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Los dientes de la derecha; por Piedad Bonnett

Los dientes de la derecha; por Piedad Bonnett 640

Ante la inminencia de la firma de la paz, la derecha más extrema ha empezado a mostrar los dientes y de qué manera. Aterrada por lo que cree que será la entronización del comunismo, está apelando a todas las formas de lucha, sin pudor ninguno, pidiendo incluso la cabeza del presidente Santos.

El líder de la más pura reacción es, por supuesto, Yo, el Supremo, que encarna la derecha autoritaria, amenazante, caudillista, esa que si pudiera se perpetuaría en el poder con el pretexto de restaurar el orden, devolver la seguridad al pueblo, refundar la patria. Su talante se manifiesta en sus palabras: “Coronell se salvó de que yo lo extraditara por ser socio de Perafán y dice que lo perseguí”. Álvaro Uribe no sólo retaca lanzando la calumnia, sino que en vez de decir “mi gobierno”, habla desde un yo que debería escribir con mayúscula, porque se parece más al de un patrón que al de un representante de la ley y la ciudadanía.

Pero resulta que la derecha ha sacado al tablero a otros alfiles. Uno de ellos es el procurador, erigido desde siempre como adalid de la moral cristiana, quien desde la entraña misma del sistema hace política desvergonzadamente, alineándose con los enemigos de la restitución de tierras y rodeado de los terratenientes que temen perder sus privilegios, muchos de los cuales tuvieron que ver con el paramilitarismo y con la expoliación. Hay una frase suya, muy reveladora, que viene a cuento en estos días: “No podemos desconocer que las autodefensas se ajustan a las normas de la moral social, del derecho natural y de nuestra legislación positiva. Pensar lo contrario es, por decir poco, una absurda ingenuidad”. (Vanguardia Liberal, agosto 19 de 1987). Esas autodefensas, reencauchadas hoy como neoparamilitarismo y camufladas en buena parte como Bacrim —aunque el Gobierno, torpe y débilmente, no lo reconozca— y apoyadas todavía en políticos regionales que se hacen los de la vista gorda, son la encarnación de la derecha violenta, que no tiene reparo en lanzarse a un paro armado que no es otra cosa que una advertencia.

Cómo será de rabiosa la ultraderecha que el gobierno de Santos —representante también de la derecha neoliberal y pragmática, aunque moderada— le parece una sucursal castrochavista. Ahora bien: como ya lo señaló Andrés Hoyos en una columna, en las entrañas mismas del Gobierno otro personaje de derecha labra paciente y acuciosamente su candidatura. Se trata de Vargas Lleras, a quien Santos le ha dado todas las oportunidades de lucirse, de fortalecerse y de ganarse a las comunidades regionales. Hábil como ninguno, el vicepresidente no se deja interpretar, pero es fácil ver por su tono que también hay en él, como en su abuelo, una tendencia autoritaria, que sin embargo y por comparación con la del vociferante, resulta relativizada por los colombianos.

Todo anuncia que no es fácil lo que viene. El próximo presidente, el que lidie con el llamado posconflicto, tendría que ser un hombre de talante liberal, creyente en la paz, conciliador pero firme, comprometido con lo social, con las regiones, la educación, la salud y la cultura, valiente y capaz de conjurar a los violentos. Nos preguntamos quién puede ser.

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