Artes

Un texto de Sandra Pinardi sobre la serie ‘Penínsulas’ de Ricardo Peña

Por #ImagoMundi | 30 de marzo, 2016

En principio la fotografía es superficie. Aunque bien puede ser más que eso. Además de superficie y a través de ella, apariencia y luego sugerencia. Allí la imaginación. Y la imaginación, en ella, en sí misma, siempre es verdad. 

Ricardo Peña

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Fotografía de la serie Penínsulas de Ricardo Peña / Haga click en la imagen para ver la galería completa publicada en Prodavinci

Algunas fotografías parecen ser autónomas, estar distanciadas –o desprendidas- tanto de la mirada del fotógrafo como del “ojo” técnico de la cámara, tanto de las coordenadas del tiempo –ya que se muestran como un destello de eternidad en su presente- como de las determinaciones de su propia condición técnica –ya que se dan excediendo sus modos perceptivos-. Esta es una “autonomía” distinta a la que ha servido de tema de discusión a la estética y la teoría del arte desde la modernidad, distinta también a la búsqueda utópica de ciertos movimientos del arte moderno, ambas siempre negadas por la condición fotográfica misma. Es una “autonomía” que acontece cuando la superficie que es la imagen se muestra como materialidad densa y profundidad espacial, como silencio y sobrecogimiento; cuando en la presencia que es la imagen hay una quietud, un silencio, una soledad que se convierten en vastedad, en inmensidad: un cielo lleno de detalles y variaciones que absorbe toda la superficie; un horizonte lejano, casi ausente; un trozo de tierra o un camino que se impone en su consistencia y sus grietas;  un atardecer de colores inmóviles e imposibles.

Estas fotografías “autónomas” que recogen en los elementos –en la naturaleza- su riqueza, su variedad y su poder desmedidos, y los capturan en su grandiosidad desafiando constantemente la imaginación, se acercan un poco a esos momentos de la percepción en la que ésta se abre a lo sublime[1]. En efecto, estas fotografías se compactan e intensifican en la exacerbación de las diversas cualidades de los elementos, de sus rasgos visuales, por ello, estas presencias aparecen como una apertura hacia modalidades de la realidad –de la naturaleza- que exceden, que desbordan, la mirada ordinaria y su comprensión, así como la imaginación y su capacidad configuradora, y nos entregan un mundo invisible, que trasciende el ver. Una fotografía sublime opera de esa forma, concentrándose en su condición reveladora, en esa potencia de des-cubrimiento que la define. Ricardo Peña lo explica, cuando apunta que este es “un proceso fotográfico que comienza con la imaginación e idealmente lleva a la sorpresa y el descubrimiento, o por lo menos así me gusta pensar que ha sido durante este proyecto. Ha sido más esta curiosidad, la de indagar en lo fortuito del proceso, que la búsqueda de confirmar lo que técnicamente ya se sabe. Es una exploración de las posibilidades del medio y el mundo de los materiales que amplifica nuestra experiencia sensorial ordinaria. La cámara fotográfica ve distinto al ojo humano. No solo la cámara, también los lentes y la película. Es la combinación entera. Los químicos también. Es la distinción, la diferencia, la amplificación que ayuda a poner en entredicho los límites de nuestras percepciones. La fotografía que se ve en su estado físico definitivo, no es la experiencia que se vio antes de tomarla”[2].

Fotogalería ‘Penínsulas’; por Ricardo Peña 320Y esa solidez, ese silencio conmovedor, que adquieren los elementos al ser transmutados por el proceso de la fotografía producen en el que mira –el espectador- estupor, agitación, estremecimiento, conmoción, un enlace reavivado con la naturaleza, un modo de re-conocimiento y re-encantamiento, una búsqueda de la mirada que se adentra en esas superficies y “con curiosidad quiere conocer el mundo y dejarse maravillar por él, por la experiencia misma, no solo de aquel mundo que es aparente, sino de aquel que no lo es”[3].

Las fotografías pertenecientes al proyecto Las penínsulas: Araya y Paria, que presenta Ricardo Peña en la Galería Carmen Araujo Arte, son unos ejemplares emblemáticos de esta fotografía autónoma, cercana a lo sublime, que en este caso, además, opera como una alegoría de la existencia humana, tanto en lo que se refiere a su contextura esencial –espiritual-, como a su habitar en esta geografía sociopolítica, la de la Venezuela contemporánea. En efecto, las penínsulas, en su condición de “casi-islas” o de “medio-islas”[4] traen a escena ese modo de existencia –siempre difícil- en el que conviven el aislamiento y los vínculos, la soledad y el encuentro con la inmensidad del otro, con su extrañeza.

Con respecto a la contextura espiritual del existir humano que las penínsulas alegorizan, Ricardo Peña refiere un párrafo de  Amos Oz en el que el escritor dice: “Ningún hombre es una isla, dice John Donne. Me atrevo humildemente a añadir a esta maravillosa sentencia que ningún hombre ni ninguna mujer es una isla, pero que cada uno de nosotros es una península, con una mitad unida a tierra firme y la otra mirando al océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo y al lenguaje y a muchos otros vínculos y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando el océano. Pienso que nos deberían dejar ser penínsulas”[5]. En efecto, en la península se inscribe la tensión que existe entre la soledad ineludible de nuestras experiencias y el deseo abierto hacia el otro, hacia lo infinito de la exterioridad, hacia lo que compartimos y nos compromete entre-todos. Esa tensión –un istmo- gracias al que el ser de cada quien se articula con el mundo y los otros, pero se mantiene en su separación, su clausura, inevitable.

Araya y Paria son, por otra parte, las penínsulas extremas del territorio venezolano, son los brazos de su geografía que avanzan hacia el mar, que lo anhelan y desde los que Venezuela se encuentra más allá de sí misma, en su extremo. Una seca y árida, dura, con abundante sal y una diversidad cromática que se extiende del mar a un cielo que lo arropa todo; la otra, diversa en su topología y sus especies, en su clima y su vegetación, abierta. Ricardo las describe así: “La que saluda al Sol y la que le despide. La que recibe las aguas, de tierras húmedas y manto verde y la seca, roja y amarilla, cubierta siempre por el azul del cielo y las nubes que pasan y que solo se quedan en eso: nubes que pasan.”[6] Esta geografía real se hace, en las fotografías de Ricardo Peña, una cartografía visual desde y en la que se traza su viaje, su experiencia, su tránsito y las transformaciones que ese recorrido peninsular ha impreso tanto en su percepción –quebrando sus límites, sus formulaciones esperadas- como en su experiencia –mostrándole su sensibilidad, su apertura y su propia vulnerabilidad-.

Al interior de ese viaje espiritual y geográfico es la presencia fotográfica misma la que, en su condición sublime, se revela y puede maravillar, sorprender y deslumbrar, afirmándose en el elocuente silencio, en el absoluto, que conquistan a través de la diversidad de sus tonos y texturas, de sus cielos y paredes, de su soledad. En un ejercicio que libera el “sistema de zonas” hasta hacerlo eminencia o excelencia, en estas fotografías los parajes se hacen eco del alma y la mirada no sólo puede abarcar el universo, sino sobrepasar sus límites. Ricardo peña nos dice: “…la idea de maravillarse. Uno el sujeto maravillado y de la maravilla. Uno el sujeto que se deja maravillar. (…)Es el deseo y la oportunidad de sentir. Es la curiosidad, la imaginación y la emotividad del sujeto en estos espacios geográficos verdaderos y específicos, buscando posibilidades en su conjunción a través de la fotografía. Tanto el sujeto, como la geografía, como las imágenes están conectados por este sentimiento humano de la maravilla, el asombro. He allí la comunión.”[7]

[1] Concepto estético y filosófico nacido en la era clásica y retomado con mucha fuerza en el Siglo XVIII. Dentro del ámbito de la estética, la filosofía del arte y las artes ha sufrido diversas modificaciones a lo largo de la historia sin perder su vigencia.
[2] Ricardo Peña. Península, notas. Manuscrito
[3] Ricardo Peña. Op. cit
[4] Etimológicamente “península” significa “casi-isla”.
[5] Amos Oz. Sobre la naturaleza del fanatismo.
[6] Ricardo Peña. Op. cit
[7] Ricardo Peña. Op. cit

#ImagoMundi 

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