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Revivamos nuestra historia; por Piedad Bonnett

Fotografía de El Mundo de Colombia

Fotografía de El Mundo de Colombia

En mis épocas de bachillerato debíamos tomar una materia llamada Cooperativismo, un concepto en boga. Era una asignatura árida, que se ocupaba de algo distante, que ni parecía concernirnos ni lográbamos aprehender. La experiencia fue un fracaso.

Algo similar puede pasar –pero por motivos distintos– con la Cátedra de la paz que el Gobierno decretó como obligatoria “en todos los establecimientos educativos de preescolar, básica y media de carácter oficial y privado”, y que exige abordar al menos dos temáticas de 12 propuestas, entre las que están algunas tan amplias como Justicia y Derechos Humanos, Proyectos de impacto social y Dilemas morales. Las directivas de los colegios deben estar preguntándose, como Luis Carlos López, “¿qué hago con este fusil?”.

La ministra y otros expertos han anotado que la educación para la paz debe concebirse como un proceso transversal a todas las asignaturas, algo muy razonable pero que parece reñir con la idea de cátedra. Porque una cosa es fomentar permanentemente en los niños el respeto por los recursos naturales, la resolución pacífica de conflictos o la aceptación de la diversidad y pluralidad –en eso consiste enseñar, precisamente– y otra ocuparse de estos puntos en una clase, convirtiéndolos en lugares comunes y “carreta”. En vez de la tal cátedra, hace mucho que han debido recuperarse como asignaturas de clase la Historia en general y la Historia de Colombia en particular, como propone muy sabiamente el proyecto de ley que lidera Vivian Morales. Es claro que sólo quien comprende los procesos políticos y sociales de la Humanidad y de su país comprende su presente. Reflexionar sobre las luchas y conquistas del presente y el pasado e investigar el surgimiento de nuestras violencias puede llevar a los jóvenes a concluir que la paz es necesaria y a plantearse sus propias responsabilidades y las de quienes nos gobiernan.

Hoy la Historia en los colegios es una parte difusa de la asignatura llamada Ciencias sociales, que abarca otras muchas disciplinas. Entiendo ese fervor por lo interdisciplinario, pero con la Historia como eje –y concebida no como un sartal de mitologías patrioteras y de hechos puntuales de próceres y presidentes, que fue como nos la enseñaron a nosotros, que aun así sabemos más de Colombia que cualquier estudiante de bachillerato de hoy– sino como proceso; y relacionándola con la geografía, la economía, el derecho. Pero claro: que la gente joven examine críticamente los movimientos comuneros, las guerras civiles, los hechos que llevaron al 9 de abril, el surgimiento de la guerrilla y la aparición del narcotráfico, entre otros temas, asusta al sector más conservador de la sociedad, el que tiene miedo a ciertas verdades, a la deliberación y el debate. ¿No será por eso que la sacaron del pénsum?

Sé que no es fácil enseñar historia; pero creo que es más fácil que se capacite a los maestros que lidiar con éxito con el potpurrí de la Cátedra de la Paz, que, como ya han señalado algunos, parece más una salida apresurada que una apuesta educativa seria.

Posdata: yo perdono el impresentable “Pq” del twitter de @Martín Santos R. Pero me cuesta.