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Lost in Translation; por Antonio Ortuño

Lost in Translation; por Antonio Ortuño 640

Jorge Herralde, fotografiado por Cristina Rodríguez.

Hace unos días el editor de Anagrama, Jorge Herralde, salió en defensa de las traducciones de su sello, al que muchos han señalado por publicar versiones rebosantes de jerga ibérica y, por tanto, poco entendibles para el lector latinoamericano promedio. Herralde sabe lo que hace y el comunicado que publicó la web de Anagrama es un texto serio, aunque no renuncie a ciertos toques de humor. El asunto no es nuevo. Durante años, las traducciones “gachupinas” de Anagrama han sido broma recurrente entre lectores, escritores, críticos y académicos de este lado del mar. Se habla de “prosa anagramizada” para decir que algo suena a baturro cerrado (“gallego”, dirían los argentinos, que también toman, como nosotros, la parte por el todo). Y a ciertos autores latinoamericanos que usan (o abusan) de giros de ibéricos en sus textos suele caerles también, sin remedio, la etiqueta de “anagramizados”.

Herralde, quien seguro escucha este runrún hace años, se debe haber visto inundado de mensajes recientes de lectores de América Latina (que, en conjunto, representan una cuarta parte de las ventas de la editorial, según declaraciones del editor) para verse orillado a ofrecer alguna respuesta. Acabó por hacerlo. Y lo que argumenta (una vez que deja en claro que su casa ha sido “reconocida internacionalmente por la fidelidad” de sus versiones) es bastante sensato: Anagrama no tiene dinero para mandar a hacer traslaciones “locales” en cada país en el que distribuye sus libros y como España representa aún el 75% de su mercado, sus publicaciones van dirigida a esa mayoría. Agrega, además, que esta decisión no le parece rara o exótica, puesto que en su juventud debió leer muchas traducciones argentinas para tener acceso a textos que la censura franquista prohibía en su país, y esas traslaciones, claro, incluían palabras y expresiones desconocidas o inauditas para él. Y remata Herralde, como para darles un pequeño bofetón con guante blanco a sus críticos, que, además de disfrutar tales lecturas, gozó mucho del proceso de “retraducir” esas palabras o expresiones argentinas a su propia jerga ibérica.

Los comentarios en las redes sociales del sello acusaron el asunto y, si el lector tiene el ocio de asomarse, verá entre lectores una apretada mezcla de airados reclamos latinoamericanos, arrogancia ibérica, llamados generales a mantener la calma y disquisiciones sobre si un editor tan trascendente debería optar por versiones “neutras”.  En el fondo la discusión es lo de menos, puesto que Herralde no tiene por qué modificar un sistema que lo ha llenado de premios y lectores. Por si fuera poco ya vendió Anagrama y, aunque sigue al frente del sello, cualquier día puede optar por marcharse a un condominio en el mar y dedicarse a ver las olas. Resulta absurdo o ingenuo pensar que hará algún cambio de fondo a estas alturas. Si ese cambio llegara a ocurrir en el futuro, producido por un vuelco en el universo de lectores de Anagrama, no será Herralde quien lo apadrine. Si era pasión, pues, que se nos borre.