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No tendría sentido negar la importancia de la obra del chileno Roberto Bolaño (1953-2003) para las letras hispanoamericanas. Catapultado por el éxito crítico (y popular) de libros como Los detectives salvajes o 2666, Bolaño se convirtió en el “libertador”: el que rompió con la herencia del “Boom” y sustituyó, como referente principal de la literatura en lengua española, a figurones como García Márquez, lo mismo entre los lectores (especialmente jóvenes) que entre los zares de la crítica y la academia (es asombrosa la frecuencia con que los estudiosos gringos, por ejemplo, quieren explicar América Latina basados en pasajes bolañianos).
Por mérito propio y por haber representado como nadie un nuevo “espíritu de la época”, Bolaño ocupa ahora mismo el centro del canon de las letras latinoamericanas. Nadie es más citado, estudiado, imitado y reverenciado. Nadie está, a la vez, en tantos programas escolares y tantas mesas de novedades. Su prematura muerte, la necesidad de un cambio de guardia, la agudeza indiscutible de tantas de sus páginas fueron motivos más que suficientes para convertirlo en el tótem que es hoy. En fin. Cuando se escriba la historia de la literatura en español de estos años, Bolaño tendrá (y debería tener) un papel protagónico.
Ahora bien, la herencia estética (y editorial) del escritor es motivo de controversia. Su heredera universal, Carolina López (quien se ha sumado a la lista de “viudas terribles” de las letras y ha atacado a documentalistas y biógrafos del chileno que no se cuadran a la ortodoxia que ha querido imponer), es representada desde hace tiempo por el agente más duro del mundo de la literatura, el británico Andrew Wylie, apodado el “Chacal”, quien ha negociado cantidades verdaderamente estratosféricas por una serie de nuevos contratos editoriales. El más reciente y espectacular se anunció este jueves 3 de marzo: la totalidad de los derechos de Bolaño salen de Anagrama, la prestigiosa editorial donde sus libros aparecieron originalmente (al menos en su mayoría), y se reúnen en Alfaguara, que forma parte del gigante Penguin Random House. Pero eso no es todo: para abrir boca, el mismo boletín en que se anuncia el contrato informa que este año aparecerán dos obras inéditas del chileno: la novela “El espíritu de la ciencia ficción” y una colección de relatos aún sin titular.
¿Más inéditos? Sí. ¿En serio? Caray. 2666 se publicó en 2004, un poco después de la muerte de Bolaño. Le siguieron El gaucho insufrible y Entre paréntesis, también en 2004. Y luego el cuento Diario de bar en 2006. Y en 2007, El secreto del mal y La Universidad Desconocida. Más tarde El Tercer Reich en 2010 y Los sinsabores del verdadero policía en 2011… Sí, contó usted bien. Van siete, sin contar las entrevistas reunidas en Bolaño por sí mismo (2011). Una multitud. Un baúl de los recuerdos francamente abarrotado. Descontando a 2666, novela ineludible y trabajada por Bolaño casi hasta su lecho de muerte, ¿han aportado algo estos persistentes inéditos? Pues mucho dinero. De eso, no cabe duda. Una situación tragicómica que, quizá, le habría merecido una sonrisa al irónico escritor.
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13 de marzo, 2016
1.La novela “El espíritu de la ciencia ficción” y 2.una colección de relatos aún sin titular, 3. 2666 4. El gaucho insufrible, 5.Entre paréntesis, 6.Diario de bar 7.El secreto del mal, 8.La Universidad Desconocida, 9.El Tercer Reich y 10.Los sinsabores del verdadero policía. No son 7, son 10 “obras póstumas”. Lo que se desprende por su propio peso de la referencia a tanta obra editada póstmorten es si realmente las escribió Bolaños o más de uno está haciendo negocios, produciendo falsificaciones. Se decía que luego de perder DALÍ sus facultades, su mujer GALA pintaba y quizás el genio aportaba su firma. ¿Cómo se demuestra que una obra fue escrita por un presunto -y famoso- autor, si aparece mucho después de enterrado? (Y en este caso fueron diez obras, una posteridad muy fructífera).