Artes

Un arca contra el diluvio: ‘Fervor de Caracas’ de Ana Teresa Torres leído por Rafael Castillo Zapata

El siguiente texto de Rafael Castillo Zapata fue leído en la presentaciòn de Fervor de Caracas, antología literaria de la ciudad, una compilación hecha por Ana Teresa Torres y editada por Fundavag Ediciones. El pasado viernes 29 de abril, en el anfiteatro ubicado en la Plaza Altamira Sur y en el marco del 8vo. Festival de la Lectura de Chacao 2016, los presentes pudieron escuchar de la voz de su autor estas palabras que ahora reproducimos para los lectores de Prodavinci.

Por Rafael Castillo Zapata | 4 de mayo, 2016
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Plaza Cubierta de la Ciudad Universitara, Caracas. Fotografía de Mariana Mendoza, parte de la serie Memoria Urbana. Haga click en la fotografía para ver la galería.

Mi lectura de Fervor de Caracas ha corrido paralela a continuas y muy recientes e insistentes incursiones sobre diversos textos del filósofo judío alemán Walter Benjamin en la deriva de preparar un curso que, sobre su curiosa relación con el surrealismo, he venido desarrollando en la Escuela de Letras durante el semestre que dentro de muy poco termina. No pude evitar, entonces, que las dos corrientes de atención que me solicitaban se cruzaran en muchos de sus trayectos simultáneos a lo largo de las últimas semanas: por eso, al hablar del libro de Ana Teresa Torres la presencia de Benjamin resonará sin duda como un eco de fondo, y a veces con intensidad un tanto excesivamente protagónica tal vez, en las palabras que voy a intentar ahora para celebrar la aparición entre nosotros, precisamente en este momento de nuestra experiencia colectiva, de un libro como éste en el que su autora, minuciosa y lúcida, perseverante arqueóloga de la memoria nacional, nos ofrece un prodigio de materias anímicas e imaginarias sustanciosas y sustanciales para alimentar la entereza y la belleza de nuestra identidad y de nuestra idiosincrasia caraqueñas. Entre los muchos libros de Benjamin que revisé di con uno que nunca había leído y que, como pronto descubrí, venía como anillo al dedo para ofrecerme una inesperada clave de lectura para comprender el significado ético y político del libro de Ana Teresa en la hora actual, en ese tiempo-ahora del que el propio Benjamin hablaba y que se encuentra traspasado siempre por las urgencias imponentes e inclementes de una situación de peligro individual o colectiva. Ese libro se llama Personajes alemanes, un libro amoroso, generoso y valiente que Benjamin, ya en el exilio parisino, termina de escribir para sus compatriotas en el momento límite en el que, de manera fatal y catastrófica, el fascismo va, finalmente, a vencer y, como sabemos, vence. De alguna manera, también Fervor de Caracas es un libro de personajes, de personajes caraqueños fundando su ciudadanía y la nuestra a fuerza de palabras comprometidas y comprometedoras. Pido entonces vuestra generosidad y vuestra paciencia si parece que, al principio, me desvío, como suelo desviarme tantas veces en mis clases, por caminos alternativos a mi supuesto tema central; si, también en este caso, parece que dejo de lado por un momento a Fervor de Caracas mientras me entretengo un rato con el libro de Benjamin. Espero mostrarles, como siempre espero hacerlo con mis estudiantes, que estas derivas primeras me conducirán al punto al que todos esperan que deba yo llegar. Por eso, y porque mis divagaciones son el pan de cada día en mi curso “Un surrealista llamado Walter Benjamin”, les dedico a mis estudiantes, que hoy no habrán tenido clases por encontrarme yo aquí, esto que, sin más preámbulo, les pido que consideren como una clase, una clase más.

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En enero de 1937, Walter Benjamin le remite a Gershom Scholem un ejemplar de su recién nacido libro Personajes alemanes con la siguiente dedicatoria: “Ojalá pudieses, Gerhard, hallar una estancia para los recuerdos de tu juventud en esta arca que yo he construido cuando el diluvio fascista comenzaba a arreciar”. Cuando leí este fragmento, temprano en la mañana de un día de abril, pensé inmediatamente, guardando las distancias, en Fervor de Caracas. Este libro fervoroso, ciertamente, que me recordó desde el principio, cómo no, el Fervor de Buenos Aires de Borges -del cual, por otra parte, arrastra un epígrafe-, pertenece a esos raros libros, pensé, que pueden considerarse como arcas: en ellos están contenidos materiales que, tras el diluvio, pueden contribuir a restituir a la vida a una cultura arrasada por el caos provocado por los desatinos de la historia. Hace tiempo, visto el volumen del libro, su tapa dura, su longitud, pensé en él como en una tabla de salvación, un madero que podría servirnos para flotar en medio del mar enrarecido y embravecido en el que nos movemos y en el que, a juzgar por todos los indicios, seguiremos moviéndonos durante cierto tiempo aún. Pero la imagen del arca es, sin duda más hermosa, más hermosa y, sin duda, más justa. En el momento de peligro que hoy vivimos, el libro que Ana Teresa Torres ha compilado, puede cumplir el papel que Scholem, emocionado, le asignaba al libro de Benjamin, su amigo, cuando escribía: “El autor habría recogido en un libro construido como un arca, aquello que ha de ser capaz de resistir al diluvio”. Las connotaciones judías de esta imagen son más que evidentes y remiten, sin duda, al significado particular de las Escrituras sagradas. Por eso digo que, guardando todas las distancias, Fervor de Caracas puede cumplir, ahora, en este preciso instante de nuestra vivencia política contemporánea, un papel similar al que jugó el arca escrita de Benjamin, en aquel momento crucial para Alemania frente a la amenaza fascista, es decir el papel de un dique de resistencia o de un instrumento de flotación. Fervor de Caracas está armado, en efecto, como un arca hecha para resistir al diluvio presente, inclemente, y al diluvio venidero, que sabemos que vendrá, pues siempre inevitablemente viene, aunque no sepamos cómo, ni cuándo ni hasta cuándo, ni de dónde ni por qué.

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Torres del Centro Simón Bolívar, Caracas. Fotografía de Mariana Mendoza, parte de la serie Memoria Urbana. Haga click en la fotografía para ver la galería.

Fue Benjamin, también, quien nos enseñó, con su dialéctica, que no se vuelve al pasado sino para anudarlo a un momento preciso del presente -quesiempre, siempre vivimos en peligro- con la voluntad de que ese nudo sirva para activar un desplazamiento, una modificación, un mínimo movimiento al menos hacia lo que él no podía llamar, inconcebible místico materialista, con otra palabra que no fuera la palabra redención. Leer ahora, por ejemplo, en el momento en que estamos los venezolanos, el “Panorama imperial” de Calle de dirección única donde su autor nos ofrece un viaje por la inflación alemana, cumple a cabalidad con el precepto crítico (y críptico, por supuesto) que Benjamin nos ha legado: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente ha sido’. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro”. El peligro, prosigue Benjamin en su sexta tesis sobre la historia, “amenaza lo mismo al patrimonio de la tradición que a quienes han de recibirlo. Para ambos es uno y el mismo: prestarse como herramienta de la clase dominante”. Y añade: “En cada época ha de hacerse el intento de ganarle de nuevo la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla. […] Sólo tiene el don de encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador que esté traspasado por la idea de que tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”. Como Benjamin, Ana Teresa Torres convoca en su libro nuestro pasado caraqueño, remoto y reciente, en el momento de mayor peligro de nuestra civilidad republicana.

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Personajes alemanes consiste en una serie de cartas cruzadas por relevantes y no tan relevantes figuras de la cultura alemana entre 1783 y 1883, es decir, como reza el subtitulo del libro, se trata de un compendio que involucra “romanticismo y burguesía en cien años de literatura epistolar”. El conjunto va precedido por un motto: “De honor sin fama. / De grandeza sin brillo. / De dignidad sin premio”. Esta señal de apertura indica un tono y una orientación bien particulares en la naturaleza de la selección: los modelos que Benjamin convoca en el momento de peligro que vive Alemania en los primeros años treinta son personajes de gran valía moral e intelectual a quienes, sin embargo, se los captura en momentos o en actitudes en los cuales se muestran a si mismos en situación de sujetos marginados, no reconocidos, en alguna forma relegados social y económicamente, no importa que se trate de un personaje de la talla de un Goethe. Como quiera que sea, los personajes elegidos han vivido en carne propia lo que el propio Benjamin ha vivido: la experiencia de un honor sin fama, de una grandeza sin brillo y de una dignidad sin premio. Y son precisamente esas cualidades no reconocidas expresadas en la intimidad de cartas que cubren un amplio espectro sensorial e intelectual de un redondo siglo burgués alemán las que constituyen, según Benjamin, los materiales para construir su arca contra la amenaza del diluvio fascista. En esta colección memorable se presenta una galería ejemplar de actitudes humanas completamente ajenas a las que podríamos asociar con el fascismo: ponen frente a los alemanes a punto de caer en la trampa tendida por Hitler un espejo donde contemplarse de un modo diametralmente opuesto al que les quiere imponer el fanatismo nacionalista de los nazis, recordándoles, de paso, que forman parte de una tradición que se ha trabado y tramado sobre principios racionales e ilustrados. El aspecto trágico de este gesto generoso, profundamente solidario de Benjamin, es que muchos de los futuros asesinos conocían muy bien esta tradición y de poco sirvió que lo supieran para detenerlos en sus atrocidades. De modo que el arca de Benjamin no pudo hacer nada contra el diluvio pero contribuyó para que la Alemania noble, la Alemania altruista, la Alemania corriente que respira en la sobriedad y en la entereza de Lichtenberg, de Herder, de Schiller, de Hölderlin, de Goethe, de Overveck no se perdiera.

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Teatro Teresa Carreño, Caracas. Fotografía de Mariana Mendoza, parte de la serie Memoria Urbana. Haga click en la fotografía para ver la galería.

También Ana Teresa Torres ha escrito un arca contra el diluvio que amenaza con ahogarnos o apabullarnos. También ella ha recopilado pacientemente un muestrario de las más diversas especies discursivas que, a lo largo de su larga vida, han tenido como objeto predilecto a Caracas. Los personajes convocados a formar parte del equipaje de este Fervor escrito –arca alzada y lanzada en medio del mar revuelto de nuestros días- son precisamente personajes de cultura, animales raros, propensos a padecer la experiencia de un honor sin fama, de una grandeza sin brillo y de una dignidad sin premio; es decir: poetas, narradores, ensayistas, cronistas, políticos, historiadores, pintores, arquitectos, artistas y, cómo no, profesores universitarios. Todos aquellos que han tenido que ver con Caracas y han dejado algún testimonio de su paso, de su vivencia y convivencia, corta o prolongada, en esta ciudad nuestra que habitamos. Personajes que no han podido quedarse callados sin escribir algún apunte acerca de lo que la ciudad les ha dado o quitado, de lo que ella les ha significado como espacio y como temporalidad, como lugar de encuentro y de desencuentro, como lugar de aclimatación y pertenencia, sembrado de señales afectivas y emotivas, anímicas y físicas, materiales e imaginarias. Aquí están en sus diferentes compartimentos bien delimitados, cada uno en su sector del arca y cada uno en su particular camarote, todos aquellos que, en casi trescientos años de literatura, no han dejado de leer a Caracas para comprenderla y de escribirla para asimilarla, para asumir su complejidad y hacerla suya, poseyéndola nombrándola, incorporándola a su propia memoria personal y a la memoria de todos sus lectores, reales o potenciales. Personajes, pues, que no han hecho otra cosa que mostrar y demostrar su fervor incondicional por una ciudad que, inevitablemente, a la vez elogian y denuestan, ensalzan y abominan, en confusa amalgama de pasiones, sensaciones y conceptos.

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Edificio Altamira, Caracas. Fotografía de Mariana Mendoza, parte de la serie Memoria Urbana. Haga click en la fotografía para ver la galería.

Una ciudad escrita va aquí encerrada en esta arca con su variopinta diversidad de fisonomías y de entonaciones, de estilos y de manías, de perspectivas y abordajes. Un catálogo de especies literarias y de personalidades expresivas cuyo denominador común es la coincidencia en el mismo fervoroso apego a un paisaje, a un clima, a una topografía, a una toponimia, a una indumentaria, a unas costumbres, a una historia dilatada, inestable y portátil. Ana Teresa Torres ha convocado aquí, como Benjamin en su arca alemana, a todos aquellos que se han hecho caraqueños en Caracas no sólo viviéndola sino escribiéndola, anotándola y describiéndola, auscultándola, tanteándola y tentándola, para saberla y saborearla inscribiéndola en la memoria, construyendo con ella una tradición discursiva que es, sin duda, el más sólido legado con el que contamos los caraqueños de este momento donde, distraídos, parece que perdemos pie en medio de la crecida que nos avasalla y encontramos en cambio, si leemos, si atendemos, si volvemos a repasar estos testimonios de amor y compromiso con la ciudad y sus sustancias, un suelo sólido sobre el que apoyarnos, sobre el que impulsarnos para seguir nadando, navegando con ella. Si esta arca es efectiva contra el diluvio es precisamente porque está hecha de buena madera, la madera selecta con la que Ana Teresa Torres la ha construido. Si esta arca es efectiva contra el diluvio es precisamente porque transporta en su interior la materia más valiosa con la que puede contar una ciudad en momentos de penuria, la materia constituida por la tradición de las palabras que la nombran y la perpetúan, sólida, al nombrarla. Esta arca es pues un muestrario prodigioso donde el caraqueño encuentra una oportunidad preciosa de reconocimiento, de afirmación del valor de su propia pertenencia a la ciudad. Si tantos buenos operadores de la letra han dado cuenta de esta forma de Caracas, ¿cómo renunciar al privilegio de ser de aquí y de seguir aquí si nos respaldan y nos incitan tantas construcciones apasionadas y apasionantes de nuestra mismidad? ¿Cómo no afirmar y acendrar nuestra idiosincrasia caraqueña, nuestra prosapia democrática, nuestra liberalidad tropical, si las legitiman de modo tan extraordinario las plumas de estos caraqueños de nacimiento o de adopción? ¿Cómo no amar todavía más a Caracas cuando leemos a Aquiles Nazoa levantando mágicamente en el aire la celosía sutil de una fenomenología urbana a partir de las ventanas de la ciudad colonial que siguió siendo casi hasta la llegada de Pérez Jiménez? ¿O cuando leemos a Elisa Lerner levantando esa cartografía sentimental de San Bernardino que Arturo Almandoz Marte retoma para retrazar algunas de sus escalas a la luz de un paseo vespertino con su madre caraqueña como compañera en el puesto del copiloto de un Toyota de los años noventa? ¿O cuando leemos a Bolívar escribiéndole a su tío Esteban y descubrimos que su carta pudiera haber sido escrita ahora y no en 1825, como lo fue, tan contemporánea desde entonces? ¿O cuando Alfredo Armas Alfonso levanta su seductor relato íntimo sobre la destrucción y la reconstrucción del barrio de El Silencio y escribe en veinte párrafos toda la epopeya de las migraciones provincianas que a partir de los años 40 del pasado siglo fueron convirtiendo a Caracas en una abarrotada metrópolis? ¿O cuando dos excursionistas se pierden en el Ávila que levanta Rodrigo Blanco Calderón? ¿O cuando Arístides Rojas vuelve a contarnos la historia de la primera taza de café en el Valle de Caracas? ¿O cuando Celeste Olalquiaga escribe su biografía íntima de esta misma Plaza Altamira que hoy nos acoge? Podría pasarme el resto de la velada nombrando y describiendo la riqueza de los pasajeros que tienen pasaje en esta nave. Pero no quiero fatigarlos; yo ya lo estoy un poco. Y además, se trata de que ustedes mismos tengan consigo a mano esta arca salvadora y puedan consultarla en momentos de desazón y desasosiego, cuando sientan que el diluvio los agota y los acogota, como se consulta un libro de horas hecho con las más hermosas plegarias de homenaje a nuestra Ciudad y a lo que somos como ciudadanos, habitantes militantes, prosélitos perdidos, empedernidos de ella.

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Plaza de Los Museos, Caracas. Fotografía de Mariana Mendoza, parte de la serie Memoria Urbana. Haga click en la fotografía para ver la galería.

Habrá que darle las gracias siempre a Ana Teresa Torres por haber pensando y construido esta arca y a Federico Prieto, su editor, por haber hecho posible que llegue a nuestras manos en forma de practicable flotador imaginario, antídoto contra tantas desventuras que nos desaniman y nos hacen, de pronto y a menudo, desdeñar y aborrecer a nuestra ciudad. También fue Benjamin quien nos enseñó, leyendo a Pierre Naville, que es necesario organizar el pesimismo, sacándole partido al desamparo en sentido revolucionario, como él decía en tiempos más ingenuos y genuinos, para utilizarlo como palanca para la transformación del mundo que se ha salido de quicio en los tiempos de penuria. Sí, estamos muy acostumbrados a quejarnos de los defectos de Caracas y perdemos tal vez mucho tiempo y energía criticándola. Aunque en la mayoría de los casos tengamos razón al hacerlo, Ana Teresa Torres, en cambio, precisamente, nos invita a mirar la ciudad con unos ojos desaprensivos y a experimentarla con una cierta disponibilidad porosa del cuerpo que nos permitan disfrutar de las virtudes -que las tiene y ella lo muestra en su magnífico prólogo- de su desorden, de su laberíntica disposición urbana y de su imprevisibilidad incorregible. Todos los escritores que Ana Teresa convoca en su arca, en algún momento y en diversa medida y por diversas causas, la aborrecieron también, pero supieron encontrar en ella, siempre, el grano de sustancia entrañable que les hacía volver a defenderla a ultranza, contra todo pronóstico y frente a toda prueba. Son modelos de fidelidad caraqueña. Modelos de una civilidad imbatible que nos enorgullece. Termina la clase. Gracias.

Rafael Castillo Zapata 

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