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Consejos para un joven que quiere ser cronista; por Alberto Salcedo Ramos

Alberto Salcedo Ramos nació en Barranquilla, Colombia en 1963. El cronista es autor de varios libros de no ficción, tales como La eterna parranda, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho, Botellas de náufrago, Los ángeles de Lupe Pintor y El oro y la oscuridad. Maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, ha dictado talleres de crónica en varios países. Además ha sido incluido en numerosas antologías: entre otras, Mejor que ficción (Anagrama) y Antología latinoamericana de crónica actual (Alfaguara, España). También ha sido incluido en las antologías «Verdammter süden», de la Editorial Suhrkamp (Berlín, Alemania), y Atención de la editorial Czernin, (Austria), entre muchas otras. Ganador del Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (dos veces), del Premio Ortega y Gasset de Periodismo, del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (cinco veces) y del Premio Internacional de Periodismo Rey de España, entre otras distinciones. Algunas de sus crónicas han sido traducidas al inglés, al alemán, al francés y al italiano. El domingo 21 de febrero, Alberto Salcedo Ramos formará parte del panel de invitados en el evento  “Periodismo y literatura: las lecciones de Gabriel García Márquez”. Por esta razón, queremos compartir con los lectores de Prodavinci su texto Consejos para un joven que quiere ser cronista.

ALBERTO SALCEDO RAMOS FOTO DE JOSÉ MARENCO 2

Alberto Salcedo Ramos retratado por José Marenco

Si no eres porfiado, olvídalo. De entrada te dirán que no hay espacio, ni dinero, ni lectores. En vez de perder tiempo quejándote, pon el trasero en la silla como proponía Balzac. Y cuando empieces a trabajar escucha el consejo de Katherine Ann Porter: no te enredes en asuntos ajenos a tu vocación. A un narrador lo único que debe importarle es contar la historia.

Cuando la historia es buena y está bien contada posiblemente le interesará a algún editor. Pero nadie te lo garantiza. En caso de que no la publiquen, por lo menos te quedará una crónica ya terminada. Guárdala como un tesoro: podría motivarte a hacer otra. Si dejas de escribir cuando los editores te cierran las puertas, tal vez mereces que te las cierren.

Aunque tengas un trabajo de tiempo completo en un periódico o manejes un camión de carga, debes escribir. Ninguna excusa es válida. Si solo atiendes los llamados del estómago, ¿para qué seguimos hablando?

Cree en los temas que te impulsen a escribir. Ya lo dijo Mailer: cuando un tema atrape tu atención no lo sometas a la duda.

Puedes escribir sobre lo que quieras: sobre un asaltante de caminos, sobre las enaguas de tu abuela, sobre el escolta del presidente, sobre la caspa de Tarzán, sobre lo triste, sobre lo folclórico, sobre lo trágico, sobre el frío, sobre el calor, sobre la levadura del pan francés o sobre la máquina de afeitar de Einstein. Pero por favor no aburras al lector. Escribir crónicas es narrar, narrar es seducir. Los buenos contadores de historias convierten el verbo narrar en sinónimo de encoñar. Son como Don Vito Corleone: le hacen al lector una oferta que no puede rechazar.

Confieso que me producen alergia las historias que lo reducen todo al blanco y al negro. Desconfío de las moralejas y por eso no leo fábulas. O las abandono a tiempo para que el lobo viva tranquilo después de comerse a Caperucita Roja y para que el dueño de la gallina de los huevos de oro pueda sacrificarla sin remordimientos.

Algunos pretenden escribir mientras bailan una cumbiamba o asisten a un partido de fútbol. Pero el trabajo es una cosa y el recreo, otra. Concéntrate en tu oficio. Si no le dedicas al texto toda tu atención, posiblemente el lector tampoco lo hará.

Estar aislado es duro, te lo advierto, en especial cuando escribes historias de largo aliento. Sabes cuándo comienzas pero no cuándo terminas. En cierta ocasión me sentí tan oprimido por el encierro que consideré como mi gran utopía salir a pagar el recibo del teléfono. Luego están las dificultades propias del oficio: en una jornada solo alcanzas a precisar un adjetivo, y al día siguiente lo borras porque ya no te gusta. Acuérdate de Dorothy Parker: “odio escribir, pero amo haber escrito”.

Si cuidas la escritura, si no te conformas con juntar las palabras de cualquier manera, lo más seguro es que tiendas a bloquearte. Bloquearse es un gaje del oficio. Indica que asumes el trabajo en serio. Sal a la calle a renovarte. Tomar distancia también es una forma de escribir.

Si eres de los reporteros que no leen más que noticias, declárate perdido. Hay que tener buenos referentes en el oficio. Solo al oír las voces de los maestros – Talese, Capote, Hemingway – y mirar el mundo con curiosidad genuina aprenderás a encontrar tu propia voz.

Por mucho que ciertos reporteros y editores ortodoxos renieguen de la crónica, tú tienes que creer. La crónica le pone rostro y alma a la noticia para atender a un tipo de lector que no solo quiere atragantarse de datos. Algunos suponen que las verdades que no contienen el destape de una olla podrida son indignas de ser publicadas. En un continente saturado de corrupción siempre será apreciada la figura del higienista que fumiga a las alimañas. Sin embargo, me temo que la verdad no se encuentra solamente regando plaguicidas o frecuentando los manteles de los poderosos, sino también prestándole atención a la gente común y corriente, aquella que, por desdicha, solo existe para la gran prensa en la medida en que muere o mata.