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Discutir la discusión; por Antonio Ortuño

Discutir la discusión; por Antonio Ortuño 640

Hay una polémica, vigente, al respecto del “conservadurismo” de la literatura mexicana. Un debate que excede los márgenes de la disputa literaria y saca conclusiones políticas de posturas estéticas. Me explico. Según los argumentos esgrimidos, la literatura mexicana es “conservadora” porque la mayoría de sus escritores, editores y críticos son “tradicionalistas” y escriben (y, por tanto, leen y analizan) desde referentes y cánones del pasado (se entiende que el pasado es Carlos Fuentes, digamos, y no monsieur Duchamp, aunque sea anterior y, a estas alturas, mucho más influyente. ¿Por qué? Porque el argumento lo exige y se acabó) y, desde ese pedestal, ignoran, ningunean o atacan cualquier barrunto de innovación formal. Como si no esto fuera suficiente, se afirma que el “conservadurismo” estético es síntoma de que han optado por apoyar las hegemonías económicas, políticas y de todo tipo. Se sostiene, por ejemplo, y aquí particularizo hacia el terreno que me interesa más, que es el de la narrativa, que si uno escribe una novela se pone a la altura de un ultramontano, así su texto borde sobre el Soviet o denuncie la trata de blancas, porque la novela “tradicional” (es decir, aquella en la que se narran acontecimientos de forma inteligible) es el género preferido por el mercado, es decir, por el común de los lectores y es, por tanto, “conservador”.

Como el debate es recurrente y potencialmente infinito (la innovación de los años sesenta estaba encarnada por la “Literatura de la Onda”, a la que ahora se desdeña como “datada”, “superada” y parte de la “tradición”), me limito a señalar lo que entiendo que es su principal inconsistencia:  la imposibilidad de establecer una correlación lineal entre innovación estética y orientación política, y la de identificar linealmente “innovación” con izquierda y “tradición” con derecha, pese a que tal sea el argumento de un tramposo ensayo del argentino Damián Tabarovsky. ¿Ejemplos? Salvador Elizondo fue uno de los narradores más arriesgados de nuestra narrativa (Farabeuf debe estar en el top ten de las obras más desafiantes, verbal y estructuralmente, del siglo XX mexicano) y era, a la vez (sus diarios permiten constatarlo), un elitista de desdenes casi aristocráticos en lo que respecta a temas políticos y sociales.

En cambio, José Revueltas, literariamente más tradicional (su narrativa conserva rastros orgullosos de decimonónicos como Dostoievski o Balzac) mostró congruencia perenne con sus ideas de izquierda (en 1968, Revueltas estaba en prisión; Elizondo, por su lado, era becario de la fundación Guggenheim). Se dirá que es una excepción. Lo dudo. Baste hacer la pertinente comparación, saltando ahora al campo de la poesía, entre el compromiso social y la sencillez verbal y temática de los poemas de un José Emilio Pacheco y la radicalidad verbal (y el escepticismo burlesco con respecto a toda militancia) de un Gerardo Deniz. ¿Cuál representa la izquierda literaria? Y, fuera del ámbito mexicano, pensemos en Céline, en Eliot, en Borges, en Pound. Conservadores (en algún caso, fascistas) en lo político, progresistas en lo estético.

El asunto es más enredado de lo que se aborda. Esperemos que los críticos profundicen en ello.