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España electoral: colgados en el parlamento; por Carmen Beatriz Fernández

España electoral Colgados en el parlamento; por Carmen Beatriz Fernández

El pasado 20 de diciembre los españoles votaron en elecciones generales. Apenas seis meses después, volverán a hacerlo. El electorado español se dividió en cuatro bloques fundamentales en las urnas. Ninguno logró la mayoría relativa y el mandato del elector fue claro: “pónganse ustedes de acuerdo”.

De alguna manera lo intentaron, pero el acuerdo no ocurrió. Los británicos tienen un término peculiar para referirse a esa situación parlamentaria en la que constituir gobierno se dificulta por no haber logrado ningún partido la mayoría absoluta. No existía el término equivalente en español, pero por primera vez en su historia institucional España ha fracasado en formar gobierno luego de unas elecciones. Así llegó a un “parlamento ahorcado” y tuvo que convocar nuevas elecciones. Lo ocurrido es consecuencia directa de ser también la primera vez que, tras unas elecciones, el bipartidismo totaliza apenas la mitad del voto nacional. Tradicionalmente los dos grandes partidos acumulaban cerca de un 80% de la votación, dejándole el 20% restante a los partidos regionalistas. Esa proporcionalidad electoral cambió definitivamente.

El bipartidismo llegó a su fin para darle paso a una nueva especie: un tetra-partidismo al que los actores no están habituados y al que deben empezar a conocer en sus formas, estilos y habilidades negociadoras. Luego de que Rajoy rechazara asumir la investidura que le propuso el Rey, no era nada fácil formar gobierno para el líder del PSOE Pedro Sánchez, y éste lo sabía. Las posiciones estaban tomadas desde su inicio y no había actores dispuestos a ceder. Por ello la puesta en escena parlamentaria para lograr gobierno calzó más bien con una invocación a lo electoral.

La campaña fue árida y tuvo un punto de inflexión muy negativo que cerró las compuertas a las negociaciones posteriores. A pocos días de la cita electoral hubo un debate a dos, orquestado por los partidos del bipartidismo histórico para excluir a las dos nuevas fuerzas políticas y centrar la atención final en los partidos tradicionales y sus dos líderes: Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Pero algo salió mal. Ese debate tuvo un tono ríspido y desagradable. Allí un Sánchez agresivo insultó cara a cara y en directo a un Rajoy que respondió descompuesto. El incidente de marras dinamitó los puentes de posteriores conversaciones, y dos de los actores más importantes del momento político español no podrían mirarse más a los ojos.

El nuevo tetrapartidismo puede intentar clasificarse desde el plano ideológico usando el tradicional eje izquierda-derecha. Ese fue el marco de referencia que propuso Podemos. Un segundo eje fue el convocado por Pedro Sánchez, quien tras la alianza con Albert Rivera, invitó a pensar desde punto de vista: el cambio o la continuidad, un marco de análisis mucho más perjudicial al PP y que ponía a Podemos en la difícil coyuntura de escoger sumarse al cambio o votar como lo iba a hacer el Partido Popular de sus antípodas, como a la postre hizo. También el tetrapartidismo puede pensarse en otro eje que diferencie a los partidos, como categoría de disección: los viejos partidos analógicos contra los nuevos partidos digitales. El diferente manejo en redes de unos y otros hace que esta tercera categorización tenga también sentido.

Durante los cuatro meses transcurridos, Sánchez no logró la investidura aunque mejoró un poco la valoración que los españoles tenían de él, al igual que Albert Rivera con Ciudadanos. Ambos van a las elecciones de junio con una ligera mejor valoración de la que lograron en las urnas en diciembre. Podemos y sus líderes, en cambio, un poco peor. Y Rajoy y su Partido Popular en casi idéntica posición. Rajoy arranca la campaña desde un estable 28%, Sánchez desde un 21%, Iglesias desde el 18% y Rivera desde el 16% (Netquest, Abril 2016).

El Rey Felipe es quizás uno de los poco beneficiarios de esta crisis de investidura desde la perspectiva del aprecio popular. El rol del Rey ha sido muy importante pues la monarquía ofrece ese “soporte difuso” al sistema que tan bien definió el politólogo David Easton al distinguir dos niveles de apoyo político: el soporte difuso y el específico. El soporte difuso está ligado a la legitimidad del sistema, en forma amplia, mientras que el soporte específico está más ligado a la ejecución y la gestión, a la calidad del gobierno. Es decir, la monarquía viene ofreciendo el apoyo difuso al sistema político español aunque se ponga en duda la eficacia democrática, más vinculada a los partidos históricos. Hasta ahora el Rey Felipe ha venido siendo el gran ganador de la crisis. Un 74% de los españoles apoya sin reservas el rol que ha venido desempeñando el Rey en el proceso de investidura, la aceptación toca incluso a los votantes de Podemos, quienes se supone son antimonárquicos por convicción,  segmento donde tiene un 59% de aceptación (Metroscopia, Febrero 2016). Y ello, en el medio de una crisis monárquica en paralelo sin precedentes.

Desde hace casi un quinquenio los estudios oficiales del Centro de Investigaciones Sociológica (CIS) venían poniendo a “la clase política” como principal problema del país, sólo después del desempleo y el terrorismo. Hay una crisis política estructural que viene asociada a la corrupción como gran tema de la agenda y que induce a identificar culpables. Y los aparentes culpables fueron castigados el 20 de diciembre pasado, al recibir los dos partidos históricos un buen varapalo. Al ir de nuevo a elecciones este 26 de junio una de las preguntas fundamentales de la campaña será ¿de quién fue la culpa de no armar gobierno? Porque no dudemos que si “pónganse ustedes de acuerdo” fue el mandato del #20D, el veredicto del 26 de junio será muy similar…