer frente exitosamente a la violencia.

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Roberto Patiño, coordinador del movimiento “Caracas Mi Convive”, fotografiado por Andrés Kerese.

¿Y la violencia en Venezuela es similar a la de esas ciudades?
Son muy similares, incluso hay ciudades que estuvieron peor que nosotros y eso aumenta la esperanza, la posibilidad de solución. En el caso de Medellín, en los años 90 era la capital con más homicidios en el mundo. Tenía una tasa de 320 homicidios por cada 100.000 habitantes, mientras que Caracas tiene hoy una de alrededor de 120 homicidios por cada 100.000 habitantes. Pero ellos lo superaron y bajaron a una tasa de entre 30 y 35 homicidios por cada 100.000 habitantes. La violencia en Medellín era una violencia que, al igual que la de Caracas, primordialmente era no organizada. A pesar de tener carteles de la droga que suelen ejercer un control sobre las zonas, no implica que estén en constantes enfrentamientos. El caso de Medellín o el caso de Bogotá son ejemplos muy significativos para nosotros, porque la relación de confianza que se generó con la comunidad fue el elemento clave para que la política pública pudiera tener éxito en materia de seguridad ciudadana. En el caso de Río de Janeiro hay un ejemplo muy importante, que ojalá el gobierno venezolano hubiera entendido y no hubiera generado todo este daño que ha hecho con la Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP). La policía de Brasil, con las Unidades de Policías Pacificadoras, entendieron el viejo concepto de Sun Tzu, que dice que las guerras más sangrientas son las que tienen dos fuerzas iguales, o aquellas en las que una fuerza toma por sorpresa a la otra. Ellos lo que hicieron fue acumular una gran cantidad de fuerza policial y militar, y comunicaron que iban a entrar a las favelas en una semana. Fue evidente la vulneración de fuerzas que hubo. Y el día que decidieron subir no había malandros en la zona. Se habían ido porque vieron que no iban a tener músculo para enfrentar las fuerzas armadas del Estado. Así se evitó un baño de sangre que seguramente iba a terminar en violación de derechos humanos y en la muerte de muchos inocentes.

Mencionabas el caso de la OLP creada por el gobierno, pero este es el último de una lista de más de 20 planes de seguridad que se han instalado en los últimos 17 años. ¿Por qué crees no han tenido resultados positivos en la disminución de los delitos?
Es una cuestión de voluntad política en torno a esos planes. En el fondo lo que hay que ver es si lo que anuncian es con fines politiqueros, de propaganda, o si hay la verdadera intención de transformar las circunstancias.  

Las últimas dos iniciativas, tanto las Zonas de Paz como la OLP, han sido un desastre. No creo que haya nada bueno que rescatar de ellas. La OLP ha sido una fábrica de violación de derechos humanos, donde un grupo del Estado entra de manera intempestiva a una comunidad, mata e infunde miedo y desconfianza. Al final, lo que termina generando es el fortalecimiento de las bandas. Las Zonas de Paz son otro desastre. Deberían llamarse Zonas de Impunidad, pues son básicamente espacios donde no puede entrar la policía y donde los las bandas hacen y deshacen y las manejan a su antojo. Es la institucionalización del apoyo a los grupos irregulares. El gobierno ha logrado tener dos políticas públicas que representan los dos extremos nefastos de la seguridad ciudadana: el extremo de la impunidad, que son las Zonas de Paz, y la OLP que es el extremo de la mano dura más fracasada y convencional que ha habido en Latinoamérica.

¿Qué crees que es necesario hacer luego de estas intervenciones para que se pueda recuperar la confianza en los cuerpos de seguridad?
En Venezuela tenemos que luchar contra una historia de abuso por parte de la policía. Las comunidades no creen en ella y tienen toda la razón para no creer. Hace falta un liderazgo político verdaderamente comprometido con el tema de la violencia, que le ponga el ojo a los cuerpos de seguridad, para depurarlos. A los funcionarios que se queden deben dotarlos de los materiales que son necesarios para poder llevar adelante su tarea. Y para recuperar la confianza hay que generar los mecanismos. En la ciudad de Los Ángeles, por ejemplo, funciona la policía relacional, en la que los efectivos asumen tareas con los jóvenes a través del deporte, por ejemplo. De este modo, se acercan a las comunidades y recuperan la necesaria confianza.