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La superstición de los títulos; por Piedad Bonnett

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La delicada acusación a Enrique Peñalosa de no poseer un doctorado, como aparece en un libro suyo y en algunas páginas web oficiales, pone al mandatario en aprietos porque genera dudas sobre su honestidad.

El asunto, por otra parte, no es sencillo, porque no es totalmente claro lo de las equivalencias. A mi modo de ver todo debió comenzar como una ligereza de uno de sus asesores, que Peñalosa dejó pasar, lo que desafortunadamente lo compromete.

No es del problema ético, sin embargo, del que quiero ocuparme. El alcalde Peñalosa se ha defendido diciendo que su conocimiento, su experiencia y las múltiples invitaciones que le han hecho las universidades más prestigiosas del planeta son equivalentes a cualquier posgrado. Y yo creo que está en lo cierto. Nadie pone en duda su idoneidad porque no tenga un doctorado.

Como académica y persona que cree que la educación debe ser una prioridad de nuestros gobiernos, soy una convencida de la necesidad de fomentar la investigación, y las maestrías y los doctorados que, como sabemos, en Colombia son pocos y no cuentan con suficiente apoyo del Estado. Pero creo, también, que hay mucho fetichismo al respecto. En primer lugar, porque no basta con tener muchos títulos para ser un buen profesional. Las universidades, por ejemplo, están llenas de personas con posgrados que no son ni buenos investigadores ni buenos profesores y también de cientos de publicaciones indexadas sin interés ni repercusión, que responden sólo a la presión de las instituciones, que padecen de esa fiebre hace ya muchos años. Y me imagino que con los profesionales de la empresa y la industria debe suceder algo similar. Y no siempre por mediocridad de los estudiantes, sino porque, desafortunadamente, también hay maestrías y hasta doctorados que no hacen mayores exigencias, y que son sólo la prolongación oportunista y poco rigurosa de un pregrado.

Pero hay otros matices del tema. En ciertas disciplinas, por ejemplo, la experiencia debería suplir los títulos. Algo que no entienden algunas universidades. Un médico, veterano en su disciplina, parte de un equipo de investigación de muchos años, ¿tendría que cursar un doctorado para poder seguir siendo maestro? ¿Hay que exigirle título de doctor a un músico que lleva tocando un instrumento desde la infancia, o a un artista con un trabajo significativo y talento evidente o a un excelente periodista que lleva en el oficio más de 20 años? Por supuesto que no.

Y algo más: infortunadamente, un estudio de posgrado no garantiza empleo. Hay circunstancias donde la especialización es tanta que es un impedimento para conseguir un primer trabajo, porque al candidato se lo considera sobre-calificado y no se le puede pagar en consecuencia. Conozco jóvenes que han pasado hasta 30 hojas de vida en diversos países, sin conseguir nada. Y también muchachos que han hecho sus estudios en el exterior y que, como no consiguen sino sub-empleos, siguen dependiendo de becas para hacer especializaciones que los mantienen en estado eterno de estudiantes, aterrados de salir al mundo laboral. En fin, que el tema tiene muchas aristas y vale la pena considerarlas, sobre todo en un país donde se le dice doctor a todo el mundo, incluso a los señores congresistas.