Artes

Edgardo Rodríguez Juliá: “La realidad es muy urgente: nos pide testimonios, nos pide compromisos”

Por Carlos Egaña | 7 de marzo, 2016
L1000565

Edgardo Rodríguez Juliá retratado por Andrés Kerese en la Biblioteca Los Palos Grandes

a Julett Pineda

Conversa y, durante los minutos que lo hace en la Plaza Los Palos Grandes, demuestra un conocimiento sobre el país que va más allá de lo superficial y denota un honesto interés cultural.  Edgardo Rodríguez Juliá es un hombre heterodoxo, como la relación de su patria con los Estados Unidos. En sus crónicas y novelas ha denunciado la injusticia social que barre los países del Caribe, pero ha evitado asumirse como seguidor de las retóricas que han guiado tales denuncias. Y, comprendiendo la distancia entre el mundo donde se ha criado y el que han sufrido los marginados de su país, el autor puertorriqueño se ha adentrado en sectores marginales para exponer cálidamente sus dolencias y alegrías. Incluso como profesor universitario, sobre todo consciente de lo que implica serlo, Rodríguez Juliá ha partido de la academia para poner a prueba sus digresiones en la calle.

En sus textos constantemente hace referencias a la obra de Karl Marx y el uso que hace de los términos que acuñó y popularizó el pensador alemán. ¿De qué manera ha influido la obra marxista en la suya? ¿De qué manera es Marx relevante en la contemporaneidad?

Fíjate que yo fui un autor que comenzó su carrera literaria desde la imaginación. Una novela como La noche oscura del Niño Avilés testimonia ese mundo imaginativo del hombre, del barroco caribeño, el barroco antillano. Luego pasé, necesariamente, a una visión más pendiente de lo que ocurre en la calle. Yo comencé con una literatura más de compromiso con la observación y, en ese sentido, cuando uno se mueve en esas coordenadas está hablando de la materialidad, de cómo la gente vive y cómo se ha transformado: la transformación social que ha sufrido Puerto Rico. Y es obvio que eso podría explicarse a través del marxismo. Yo nunca fui un marxista dogmático ni nada por el estilo, pero sí estuve muy cerca de gente que lo fue. Sobre todo en una época de mucho compromiso político que hubo en Puerto Rico, entre los años sesenta y setenta. Y pasé por todas las experiencias, ¿no?, cosa propia de mi generación antillana, caribeña o latinoamericana. El golpe de Estado en 1973 contra Allende es algo que recuerdo muy vivamente. Así que, de alguna manera, tuve un compromiso que pudo ser social o ideológico. Pero nunca he sido marxista dogmático ni he tenido al marxismo como ideología rectora. Me parece que el marxismo sigue explicando muchas cosas de la economía, pero quizá no tanto de los seres humanos. Y, en ese sentido, quizás se note algo de esa influencia de época en mi escritura y en mi manera de ver la realidad. Pero lo más importante, yo creo, tiene que ver con la materialidad, la transformación social: preguntarse cuáles son las transformaciones en el temperamento y en la identidad social.

¿Cree que se ha perdido la figura del intellectuel engagé, tan propia de Jean-Paul Sartre o Régis Debray? Si es así, ¿deberíamos recuperarla?

Yo estaba hablando hoy, precisamente en la Universidad Católica, que sí. Me he movido siempre entre la exterioridad de nuestro mundo y éste es un mundo que es muy urgente en cuanto su exterioridad. Al menos Puerto Rico es un país que se transformó vertiginosamente en una época, igual que Venezuela. Pero siempre uno recala, como los escritores que uno más ha apreciado, en una subjetividad… Y por eso decía hoy en la Universidad Católica que hay dos grandes libros fundacionales de la literatura antillana: Cecilia Valdés, la novela cubana, y Mis memorias, una crónica puertorriqueña de Alejandro Tapia y Rivera. Son libros sobre cómo se ha transformado una sociedad, pero también tienen la subjetividad porque son libros de la memoria. Y eso es muy importante en el desarrollo de nuestras letras: el logro de esa subjetividad. La realidad siempre es muy urgente: nos pide testimonios, nos pide compromisos. Y yo no veo una contradicción en una literatura de gran compromiso. Lo he testimoniado con mi propia obra. Presento el gran compromiso en términos de una mirada, de una observación de la sociedad, y también como una recuperación de mi propia subjetividad o intimidad. Toda gran novela es una subjetividad moviéndose en la historia y en una época determinada. Toda novela es eso: un cruce de lo autobiográfico con lo íntimo, con lo social. Entonces, podemos ser sumamente comprometidos. No en el sentido político que quizás contemplaban los franceses, pero sí en un sentido de la observación profunda de la realidad.

En El entierro de Cortijo se describe, a partir de la visión del autor, una suerte de desencuentro entre la cultura burguesa de la sociedad puertorriqueña y la cultura popular de sus miembros más pobres. ¿Son inevitables estos desencuentros? ¿Cómo podrían transformarse en encuentros?

Esos desencuentros ocurren en sociedad que no sólo presentan una lucha de clases, sino que también son sociedades clasistas, que es otra cosa. Fíjate en Puerto Rico, como en muchas sociedades latinoamericanas, ya sea por el populismo o por el Estado benefactor implantado antes de tiempo, siempre se ha pensado en la posibilidad de que no exista esa lucha de clases y en que, efectivamente, seamos como una gran familia. En El entierro de Cortijo ese mito de la gran familia pudo resquebrajarse. Hay una marginalidad que se lee ahí y que es muy palpable en el Puerto Rico de hoy, pero que muchas veces pasaba inadvertida. Y ese libro, una de las primeras ocasiones que la marginalidad puertorriqueña salió a relucir, creó mucha incomodidad. Eso es algo que debemos recordar: las grandes desigualdades. Los mitos del populismo, del Estado benefactor…, eso de Venezuela es de todos, pues, efectivamente, no es así. Esas desigualdades provocan situaciones muy conflictivas, desde el punto de vista social y político.

L1000642

Edgardo Rodríguez Juliá retratado por Andrés Kerese

En esa misma crónica usted da una posición enaltecida a la salsa, un género musical que apenas ha sido considerado siquiera como fondo en la narrativa hispanoamericana. Además de ¡Qué viva la música! de Andrés Caicedo, no se me ocurre ningún otro texto aclamado. ¿Es la literatura un medio elitista o sectario? ¿Acaso existe una tendencia y una temática que han sobrevaluado los lectores, las editoriales y la crítica?

Creo que en la música se ve mucha contradicción de lo que somos. Efectivamente, la salsa surge en los años sesenta como una variante de la música cubana. Se desarrolla en el Bronx, en los sitios más pobres de Nueva York, y el sonido que tiene es el sonido de la agresividad del mundo neoyorquino-puertorriqueño. Ahora, siempre que se habla de la salsa se habla como si fuera una seña de identidad. Y lo es. Pero no olvidemos que en el Caribe, en las Antillas, y ustedes en Venezuela, hay un buen testimonio de eso. Hay otro tipo de música. Por ejemplo, el Sistema de Orquestas de Abreu, que es una cosa extraordinaria. Y muchas veces pienso que el énfasis está en algo que sí es muy importante para nosotros por razones poderosísimas. Pero también habría que ver ese otro lado… por ejemplo: está el Cuarteto Figueroa, que fue un cuarteto de puertorriqueños fulanos que crearon un grupo de música clásica en Francia antes de la guerra y después tuvieron que regresarse a Puerto Rico. Así que, en cuanto a la música, en las Antillas han pasado cosas verdaderamente insólitas: está el tenor puertorriqueño Antonio Paoli, que fue considerado rival de Caruso y terminó sus últimos días en un barrio de San Juan sin tener dinero ni siquiera para montar una academia de canto. Sí, la salsa es una seña de nuestra identidad más inmediata, ahí no hay duda, pero la identidad más profunda nuestra es la música.

¿Y cree que la literatura por sí misma ocupa una posición enaltecida dentro de las artes en nuestra región? ¿Tiene más valor un libro de ficción que un film o un ballet?

Lo que pasa es que la literatura tiene una jerarquía extraordinaria. Tiene siempre una dimensión. La música es para mí el arte superior, pero la dimensión moral la tiene la literatura. O la puede tener el cine, pero si la narración está bien hecha y presenta unos personajes dramáticos y conflictivos. O sea, la literatura siempre ha sido así, muy privilegiada en ese sentido. Y creo que es porque fundamentalmente puede expresar a los seres humanos buscando opciones vitales y conflictos y tramas. El ballet, pues, es una belleza extraordinaria: ver un cuerpo bello moviéndose en el espacio. Pero casi siempre muestra una narración folclórica, sencilla. Una novela para que valga debe tener una visión muy compleja de la naturaleza humana. La música puede tener esa visión, pero no tiene la urgencia de la literatura.

“Donde hay poder hay resistencia”, sentenció alguna vez Michel Foucault. En un país como el suyo, caracterizado por la fortísima presencia de los Estados Unidos, ¿en manos de quiénes está el poder y quiénes son la resistencia? 

Puerto Rico es un país de gran resistencia. Es un país que ha podido resistir el embate de una presencia del imperio, específicamente de Estados Unidos, conservando su identidad. Pero la relación nuestra con Estados Unidos ha sido atormentada. Yo pienso que no ha sido una relación de opresión, aunque sí lo fue hasta los años cuarenta. Entonces fue un colonialismo que llamaría crudo, un imperialismo agresivo. A partir de los años cuarenta, se convirtió en una relación complicada que vista desde afuera puede parecer sencilla. Pero, fíjate, más de la mitad de los puertorriqueños viven en los Estados Unidos. Ése es un movimiento migratorio que vivimos junto con los mexicanos en los cuarenta, ¡pero ahora toda América quiere ser ciudadana norteamericana! De Venezuela se va gente, de Centroamérica, de Santo Domingo, de Cuba. Y entonces, uno ve que, efectivamente, nosotros estamos tan mal gobernados y hay tanta desigualdad y tanta incapacidad para gobernar de manera decente que la gente se tiene que ir. ¿Y para dónde se van? Se van al Norte. Y ese proceso migratorio va a continuar mientras Latinoamérica siga teniendo los gobiernos que ha tenido y sobre todo el nivel de desigualdad… y esa relación nuestra con Estados Unidos es cada vez más compleja y más difícil. No solamente para nosotros, sino también para ellos, porque a ellos, desde luego, no les hace mucha gracia que siempre se les señale que ahí tienen una colonia en el Caribe; porque efectivamente es una relación colonial. Y eso, pues, es una incomodidad que ha de ser estudiada sin simplificaciones, como se ha hecho muchas veces desde Latinoamérica.

Es posible que para el americano común Puerto Rico parezca un país algo distanciado de las costumbres compartidas en el continente y el Caribe por su relación con Estados Unidos. Sin embargo, textos como los suyos o los de Eduardo Lalo exponen sectores marginados que, más allá de la lengua, comparten características en común con las de otros en el resto de Latinoamérica. ¿Existe, entonces, un espíritu que engloba toda la región? ¿O es Latinoamérica, como teorizó alguna vez Edmundo O’ Gorman, una invención, un constructo?

Pienso que sí es una invención, pero por otro lado, pienso… la salsa es un buen tema para iniciar una conversación en torno a eso, pues donde mejor se escucha es en la cuenca caribeña, en el mundo antillano. Hay muchas Latinoaméricas: está la Latinoamérica del Sur, está la Latinoamérica andina, está la de la cuenca caribeña, que incluye a Centroamérica. Y sí hay muchas cosas en común. Por ese lado, debo conceder razón. Pero por otro lado no. Hay una horizontalidad en el Caribe, ¿no? Uno ve a Puerto Rico, Santo Domingo, Cuba antes de la Revolución. Muchas veces en el Caribe ocurre que conocemos al país metropolitano mucho mejor que al país vecino. En la música hay esa horizontalidad, en la comida también. Cuando uno ve las concreciones y las especificidades en la música y en la comida, la cosa deja de ser un constructo y aparece un mundo común. Y para mí el gran mundo común que estamos viviendo como latinoamericanos en este momento es la emigración.

Carlos Egaña 

Comentarios (1)

Estelio Mario Pedreáñez
7 de marzo, 2016

Buena estrevista para conocer mejor a un escritor de Puerto Rico, Estado Libre Asociado a los Estados Unidos, en especial po 2 cosas: 1) Su frase final “…el gran mundo común que estamos viviendo como latinoamericanos en este momento es la emigración”, que demuestra el rotundo fracaso de los gobernantes de los países (decir repúblicas sería falso) latinoamericanos donde se presenta este fenómeno (Cuba, Venezuela, México, casi toda Centroamérica, etc), que generalmente busca como meta a los Estados Unidos, ya los emigrantes, conociendo el racismo en EE.UU., aún lo prefieren en busqueda de la libertad y el progreso económico, vetados en sus países por políticos ladrones y/o tiránicos. 2) Su posición sobre “el compromiso de los escritores”, que es su decisión personal, y se le respeta. Lo importante es la creación artística, no convertirla en propaganda o “compromiso político” ni someterla a límites distintos a la capacidad creativa del autor. Lo contrario es la castración del artista.

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.