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A propósito de la serie fotográfica ‘Nuestra guerra invisible’ de Alejandro Cegarra; por Militza Zúpan

Por Mílitza Zúpan | 5 de marzo, 2016
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Fotografía de la serie ‘Nuestra guerra invisible’ de Alejandro Cegarra / ©2016 / Haga click en la imagen para ver la selección de la serie ‘Nuestra guerra invisible publicada en Prodavinci.

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Durante un acto militar los tanques atraviesan la pista, imponentes. Los soldados marchan en formación precisa entre banderas gigantes que otorgan solemnidad al momento. El público sigue todo con atención; hay quienes buscan perpetuar la experiencia con las cámaras de sus teléfonos móviles. Solo unos niños advierten que hay un intruso registrando todo con una cámara. Lo miran con recelo.

Los militares no solo protagonizan actos: están en todas partes, recorren las calles deterioradas, vigilantes, en guardia, con sus fusiles siempre listos o protegiéndose tras sus escudos, como si algo estuviese a punto de ocurrir. Su presencia es recurrente, son parte del paisaje urbano, se mueven entre civiles y a nadie parece extrañarle.

En las imágenes de Alejandro Cegarra, junto a botas y uniformes, hay vidrios fragmentados, agujeros de balas, alambres dentados y sangre. Todo sugiere que se trata de un conflicto bélico, o de un escenario post-conflicto, pero Cegarra no es un fotógrafo de guerra: su registro fue hecho en un país donde se vive en paz. Tampoco estamos en presencia de un ilusionista capaz de crear fantasías con una puesta en escena. Él solo muestra lo que ha encontrado a su paso, su verdad.

El fotógrafo lleva tiempo recolectando hechos que le permitan formar su propia versión de lo que ocurre en su ciudad, Caracas, y en su país, Venezuela, y mostrarla sin ánimos de denunciar, de escandalizar ni de convencer a nadie. Documentar es parte de un compromiso que ha asumido consigo mismo y con su oficio: quiere hablar de lo que le inquieta. Esta vez sus imágenes cuentan una historia que algunos han querido obviar, tal vez por incómoda.

Para poder hacer esta narración, toma riesgos. No hay zona de confort. Se asoma desde cualquier ángulo, se mete donde no cabe, traspasa los límites de lo permitido acercándose –y mucho- a los fusiles, a las miradas intimidantes. Sus sentidos están despiertos, él también está en guardia, como suelen estar los corresponsales de guerra. Pero no olvidemos que este es un país que vive en paz, con algunas particularidades.

Caracas, su capital, ha sido calificada como la ciudad más peligrosa del mundo por diversas organizaciones internacionales y dice el Observatorio Venezolano de Violencia que en el país ocurrieron 27.875 muertes violentas sólo en 2015, el mismo año en el que se hicieron las fotografías. Con respeto y sin amarillismo, Cegarra retrata esa brutalidad y la injusticia y el sufrimiento que conlleva, y no por ello su obra deja de ser perturbadora.

Valiéndose de detalles que dan profundidad a cada escena, el fotógrafo va sugiriendo que algo está pasando. Prisioneros sin rostro, el asfalto manchado, la concertina que se antepone a la bandera, metáforas que nos susurran que la muerte también camina en estas calles. También se puede palpar la paradoja de que en un lugar tan custodiado o protegido haya tanta violencia.

Estas son fotografías que nos hacen ver, aunque suene redundante. Tienen la virtud de meternos en ese lugar contradictorio para luego golpearnos. Porque en medio de esa suerte de campo de batalla, entre armas, autoridades y muerte, están las familias que intentan vivir su cotidianidad. Y también están los niños siendo niños, jugando, sonriendo, ignorando; un doloroso golpe bajo.

No, Alejandro Cegarra no es un fotógrafo de guerra, pero retrata un lugar donde muere gente a diario. Nos habla de un país que vive en paz, cuyas calles huelen a pólvora y están manchadas de sangre. Nos muestra una guerra que no existe y nos hace dudar.

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Mílitza Zúpan 

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