Artes

Marisol Escobar [1930-2016]: un nombre olvidado de Dios; por Carlos Egaña

Por Carlos Egaña | 7 de mayo, 2016
Marisol Escobar

Marisol Escobar, 1957. Fotografía por Walter Sanders para Time & Life

¿Cuánto silencio cabe en un nombre olvidado de Dios?
José Ramón Medina

Ya la noticia no es noticia: a sus 85 años, Marisol Escobar ha muerto de neumonía en Manhattan, Nueva York, aunque sorprende que el obituario haya sido tantas veces repetido por anglo e hispanohablantes.

Escribió Sebastian Smee en The Boston Globe el 2014 que “para el 2000, Marisol había sido esencialmente borrada de la historia del arte de posguerra”. Ni siquiera en Venezuela, país donde no nació pero donde se encontraban sus raíces, aún tras haber ganado el Premio Nacional de Artes Plásticas, su figura era recordada de modo alguno. Después de haber sido desmantelada su escultura de Carlos Gardel en Caño Amarillo y luego de haber desaparecido su medallón de bronce de Rómulo Betancourt que adornaba la entrada del Parque del Este, parecía que todo hombre o deidad había olvidado su importancia, su existencia.

No obstante, es cierto que la vida de Marisol fue bastante enigmática como para suscitar mayores memorias. Se sabe que nació en París, en mayo de 1930, que sus padres fueron los adinerados Gustavo Escobar y Josefina Hernández, y que ésta se suicidó frente a una Marisol de once. Que vivió entre Caracas, Francia y Los Ángeles durante su juventud, cursó estudios por un año en la École des Beaux-Arts (“Era cualquier cosa. Querían que pintases como Bonnard,” dijo Marisol a Grace Glueck, corresponsal de The New York Times, sobre la experiencia en el sesenta y cinco), y que posteriormente estudió bajo la tutela del expresionista abstracto Hans Hofmann en Nueva York, el único maestro del cual reconocería algún aprendizaje en su vida. Que se dedicó a la escultura y carpintería luego de ver un montaje de arte precolombino en el cincuenta y siete y que en la Stable Gallery de Manhattan, en el sesenta y dos, presentaría las obras que la llevarían al estrellato. Éstas —sus pocas pinturas y sus muchísimas esculturas de madera—, por su parte, tampoco recibieron mayor comentario de Marisol: “No tengo intención social. Pienso sobre las formas, no el significado. La gente piensa demasiado sobre los temas en el arte”, también comentó a Glueck.

La voz

Juana Velutini, íntima amiga de la artista, a quien conoció como parte de la Oficina de Divulgación Científica del IVIC mientras Marisol Escobar trabajaba en la escultura Bolívar y Bello, recuerda que había sido invitada por Olga Lagrange y Graziano Gasparini para cincelar tal obra.

“La mamá de Marisol se deprimió mucho, porque el papá se había ido con la cargadora. Estaba muy deprimida y no estaba comiendo. Y entonces, un día Marisol le dijo: ‘Mami, mami, voy a buscarte algo de comer’. Cuando Marisol volvió, la mamá se había tirado. Marisol la vio en la acera, espachurrada. Y yo creo que eso fue lo que hizo que Marisol hiciera mutis, porque ella no verbalizó más nunca. Ella hablaba, pero no verbalizó”

Entre tanto mito e ignorancia, las historias sobre el silencio de la artista son harto conocidass entre quienes la recuerdan. Toda entrevista que se consigue sobre ella hace mención de su mudez. En algunas, la cuestión se lee de una forma un tanto velada, aunque las respuestas la delatan: “A Marisol se le hace más fácil hacer arte de sí misma que hablar de sí misma”, decía Brian O’Doherty en 1964. En otras, la afición al silencio de la artista se hace evidente de una forma hasta desmedida, como en el caso de Conversación entre dos silenciosos amantes del silencio, una entrevista que le hiciera Simón Alberto Consalvi en el noventa y siete.

Como señala Velutini, el origen de la mudez de la artista fue un hecho bastante trágico. Sin embargo, de alguna forma, Marisol supo sobrellevar su condición hasta reconocerla con cierto toque irónico. Como consecuencia de la muerte de su madre decía:

“Siempre fui un poquito extraña. En el colegio me trataban como un bicho raro. Nunca hablaba. Fue apenas cuando vine a Nueva York que conseguía gente parecida a mí. Ahora creo que me estoy volviendo más normal”

El artista bostoniano Conrad Marca-Relli, su amigo, decía que la venezolana-neoyorquina usaba su silencio como un escudo, pero que parecía estar cómoda detrás del mismo. Total, con mucho humor (o eso aparenta) Marisol le afirmó a Consalvi:

“No me parece que yo sea silenciosa, si yo hablo mucho… Cuando se habla de temas que yo no conozco, en general, no encuentro qué decir, y no quiero cambiar la conversación para no ofender a las personas que hablan”

Humor es una palabra clave para entender a Marisol Escobar. O para intentarlo, pues las palabras de la artista solían ser pocas y ambiguas; sus historias, escasas. En una entrevista para Archives of American Art, el centro de investigación de artes visuales estadounidenses más consultado del país, luego de divagar un poco sobre Crimen y castigo y la influencia de Dostoievsky, la artista se apuraba a decir que “No me gusta leer. Me aburre”. A O’Doherty, luego de que le preguntara si se había conseguido a su doppelgänger cara a cara, haciendo énfasis en la cantidad de esculturas que llevaban su rostro y sus ropas, le dijo: “Me vi una vez, una tarde cuando estaba acostada una sombra volando por el aire, como una silueta”.

Los relatos de Velutini, que exponen a una Marisol mucho más personal, son imperdibles:

“Raimundo Villegas nos invita a almorzar. Él estaba horrorizado porque Marisol le había dicho que le iba a poner un mono a la escultura de Bolívar y Bello. Iba a poner un mono en el árbol, porque es un árbol dándole sombra a Bolívar y Bello, que están ahí con un libro. El doctor Villegas decía: ‘Mira, Marisol, tú no puedes hacer eso’. Primero, él quería que yo le dijera algo. Y yo le decía: ‘Mire, doctor, yo no me puedo meter en la cosa artística de Marisol’. Entonces le decía: ‘Tú presentaste una maqueta, tú te tienes que guiar por la maqueta. Si no, no sé qué va a pasar, los honorarios ni nada’. El Dr. Villegas al final del almuerzo nos ofrece un helado, que en el IVIC eso era como tomar champaña Veuve Clicquot. Va a buscarnos el helado y cuando regresa, Marisol le dice, ‘Raimundo, tú tienes razón, yo no voy a poner un mono: voy a poner dos’. ¡Al Dr. Villegas casi le da un yeyo!”

También recuerda Velutini:

“Yo salía con ella de vez en cuando. Ella vivía en Altos de Pipe, dentro del IVIC, como en un bungalow de los que había para los científicos que regresaban. A ella le aburría mucho esa vaina, porque estaba allá solita. Se iba todas las noches a la biblioteca y ahí buscaba que si animales… entonces le ponía a la escultura una lagartija, un picaflor, iba agregándole cosas al árbol. Total que un día estábamos preparándonos para una rumba, Marisol y yo, y ella se quería poner un collar y no podía. Entonces en ese momento mi mamá entró y se lo amarró. Cuando salió del vestier, Marisol me dijo, susurrando: ‘Tu mamá sí es inteligente’”

El hogar

Cuenta Rolando Peña que —mientras cursaba sus estudios de danza en la Escuela de Martha Graham en los inicios de los sesenta— conoció a Marisol Escobar en Nueva York. Ésta se le acercó y le dijo que podría ser su hermano y, de ahí hasta la muerte de la artista, ambos compartieron un amor fraterno. Figuraban en el mismo círculo de artistas cercanos de Andy Warhol, quien entonces estaba haciendo de Nueva York su patio de recreo personal. Es más, Marisol, a quien se le reconocía como la artista Pop (a pesar de lo discutible, así se le categorizaba) mujer que se destacaba entre el mismo Warhol y Rauschenberg, se le solía ver al lado del hombre de cabellos lacios. La ciudad era tan suya como el silencio.

“La frecuencia con la que Marisol aparece en inauguraciones y fiestas de la zona alta no es sino pasmosa,” escribió Glueck. No sólo se sentía relativamente normal en Manhattan, sino que la demasiado reconocible artista hacía gala de su figura en los eventos de mayor estima de la isla. A pesar de los viajes que emprendió por América Latina, Roma y Japón después de los años sesenta, y a pesar de haberle comprado una casa en El Hatillo al reputado publicista Bernard Faucher (Velutini dixit), siempre volvió a Nueva York. Y vivió sus últimos años sin salir de allí. Tal vez no era su país de nacimiento ni su patria, aquel extraño concepto, pero era su hogar.

Su relación con Venezuela, en cambio, fue un tanto confusa. O’ Doherty afirmaba que “A ella no le gusta Venezuela (…). Nunca ha ido a España porque pensó que se parecería a Venezuela”. Velutini concuerda. Y dice que por eso nunca estuvo un año completo en el país luego de ser reconocida globalmente. Perán Erminy difiere un poco y aprecia en la artista una especie de patriotismo ligero. Según el miembro de El Techo de la Ballena, el hecho de que Marisol siempre se haya definido como venezolana en toda bienal y exposición, y no como estadunidense o francesa, evidencia que su relación con el país no era tan distanciada.

El legado

Claramente estas anécdotas de Marisol no pueden ser conocidas a través de su obra. La artista fue un personaje muy hermético. Su obra, para muchos, muy vaga o ambigua. De nuevo, dijo que valoraba más la forma sobre el fondo en sus esculturas y que la temática de no le importaba mucho. Más o menos cerca de su fin, apenas delató sobre lo irónico, sarcástico, que se puede apreciar en sus muñecos de madera: “Cuando quiero decir algo profundo, y para que no sea deprimente, más fácil de entender, recurro al humorismo”.

Ahora bien, a pesar del éxito tremendo que recibió en los sesenta en los Estados Unidos, la obra de Marisol fue repudiada en Venezuela durante las mismas fechas. Según Erminy, en aquel entonces:

“los adversarios venezolanos de Marisol, quien también tuvo algunos en otras partes, no se limitaron a seguir las opiniones negativas de Alejandro Otero y del grupo de Los Disidentes, quienes impusieron el dogmatismo anti-figurativo de la abstracción geométrica, del cual fui parcialmente cómplice. Luego siguieron a artistas líderes como Pedro Briceño, Omar Carreño, con los “expansionistas” Oswaldo Vigas, con los latinoamericanistas; Gabriel Bracho, César Rengifo y los realistas socialistas y antiimperialistas, aunque las obras y las ideas de Marisol eran más críticas y más serias que las de ellos contra la orientación social norteamericana; finalmente los oportunistas patrioteros, que fingen o creen ser defensores incondicionales de la patria, cuando ya sabemos aquí en Venezuela que tanto nacionalismo y tanto patriotismo, como el nacionalsocialismo de Hitler, no conducen más que al fascismo y a la guerra, como lo decía Marisol”

Mas, ¿qué podemos decir, exactamente, sobre las esculturas de la artista, que hibridaban cierta reproducción de lo mediático y pop con la artesanía prehispánica y el collage? En 1968, José Ramón Medina argumentaba que en piezas como Amor, Hugh Heffner y La Familia:

“se parte de un mundo concreto, limitado y grosero, para construir —sobre un fondo de móviles espejos— otro mundo, de atrayentes reflejos, en que se descubre un sentido nuevo a la esperanza, una salida para el agobio de la tremenda sombra dominante, un rumbo entre los graves y asfixiantes constreñimientos colectivos de la urbe moderna”

Haciendo unión de lo celebratorio y lo satírico, de sus traumas y sus éxitos, “en su obra hay denuncia, imprecación y grito, forjados en la fragua intensa de la soledad personal”.

La visión de María Luz Cárdenas, presidenta del capítulo Venezuela de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA), es extremadamente similar. Ella afirma que “todo el trabajo de Marisol se encuentra atravesado por el talante del humor y la sátira. No lo hace como descalificación sino que es su manera de representar al ser humano en sociedad”. Piensa que en sus esculturas, a través de la violencia y el glamour, siempre con el talante antes mencionado, la venezolana-neoyorquina muestra insuperablemente la soledad del hombre en la contemporaneidad.

De nuevo surge la palabra humor. Tal vez, junto al constante remitir a políticos y celebridades que ahogan los telenoticieros y los diarios, es lo que acerca a Marisol al Pop Art. Pero la renuencia de la artista a decir algo definitivo sobre la sustancia de sus muñecos delata una mayor profundidad de sus obras, algo que va más allá de lo satírico y lo solitario. O mejor: en vez de una mayor profundidad, una mayor apertura (si entendemos la palabra en el sentido que le da Umberto Eco a los textos literarios). Incluso, podría percibirse lo cincelado por la artista como rizomático, siguiendo las digresiones de Deleuze y  Guattari, pues las sonrisas de sus personajes introducen cantidad de multiplicidades que pueden ser abordadas en relación con otras sonrisas, con otras visiones, con otras referencias; esto, en lugar de limitarse a un sentido que Marisol como autoridad podría intentar darles, cosa que ni siquiera intenta.

El legado que deja Marisol Escobar permitirá que siga indagándose sobre ella. Su obra existe en Caracas, Nueva York, Toronto y muchas otras ciudades, para ser estudiada, interpretada y resemantizada. Su persona misteriosa, queda disgregada entre variedad de personas que la conocieron en distintas etapas de su vida. Tal vez su muerte dé paso a una búsqueda detrás de la madera, de la bulla caótica que había sepultado su memoria, y rescatemos su silencio del olvido de Dios.

Carlos Egaña 

Comentarios (4)

Jesus Matheus
7 de mayo, 2016

Excelente requiem para Marisol Escobar. Para los que crecimos admirando su enigmática persona y obra, este breve pero profundo ensayo me recuerda el testimonio de un otro admirado artista F.Matto: el pintor debe morir, su yo debe desaparecer para que nazca la pintura.

Chacao Bizarro
8 de mayo, 2016

En asuntos de arte soy extremadamente básico, en otras palabras ignorante. O me da frio o me da calor. Todavía recuerdo con gran cariño las exposiciones de Marisol Escobar, de Rauschenberg y Fernando Botero en el extinto Museo de Arte Contemporáneo Sofia Imber de Caracas. De cada uno de ellos tengo un libro comprado en aquellos tiempos en la tienda del museo. Ocasionalmente los desempolvo para ver las figuritas y me divierto mucho. Su escrito da calor, lo he impreso, doblado y metido en uno de los libros. Saludos.

Rolando Peña
8 de mayo, 2016

Excelente articulo sobre la Gran y única Marisol…….BRAVO.

Sheyla Falcony
12 de mayo, 2016

Con el permiso de todos los que conocieron, admiraron y compartieron amistad con la Distinguida Artista Marisol Escobar, voy a delinear unas ideas que me llegan, luego de leer este noble artículo sobre Ella. …. Probablemente la Artista utilizó su arte para sellar y mantener viva su hermosa idea sobre ..una familia perfecta.., sin conflitos ni reveses. Esa idea fija, mantuvo en Ella, un buen equilibrio psico-espiritual.. y en medio de ese silencio, dicha idea, plenó su corazón de calor humano , minimizando así, el vacío que le dejó la desaparición impactante de sus progenitores…… Tal vez..!Su Silencio y su Arte fueron su Salvación! …

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